¿Poesía artificial?

Horror. Veneno. Espanto. Piel erizada. Crueldad.
Todo eso y más me viene cuando contemplo esta imagen. Por cierto, muy bien lograda, gracias a las dotes artísticas de un ilustrador de 1731. En aquel entonces, y mucho tiempo después, a nadie se le ocurría pensar que semejante imagen fuese obra de una máquina. Pero ahora, también pueden dibujar.
Pero, ¿qué hay de las palabras que expresé al inicio? Las máquinas podrán recopilar etiquetas inspiradas en un dibujo, pero ¿esos artefactos son sintientes de la misma manera que nosotros? Pregunté bien: ¿de la misma manera? Esa es una pregunta abierta que tal vez se responda algún día. O nunca.
Quienes escribimos poesía (a veces, me animo) necesitamos sentir algo que nos lleve a ese estado especial, más allá de lo lógico, fruto de una imaginación inescrutable. Con complejos tejidos de significados en segundo plano, tan entrelazados como la rima y el ritmo que sí son visibles; para el lector y para los artificios que llamamos inteligentes.
Las máquinas pueden ser auxiliares útiles a la hora de buscar palabras que rimen, sinónimos, vocablos arcaicos; tal vez, hasta un texto de otras épocas inspirado en lo que les sabemos explicar. Pero lo que volcamos a la poesía, ¡caray!, eso lo expresamos solo en el lienzo en blanco, nuestros dedos van directo hacia allí. No sabemos alimentar las máquinas con pedidos que no sabemos expresar. La poesía sí expresa lo que pedimos, queremos, anhelamos, amamos, odiamos, tememos.
Ese miedo que se siente
frente a una cruel serpiente.
¡Que siga cruel un ser viviente
y no una máquina sintiente!