Status Updates From Римската пролет на мисис Стоун

«Sí, el tiempo también iba a la deriva. Y el sueño. […] Si miraba por las ventanas, o erraba de un lado a otro por la terraza, podía ver que también el cielo iba a la deriva. Todo iba a la deriva. ¿Había algo más, aparte de esa enorme deriva del tiempo y de la existencia? ¿Había algo fijo? Oh, sí. La figura del observador solitario a los pies del obelisco egipcio».

«La encontró ocupada solamente por Paolo y la joven y fría luna que, temprano esa noche, se le antojó extrañamente parecida a él».

«Es siempre una experiencia inquietante oír hablar de uno a personas que no sospechan que las estás escuchando. Aun cuando lo que estén diciendo sea algo de lo más banal, produce una extraña sensación de irrealidad. Pero lo que ellas dijeron, y la señora Stone escuchó, no era banal, y hasta tal punto le impresionó que de pronto lo vio todo acerca de su vida reciente».

«¡No voy a perder mi dignidad […]! Pero justo cuando Paolo, de un modo inopinado, se inclinó y rozó la mejilla no deseada con su boca joven y tibia, ella se volvió hacia él, le cogió la cabeza apretándole las brillantes sienes con las palmas de las manos y le gritó: ¡Paolo, […] no soy una vieja desgraciada y estúpida con cuatro pelos y dos dientes que no tiene para darte más que dinero!»

«Paolo se mantuvo distante, como la luna fría de la primavera, durante todo el trayecto. Estaba hundido en el asiento con las manos en los bolsillos. Las rodillas de sus largas piernas cubiertas de franela se bamboleaban indolentes como las alas de una mariposa cansada. Mientras cruzaban el Tíber, ella se atrevió a poner su mano sobre la rodilla que tenía al lado. Él aceptó el contacto, pero no reaccionó».

«A nadie le importó, nadie se opuso. Nadie se dio cuenta de que la señora Stone se había levantado de la mesa, y mucho menos el violinista, que se limitó a celebrar el dulce juego de la juventud…»

«La grata sorpresa de Paolo se concentró exclusivamente en su propio aspecto. Corrió hasta el espejo como si éste fuese agua y él tuviese la ropa en llamas. […]. Luego se puso de espaldas al espejo y, mirándose […], se levantó la chaqueta hasta la cintura de modo que los dos, él y ella, pudiesen admirar el modo en que la franela se adhería a la clásica forma venusina de su joven y firme trasero».

«No podía decirse que de verdad quisiese morir. Lo único seguro era que el actual rumbo de su vida (o su falta de rumbo) le preocupaba».
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«Sin duda el problema era, en parte, que la señora Stone no había hecho ningún acopio intelectual para el período de la vida que ahora debía afrontar».

«Sin embargo, en todas las necesidades humanas suele estar presente el mismo elemento mistificador. No todos pueden conocer la causa de algo, cualquiera que ésta sea...»
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«Como la mayoría de las personas dotadas de una belleza poco común, la señora Stone se había complacido durante mucho tiempo en la idea romántica de que moriría pronto».

«Y si alguno de ellos, lo que era raro, tenía una secreta debilidad por las personas de su propio sexo, ella se acercaba, siempre acompañada de alguien, y discretamente los presentaba. Eran tantas las cosas que toleraba y comprendía».

«En los momentos de desamparo, esos en que el evolucionado yo adulto recibe, rápida y furtivamente, como dos ladrones que se pasan entre ellos un reloj robado, una señal transmitida por su ser natural y original, ella había interceptado el susurro interior de estas palabras exultantes: ¡Todavía soy el Rey de la Montaña!»

«Algo se había detenido, sin duda, aquella parte de su vida que componía el conjunto ordenado de números y símbolos había llegado al final, pero de alguna manera ella seguía, seguía viviendo, observando y sintiendo y sabiendo como antes, más vívidamente ahora que en el pasado, cuando esa especie de anarquía emocional que al parecer estaba apoderándose de ella se había manifestado sólo dos veces».

«Strette strette strette, le gritó al sastre que tomaba las medidas de su magnífico cuerpo joven».

«El joven apartó los ojos del espejo y miró sorprendido a la señora Stone, que acababa de interrumpir su contemplación narcisista».

«En el papel de Orlando actuaba un joven que, en belleza y estilo lírico, competía seriamente con ella. La señora Stone se dio cuenta, con creciente irritación, de que a veces, en las escenas en que aparecían juntos, el interés del público se concentraba en él».

«En el fondo de su corazón siempre había envidiado a los dramaturgos, incluidos los que llevaban mucho tiempo muertos, porque ellos como creadores tenían cierta libertad, mientras que ella debía limitarse a seguir un esquema preestablecido de discursos y acciones».
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«Pero el pathos triunfó allí donde el deseo había fracasado».

«Ella puso la mano sobre la de él, pero Paolo se hizo a un costado y ahora, liberada su mano, le daba la espalda, esa espalda perfecta como una escultura de ofendido efebo de cobre. El silencio era hostil».

«Que se rieran de él era intolerable y las veces que ella […] se había reído de alguna de sus chiquilladas, él se había vengado de la forma más malvada que se le podía ocurrir. En esa ocasión la venganza fue verbal. Y fue también singularmente femenina, puesto que, después de […] volver a acostarse para recobrar su desnuda dignidad, le dijo a la señora Stone: No te culpo por reírte».

«Una vez lloró. Se tapó la cara con un mechón de pelo teñido mientras lloraba junto a él, que dormitaba sin darse cuenta de nada, con una sonrisa infantil en los labios y una mano curvada sobre la ingle para protegerse de las quemaduras».

«A veces Paolo también se desvestía en la pequeña tienda blanca y se tendía a su lado […]. Ella no soportaba mirarlo. Su esplendor resultaba excesivo. El sol bajaba por el aire brincando hacia él, como un niño hacia otro niño, y ella se sentía desdeñada y excluida, y casi siempre se cubría, expulsada, avergonzada en compañía de esos elementos tan afines como eran la piel desnuda de Paolo y el sol».

«Experimentaba deseos incontenibles, que le repugnaban pero que, al mismo tiempo, le proporcionaban una clara e inmediata sensación de existir».

«Después de pensarlo un instante, Paolo asintió, imperceptiblemente, y se agachó aún más, con los labios abiertos. Pero antes que él pudiese completar su gesto, los brazos y la cabeza de ella se habían alzado como si la luna en el agua se hubiera transformado en un pájaro que volaba al cielo...»

«Bien, ahora ese mito extravagante había dejado de existir y la triste verdad era que ella estaba sola, el único modo posible de mantenerse digna. Y ella estaba sola en ese dormitorio, arriba de la amplia escalinata de la Piazza di Spagna».

«Y […] por primera vez en su vida la señora Stone sintió deseo, un deseo que no confundió con ningún otro impulso. Lo sintió como algo separado de la razón y de la voluntad. Porque ese deseo no tenía nada de razonable ni ella la menor voluntad de desear a ese muchacho que le había perdido el respeto y acababa de quitarse su máscara de galantería para mostrarse […] como quien era en realidad».