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"Además, también hicieron que creciera siendo extremadamente exigente conmigo misma, no permitiéndome fallar, ya que había interiorizado esa idea de que el más mínimo error era algo catastrófico que hacía que yo ya no valiese la pena. Sentía (muy erróneamente) que todo dependía de mí... «Si fallo, todo se desmorona»."