Carla Garduño’s Reviews > Desagüe > Status Update

la incapacidad de cuidar a quien construimos debería darnos miedo.

Es cierto que los éxodos transcontinentales se debieron a la persecución de presas para la caza, sin embargo yo pienso que había algo más, una característica propia de la condición humana que los arrojaba a un avanzar sin tregua…

…¿Cómo se explica que, miles de años más tarde, seamos tantos los que, sin necesidades reales para hacerlo, seguimos huyendo de algo que nos precede y nos rebasa?

Pero recordar también puede ser una tortura agotadora, un encerrarse en un bote de basura, sobre todo si se tienen remordimientos o los excesos han atrofiado la mente.
Drogarse demasiado borra la memoria, instala el desorden, como si en la vida no hubiera pasado ni presente ni futuro, sino un permanente después, un "más tarde" continuo, inalcanzable.

Eso mismo les pasa a los astronautas cuando van a velocidades superiores a la de la luz. Por un misterioso efecto de inversión física las galaxias se les introducen en sus arterias, que se convierten en cauces cósmicos o corredores estelares.
Las naves ya no atraviesan el espacio sideral sino que navegan por tuberías de sangre, tejidos de carne, como si fueran glóbulos blancos o rojos o virus mortales.

“Un sonido como de hojas secas, cascarón de huevo o como el derrumbe de un cerro miniatura, un cerro de juguete que se desmorona y que solo puedes oír si tienes el botecito de Yakult muy cerca, a la distancia exacta para aspirar el humo que producen las cenizas y las piedras al calentarse”.

Es imposible saber si la ciudad, al trepar por los cerros, se urde o se desteje, muere o nace. El origen de la ciudad futura está siempre en las orillas: en los márgenes las transformaciones son más probables y rápidas.

“…cualquier narración comienza con el ruido de las cosas al romperse. Atraído por el estrépito, llega el contador de historias y junta las esquirlas para reconstruir lo que ya no está”.

Tropezando consigo mismo, el siglo xix corrió y, en el último trecho de su agitada carrera, encumbró en el gobierno a Porfirio Díaz, quien tuvo la perspicacia de advertir que el asunto de los lagos y las inundaciones no era solo urbanístico, hidráulico e ingenieril, sino, sobre todo, político y simbólico.

“…la caída de Tenochtitlan no solo se tradujo en la destrucción de un imperio y una cultura, también significó el progresivo aniquilamiento de un ecosistema”.