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Ella quiso legarme la forma que encontró de salvarse, su consuelo en un mundo donde hay que rezar por la supervivencia del asombro y de la bondad. Se lo agradezco, pero mi entusiasmo reside en la imaginación de Dios. Yo me salvo y me consuelo con él y en él, apartado de los cantos que conmueven mi propio infierno.

Agarrarse a la vida es difícil. Dios lo sabe, por eso su compasión es infinita.

Estoy ciego a los demás.

Dios desprecia este defecto.

¿Cuántas cosas mi hija vino a poner frente a mis ojos y me han pasado desapercibidas? Mi mayor pecado es lamentar la presencia de la gente, necesitar de la soledad para ser noble.

En su rostro veo una clase de tristeza que todos heredamos de quienes fueron expulsados del paraíso.

Nadie puede redimirnos, aunque de todas formas sigamos esperando que las personas que queremos lo hagan

La paciencia es una responsabilidad adulta. En la espera nos hacemos grandes frente a la incertidumbre y podemos descansar de las preguntas, de su infinita insatisfacción.