duelos y maullidos
En octubre se cumplen once años que murió mi hermano. En septiembre diez años que murió mi mamá. En febrero se cumplieron ocho que murió mi sobrina. En marzo cuatro años que murió mi esposo. Entre esos años duelo no puedo distinguir cuándo fue que desapareció mi papá. Es la única pérdida que no viene ni del hígado, ni de la pleura, ni de la sangre ni del cuerpo entero. ¿Cuenta como pérdida si él decidió irse? Sí, claro porque lo perdí yo y lo sigo perdiendo cada día que decido no buscarlo.
Han sido años duelo.
Antes me raspaba la garganta cuando tenía que platicar de uno de estos duelos o de todos. Luego me dio por sentir vergüenza, y es que alguien, tristemente alguien muy cercanx, me dijo “tu vida es una telenovela” con un gesto que no quería ser risa pero lo era. Me reí (o me no reí igual) pero no me dio risa, me dio vergüenza. Es que pesa mucho la lástima.
Ahora no hablo de esto excepto cuando quiero hacerlo y solamente con gente que amo o que respeto. Si les amo y les respeto, mejor aún porque me siento cuidada, escuchada, acompañada.
Han pasado años pero a veces todavía siento ganas de llorar por unos u otras, a veces por todxs. Hay días que me cuesta levantarme porque les sueño y no quiero que desaparezcan. Hay días en que entiendo perfectamente que el dolor de toda perdida puede perfectamente convivir con momentos de luz y alegría. (Acabo de tener uno, por ejemplo, mi gata que es medio huraña (pleonasmo, lo sé), acaba de sentarse conmigo y recarga su cabeza en mi muslo).
Si Zeus plantó a Dionisio su muslo, ¿cómo no podría yo plantar mis duelos ahí para acariciarles o maullarles cuando así lo necesite?


