Guillermo Fadanelli's Blog

August 31, 2009

Entrevista

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Published on August 31, 2009 03:55

Taca��os

Si el dinero marcha hacia el norte yo camino hacia el sur y si va hacia oriente me toma caminando en sentido contrario. Nada m��s no coincidimos. La cuesti��n es que mi sentido econ��mico es tan torpe como el avestruz que quiere levantar el vuelo. La verdad es que no le encuentro gracia a acumular bienes y siempre que puedo reparto todo lo que me cae en las manos. Es un defecto personal y espero que mis amigos se enemisten conmigo antes de morirme porque en caso contrario les tocar�� pagar mi ata��d. En fin, quienes no poseen nada se pueden dar el lujo de ser generosos.
Esto de vivir con lo m��s m��nimo es una obsesi��n que me acosa desde siempre. Como no tengo talento para ganar m��s de la cuenta entonces me invento una filosof��a de acuerdo con mi condici��n. La taca��er��a es uno de los defectos m��s odiosos de las personas porque tarde o temprano termina contaminando todos sus actos. Los gestos de estre��imiento que los taca��os hacen a la hora de pagar la cuenta muestran que se les ha podrido el alma. Todo el placer que provoca una buena conversaci��n se va a la coladera justo en ese momento. La simpat��a se corrompe cuando el que tiene dinero se muestra reacio a ser generoso. Y, sin embargo, qu�� ingenuidad pensar que puede ser de otra manera.

Los argumentos que usan los taca��os para escatimar su dinero suelen ser pat��ticos y desmesurados. No me imagino a qu�� clase de felicidad se hallan condenados si su ro��er��a les impide caminar en el mundo con ligereza. El malestar que me provoca su presencia crece con los d��as y en mi personal bit��cora de valores la taca��er��a se halla en el mismo nivel que la deslealtad. A��n as�� me gustar��a hacer una excepci��n con la gente pobre. No s�� si existan taca��os pobres, pero en caso de que as�� sea est��n perdonados de antemano. Tienen derecho a defender con los dientes lo poco que tienen y cicatear para ellos es m��s bien un acto de desesperaci��n.

Los codos son tan viles que pueden compartir una mesa con personas pobres y comer y beber op��paramente sin ning��n remordimiento, cada moneda invertida en su satisfacci��n les provoca un dolor placentero, una felicidad incompleta y ��spera. El taca��o visita poco el excusado e incluso esos momentos de liberaci��n le causan un inmenso desasosiego. Su est��mago es una caja fuerte y sus intestinos son estrechos y congestionados. Es un sistema cerrado perfecto: todo va hacia s�� mismo. El taca��o del alma transmite un sentimiento de miseria que incluso poco tiene que ver con lo econ��mico, es m��s una sensaci��n de desaliento y asco al mismo tiempo. La vida para estos seres no es derrochar, sino acumular: pelea m��s que perdida cuando llega la muerte.

Que una persona pueda meter en su cuenta de banco miles de millones de pesos de manera legal no es digno de admiraci��n, sino s��lo una muestra de que las leyes est��n mal hechas. Lo que ser��a motivo de admiraci��n es que devolvieran ese dinero, pero el millonario es taca��o por constituci��n y sus acciones filantr��picas no son m��s que cortinas de humo para disimular su inmenso bot��n. En su particular sistema decimal la generosidad, la mesura y el saber vivir en com��n est��n desterrados. Es ��ste un caso especial de taca��er��a por omisi��n. Que admiremos a una persona porque aparece en una lista de millonarios importantes es un s��mbolo de primitivismo y en lo personal me causa desconsuelo y un enorme desaliento.

El caso rid��culo est�� representado por el taca��o que se convence a s�� mismo de que no lo es. Se ha acostumbrado a su parquedad y posee extra��as concepciones de justicia. Est�� en guerra contra los otros porque ve en ellos enemigos potenciales, ladrones, vividores, ratas que roer��n su est��mago (su b��veda bancaria) y lo dejar��n desnudo. Es curioso que se use el t��rmino disparar como sin��nimo de invitar. Cuando el taca��o dispara, en realidad quiere asesinar a su invitado. Uno de los escritores m��s derrochadores y generosos que han existido nunca, Joseph Roth, bromeaba cuando la gente le preguntaba por qu�� raz��n se hab��a convertido al catolicismo siendo un viejo. Dec��a que su decisi��n era parte de una estrategia: prefer��a que con su muerte fueran los cat��licos y no los jud��os quienes perdieran a un adepto. Y as�� fue.
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Published on August 31, 2009 02:59

Tacaños

Si el dinero marcha hacia el norte yo camino hacia el sur y si va hacia oriente me toma caminando en sentido contrario. Nada más no coincidimos. La cuestión es que mi sentido económico es tan torpe como el avestruz que quiere levantar el vuelo. La verdad es que no le encuentro gracia a acumular bienes y siempre que puedo reparto todo lo que me cae en las manos. Es un defecto personal y espero que mis amigos se enemisten conmigo antes de morirme porque en caso contrario les tocará pagar mi ataúd. En fin, quienes no poseen nada se pueden dar el lujo de ser generosos.
Esto de vivir con lo más mínimo es una obsesión que me acosa desde siempre. Como no tengo talento para ganar más de la cuenta entonces me invento una filosofía de acuerdo con mi condición. La tacañería es uno de los defectos más odiosos de las personas porque tarde o temprano termina contaminando todos sus actos. Los gestos de estreñimiento que los tacaños hacen a la hora de pagar la cuenta muestran que se les ha podrido el alma. Todo el placer que provoca una buena conversación se va a la coladera justo en ese momento. La simpatía se corrompe cuando el que tiene dinero se muestra reacio a ser generoso. Y, sin embargo, qué ingenuidad pensar que puede ser de otra manera.

Los argumentos que usan los tacaños para escatimar su dinero suelen ser patéticos y desmesurados. No me imagino a qué clase de felicidad se hallan condenados si su roñería les impide caminar en el mundo con ligereza. El malestar que me provoca su presencia crece con los días y en mi personal bitácora de valores la tacañería se halla en el mismo nivel que la deslealtad. Aún así me gustaría hacer una excepción con la gente pobre. No sé si existan tacaños pobres, pero en caso de que así sea están perdonados de antemano. Tienen derecho a defender con los dientes lo poco que tienen y cicatear para ellos es más bien un acto de desesperación.

Los codos son tan viles que pueden compartir una mesa con personas pobres y comer y beber opíparamente sin ningún remordimiento, cada moneda invertida en su satisfacción les provoca un dolor placentero, una felicidad incompleta y áspera. El tacaño visita poco el excusado e incluso esos momentos de liberación le causan un inmenso desasosiego. Su estómago es una caja fuerte y sus intestinos son estrechos y congestionados. Es un sistema cerrado perfecto: todo va hacia sí mismo. El tacaño del alma transmite un sentimiento de miseria que incluso poco tiene que ver con lo económico, es más una sensación de desaliento y asco al mismo tiempo. La vida para estos seres no es derrochar, sino acumular: pelea más que perdida cuando llega la muerte.

Que una persona pueda meter en su cuenta de banco miles de millones de pesos de manera legal no es digno de admiración, sino sólo una muestra de que las leyes están mal hechas. Lo que sería motivo de admiración es que devolvieran ese dinero, pero el millonario es tacaño por constitución y sus acciones filantrópicas no son más que cortinas de humo para disimular su inmenso botín. En su particular sistema decimal la generosidad, la mesura y el saber vivir en común están desterrados. Es éste un caso especial de tacañería por omisión. Que admiremos a una persona porque aparece en una lista de millonarios importantes es un símbolo de primitivismo y en lo personal me causa desconsuelo y un enorme desaliento.

El caso ridículo está representado por el tacaño que se convence a sí mismo de que no lo es. Se ha acostumbrado a su parquedad y posee extrañas concepciones de justicia. Está en guerra contra los otros porque ve en ellos enemigos potenciales, ladrones, vividores, ratas que roerán su estómago (su bóveda bancaria) y lo dejarán desnudo. Es curioso que se use el término disparar como sinónimo de invitar. Cuando el tacaño dispara, en realidad quiere asesinar a su invitado. Uno de los escritores más derrochadores y generosos que han existido nunca, Joseph Roth, bromeaba cuando la gente le preguntaba por qué razón se había convertido al catolicismo siendo un viejo. Decía que su decisión era parte de una estrategia: prefería que con su muerte fueran los católicos y no los judíos quienes perdieran a un adepto. Y así fue.
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Published on August 31, 2009 02:59

August 24, 2009

Flores negras

Mi dilema es un viejo dilema y no me pertenece del todo: me siento a escribir esta nota con la conciencia de que pierdo mi tiempo de un modo descarado. No le encuentro sentido a escribir en un diario acerca de literatura o arte cuando en el ambiente común se respira un aire de odio y desesperanza. Las miserias comunes, esas que según Rousseau unen a las personas y permiten estrechar los lazos humanos, aumentan en el presente hasta un punto en el que casi anulan las posibilidades de la creación. No recuerdo haber vivido antes una sensación tan intensa de inutilidad. Se me dirá que el mejor momento para que un escritor saque partido de la realidad es justo cuando las desgracias suceden, pero eso no me convence. En todo caso quiero que las desgracias me sucedan a mí, no a los demás.
Qué cómodo sería sentarse, como pintor de alameda, a esperar que el mundo desfile ante mis ojos, pero no es este mi caso. Los otros no nos dejarán en paz mientras sean desgraciados, de ninguna manera tendremos tanta suerte.

Desde hace cuatro décadas escucho decir a los presidentes que debemos apretarnos el cinturón para soportar una nueva crisis (la metáfora del cinturón es esclarecedora y sugerente pues el cinturón podría apretarse en la cintura o en el cuello, según las circunstancias). A estas declaraciones siguen reacciones de protesta, nace un oso panda y se publican libros donde se exponen las causas de la miseria. Varios años más tarde vuelve a representarse la misma comedia, escena por escena y es entonces cuando nos damos cuenta de que el tiempo no transcurre en lo concerniente a la evolución de las cosas comunes. Es curioso que uno se quede calvo, se consuma por una enfermedad o pierda a sus amigos mientras que la corrupción política siempre se mantiene joven.

Un escritor es en la actualidad un ser bastante extraño: escribe, al menos eso está claro, pero no tiene compromisos que le sean impuestos por una sociedad o una época. Él mismo se impone sus tareas y consume su vida intentando cumplirlas. Esto parece ser un asunto rebasado en las sociedades modernas y liberales: el asunto del escritor o el artista comprometido. Estamos hartos de esa querella un tanto ridícula. Y, sin embargo, el desasosiego regresa no en forma de la pregunta “¿Tiene el escritor o el artista un compromiso con su comunidad?”, sino en la forma de un predicamento íntimo que pone en entredicho el valor común de sus obras. En otras palabras: ¿para qué escribir novelas si cada palabra que aparece viene muerta? Y es así porque las obras “nacen” precisamente en un espacio común que está tan muerto que no es capaz de imaginar soluciones a sus problemas de justicia más agobiantes.

Si las décadas se suceden y las crisis económicas y de justicia continúan, es que los fundamentos o cimientos no funcionan. Hasta un niño podría señalar en qué consisten los abusos y las causas de un estado de cosas semejante. La confianza en el otro está destruida de pies a cabeza y mientras ese lazo no sea restablecido, la tribu o la comunidad estará continuamente derrumbándose. Es una tarea utópica: en el caso de México son muchos países dentro de uno que no existe. Los políticos o empresarios voraces no renunciarán a sus prebendas y por lo tanto nunca comenzarán a trabajar realmente. Es también desalentador presenciar tantas muertes inútiles que se producen con el supuesto fin de hacer respetar las leyes cuando es notorio que las normas a respetar son idiotas o ideales en el peor sentido del término. Los vicios cruzan las paredes a su antojo: ¿que nadie ha enseñado a los gobernantes esta sencilla regla de vida?

El desánimo crece en ambas direcciones: hacia lo exterior en forma de fracaso social y hacia lo interior en conciencia de arte muerto. Justo así nació la tradición romántica en las artes: la decepción que provocó en tantas personas el presenciar que tras las revoluciones o el anuncio de una nueva época la miseria política continuaba. ¿pero a quién puede importarle una definición en este momento? A nadie. Si tantas obras dedicadas a la realización de la buena convivencia humana han servido para tan poco (desde Séneca hasta Habermas, desde Rousseau hasta Rawls, desde Iván Illich hasta Octavio Paz), ¿qué pueden hacer unas pataletas escritas en un diario de un país que no es país?
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Published on August 24, 2009 03:07

August 17, 2009

��Sentido com��n?

Hace d��cadas, cuando estudiaba ingenier��a, me dio clases un profesor mal encarado y de aspecto temible. Ten��a tan mala fama que la ��nica persona que decidi�� inscribirse a su curso de dise��o estructural fui yo, nada menos. Lo hice porque la escuela me aburr��a hasta el tu��tano y de ning��n modo me perder��a la oportunidad de conocer a un ser interesante (sucede tan pocas veces en la vida). No transcurrieron demasiadas clases antes de que me percatara por qu�� los alumnos hu��an de este profesor como si transmitiera la peste: era un hombre a quien le interesaba pensar. Para ��l no pasaba inadvertido su descr��dito entre los alumnos, aunque parec��a no prestarles demasiada importancia. Se mofaba de ellos a la menor oportunidad y afirmaba que en el transcurso de la carrera estos alumnos perder��an el sentido com��n. Es probable que, como Schopenhauer, mi profesor considerara simios a los alumnos que se resist��an a sus clases, pero no creo que su opini��n haya sido exagerada pues la experiencia nos dice que un buen n��mero de personas involucionan entre m��s estudios o dinero acumulan.
Renuncio a se��alar en qu�� consiste tener sentido com��n o si es posible siquiera hablar de su existencia (quien est�� interesado puede volver a Castiglione o a Juan Bautista Vico). El sentido com��n languidece cuando conocemos a seres humanos tan distintos entre s�� que incluso las marcadas diferencias entre un rinoceronte y una oruga se antojan salvables. No s�� c��mo definir un concepto tan importante, pero s�� dir�� que en la medida de lo posible hago todo lo que est�� en mis manos para vivir tranquilo. Cuando observo en las avenidas de la ciudad rodar a esas imponentes camionetas blindadas no puedo dejar de pensar que dentro viaja un insecto que ha picado a m��s de uno. Espero no ofender a nadie, m��s de lo que ofenden a simple vista estos veh��culos atroces que se ostentan como emblema de poder y debilidad a un mismo tiempo. ��Lo hacen para defenderse de los criminales? Esta es una de las respuestas m��s tontas e inconsistentes que he escuchado en mi vida. No s��lo porque agazapados dentro de sus tanquetas (rodeados de escoltas que en potencia son secuestradores) los hombres acaudalados despiertan una atenci��n desmesurada, sino porque si en realidad desearan vivir tranquilos renunciar��an a sumar una densa hilera de ceros a sus cuentas bancarias. Del mismo modo que los alumnos de ingenier��a a quienes fustigaba mi profesor, los ���seres pudientes��� arrojan el sentido com��n a la letrina apenas comienzan a ganar m��s dinero del que se necesita para dormir en paz. La sabidur��a pr��ctica o la prudencia no acompa��an a estas rid��culas manifestaciones de poder. Y un d��a, cuando menos se lo esperen.
No quisiera meterme en terrenos de econom��a o comentar las par��bolas que los hombres de negocios usan para justificarse (la somnolencia acabar��a conmigo), ni comentar sobre los l��mites que deber��a imponerse el individuo que se considere a s�� mismo libre. A��n as�� no puedo dejar de se��alar la presencia, en la comunidad mexicana, de un sentido com��n cada vez m��s atrofiado. Es una paradoja que sean los grandes empresarios quienes encabecen movimientos sociales para reclamar protecci��n a sus fortunas. Me imagino a una comadreja exhortando a las gallinas en una asamblea para oponerse a la depredaci��n. ��En qu�� momento la prudencia se esfum�� de la vida en com��n? ��Se fue una madrugada cuando todos dorm��amos? S�� que mis vecinos me detestan a causa de mi antipat��a, mi mal humor, mi arrogancia y mis pocos deseos de convivir con ellos, pero no van a intentar envenenarme y se han resignado a verme transitar por los pasillos. Si adem��s de todos mis visibles defectos me convirtiera en millonario de la noche a la ma��ana lo mejor ser��a tapiar la puerta de mi casa y armarme en espera de una agresi��n, pues dudo mucho que los vecinos soportaran semejante afrenta. Si al menos fuera guapo.
Concluyo: el problema de ser el ��nico alumno en mi antiguo curso de dise��o estructural es que cuando me ausentaba de clases, mi profesor se quedaba sin hablar con nadie. Se paseaba por el pasillo del edificio principal en la Facultad de Ingenier��a mirando de reojo las aulas repletas donde otros profesores impart��an c��tedra. Se le notaba un hombre liberado.
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Published on August 17, 2009 03:07

¿Sentido común?

Hace décadas, cuando estudiaba ingeniería, me dio clases un profesor mal encarado y de aspecto temible. Tenía tan mala fama que la única persona que decidió inscribirse a su curso de diseño estructural fui yo, nada menos. Lo hice porque la escuela me aburría hasta el tuétano y de ningún modo me perdería la oportunidad de conocer a un ser interesante (sucede tan pocas veces en la vida). No transcurrieron demasiadas clases antes de que me percatara por qué los alumnos huían de este profesor como si transmitiera la peste: era un hombre a quien le interesaba pensar. Para él no pasaba inadvertido su descrédito entre los alumnos, aunque parecía no prestarles demasiada importancia. Se mofaba de ellos a la menor oportunidad y afirmaba que en el transcurso de la carrera estos alumnos perderían el sentido común. Es probable que, como Schopenhauer, mi profesor considerara simios a los alumnos que se resistían a sus clases, pero no creo que su opinión haya sido exagerada pues la experiencia nos dice que un buen número de personas involucionan entre más estudios o dinero acumulan.
Renuncio a señalar en qué consiste tener sentido común o si es posible siquiera hablar de su existencia (quien esté interesado puede volver a Castiglione o a Juan Bautista Vico). El sentido común languidece cuando conocemos a seres humanos tan distintos entre sí que incluso las marcadas diferencias entre un rinoceronte y una oruga se antojan salvables. No sé cómo definir un concepto tan importante, pero sí diré que en la medida de lo posible hago todo lo que está en mis manos para vivir tranquilo. Cuando observo en las avenidas de la ciudad rodar a esas imponentes camionetas blindadas no puedo dejar de pensar que dentro viaja un insecto que ha picado a más de uno. Espero no ofender a nadie, más de lo que ofenden a simple vista estos vehículos atroces que se ostentan como emblema de poder y debilidad a un mismo tiempo. ¿Lo hacen para defenderse de los criminales? Esta es una de las respuestas más tontas e inconsistentes que he escuchado en mi vida. No sólo porque agazapados dentro de sus tanquetas (rodeados de escoltas que en potencia son secuestradores) los hombres acaudalados despiertan una atención desmesurada, sino porque si en realidad desearan vivir tranquilos renunciarían a sumar una densa hilera de ceros a sus cuentas bancarias. Del mismo modo que los alumnos de ingeniería a quienes fustigaba mi profesor, los “seres pudientes” arrojan el sentido común a la letrina apenas comienzan a ganar más dinero del que se necesita para dormir en paz. La sabiduría práctica o la prudencia no acompañan a estas ridículas manifestaciones de poder. Y un día, cuando menos se lo esperen.
No quisiera meterme en terrenos de economía o comentar las parábolas que los hombres de negocios usan para justificarse (la somnolencia acabaría conmigo), ni comentar sobre los límites que debería imponerse el individuo que se considere a sí mismo libre. Aún así no puedo dejar de señalar la presencia, en la comunidad mexicana, de un sentido común cada vez más atrofiado. Es una paradoja que sean los grandes empresarios quienes encabecen movimientos sociales para reclamar protección a sus fortunas. Me imagino a una comadreja exhortando a las gallinas en una asamblea para oponerse a la depredación. ¿En qué momento la prudencia se esfumó de la vida en común? ¿Se fue una madrugada cuando todos dormíamos? Sé que mis vecinos me detestan a causa de mi antipatía, mi mal humor, mi arrogancia y mis pocos deseos de convivir con ellos, pero no van a intentar envenenarme y se han resignado a verme transitar por los pasillos. Si además de todos mis visibles defectos me convirtiera en millonario de la noche a la mañana lo mejor sería tapiar la puerta de mi casa y armarme en espera de una agresión, pues dudo mucho que los vecinos soportaran semejante afrenta. Si al menos fuera guapo.
Concluyo: el problema de ser el único alumno en mi antiguo curso de diseño estructural es que cuando me ausentaba de clases, mi profesor se quedaba sin hablar con nadie. Se paseaba por el pasillo del edificio principal en la Facultad de Ingeniería mirando de reojo las aulas repletas donde otros profesores impartían cátedra. Se le notaba un hombre liberado.
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Published on August 17, 2009 03:07

August 10, 2009

��Pol��micas?

��Qu�� caso tiene vencer en una discusi��n? Ninguno, acaso aumentarle un poco de peso a la vanidad. Porque si la ��nica meta de la discusi��n es poner de rodillas a nuestro oponente entonces la conducta m��s sabia es retirarse de la mesa.
Sobra decir que despu��s de una buena conversaci��n uno se fortalece pues ha tenido oportunidad de asomarse a la vida moral de otra persona. Esto casi nunca sucede porque los o��dos sordos son moneda com��n en estos d��as en que la "pol��mica" suele ser tan bien considerada. Una de las causas de esta sordera epid��mica es el idealismo: un hombre quiere defender a toda costa sus principios aunque para eso tenga que valerse de cr��menes o mentiras (cada vez que un hombre defiende sus ideales hasta las ��ltimas consecuencias alguien sale lastimado). No me opongo a que para vivir con cierto orden o realizar sus proyectos las personas acumulen principios, pero de eso a poner cemento en sus o��dos existe todo un abismo.

No quiero hacerme el importante, pero creo poder reconocer a quienes en una discusi��n lo ��nico que persiguen es recolectar adeptos o imponer sus opiniones. Y no les importa lo sutil o ingenioso de tus argumentos, a sus ojos s��lo eres un aspirante a ser convertido, a formar parte de su ej��rcito. Incluso creo ser capaz de reconocerlos cuando se disfrazan de seres tolerantes y comprensivos (son los peores). En opini��n de algunos fil��sofos nuestros juicios ��ticos se reducen a lo siguiente: primero tenemos intuiciones y despu��s intentamos imponerlas a quienes no poseen esas mismas intuiciones. Estoy seguro de que al leer este art��culo m��s de uno ha pensado en esos religiosos que, libro divino en mano, van los domingos por la ma��ana tocando puertas para sepultar bajo el peso de sus teor��as a los inocentes. Es verdad, aunque no se debe perder el sentido del humor en este caso. Recuerdo a una t��a m��a que se hallaba tan sola como un ornitorrinco y sol��a prepararse a conciencia cada domingo para recibir la visita de los evangelistas. Apenas abr��a la puerta los invitaba a pasar a su sala, les ofrec��a limonada o galletas y en seguida comenzaba a discutir con ellos y a contradecirlos. Como despu��s de varias horas ninguna de las posiciones ced��a, los predicadores se marchaban exhaustos, pero orgullosos de haber intentado conducir a esa pobre vieja por el camino del bien. ��Qu�� manera de prodigarse compa����a! Fue una tragedia que despu��s de un a��o los predicadores perdieran la paciencia y corrieran el rumor entre sus camaradas de que en esa casa no se hac��a otra cosa que perder el tiempo. La t��a volvi�� a quedarse sola.

La gracia que me causan los predicadores no es de ninguna manera una falta de respeto hacia ellos. En cambio, los pol��ticos y servidores p��blicos que fingen escuchar a las personas ��nicamente con el prop��sito de ganarse su confianza y esquilmarlos me parecen repugnantes. ��Alguien conoce a uno? En tierra de sordos es comprensible que pasen montones de a��os y las pol��micas que deber��an propiciar bienestar y acuerdos causen justamente lo contrario. En fin, no a��adir�� m��s palabras a la desgracia y me concentrar�� por ahora en los celos. Los celos son cruciales para entender estos asuntos de la sordera. La conciencia de ser enga��ado no acepta l��gica ni argumentos. El celoso escucha s��lo lo que quiere escuchar y el desasosiego que le causa la traici��n imaginaria no le permite actuar con propiedad. Las palabras del traidor suenan siempre sospechosas. Yo he tenido miles de discusiones acerca de estas cuestiones (imaginen lo que deseen) y s�� que los o��dos del celoso est��n hechos de piedra.

Si en una discusi��n se concibe al otro como un contrincante al que debe vencerse, ��a qu�� horas van a resolverse los problemas comunes? Un polemista que sabe escuchar, dice Richard Rorty, espera que el otro posea mejores ideas que las suyas. No es sencillo: ��c��mo voy a reconocer que una opini��n es m��s acertada que la m��a? (en mi caso no hay problema porque cuando me pongo pesimista creo que el otro siempre tiene raz��n, y me olvido). No existen verdades absolutas, sino acuerdos que se vuelven verdades. Carajo, ahora el que predica soy yo y eso que apenas es lunes.
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Published on August 10, 2009 03:06

¿Polémicas?

¿Qué caso tiene vencer en una discusión? Ninguno, acaso aumentarle un poco de peso a la vanidad. Porque si la única meta de la discusión es poner de rodillas a nuestro oponente entonces la conducta más sabia es retirarse de la mesa.
Sobra decir que después de una buena conversación uno se fortalece pues ha tenido oportunidad de asomarse a la vida moral de otra persona. Esto casi nunca sucede porque los oídos sordos son moneda común en estos días en que la "polémica" suele ser tan bien considerada. Una de las causas de esta sordera epidémica es el idealismo: un hombre quiere defender a toda costa sus principios aunque para eso tenga que valerse de crímenes o mentiras (cada vez que un hombre defiende sus ideales hasta las últimas consecuencias alguien sale lastimado). No me opongo a que para vivir con cierto orden o realizar sus proyectos las personas acumulen principios, pero de eso a poner cemento en sus oídos existe todo un abismo.

No quiero hacerme el importante, pero creo poder reconocer a quienes en una discusión lo único que persiguen es recolectar adeptos o imponer sus opiniones. Y no les importa lo sutil o ingenioso de tus argumentos, a sus ojos sólo eres un aspirante a ser convertido, a formar parte de su ejército. Incluso creo ser capaz de reconocerlos cuando se disfrazan de seres tolerantes y comprensivos (son los peores). En opinión de algunos filósofos nuestros juicios éticos se reducen a lo siguiente: primero tenemos intuiciones y después intentamos imponerlas a quienes no poseen esas mismas intuiciones. Estoy seguro de que al leer este artículo más de uno ha pensado en esos religiosos que, libro divino en mano, van los domingos por la mañana tocando puertas para sepultar bajo el peso de sus teorías a los inocentes. Es verdad, aunque no se debe perder el sentido del humor en este caso. Recuerdo a una tía mía que se hallaba tan sola como un ornitorrinco y solía prepararse a conciencia cada domingo para recibir la visita de los evangelistas. Apenas abría la puerta los invitaba a pasar a su sala, les ofrecía limonada o galletas y en seguida comenzaba a discutir con ellos y a contradecirlos. Como después de varias horas ninguna de las posiciones cedía, los predicadores se marchaban exhaustos, pero orgullosos de haber intentado conducir a esa pobre vieja por el camino del bien. ¡Qué manera de prodigarse compañía! Fue una tragedia que después de un año los predicadores perdieran la paciencia y corrieran el rumor entre sus camaradas de que en esa casa no se hacía otra cosa que perder el tiempo. La tía volvió a quedarse sola.

La gracia que me causan los predicadores no es de ninguna manera una falta de respeto hacia ellos. En cambio, los políticos y servidores públicos que fingen escuchar a las personas únicamente con el propósito de ganarse su confianza y esquilmarlos me parecen repugnantes. ¿Alguien conoce a uno? En tierra de sordos es comprensible que pasen montones de años y las polémicas que deberían propiciar bienestar y acuerdos causen justamente lo contrario. En fin, no añadiré más palabras a la desgracia y me concentraré por ahora en los celos. Los celos son cruciales para entender estos asuntos de la sordera. La conciencia de ser engañado no acepta lógica ni argumentos. El celoso escucha sólo lo que quiere escuchar y el desasosiego que le causa la traición imaginaria no le permite actuar con propiedad. Las palabras del traidor suenan siempre sospechosas. Yo he tenido miles de discusiones acerca de estas cuestiones (imaginen lo que deseen) y sé que los oídos del celoso están hechos de piedra.

Si en una discusión se concibe al otro como un contrincante al que debe vencerse, ¿a qué horas van a resolverse los problemas comunes? Un polemista que sabe escuchar, dice Richard Rorty, espera que el otro posea mejores ideas que las suyas. No es sencillo: ¿cómo voy a reconocer que una opinión es más acertada que la mía? (en mi caso no hay problema porque cuando me pongo pesimista creo que el otro siempre tiene razón, y me olvido). No existen verdades absolutas, sino acuerdos que se vuelven verdades. Carajo, ahora el que predica soy yo y eso que apenas es lunes.
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Published on August 10, 2009 03:06

August 3, 2009

La mala educaci��n

Cuando las ideas que deseo expresar me parecen sencillas, m��s trabajo me cuesta ponerlas en palabras. Un ling��ista me dir��: ���lo que sucede es que no tienes ideas���. Un escritor me acusar��: ���lo que pasa es que no tienes palabras���. Ambos tendr��n raz��n a su modo, pero yo permanecer�� en la frontera de ambas opiniones y continuar�� insistiendo. Se pelea duro en estas cuestiones de hacerse comprender, sobre todo cuando se ha tenido tan mala educaci��n como la m��a (no asist�� a escuelas importantes y mis grados acad��micos brillan por su ausencia). Me consuelo pensando que si el hombre com��n necesitara un doctorado para reconocer una injusticia, entonces la sociedad se har��a imposible: no podr��amos distinguir entre una tragedia y una comedia.
Mis hermanos tienen ahora el mismo problema que acos�� a mis padres cuando ��ramos ni��os: sus bolsillos no dan lo suficiente para que sus hijos puedan asistir a una escuela de renombre. Sin embargo, su preocupaci��n es hasta cierto punto secundaria porque la educaci��n no pasa necesariamente por la escuela y en la vida cotidiana uno prefiere a un vecino honrado que a un ladr��n con estudios. En ausencia de dinero no tengo m��s remedio que dar consejos (una p��sima costumbre) y persuadir a mis hermanos de que para educar bien a un ni��o es suficiente con prepararlo para que, desde ahora, no aumente m��s da��os a su comunidad. Y si se desea llevar a cabo una tarea tan extenuante (mucha m��s compleja que obtener 20 licenciaturas) no est�� de m��s seguir unos modestos principios.

Nunca olvidar�� que antes de entrar a la escuela primaria (en ese tiempo el k��nder era una frivolidad y desde mi opini��n lo contin��a siendo) yo sab��a leer y escribir porque mi madre se tomaba un par de horas diarias para ponerme a picar piedra frente un cuaderno. Quien me dio la vida me puso tambi��n en el camino de la escritura, es decir me dio armas para intentar comprender el mundo que me rodeaba. Es probable que esa primera ense��anza me llevara en el futuro a convertirme en un autodidacta y a descubrir el hilo negro cientos de veces. No importa, al menos constru�� sentido desde mi experiencia y me gobern�� por mis propias reglas. El recuerdo de esa mujer, mi madre, (quien apenas si curs�� unos a��os de escuela) tratando de iniciarme en los misterios del abecedario contin��a siendo el fundamento de mis opiniones acerca de la educaci��n.

Richard Rorty, un fil��sofo de quien desconf��a tanto la derecha como la izquierda (s��ntoma de salud), dice que la capacidad que tenemos de sentir compasi��n por el sufrimiento de los dem��s se encuentra por encima de la raz��n o el sentimiento religioso. Si uno le ense��a a sus hijos (sigo con el relamido y empalagoso consejo a mis hermanos) a tener obligaciones frente a otras personas, a respetarlas, a no hacerlas sufrir y a respaldarlas cuando busquen deshacerse de los tiranos, entonces se puede estar seguro de que se ha caminado mucho m��s lejos que cuando se gastan fortunas para procurarles una educaci��n ���privilegiada���. Leer libros de buenos escritores, usar racionalmente la tecnolog��a, hacerse de una conciencia ecol��gica, alejarse de la televisi��n abierta cuya programaci��n es un insulto a la buena convivencia, intentar pensar por uno mismo, comprender que no existen verdades definitivas e intentar ser generoso con los m��s d��biles, son los cimientos de una educaci��n real para la que no se requiere m��s inversi��n que sensibilidad e intuici��n civil. Y para ayudarme un poco en esta perorata (el autodidacta nunca est�� seguro de lo que dice) citar�� las palabras de un santo pol��glota que tiene muchos adeptos, George Steiner: ���Ser culto requiere mucho m��s que erudici��n y elocuencia. M��s que ninguna otra cosa significa cortes��a y respeto. La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir���. He aqu�� unos sencillos preceptos que podr��an servir de gu��a para quienes no pueden pagar a sus hijos una ���buena��� educaci��n y que tienen la desgracia de vivir en un pa��s donde la ense��anza escolar p��blica de nivel b��sico se halla tan deteriorada. ��Qu�� otro camino?
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Published on August 03, 2009 03:06

La mala educación

Cuando las ideas que deseo expresar me parecen sencillas, más trabajo me cuesta ponerlas en palabras. Un lingüista me dirá: “lo que sucede es que no tienes ideas”. Un escritor me acusará: “lo que pasa es que no tienes palabras”. Ambos tendrán razón a su modo, pero yo permaneceré en la frontera de ambas opiniones y continuaré insistiendo. Se pelea duro en estas cuestiones de hacerse comprender, sobre todo cuando se ha tenido tan mala educación como la mía (no asistí a escuelas importantes y mis grados académicos brillan por su ausencia). Me consuelo pensando que si el hombre común necesitara un doctorado para reconocer una injusticia, entonces la sociedad se haría imposible: no podríamos distinguir entre una tragedia y una comedia.
Mis hermanos tienen ahora el mismo problema que acosó a mis padres cuando éramos niños: sus bolsillos no dan lo suficiente para que sus hijos puedan asistir a una escuela de renombre. Sin embargo, su preocupación es hasta cierto punto secundaria porque la educación no pasa necesariamente por la escuela y en la vida cotidiana uno prefiere a un vecino honrado que a un ladrón con estudios. En ausencia de dinero no tengo más remedio que dar consejos (una pésima costumbre) y persuadir a mis hermanos de que para educar bien a un niño es suficiente con prepararlo para que, desde ahora, no aumente más daños a su comunidad. Y si se desea llevar a cabo una tarea tan extenuante (mucha más compleja que obtener 20 licenciaturas) no está de más seguir unos modestos principios.

Nunca olvidaré que antes de entrar a la escuela primaria (en ese tiempo el kínder era una frivolidad y desde mi opinión lo continúa siendo) yo sabía leer y escribir porque mi madre se tomaba un par de horas diarias para ponerme a picar piedra frente un cuaderno. Quien me dio la vida me puso también en el camino de la escritura, es decir me dio armas para intentar comprender el mundo que me rodeaba. Es probable que esa primera enseñanza me llevara en el futuro a convertirme en un autodidacta y a descubrir el hilo negro cientos de veces. No importa, al menos construí sentido desde mi experiencia y me goberné por mis propias reglas. El recuerdo de esa mujer, mi madre, (quien apenas si cursó unos años de escuela) tratando de iniciarme en los misterios del abecedario continúa siendo el fundamento de mis opiniones acerca de la educación.

Richard Rorty, un filósofo de quien desconfía tanto la derecha como la izquierda (síntoma de salud), dice que la capacidad que tenemos de sentir compasión por el sufrimiento de los demás se encuentra por encima de la razón o el sentimiento religioso. Si uno le enseña a sus hijos (sigo con el relamido y empalagoso consejo a mis hermanos) a tener obligaciones frente a otras personas, a respetarlas, a no hacerlas sufrir y a respaldarlas cuando busquen deshacerse de los tiranos, entonces se puede estar seguro de que se ha caminado mucho más lejos que cuando se gastan fortunas para procurarles una educación “privilegiada”. Leer libros de buenos escritores, usar racionalmente la tecnología, hacerse de una conciencia ecológica, alejarse de la televisión abierta cuya programación es un insulto a la buena convivencia, intentar pensar por uno mismo, comprender que no existen verdades definitivas e intentar ser generoso con los más débiles, son los cimientos de una educación real para la que no se requiere más inversión que sensibilidad e intuición civil. Y para ayudarme un poco en esta perorata (el autodidacta nunca está seguro de lo que dice) citaré las palabras de un santo políglota que tiene muchos adeptos, George Steiner: “Ser culto requiere mucho más que erudición y elocuencia. Más que ninguna otra cosa significa cortesía y respeto. La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir”. He aquí unos sencillos preceptos que podrían servir de guía para quienes no pueden pagar a sus hijos una “buena” educación y que tienen la desgracia de vivir en un país donde la enseñanza escolar pública de nivel básico se halla tan deteriorada. ¿Qué otro camino?
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Published on August 03, 2009 03:06

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Guillermo Fadanelli
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