Sabela Eiriz's Blog
March 30, 2020
desde casa
(semanas 1 y 2)
Llevaba tiempo buscando la palabra más específica para la sensación que tenía dentro y hace unos días, después de cenar, mientras leía la aleatoriedad de los mensajes que la gente comparte en las redes sociales (noticias desesperanzadoras, bromas para sobrellevar el confinamiento, mensajes cotidianos como si nada hubiese cambiado), detecté en mí el sentimiento de desarraigo, no respecto a un lugar sino a un tiempo, a un momento de mi vida en el que las cosas seguían un orden medianamente continuo, con pequeños sobresaltos y rutinas que, tal y como me había propuesto, no pretendían nunca proyectar planes de futuro más allá de unos meses vista.
En estos días de silencio en los que todo ha cambiado excesivamente y en los que aún no he aprendido a manejar ni a digerir, de vez en cuando me ocupo pensando en cómo volver, porque ni yo soy la misma ni lo son los demás –mientras intentamos aferrarnos a lo que hemos sido hasta este momento—. Cómo soy sin ser yo, sin ser entera, cargando con emociones comunes sobre esta irrealidad y con emociones absolutamente privadas y arrolladoras que no consigo procesar en medio de la anormalidad.
Me resulta imposible no acordarme de la época en la que no era capaz de salir de casa. Poner un pie en la calle suponía horas de preparación. Salía a veces, cuando no me quedaba más remedio. Otras, dejaba entrar a personas, cuando no me quedaba más remedio. También a veces, quería salir y quería dejar entrar, pero eso suponía un esfuerzo mayor para el desgaste que sentía: me pesaban la culpa y la vergüenza, la decepción, el lastre. Así que lo más sencillo, para no explicar y para no sentir, era alejarme lentamente de todo. Las paredes de mi habitación se convertían en el caparazón invisible de mi tristeza. Desde el útero de mi cama observaba como iba cambiando la luz del día, adivinaba la vida de la calle por los sonidos que llegaban a través de las rendijas de las ventanas y construía una baraja de excusas y razones para alejarme de la vida real y descansar.
Hoy todo aquello está muy lejos y muy cerca. Siempre he temido volver temer de esa forma, volver a cansarme de esa forma. Hoy es extraño porque quiero salir y no debo, y también siento miedo de no ser capaz de hacerlo cuando pueda (pero todo llegará). Hoy es extraño porque necesito excusarme para respirar y descansar y no hay nadie fuera a quien darle mis razones para hacerlo. Necesito silencio y hoy la vida está aquí, en este teléfono, en este cuerpo virtual a través del que intentamos darnos la mano y abrazarnos y del que siento que me alejo con gran facilidad. Aquí todo sigue imparable y yo sólo soy capaz de leer y mirar en silencio.
Pienso en si debería hacer algo. Veo a todo tipo de personas poniendo en práctica las herramientas de mi profesión y veo mi profesión atravesada por una realidad que paraliza su proceso. Observo mi estudio, inerte e ignorante, absolutamente impotente e inservible. Todo lo que pienso me lleva a ti y todo lo que hago se impregna del exterior. Cualquier tentativa me resulta obscena. Cualquier tentativa me resulta sólo tentativa.
Busco un código deontológico en mi estómago reventado de noticias. ¿Qué vamos a hacer? ¿Entretener? ¿Ahondar en esto de manera catártica? Me intimidan el ego y el ansia. Siento que es pronto para hacer poesía. Necesito transitar. Necesito aprender a transitarlo. Sólo puedo hacer lo único que he sabido hacer cuando me pierdo, cuando no lo entiendo, cuando necesito sentirlo, cuando huyo, cuando duele, cuando «al respirar se siente como un vidrio roto», para procesar, para que «el agua envenenada pueda beberse».
Pienso en qué deberíamos estar haciendo, cuál es nuestro papel, nuestra responsabilidad. Si estamos mejor en silencio o hace falta la palabra. Hoy me han cobrado la cuota del mes y pienso en si es buena idea ser voluntaria en espacios de entretenimiento y escucho a Cave y leo a Maillard y a Barthes y escribo y me pregunto y dudo y me duele todo. Me duele no poder abrazar cuando toca abrazar. Pienso en las personas en las que siempre pienso, en personas que no conozco, en personas que están lejos, en personas que no pueden ni pensar en las personas, y pienso en las palomas y en los gatos callejeros y en los relojes y en los calendarios.
El tiempo se ha invertido. Pienso hacia el pasado en lugar de hacia el futuro. Busco un rato cada día para escribir en mi agenda lo que he comido, con quién he hablado o si ha ocurrido algo que me ayude a distinguir este día de entre los demás, y cada mañana, cuando me despierto, me recuerdo la realidad para conseguir salirme del sueño. Repito este ritual varias veces al día de manera inconsciente, como si la parte de mí que arrastra dolor y culpa comenzase su turno en el tedioso trabajo de reinstalar en mi memoria las malas noticias.
Fantaseo con el momento del cierre del capítulo, cuando hablemos en pasado. Fantaseo dolorosamente con el momento en que la rutina se restablezca y poder sentir y procesar lo que no puedo sentir y procesar en un momento como este. Y, mientras lo hago, a veces me inunda ese sentimiento de desarraigo y saqueo por la certeza de que nada va a ser igual.
Llevaba tiempo buscando la palabra más específica para la sensación que tenía dentro y hace unos días, después de cenar, mientras leía la aleatoriedad de los mensajes que la gente comparte en las redes sociales (noticias desesperanzadoras, bromas para sobrellevar el confinamiento, mensajes cotidianos como si nada hubiese cambiado), detecté en mí el sentimiento de desarraigo, no respecto a un lugar sino a un tiempo, a un momento de mi vida en el que las cosas seguían un orden medianamente continuo, con pequeños sobresaltos y rutinas que, tal y como me había propuesto, no pretendían nunca proyectar planes de futuro más allá de unos meses vista.
En estos días de silencio en los que todo ha cambiado excesivamente y en los que aún no he aprendido a manejar ni a digerir, de vez en cuando me ocupo pensando en cómo volver, porque ni yo soy la misma ni lo son los demás –mientras intentamos aferrarnos a lo que hemos sido hasta este momento—. Cómo soy sin ser yo, sin ser entera, cargando con emociones comunes sobre esta irrealidad y con emociones absolutamente privadas y arrolladoras que no consigo procesar en medio de la anormalidad.
Me resulta imposible no acordarme de la época en la que no era capaz de salir de casa. Poner un pie en la calle suponía horas de preparación. Salía a veces, cuando no me quedaba más remedio. Otras, dejaba entrar a personas, cuando no me quedaba más remedio. También a veces, quería salir y quería dejar entrar, pero eso suponía un esfuerzo mayor para el desgaste que sentía: me pesaban la culpa y la vergüenza, la decepción, el lastre. Así que lo más sencillo, para no explicar y para no sentir, era alejarme lentamente de todo. Las paredes de mi habitación se convertían en el caparazón invisible de mi tristeza. Desde el útero de mi cama observaba como iba cambiando la luz del día, adivinaba la vida de la calle por los sonidos que llegaban a través de las rendijas de las ventanas y construía una baraja de excusas y razones para alejarme de la vida real y descansar.
Hoy todo aquello está muy lejos y muy cerca. Siempre he temido volver temer de esa forma, volver a cansarme de esa forma. Hoy es extraño porque quiero salir y no debo, y también siento miedo de no ser capaz de hacerlo cuando pueda (pero todo llegará). Hoy es extraño porque necesito excusarme para respirar y descansar y no hay nadie fuera a quien darle mis razones para hacerlo. Necesito silencio y hoy la vida está aquí, en este teléfono, en este cuerpo virtual a través del que intentamos darnos la mano y abrazarnos y del que siento que me alejo con gran facilidad. Aquí todo sigue imparable y yo sólo soy capaz de leer y mirar en silencio.
Pienso en si debería hacer algo. Veo a todo tipo de personas poniendo en práctica las herramientas de mi profesión y veo mi profesión atravesada por una realidad que paraliza su proceso. Observo mi estudio, inerte e ignorante, absolutamente impotente e inservible. Todo lo que pienso me lleva a ti y todo lo que hago se impregna del exterior. Cualquier tentativa me resulta obscena. Cualquier tentativa me resulta sólo tentativa.
Busco un código deontológico en mi estómago reventado de noticias. ¿Qué vamos a hacer? ¿Entretener? ¿Ahondar en esto de manera catártica? Me intimidan el ego y el ansia. Siento que es pronto para hacer poesía. Necesito transitar. Necesito aprender a transitarlo. Sólo puedo hacer lo único que he sabido hacer cuando me pierdo, cuando no lo entiendo, cuando necesito sentirlo, cuando huyo, cuando duele, cuando «al respirar se siente como un vidrio roto», para procesar, para que «el agua envenenada pueda beberse».
Pienso en qué deberíamos estar haciendo, cuál es nuestro papel, nuestra responsabilidad. Si estamos mejor en silencio o hace falta la palabra. Hoy me han cobrado la cuota del mes y pienso en si es buena idea ser voluntaria en espacios de entretenimiento y escucho a Cave y leo a Maillard y a Barthes y escribo y me pregunto y dudo y me duele todo. Me duele no poder abrazar cuando toca abrazar. Pienso en las personas en las que siempre pienso, en personas que no conozco, en personas que están lejos, en personas que no pueden ni pensar en las personas, y pienso en las palomas y en los gatos callejeros y en los relojes y en los calendarios.
El tiempo se ha invertido. Pienso hacia el pasado en lugar de hacia el futuro. Busco un rato cada día para escribir en mi agenda lo que he comido, con quién he hablado o si ha ocurrido algo que me ayude a distinguir este día de entre los demás, y cada mañana, cuando me despierto, me recuerdo la realidad para conseguir salirme del sueño. Repito este ritual varias veces al día de manera inconsciente, como si la parte de mí que arrastra dolor y culpa comenzase su turno en el tedioso trabajo de reinstalar en mi memoria las malas noticias.
Fantaseo con el momento del cierre del capítulo, cuando hablemos en pasado. Fantaseo dolorosamente con el momento en que la rutina se restablezca y poder sentir y procesar lo que no puedo sentir y procesar en un momento como este. Y, mientras lo hago, a veces me inunda ese sentimiento de desarraigo y saqueo por la certeza de que nada va a ser igual.
Published on March 30, 2020 07:05
August 27, 2018
que et vagi bé
Siempre me he imaginado a Barcelona como una especie de mujer con cabeza de leona y tripas de metal. He escrito sobre ella varias veces como si se tratase de la relación más pasional y abusiva que he tenido… y seguramente haya sido así. La miro y la adoro, y la pienso y la maldigo.
Durante los últimos años vi mi nombre escrito en billetes de avión que me ubicaban en un lado y me exigían en el otro. Mordí sus grietas, vacilé en su orilla. Escogí su bando, gélido y cálido, árido y húmedo, eternamente líquido. Su bochorno eléctrico, su lluvia de barro, su viento salado. Sus golpes, sus abrazos.
Llegué escapando y abrí los ojos. Cambié. Crecí –mi corazón también. Me fui a contarlo y volví enseguida, esta vez sin saber a lo que venía. Comencé a hundirme y a perderme. Disfruté del verano antes de que cayese el invierno más largo. Descubrí el fondo y lo exploré a sabiendas de que volvería a visitarlo. Creé nido, me rodeé de familia y peleé por el sueño más frágil. Me sumergí en sus días, su lengua, sus calles, sus luchas. La vi destrozada y valiente, y dura, y amable. Y cuando más me costaba, llegó mi compañera de combate, catalana de nacimiento y gallega por adopción, peluda, testaruda y con las mismas garras felinas capaces de sacarme a flote.
En Barcelona fumé más, bebí más, lloré más. Dejé de respirar y quise desaparecer. Pero en Barcelona amé como nunca. Y aprendí a amar. Y aprendí. Sobre todo, aprendí. Que todo pasa pero que mientras no pasa, duele, y ese dolor es personal y relativamente transferible. Y que las cosas vienen como quieren y las tomamos como podemos. Y que a veces van bien y otras como la mierda y que no todos los sentimientos ni sensaciones responden a algo. Aprendí a ver, a mirar, a alzar la voz, a respetarme (o, más bien, aprendí que debo respetarme). Aprendí a luchar y a estar triste. Y que todo es un flujo, que nunca nada es siempre. Seguramente el lugar que más vida me ha quitado es el sitio en el que más he vivido.
Escribo esto desde una habitación pálida y con eco. En el pasillo se amontonan cajas de cartón con mis últimos cinco años. No tienen código postal, sólo hay ideas, planes B, C, Z. La ventana está abierta buscando que corra un poco de aire. La ciudad ruge tenuemente, y los semáforos en rojo dejan breves silencios para oír a la gente disfrutando del verano. Mi cabeza se vuelve melodramática y te pienso, Barcelona, como si jamás vaya a verte otra vez. Como si esto fuese un final de verdad y estuvieses cortando conmigo y no me dejases volver a pisarte y atragantarme con tus calles. Como si no fuese a volver jamás a los Verdi, a tomar una caña a la terraza de abajo o a hacer un par de recados por el centro que me quiten toda la mañana. Como si nunca más pueda volver a sentir cómo se va a atenuar el calor en las noches tormentosas de septiembre. Y lo bonita que te pones en otoño, con ese frío postizo y ese sol de refilón que cae sobre los capós de los coches y los balcones del Eixample. Y cómo llega el invierno de un día para otro como un jeringuillazo, y cómo lo compensas con el breve pero intenso sol de febrero. Y la energía que me quita tu primavera y su olor a asfalto mojado y mis tentativas de empezar a alargar las noches contigo, leve y llovida. Y la humedad ardiente de estos meses de sudor y noches largas, cuando hace calor.
Te encontraré en todas partes… y te encontraré a faltar.
Soy una melodramática. Siempre lo he sido y tú me has empeorado.Me has vuelto loca –guiño, guiño.Me has martirizado y bendecido.
No me quiero ir, pero lo estoy haciendo.Y en alguna parte de mí creo que no me quieres echar, pero lo estás haciendo.
Cómo te odio y cómo te quiero, cabrona.
Que et vagi bé.
I fins aviat.
PD. Al sus habitantes, todos los seres vivos con los que comparto vida o trabajos o planes o proyectos: mi centro de operaciones tiene que desplazarse inevitablemente. Mi situación sumada a la situación del alquiler ha desembocado en esto. Se trata de un cambio logístico un poco demoledor, pero seguiré viniendo y estando aquí. Hay un vínculo sentimental inevitable, no sólo con la ciudad sino con todas las personas con las que comparto vida, proyectos, trabajo y cervezas. No será lo mismo, pero no será para tanto. Ho prometo.
Durante los últimos años vi mi nombre escrito en billetes de avión que me ubicaban en un lado y me exigían en el otro. Mordí sus grietas, vacilé en su orilla. Escogí su bando, gélido y cálido, árido y húmedo, eternamente líquido. Su bochorno eléctrico, su lluvia de barro, su viento salado. Sus golpes, sus abrazos.
Llegué escapando y abrí los ojos. Cambié. Crecí –mi corazón también. Me fui a contarlo y volví enseguida, esta vez sin saber a lo que venía. Comencé a hundirme y a perderme. Disfruté del verano antes de que cayese el invierno más largo. Descubrí el fondo y lo exploré a sabiendas de que volvería a visitarlo. Creé nido, me rodeé de familia y peleé por el sueño más frágil. Me sumergí en sus días, su lengua, sus calles, sus luchas. La vi destrozada y valiente, y dura, y amable. Y cuando más me costaba, llegó mi compañera de combate, catalana de nacimiento y gallega por adopción, peluda, testaruda y con las mismas garras felinas capaces de sacarme a flote.
En Barcelona fumé más, bebí más, lloré más. Dejé de respirar y quise desaparecer. Pero en Barcelona amé como nunca. Y aprendí a amar. Y aprendí. Sobre todo, aprendí. Que todo pasa pero que mientras no pasa, duele, y ese dolor es personal y relativamente transferible. Y que las cosas vienen como quieren y las tomamos como podemos. Y que a veces van bien y otras como la mierda y que no todos los sentimientos ni sensaciones responden a algo. Aprendí a ver, a mirar, a alzar la voz, a respetarme (o, más bien, aprendí que debo respetarme). Aprendí a luchar y a estar triste. Y que todo es un flujo, que nunca nada es siempre. Seguramente el lugar que más vida me ha quitado es el sitio en el que más he vivido.
Escribo esto desde una habitación pálida y con eco. En el pasillo se amontonan cajas de cartón con mis últimos cinco años. No tienen código postal, sólo hay ideas, planes B, C, Z. La ventana está abierta buscando que corra un poco de aire. La ciudad ruge tenuemente, y los semáforos en rojo dejan breves silencios para oír a la gente disfrutando del verano. Mi cabeza se vuelve melodramática y te pienso, Barcelona, como si jamás vaya a verte otra vez. Como si esto fuese un final de verdad y estuvieses cortando conmigo y no me dejases volver a pisarte y atragantarme con tus calles. Como si no fuese a volver jamás a los Verdi, a tomar una caña a la terraza de abajo o a hacer un par de recados por el centro que me quiten toda la mañana. Como si nunca más pueda volver a sentir cómo se va a atenuar el calor en las noches tormentosas de septiembre. Y lo bonita que te pones en otoño, con ese frío postizo y ese sol de refilón que cae sobre los capós de los coches y los balcones del Eixample. Y cómo llega el invierno de un día para otro como un jeringuillazo, y cómo lo compensas con el breve pero intenso sol de febrero. Y la energía que me quita tu primavera y su olor a asfalto mojado y mis tentativas de empezar a alargar las noches contigo, leve y llovida. Y la humedad ardiente de estos meses de sudor y noches largas, cuando hace calor.
Te encontraré en todas partes… y te encontraré a faltar.
Soy una melodramática. Siempre lo he sido y tú me has empeorado.Me has vuelto loca –guiño, guiño.Me has martirizado y bendecido.
No me quiero ir, pero lo estoy haciendo.Y en alguna parte de mí creo que no me quieres echar, pero lo estás haciendo.
Cómo te odio y cómo te quiero, cabrona.
Que et vagi bé.
I fins aviat.
PD. Al sus habitantes, todos los seres vivos con los que comparto vida o trabajos o planes o proyectos: mi centro de operaciones tiene que desplazarse inevitablemente. Mi situación sumada a la situación del alquiler ha desembocado en esto. Se trata de un cambio logístico un poco demoledor, pero seguiré viniendo y estando aquí. Hay un vínculo sentimental inevitable, no sólo con la ciudad sino con todas las personas con las que comparto vida, proyectos, trabajo y cervezas. No será lo mismo, pero no será para tanto. Ho prometo.
Published on August 27, 2018 15:00
May 29, 2018
desperté
desperté ahogada. no recuerdo bien qué estaba soñando, pero no estaba siendo agradable. busqué a oscuras la botella de agua pero no la encontraba. estaba nerviosa y necesitaba beber algo. la persona que dormía conmigo se había despertado, pero yo no me había dado cuenta. me dijo que me iba a buscar agua, pero yo insistí en llenar yo la botella mientras me levantaba de la cama, con tanta prisa y agobio que me caí al suelo.
desperté. fue un despertar brusco porque estaba soñando, y además no era nada consciente de que estaba soñando. había sido muy real. la sed también era real, así que busqué la botella de agua, pero no estaba por ninguna parte. me levanté a buscar una a la nevera. al ir por el pasillo, me llamó la atención que muchas ventanas vecinas estaban encendidas. me parecía extraño a esas horas de la noche. entonces empecé a fijarme más y me di cuenta de que no eran lugares conocidos. miré hacia delante y tampoco reconocía la casa. llevaba tanto caminando por el pasillo que había salido de mi casa y había entrado en otra. me di la vuelta para intentar regresar a mi habitación, a mi cocina o a mi casa, pero el pasillo se alargaba. me había metido en un lugar del que no era capaz de salir y no tenía nada que hacer.
desperté. mierda, pensé, era tan real. me di cuenta de que había despertado a la persona que dormía a mi lado. me miraba con preocupación y me dijo que estaba jadeando dormida. le dije que no pasaba nada, que sólo era un mal sueño y que tenía mucha sed. buscó la botella de agua y vio que estaba vacía. me dijo que podía ir a por más enseguida. mientras me hablaba me di cuenta de que entraba luz por la ventana. al fijarme un poco más, vi que habían puesto andamios en la fachada. joder, le dije, ahora tenemos las obras aquí también. entonces vi asombrada a varios obreros. me parecía muy temprano para trabajar. me parecía que estaban muy cerca. me di cuenta de que estaban en mi balcón, prácticamente dentro de mi habitación y, en ese momento, me di cuenta de que aquello no tenía sentido.
desperté. instintivamente busqué a la gata entre mis piernas y la acaricié. necesitaba encontrar indicios de realidad. tenía angustia acumulada desde hacía tres sueños y una sed cegadora. la persona que dormía a mi lado estaba profundamente dormida. deseé que se hubiese despertado como en el segundo sueño, o que me insistiese en ir a buscar agua como en el otro. necesitaba realidad y compañía. busqué la botella, pero no había ninguna. entonces me di cuenta de que tendría que ir a la cocina a por ella y me invadió un miedo que ahora parece un poco absurdo, pero que en ese momento fue lo más real de aquella noche.
una hora y pico después, me dormí.
desperté. fue un despertar brusco porque estaba soñando, y además no era nada consciente de que estaba soñando. había sido muy real. la sed también era real, así que busqué la botella de agua, pero no estaba por ninguna parte. me levanté a buscar una a la nevera. al ir por el pasillo, me llamó la atención que muchas ventanas vecinas estaban encendidas. me parecía extraño a esas horas de la noche. entonces empecé a fijarme más y me di cuenta de que no eran lugares conocidos. miré hacia delante y tampoco reconocía la casa. llevaba tanto caminando por el pasillo que había salido de mi casa y había entrado en otra. me di la vuelta para intentar regresar a mi habitación, a mi cocina o a mi casa, pero el pasillo se alargaba. me había metido en un lugar del que no era capaz de salir y no tenía nada que hacer.
desperté. mierda, pensé, era tan real. me di cuenta de que había despertado a la persona que dormía a mi lado. me miraba con preocupación y me dijo que estaba jadeando dormida. le dije que no pasaba nada, que sólo era un mal sueño y que tenía mucha sed. buscó la botella de agua y vio que estaba vacía. me dijo que podía ir a por más enseguida. mientras me hablaba me di cuenta de que entraba luz por la ventana. al fijarme un poco más, vi que habían puesto andamios en la fachada. joder, le dije, ahora tenemos las obras aquí también. entonces vi asombrada a varios obreros. me parecía muy temprano para trabajar. me parecía que estaban muy cerca. me di cuenta de que estaban en mi balcón, prácticamente dentro de mi habitación y, en ese momento, me di cuenta de que aquello no tenía sentido.
desperté. instintivamente busqué a la gata entre mis piernas y la acaricié. necesitaba encontrar indicios de realidad. tenía angustia acumulada desde hacía tres sueños y una sed cegadora. la persona que dormía a mi lado estaba profundamente dormida. deseé que se hubiese despertado como en el segundo sueño, o que me insistiese en ir a buscar agua como en el otro. necesitaba realidad y compañía. busqué la botella, pero no había ninguna. entonces me di cuenta de que tendría que ir a la cocina a por ella y me invadió un miedo que ahora parece un poco absurdo, pero que en ese momento fue lo más real de aquella noche.
una hora y pico después, me dormí.
Published on May 29, 2018 15:21
May 25, 2018
selfie
ya escribí otras veces sobre lo difícil que me resulta enfrentarme al autorretrato desde hace un tiempo. lo que hace años era una costumbre, un juego, un auto-descubrimiento y una forma de ver, se fue convirtiendo con el paso de los años en una lucha de mi autoestima contra mí misma.
durante un tiempo salí literalmente de cuadro. progresivamente me fui escondiendo y tapando más, hasta el punto de no soportar ver mi rostro en la imagen. por eso retomar el autorretrato supuso sobre todo un ejercicio casi obligado que muy pocas veces comparto con mi entorno (online y offline).
a veces me tiro horas leyendo o viendo fotografías y me corroe la envidia no por vuestra belleza o vuestro carisma (que también puede ser), sino porque, desde mi punto de vista más flaco, me parece todo un acto de valentía y generosidad.
podría compararlo con la escritura, porque de la misma forma que escapé de la cámara, también me escondí detrás de la poesía. poder dar un par de pistas sin contar del todo y compartir luego sólo aquellos textos menos duros o personales, fue el modus operandi que encontré para sacar sin soportar y compartir sin exponer. no veo mucha diferencia entre algunos versos que publiqué y aquella foto de una planta arrancada o la de una fruta mohosa.
es como si estuviese burlando algún filtro de seguridad que yo misma había impuesto como norma personal, confundiendo el egocentrismo con la falta de respeto y la privacidad con el olvido. no se trata sólo de no compartir de una forma más o menos pública, sino de que llego a ignorar que lo que vivo y lo que soy es real y que por tanto me pertenece de alguna forma.
claro, hay otra parte fundamental en esto y es la vulnerabilidad. detesto que sólo se comparta lo bueno, pero sé que compartir lo malo puede llegar a ser extremadamente difícil. desnudarte y contar tu punto flaco, tu pena, tu angustia o tu miedo, parece lo mismo que decir «ven y acuchíllame exactamente aquí si quieres destrozarme del todo».
pero lo difícil no es comunicároslo, sino que el hecho de hacerlo os dirija –y me dirija– de nuevo hacia mí. no me da miedo el miedo ni me incomoda la tristeza, sino yo. normalmente agradecemos y apreciamos obtener cierto respeto y que reconozcan lo que somos, pero en mi caso es como esa comida que, aunque me guste y la pueda disfrutar, me va a sentar mal poco después.
(¿para qué vas a querer oírme, si a mí tampoco me intereso?)
durante un tiempo salí literalmente de cuadro. progresivamente me fui escondiendo y tapando más, hasta el punto de no soportar ver mi rostro en la imagen. por eso retomar el autorretrato supuso sobre todo un ejercicio casi obligado que muy pocas veces comparto con mi entorno (online y offline).
a veces me tiro horas leyendo o viendo fotografías y me corroe la envidia no por vuestra belleza o vuestro carisma (que también puede ser), sino porque, desde mi punto de vista más flaco, me parece todo un acto de valentía y generosidad.
podría compararlo con la escritura, porque de la misma forma que escapé de la cámara, también me escondí detrás de la poesía. poder dar un par de pistas sin contar del todo y compartir luego sólo aquellos textos menos duros o personales, fue el modus operandi que encontré para sacar sin soportar y compartir sin exponer. no veo mucha diferencia entre algunos versos que publiqué y aquella foto de una planta arrancada o la de una fruta mohosa.
es como si estuviese burlando algún filtro de seguridad que yo misma había impuesto como norma personal, confundiendo el egocentrismo con la falta de respeto y la privacidad con el olvido. no se trata sólo de no compartir de una forma más o menos pública, sino de que llego a ignorar que lo que vivo y lo que soy es real y que por tanto me pertenece de alguna forma.
claro, hay otra parte fundamental en esto y es la vulnerabilidad. detesto que sólo se comparta lo bueno, pero sé que compartir lo malo puede llegar a ser extremadamente difícil. desnudarte y contar tu punto flaco, tu pena, tu angustia o tu miedo, parece lo mismo que decir «ven y acuchíllame exactamente aquí si quieres destrozarme del todo».
pero lo difícil no es comunicároslo, sino que el hecho de hacerlo os dirija –y me dirija– de nuevo hacia mí. no me da miedo el miedo ni me incomoda la tristeza, sino yo. normalmente agradecemos y apreciamos obtener cierto respeto y que reconozcan lo que somos, pero en mi caso es como esa comida que, aunque me guste y la pueda disfrutar, me va a sentar mal poco después.
(¿para qué vas a querer oírme, si a mí tampoco me intereso?)
Published on May 25, 2018 10:43
April 25, 2018
dos momentos
hay dos momentos que suelen llamarme la atención cuando ocurren, y que tengo anotados por si pudieran convertirse en posibles detonantes de una historia, un poema, una imagen o algo así.
el primero es ese momento previo a la tormenta, esos minutos de calor y humedad en los que el cielo se vuelve brillante y oscuro al mismo tiempo, se congestiona y pesa, como si se viniese abajo. siempre me dio la sensación de que el cielo estaba sufriendo una migraña, tal vez porque no es extraño que yo sufra dolores de cabeza en ese mismo momento. el hilo de dolor que me atraviesa de sien a sien y presiona mis ojos, me resulta parecido a la intensidad que se ve en la luz aglutinada en las nubes de forma dramática. nubes que, por otro lado, se ven hinchadas, contracturadas, hirvientes, como mi útero el día antes de bajarme la regla. todo esto acompañado de calor y de humedad, de un aire denso, sufrido, pegajoso. este momento a veces se vuelve tan, tan desagradable, que se convierte en algo hermoso. tan agobiante que me interesa. tan insistente que me interpela.
ocurre algo parecido con el segundo momento que me llama la atención: las bombillas antes de fundirse. probablemente, más dramático aún que el anterior, principalmente por su final inevitable. son una crónica de una muerte anunciada, pero en un tiempo incierto: segundos, minutos, en alguna ocasión incluso horas, aunque es lo menos habitual. generalmente esa intensidad que desprenden en sus momentos finales no suele alargarse demasiado. de lo contrario, pienso, sería insoportable. a veces simplemente revientan o cortocircuitan, pasan de la luz a la oscuridad en cuestión de milésimas de segundo. pero cuando a mí más me interesa es cuando una bombilla a punto de fundirse brilla a plena intensidad y nos da una luz que no vimos antes, radiante, de una potencia excepcional y una claridad envidiable. las veces que observé cómo ocurría esto, la bombilla había sufrido un golpe previamente. ante ese golpe, aumenta su resplandor y así permanece, nadie sabe cuánto tiempo, hasta que se oye un ligero zumbido, se atenúa su luz y se apaga para siempre.
Published on April 25, 2018 09:11
January 31, 2018
me dicen que escriba y yo sonrío y asiento sin decir
me dicen que escriba y yo sonrío y asiento sin decirles que escribo en las notas del teléfono, en tickets de metro, en páginas antiguas de mi agenda y en el ordenador. no todos los días, pero escribo. no todos los meses, pero sí. anoto, vuelco, escupo o vomito, muchas veces de forma mediocre. con un estilo tan manido y bochornoso que sólo pensar en compartirlo me lanza por las alcantarillas. otras de una forma tan aguda que me duele tanto que ni lo miro después. escribo y borro. escribo y no leo, lo dejo, que en paz descanse y nadie lo encuentre, que igual le atraganta las venas o tropieza conmigo y nos vamos de la mano al culo del vaso. demasiado hedor y demasiada carga. demasiado llano y claro y sin ficción.y el caso es que a veces queda bien y sutil y quito un par de frases que demuestren la evidencia y lo adornen un poco. entonces lo leo unas tres veces y lo pongo por ahí, sin darle mucho espectáculo no vaya a ser que lo lean y me digan algo o me pregunten de que hablaba o me pidan que escriba algo más.
Published on January 31, 2018 00:58
January 21, 2018
sondeo anual
estimación cuantitativa de los valores conseguidos en los últimos años.
un hueco en el cv.
siete mensajes sin contestar.
se acabó una relación y no empezaron cinco.
percibiendo:
40% decepción.
60% desinterés.
tres viajes sin moverme y dos sin arrancar.
trabajos a duras penas.
78% de duras penas.
ciento cuarenta y tres borradores.
dieciséis fiestas cortadas a la mitad.
treinta y cinco noches sin abrir la puerta.
quince meses de amnesia local.
40% castigos por sentir.
30% golpes por hablar.
10% pellizcos por escribir.
20%
cállate.
que te calles.
un hueco en el cv.
siete mensajes sin contestar.
se acabó una relación y no empezaron cinco.
percibiendo:
40% decepción.
60% desinterés.
tres viajes sin moverme y dos sin arrancar.
trabajos a duras penas.
78% de duras penas.
ciento cuarenta y tres borradores.
dieciséis fiestas cortadas a la mitad.
treinta y cinco noches sin abrir la puerta.
quince meses de amnesia local.
40% castigos por sentir.
30% golpes por hablar.
10% pellizcos por escribir.
20%
cállate.
que te calles.
Published on January 21, 2018 07:30
September 10, 2017
estoy sudando: soñé que me mataban.
estoy sudando: soñé que me mataban. no sé si me dolió más eso o despertarme viva. se me fueron los demonios por los miedos. me costó abrir los ojos y entender la luz grisácea que asomaba desde el pasillo. también me costó ubicar la voz de un chaval que hablaba en la calle porque el sonido de un tiroteo que jamás había vivido seguía rebotando en mis oídos. quería llorar por las compañeras que acababan de morir en mi sueño. quería volver allí y cerrarles los ojos, taponar las heridas y darles la mano. me pregunté qué pensaría al verme allí tendida. razoné las alertas que había tenido antes pero que no había escuchado, y lamenté haber tenido la indecencia de haber seguido soñando y que eso nos hubiese costado la vida. intenté aferrarme al anterior sueño que recordaba, una imagen con mi padre y con mi hermano en un coche bajo la lluvia en medio de una montaña que no conozco. intenté armarla de nuevo y quedarme ahí para buscar los motivos y las formas de volver a cerrar los ojos. entonces sentí el cuerpo caliente de mi gata dormida encima de mi pierna e intenté quedarme aquí, pero me sentía muy lejos de todas partes.
Published on September 10, 2017 19:22
April 27, 2017
Estábamos hablando y de repente todo se volvió un poco ex...
Estábamos hablando y de repente todo se volvió un poco extraño. Yo estaba diciendo algo y entonces pronunciaste mi nombre. Me dijiste sé lo que quieres decir, Sabela. Sabela. Y mi nombre retumbó dentro de mi cabeza. No sé qué dijiste después porque yo sólo podía pensar en lo extraño que sonaba mi nombre. Lo extraño que sonaba mi nombre saliendo de tu boca, o, vamos, de la boca de otros, no sólo de la tuya.
Sa, be, la. Como cuando repites tantas veces una palabra que al final pierde todo el sentido. ¿Sabes? ¿Sabes cuando dices muchas veces una palabra y entonces empieza a sonar raro y parece que no significa nada? Pues algo así me pasó con mi nombre. Pero sin necesidad de repetirlo. Simplemente porque lo escuché en alto y no sé, quizás hacía mucho que no lo oía. Lo leo muchas veces. En mi cuenta de correo electrónico, por ejemplo. O cuando actualizo mi página web o relleno documentos en correos o cosas así. A lo mejor es que me acostumbré a verlo sólo escrito. No lo sé, creo que la sensación era otra. La sensación que tenía dentro era como si estuviésemos hablando de otra persona. O, más bien, como si yo fuese otra persona, y al decirme Sabela me sonase raro porque esa no era yo. Esa era alguien que fui o alguien que conocía o algo así, pero otra, al fin y al cabo. No yo. Y para mí era como, ¿por qué dices eso? ¿Por qué me llamas de esa forma? Y luego todo se volvió un poco extraño porque al mismo tiempo que sentía eso me daba cuenta de que esa sí era yo. Entonces tuve la sensación de caer de golpe. Como cuando al sentarte piensas que la silla está más lejos de lo que está y sientes como un golpe, un rebote más fuerte, ¿te ha pasado? ¿Sabes a qué me refiero? Como una especie de rebote en todo el cuerpo. Pues eso lo notaba yo en el mío, como si hubiese caído en mi misma. O en mi cuerpo, vamos. Como si de pronto me diese cuenta de qué cara tenía y cómo gesticulaba con mis manos y sobre todo cuál era mi nombre.
Pensé en darte las gracias, pero no quería cortar lo que estabas diciendo. Además, tendría que contarte todo esto y no sé si hubiese sido capaz. Además, aunque fuese como algo bueno también había una parte muy incómoda. Increíblemente incómoda. No sé si era incómodo porque en realidad no quería tener ese nombre o ese cuerpo o porque no lo había tenido hasta entonces. Como cuando aprendes algo que no sabías pero te da rabia que no lo supieses antes, porque es algo que deberías saber. No sé bien por qué todo era incómodo pero mientras seguías hablando yo intenté escucharte y continuar la conversación y contestarte a lo que me decías, pero esta vez con un nombre. Más o menos. Digo más o menos porque realmente no tenía claro qué significaba ese nombre. Había perdido algo de sentido. O no sabía bien cómo era o quién era en realidad y te hablaba al mismo tiempo que recordaba cómo me llamaba al mismo tiempo que pensaba que no tenía ni idea de quién estaba hablando.
Sa, be, la. Como cuando repites tantas veces una palabra que al final pierde todo el sentido. ¿Sabes? ¿Sabes cuando dices muchas veces una palabra y entonces empieza a sonar raro y parece que no significa nada? Pues algo así me pasó con mi nombre. Pero sin necesidad de repetirlo. Simplemente porque lo escuché en alto y no sé, quizás hacía mucho que no lo oía. Lo leo muchas veces. En mi cuenta de correo electrónico, por ejemplo. O cuando actualizo mi página web o relleno documentos en correos o cosas así. A lo mejor es que me acostumbré a verlo sólo escrito. No lo sé, creo que la sensación era otra. La sensación que tenía dentro era como si estuviésemos hablando de otra persona. O, más bien, como si yo fuese otra persona, y al decirme Sabela me sonase raro porque esa no era yo. Esa era alguien que fui o alguien que conocía o algo así, pero otra, al fin y al cabo. No yo. Y para mí era como, ¿por qué dices eso? ¿Por qué me llamas de esa forma? Y luego todo se volvió un poco extraño porque al mismo tiempo que sentía eso me daba cuenta de que esa sí era yo. Entonces tuve la sensación de caer de golpe. Como cuando al sentarte piensas que la silla está más lejos de lo que está y sientes como un golpe, un rebote más fuerte, ¿te ha pasado? ¿Sabes a qué me refiero? Como una especie de rebote en todo el cuerpo. Pues eso lo notaba yo en el mío, como si hubiese caído en mi misma. O en mi cuerpo, vamos. Como si de pronto me diese cuenta de qué cara tenía y cómo gesticulaba con mis manos y sobre todo cuál era mi nombre.
Pensé en darte las gracias, pero no quería cortar lo que estabas diciendo. Además, tendría que contarte todo esto y no sé si hubiese sido capaz. Además, aunque fuese como algo bueno también había una parte muy incómoda. Increíblemente incómoda. No sé si era incómodo porque en realidad no quería tener ese nombre o ese cuerpo o porque no lo había tenido hasta entonces. Como cuando aprendes algo que no sabías pero te da rabia que no lo supieses antes, porque es algo que deberías saber. No sé bien por qué todo era incómodo pero mientras seguías hablando yo intenté escucharte y continuar la conversación y contestarte a lo que me decías, pero esta vez con un nombre. Más o menos. Digo más o menos porque realmente no tenía claro qué significaba ese nombre. Había perdido algo de sentido. O no sabía bien cómo era o quién era en realidad y te hablaba al mismo tiempo que recordaba cómo me llamaba al mismo tiempo que pensaba que no tenía ni idea de quién estaba hablando.
Published on April 27, 2017 05:24
January 19, 2017
tengo que decir que no puedo.
tengo que decir que no puedo.
que esto agota,
que no respiro,
que no tengo ni huecos
porque se han llenado de
nada.
de silencio y
gas.
que me cansa
que me asusta
que me quema
que me duele.
tengo que decir hasta aquí
para no hacer nada
para no moverme
para no mirarme
para no tocar este moho,
para no tocar este hielo,
para tocar el suelo.
tengo que decir que no
que no sigo
que no quiero
que no hay nada
ni en estas palabras ni
en este
cuerpo.
que no hay luces, ni bocas,
ni noche ni inviernos ni
nada
que llene
que haga
que alivie
el pecho, las manos, el cuello.
tengo que decir que no puedo.
que me canso.
que no quiero.
que no hay nada que me quite el sueño.
que no hay nada
que no hay nada
que no hay versos
ni ojos
ni ansia
ni si quiera hay voces en los espejos.
no hay noches.
no hay nada.
no hay nada.
no hay nada.
y dentro
yo.
y no me
encuentro porque
no puedo
y quiero pero
no puedo.
Published on January 19, 2017 04:00


