El polvo que ojalá no seamos

José M. Fernández Pequeño lee sus palabras de presentación para la novela «Mi nombre es polvo».

José M. Fernández Pequeño lee sus palabras de presentación para la novela «Mi nombre es polvo».

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Palabras de presentación
CUBAOCHO Museum & Performing Arts Center
Miami, 21 de junio de 2025

 

Por José M. Fernández Pequeño

Conozco a Amir Valle desde que comenzó a traficar con palabras y a colocar sentidos allí donde inquietaban. Hizo parte de una promoción que por los años ochenta asaltó los mustios jardines literarios cubanos a ritmo de conga, una formada por bocú, campana y trompeta china, bien entusiasta aunque a ratos amarga… Fue tal el ímpetu y el espíritu cuestionador con que empezaron a manifestarse aquellos chicos, que un amigo e inolvidable escritor me advirtió alguna vez: Esta es una promoción de escritores parricidas. Cuestión de momento, pienso yo después de tanto exilio y distancias. Hoy sé, por ejemplo, que hace cuarenta años Amir y yo, a pesar de la diferencia en edad y experiencia cultural, vivíamos el mismo esencial cruce de caminos: los dos andábamos en busca una voz narrativa propia. Y si ahora mismo echo una mirada a lo andado, puedo afirmar que la mayor parte de mis compañeros de viaje literario pertenecen a esa promoción: Sindo Pacheco en Miami, Alberto Garrido en Santo Domingo, León Estrada en Santiago de Cuba, Odette Alonso en la Ciudad de México, Rafael Vílchez en España y Amir Valle en Berlín, entre muy pocos más.

De ahí mi alegría por esta tarde en la emblemática Pequeña Habana para presentar la novela más reciente publicada por Amir, Mi nombre es polvo. Es una alegría doble: por los años de amistad coleccionados y porque la novela solo se conecta con la tragedia cubana al nivel de muy sutiles (y por eso penetrantes) generalizaciones representacionales. Me confieso ahora mismo sobrepasado por esa marea de realismo narrativo, a veces percudido y otras innecesariamente asqueroso, que insiste una y otra vez en ganar lectores y mercados ilustrándonos con más tesón que buenas armas narrativas sobre las acrobacias amatorias de las jineteras o las guaperías necesarias para sobrevivir en ese barrio de orillas que es la Cuba de hoy. Un realismo mal publicado como literatura e igual de desolador que el decadente sistema político en la isla donde nacimos.

La novela de Amir se entrega a otras andaduras literarias. Es un texto morosamente reflexivo, que no duda en ir y venir constantemente entre lo narrativo y lo ensayístico, incluso en echar mano por aquí o por allá a la crónica y al discurso investigativo cuando sirven a su interés de poner en cuestión un amplio registro de asuntos raigalmente humanos: el sentido de la vida y de la muerte, el bien y el mal, la esencia del arte y sus funciones, el pensamiento religioso y los cultos, sean estos institucionalizados o no… lo humano y lo divino, dicho sea de un solo golpe. Y para que el cuestionamiento de la novela detone una mayor carga corrosiva, el autor ha escogido una focalización in extremis: su narrador es un artista del tatuaje que afirma entender la lengua de los ángeles y se designa elegido para desplegar la que cree es su más raigal capacidad creativa: llegar hasta el alma de ciertos seres humanos. Es decir, el tatuaje no como un acto que modifica el cuerpo primigenio, ni menos como un intento de ofrecer máscara, sino todo lo contrario: tatuar como el acto de exorcismo capaz de usar la materialidad de la piel para representar (equivalente en este caso a extraer) el espíritu de ciertas personas.

Los primeros comentarios a la salida de Mi nombre es polvo insisten en que se trata de una novela diferente a las anteriores escritas y publicadas por Amir Valle. La afirmación es cierta, pero tiene también su costadito inexacto. El texto comparte una de las características más notables en la narrativa escrita por el santiaguero devenido berlinés: es profundamente oportuna o, dicho de otro modo, establece un diálogo instantáneo con el presente en que emerge. Veamos el caso con la síntesis que una presentación como esta exige.

El protagonista-narrador de la novela es un ser desquiciado en tanto se aísla de la cultura entendida como el conjunto de códigos que permiten comunicarse entre sí a los seres humanos y, por supuesto, pertenecer, concertarse consciente o inconscientemente para convivir y adelantar objetivos en medio de un clima respetuoso. Esta es su perspectiva:

Tatuaba sin pensar. Convertido en un autómata. Marioneta guiada por esos hilos secretos que tejían las palabras del alma y me obligaban a pinchar sobre la piel, descubriendo paisajes ocultos que (…) me permitían transportarme a mundos recónditos, ámbitos vírgenes, escenarios siniestramente tétricos o cautivadoramente edénicos. La muerte no contaba. No existía siquiera. Importaba el lienzo de la piel, los retos de sus ondulaciones, el espacio a conquistar con el color y las imágenes. Los descubrimientos. El asombro. El estupor. La sorpresa. El susto perenne ante cada cuerpo desnudo.

Importaba únicamente esa que él entiende como su misión de artista elegido, el solipsismo extremo que lo lleva a considerar sus pensamientos como única realidad atendible y lo hace inmune a cualquier sentimiento de piedad o empatía. Por eso el personaje no se siente conmovido por el dolor de las mujeres a quienes tatúa, por eso no experimenta remordimiento al raptarlas, violarlas y asesinarlas, por eso son irrelevantes para él la ética o los complejos sistemas simbólicos elaborados por la cultura humana, de los cuales se burla encaramado en la atalaya de una pretendida superioridad y una conciencia muy firme de que todo lo existente ha sido puesto ahí con el único propósito de que él logre aquello que considera su obra maestra.

Si vamos de la representación literaria, necesariamente tocada por la hipérbole, hasta nuestro presente, ¿no es posible encontrar diáfanas semejanzas entre el carácter desquiciado que Amir teje en su novela y lo que vemos por todas partes? ¿Qué diferencia hay, a fin de cuentas, entre la actitud del personaje y la de esas hordas dopadas por las causas ideológicas extremas o por la voz de un líder mesiánico, que arremeten contra sus semejantes como si estos carecieran de dignidad humana o como si sentir piedad ante el dolor ajeno fuera una debilidad inaceptable? Siendo el narrador de Mi nombre es polvo un ser aquejado de solipsismo, la focalización de la novela será igualmente solipsista, sobre todo en la primera mitad, donde cuesta trabajo sentir los conectores entre el personaje y la vida social que le rodea, al tiempo que intuimos a ratos la existencia de un sobrenarrador moviéndose entre las palabras del protagonista, de una voz difusa que bien podría pertenecer a su harinoso ángel de compañía, al autor, o a ambos… Sea como fuere, las voces así machihembradas nos ofrecen una imagen dantesca del individuo unilateral, al tiempo que dejan en el aire una idea tan antigua como imprescindible: el talento, la inteligencia y la habilidad solo constituyen valores si se rigen por una ética madura y comparten los mediadores culturales que dan coherencia al hombre en sociedad.

Ahora mismo, mientras en diversas zonas del planeta los misiles bordan el cielo con su resplandor de muerte y en las redes sociales un ejército de obcecados festeja la delación, el maltrato y la exclusión de personas tan parecidas a ellos que bien podrían ser ellos mismos, resulta más que oportuna la propuesta de Mi nombre es polvo para regresar al debate de los misterios que nos explican como seres humanos, mientras alerta sobre el destino del individuo unilateral que, oculto tras la comodidad de sus anteojeras solipsistas, comienza por negar a los demás y termina negándose a sí mismo. Porque, no lo duden un solo segundo, el enloquecido tatuador de esta novela no hace otra cosa que buscarse en el interior de los demás… inútilmente, por supuesto.

Porque es siempre una felicidad compartir espacio con Sindo y Amir luego de tantos años y camaradería, concluyo mi comentario convocando a otro de los imprescindibles compañeros de viaje para nosotros tres. Entregado al recuerdo de quienes sufrieron con él las UMAPS, aquellos campos de concentración en Cuba, el poeta y narrador Félix Luis Viera escribe: “A los que aún están, a los descendientes de los que ya no están, llegado el momento, tengamos con quienes corresponda la piedad que ellos no tuvieron con nosotros.” No veo más camino transitable que esa piadosa justicia; lo otro, como demuestra Amir Valle en su novela, lo otro es el polvo

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Published on August 10, 2025 11:04
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