Martín Zeke Ochoa's Blog

May 24, 2021

Reseña literaria de Niadela, de Beatriz Montañez

«La gravedad es la osamenta de la tierra. Me pregunto: ¿cuál es la mía? Respondería: la resistencia. Si uno deja de resistir, nada lo sostiene. Se convierte en corteza. La sociedad es como la lluvia de esta tarde. Una masa homogénea, en caída libre hacia ningún lugar. Sin ejercer resistencia, el individuo se deja arrastrar por la masa homogénea. Si cedemos, los pies nunca tocarán la tierra. La sabiduría llega a través de las plantas de los pies en contacto con la tierra»

La crónica de un salto sin red, de una apuesta a todo o nada respondiendo a una de las más profundas pulsiones vitales: ese sentimiento que, en un momento u otro, a todos nos ha llevado a hacernos la pregunta: «¿Qué pasaría si lo dejo todo?», ¿si dejáramos esa engañosa sensación de que tenemos el toro de nuestras vidas bien agarrado por las astas?  

Partiendo de una situación, supuestamente envidiable, en la que no faltan recursos ni oportunidades, la protagonista un día decide dejarlo todo de un día para otro. Deja la ciudad y se instala a vivir en una aislada casa de cortijo sin luz, calefacción ni agua caliente. Una acción desesperada, sí, pero ¡una acción! Tener esos sentimientos es lo más normal del mundo pero, llevarlos a la acción, como hace ella, reconozcámoslo, es algo muy, muy poco frecuente. Una decisión que requiere de mucha valentía, o inconciencia, o de ambas cosas y que, como bien se sabe, se paga con un precio bastante caro.

La llegada a una casa decrépita buscando, quizás, algo de paz, o acaso ver que puede llegar a surgir del silencio. Así empieza este relato, formulado en formato de diario, en el que la narradora se sumerge en un viaje, primero de introspección, y después del descubrimiento del mundo que le rodea.

Cada día escribe, medita y también observa. Toma conciencia de las aves que visitan su ventana, cada mañana; de los insectos que deambulan por los rincones y de los cambios del clima, y a medida que lo hace, su voz, poco a poco, deja de volcarse tanto en relatar el espacio interior y empieza a callar para escuchar lo que ocurre fuera, de noche, tras la ventana; donde cantan los pájaros y los insectos. De pronto, ese «pájaro»;  ese «bicho», toma uno, varios, miles de nombres: «pájaro» se vuelve «zorzal», «pinzón», «carbonero», «capuchino» y «chotacabras». Toman sustantivos también, predicados y verbos. Se mezclan y se ordenan hasta conseguir articular lo que parece ser un completo idioma, descubre el lenguaje de la naturaleza y empieza nombrarlo, a descifrarlo, a responder a su llamado, y al hacerlo toma conciencia de que ya no volverá a estar sola.

Quién tenga alguna noción de la filosofía budista que, aunque no se encuentra manifiesta, se trasluce; entenderá entre líneas muchas de las motivaciones de la protagonista, como su hábito de meditar hora y media por día, de no comer carne o de aceptar la falta de comodidades de la casa sin intentar remediarlas.

Aunque no he podido evitar preguntarme cuánta gente, que nunca haya estado en una Sangha, (una reunión budista), entenderá realmente lo que la ha llevado a apartarse del mundo de esa forma; o acaso si lo consiguieran, si no les llenará de inquietud plantearse posibilidades que, de alguna manera,  ponen en entredicho los pilares sobre los que han edificado sus vidas.

Quizás ahí se encuentre lo mejor que encontré en Niadela, que, desde mi punto de vista, no dará al lector lo que pide, sino lo que no sabe que necesita; que es parar, por un rato, a mirar a su alrededor. ¡Parar! Parar a escuchar el lenguaje de la naturaleza. Un completo idioma que pide paciencia, y solo se vuelve comprensible para quienes son capaces de quedarse quietos, el tiempo suficiente, como para ver al zarcillo de la parra aferrarse al alambre del enramado.

«Ya no me paro en las plazas ni me siento a observar en las terrazas. Son las mismas caras haciendo las mismas cosas, utilizando las mismas palabras. Me resisto discretamente a pertenecer. (..) Todo lo que necesito está aquí, y necesito mucho menos de lo que pensaba. Todo aquello a lo que renuncié, comodidad, posesiones, me volvió libre; todo aquello en lo que ahora invierto, naturaleza y palabras, me hace sentir rica. Tampoco busco ninguna gloria, solo quiero estar en paz»

En cuanto a lo formal de la escritura, lo primero que me llamó la atención fue la exquisitez de su prosa. Por el prólogo imaginé que el libro tenía algo que decirme, pero mis prejuicios me impedían imaginar que «alguien de la tele» podía, además, hacerlo con tanta belleza y precisión. Los relatos son cortos, como crónicas de lo inmediato, pero a esa riqueza lingüística no se llega tipeando lo primero que te viene a la cabeza. Se nota que hay una búsqueda anticipada de los ingredientes justos, una maceración previa y un dejar que las palabras encuentren el lugar exacto que les corresponde dentro de cada frase, y eso lleva tiempo: “Tres semanas para encontrar una palabra, ¡una palabra!” se quejaba Miller, del oficio de escritor, y no dudo que la narradora podrá sentirse identificada, pues esa belleza, como en la naturaleza, sólo se consigue con tiempo.

Como único matiz, hay algunos momentos en que la narradora parece enamorarse demasiado de las palabras, perderse en su regodeo, alejando un poco al lector de su esencia. Si tuviera que dar una recomendación de amigo, que nadie me ha pedido, claro, sería que, como «guía de montaña» que oficia de sus lectores, cuide que el contemplar la belleza del camino no le haga olvidar hacia dónde los lleva.

Un día, irrumpen en su territorio, un grupo de excursionistas desprevenidos: «Cuando vuelvan (a casa) todo se reducirá a un vago color verde» (…) «Algún día aprenderán, como yo he aprendido, que la naturaleza requiere atención. (…) Algún día, quizá, sus vidas darán un brinco irracional, como dio la mía, y una nueva comenzará, en conflicto con toda la existencia». ¡Guerra!

 Dicen que la palabra más bonita del mundo es nuestro propio nombre, cuando se posa en los labios de quien de verdad te quiere, y te abraza con la voz. Nombrarte es hacerte aparecer, como venido de la nada, es reconocer que existes en mi mundo. Si algo habrá que agradecer a Niadela, no será por invitar a un retorno a la naturaleza, (se ha hecho antes); por hacer una elegía de lo rural ni por narrar un aislamiento, sino por poner en evidencia que la naturaleza tiene un idioma que desconocemos, y por ofrecer un instructivo de cómo empezar a reaprenderlo.

Me divirtió «pillar» a la narradora en una incoherencia dentro de lo extremadamente sincero que creo que es el libro: Me refiero a su decisión, más que respetable, de no comer animales y que, por otro lado, vea normal dejarse arrastrar por la repulsión y matar arañas y otros bichos, pulverizando veneno dentro de casa. Veneno que probablemente termine sobre alguno de sus alimentos, como en una venganza kármica de las almas de todos los artrópodos caídos en el intento de cruce de la encimera de la cocina. La contradicción no me molesta para nada, al contrario, hace ver que la lucha por adaptar su naturaleza a sus ideales es dura, y que la tarea aún no termina. 

La nota de contraste: la da el capítulo en que la protagonista va a la ciudad, y se mete en un centro comercial, donde la gente grita, come con la boca llena y vuelve a hacer y a decir lo que siempre hacen y dicen. Divierte ver a la habitante de Niadela fuera de su cubil, indefensa, extraviada, casi mareada por una velocidad que ya no entiende.

Para acabar, y por justificar semejante soliloquio, sólo diré que, a pesar de las críticas, sigo pensando que los buenos escritores son los que te hacen leerlos más, los muy buenos los que te invitan a leer todo tipo de cosas; y ahora ya, los recordables, son los que te obligan, de manera urgente e impostergable, a ponerte a escribir.

«Algún día aprenderán, como yo he aprendido, que la naturaleza requiere atención. (…) Algún día, quizá, sus vidas darán un brinco irracional, como dio la mía, y una nueva comenzará, en conflicto con toda la existencia»

Título: Niadela
Autor: Beatriz Montañez
Editorial: ERRATA NATURAE
Idioma: CASTELLANO
ISBN: 9788417800734
Año de edición: 2021
Plaza de edición: ES
Fecha de lanzamiento:15/03/2021
https://erratanaturae.com/product/niadela/
https://beatrizmontañez.com/

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Published on May 24, 2021 03:24

October 23, 2016

La mano más cerca del corazón

img_3033-2 Foto de Ro Gam (Rober) – Gandiol

Dialaw tiene de bueno que aún sigue siendo un pueblo de pescadores, gente de mar que vive por y para sus pirogues, barcas sin vela que pueden tener hasta veinte metros de largo, y que ves por decenas en las playas de este tramo de la Petite côte. Lo no tan bueno: que en los últimos años la villa parece haberse convertido en un reclamo turístico para toubabs francófonos, lo atenuante: que la temporada ya ha acabado y todos los blancos se han ido, y lo menos malo de lo no tan bueno: que soy el último toubab de Toubab Dialaw.


Hecho que me ha dejado en la incómoda posición de ser visto como el comprador potencial de todo el stock de artesanías de aquí a Ngaparou. Rumor que he disipado a fuerza de responder los saludos siempre en wolof, en la medida en que me ha sido posible, cosa que ha dejado a algunos por aquí estupefactos, y de explicar que sólo soy un coopérant de un proyecto en Gandiol, Pas de touriste!, que no me pagan por mi trabajo y que no estoy en condiciones de ser un buen acheteur. Aún así he intentado tener siempre alguna atención con los muchos que se me han acercado con intenciones de proponerme algún bisnis, digamos, como señal de buena voluntad de recién llegado, y eso parece haber funcionado. Lo positivo, acaso, ha sido que en el proceso he podido charlar un poco con cada uno de ellos, permitiéndome pasar a un trato algo menos descarnado que el comercial.


Para el segundo día, la novedad por el recién llegado al fin me ha dado tregua, permitiéndome moverme con un poco más de libertad. El primero lo pasé casi por completo durmiendo, sólo me levanté dos veces para tomar agua como un loco y para comer. Tantos días de trabajo de obra bajo este sol de entre trópicos, seis días de descompostura, y cuatro sin poder alimentarte más que con suero oral, al final me han pasado factura, pero como esto no es un concurso de belleza, pues sigo adelante.


Me levanto al amanecer con las primeras maniobras de los pescadores. Desde mi ventana puedo ver sus gaal saltando la línea de la rompiente para perderse mar adentro. A media mañana el hambre me hace salir de mi cuchitril de vistas espectaculares, bajar el terraplén en pendiente hasta la playa y volver donde Thérèse, para ver si me da algo de comer, pero está durmiendo. Aplaudo varias veces junto a la entrada pero ni ella ni su hermana aparecen, no sé si tanto sopor es por el cristianismo, o es que en Sierra Leona la gente es de tan buen dormir.separador004-toubabdialawseparadorAcortando camino por entre las rocas subo, otra vez, al camino de tierra, y al pasar junto a la primera hilera de tiendas, construcciones precarias de madera y chapa, un hombre que está encendiendo una hoguera me echa un ça va? al paso.


Ya curado de espanto de parecer tan extranjero, le contesto en wolof con un ¿ndanga def?, o cómo estás, como para tomar distancia de los toubabs del Malibú con piña. Me contesta que bien, que mangui chi jam, le pregunto que naka subasi, qué tal la mañana, y mientras echa unas ramas al fuego me dice que bien, que bubaj xabaj. Me entero que se llama Saliou y llego a mi techo cuando añade algo que ya no puedo comprender, hago un gesto perplejo y suelta una carcajada. Saliou es alto y delgado, y viste un boubou liso de estilo árabe, sin dibujos ni diseños coloridos, como es costumbre por aquí.


Cambiando al francés me pregunta ahora dónde he aprendido su idioma. Le cuento del trabajo en Gandiol, de la vida con nuestra familia adoptiva, de la construcción de la escuela, de los niños y de nuestras clases de wolof, pero me interrumpo a mí mismo —¿Qué estás haciendo?— y señalo el agua que está calentando en la hoguera.


     —Café touba —dice. Es la infusión típica de Senegal, que se hace moliendo juntos granos de café y achicoria —es lo que vendo cada mañana, ¿lo has probado?

Le digo que sí, que solían servirlo en el campamento, pero agita la cabeza, dice que lo que yo he probado es un “polvo industrial”. Dice que él sólo usa granos que no estén contaminados con químicos, que los mezcla en la proporción justa, los muele a mano de forma artesanal y que esto es otra cosa. Mientras me lo explica, pasa un parroquiano saludando:

Original! —exclama, a modo de saludo y Saliou levanta la mano.


Entonces me muestra unas bolsas de donde saca un puñado de café en grano, y otra con semillas de achicoria, me explica que la achicoria neutraliza el efecto de la cafeína, y que es posible tomarlo incluso por la noche, ya que no quita el sueño.


Cuando el agua hierve echa unas cucharadas del preparado, ya molido, en un filtro hecho con un alambre y un trozo de tela. Me pide entonces que lo sostenga sobre un recipiente y echa el agua hirviendo dentro. Al decantar lo vuelca sobre un termo de cinco litros que coloca sobre una repisa hecha con tablas.

Original café touba! —vocea entonces usando ese original en el sentido de “el auténtico”. La gente del pueblo se acerca y se sirve a cambio de una moneda de cincuenta francos. Después me sirve el mío y tiene razón, no se parece en nada al del campamento y se lo hago saber. Asiente y me pregunta si me ha costado adaptarme a vivir allí, “a la senegalesa” y le digo que no mucho, que la experiencia está siendo algo muy interesante, que estoy aprendiendo valores sociales que en Europa han desaparecido hace mucho, valores basados en la cooperación, en el cuidado mutuo. Le digo que en occidente eso no existe, y que, aunque le cueste creerlo, siento algo de envidia de ellos, y suelta una carcajada.


    —¿Y por qué no te quedas a vivir por aquí? —ya sabes, como toubab seguro podrías encontrar algún trabajo no tan malo, te buscas una buena chica, una casa y aquí puedes vivir bien. ¿Te casarías aquí?

—Eso depende—río.

—¿Y si lo hicieras te casarías con una senegalesa o con una toubab? —le digo que lo de la nacionalidad no lo veo como algo importante al tomar una decisión así. Noto que me acaba de hacer una de esas preguntas trampa, como para saber con quién está hablando, pero no me molesta. Me dice que, dentro de todo, Senegal no es un mal lugar para vivir, que es un país amable, de gente “esbelta, alta y de buen color”, y remarca esto último.

—Puede que sea pobre, pero es un país muy tranquilo, no hay guerras, como en otros sitios, pocos conflictos entre la gente, y aquí no hay yihadismo, la gente no lo toleraría. En nuestra forma de entender la religión, los conflictos no se ganan por la fuerza, sino siendo más perseverante que los que te consideran su enemigo, remarca. —¿Se entiende?


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Lo dice porque mi francés no es muy bueno y aunque he entendido cada palabra le digo que no, y entonces me explica que cuando llegaron los franceses, hace tres siglos, vieron estas tierras solo como un lugar de donde apresar esclavos.

—Cuando la esclavitud se abolió— cuenta—, decidieron entonces apropiarse de la tierra—. Aquellos líderes tribales que se resistieron fueron asesinados, siendo reemplazados por otros, más dispuestos a colaborar con el poder colonial. Eliminados los jefes locales, fueron entonces tras los religiosos, a quienes consideraron un obstáculo en la propagación del cristianismo. Me explica que los franceses intentaron disminuir la incidencia del islam mediante prohibiciones encubiertas de su práctica. Frente a esta imposición se levantó la figura de un líder religioso, un marabout que instruyó a sus seguidores a rechazar las restricciones de los colonizadores.


Sé de quién habla. He visto su silueta pintada en el frente de casi todas las casas de Saint Louis. Hasta los taxis y los buses lo llevan, a modo de ícono benevolente. Se trata de Cheikh Amadou Bamba, el fundador del Mourdismo, movimiento sufí que hoy día es la principal corriente religiosa de Senegal. A Bamba se le conoce por una única foto, en donde aparece de cuerpo entero y cara parcialmente cubierta, que con el tiempo se ha transformado en el ícono protector de cada hogar senegalés.

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Haga click para ver el pase de diapositivas.

   separador —Muchos líderes locales, líderes muy poderosos, fueron entonces hasta Bamba para llevarle gente y armas —me explica—, y le ofrecieron formar una milicia que cargara contra el gobernador colonial de Saint Luis, pero él desistió.

—Pero, ¿no estaba en contra de la colonia?

—Sí, pero desaprobaba que se la combatiera con violencia, en cambio propuso a sus seguidores poner en práctica algo que él llamaba: “la resistencia tranquila”.

Método consistente en desobedecer las regulaciones coloniales pero evadiendo siempre la confrontación directa. No puedo más que sorprenderme, porque los hechos que me describe ocurrieron a inicios del siglo veinte, cuarenta años antes de que Gandhi empezara hablar de la “resistencia pasiva”.


A esta novedad las autoridades reaccionaron con una represión violenta y desproporcionada que sólo consiguió expandir aún más la influencia de este líder por toda la colonia. Asustados, los franceses decidieron expulsarlo al Gabón, hecho que dio pie a que se le atribuyan además unas cuantas leyendas, una de las cuales asegura que, durante el viaje en barco que lo llevaba al exilio, se desvaneció frente a sus captores para aparecer rezando en una balsa, cientos de metros mar adentro. Otra asegura que fue encerrado junto a un león del zoológico de Saint Louis y que horas después salió de allí sin daño alguno.


—La “resistencia tranquila” —explica Saliou— enseñó que no hay que poner nuestras energías en combatir a nuestros enemigos, sino en fortalecer nuestras convicciones. Si alguien te bloquea el camino, te desvías, si lo vuelve a hacer lo vuelves a evadir.

—¿Y si lo vuelve a hacer?

—Te desvías otra vez, y otra, y otra… y así cientos de veces, hasta que, al final, solo quedará aquél con la mayor determinación. Eso es la resistencia tranquila.


Lo que me explica de alguna forma me resulta conocido, entonces, descubro que mi francés me permite contarle que, siglos atrás, en China surgió una religión cuyos maestros decían algo parecido. Cosa que le sorprende mucho y me pide que se lo explique. Sin estar muy seguro en qué berenjenal me estoy metiendo, le hablo de los orígenes del taoísmo y del principio del Wu-wei que consiste seguir nuestras metas como hace el agua, sorteando lateralmente cada obstáculo, sin oponer resistencia, y siempre por donde el camino es más fácil.

—¡Eso mismo! —exclama y sisea con una mano—: como el agua, sin resistencia, ¡es la misma cosa! —ríe.


Entrado ya en confianza le cuento también esa anécdota de Krishnamurti sobre los cuatro sabios encerrados en un salón a oscuras. Están allí con una misma misión, capturar al elefante que por allí se esconde. Prendidos cada uno de una pata, los cuatro gritan entonces a los que esperan fuera, y cada uno de ellos asegura haberlo capturado.

—Esos sabios serían los distintos líderes religiosos, ¿no?

Por un momento el cuento parece inquietarlo y se pasa un rato reflexionando.


   —Una historia interesante —dice entonces—. Verás, yo me considero una persona muy religiosa, pero, ¿por qué elijo serlo? pues porque pasamos el día entero siendo esclavos de nuestros pensamientos, de lo que los demás piensan de nosotros, de nuestra posición, y de la constante comparación con los demás, para saber si estamos por encima de ellos o por debajo —¿entiendes lo que digo?—. Vivimos prestando oídos a todas estas cosas menos a lo que siempre nos dice el alma, nuestro corazón—clava las manos en el pecho— sólo sabe hablar de compasión y piedad. ¿no es así? La práctica espiritual existe para volver a escuchar a tu corazón, porque normalmente no lo hacemos. Si las personas naturalmente pudiéramos hablarnos desde lo más profundo de nuestra alma, de corazón a corazón, ya no harían falta las prácticas religiosas, no sería necesario rezar porque entonces nuestra religión sería la vida. Hacer eso sería como abrir la ventana en el salón a oscuras.separador20160904_114837


separadorIr a tomar café touba con Saliou se volvió mi actividad principal durante los días siguientes, tanto mis visitas de por la mañana como las de la tarde inevitablemente acabaron en largas conversaciones que llegaron a durar de la mañana al mediodía y de la media tarde hasta el atardecer, y en las que Saliou se reveló como un orador agudo y por momentos brillante, y con una curiosidad inagotable por lo que le pudiera enseñar de mi mundo. Pero lo curioso del caso, es que no parecía tener ningún interés en cuestiones referentes al estilo de vida en Europa, lo que le interesaba saber eran cosas como, por ejemplo, si allí los niños juegan con sus vecinos, como suelen hacen aquí, Si las familias continúan unidas con el paso del tiempo, si la gente allí se siente contenta con su vida y si las mejores posibilidades consiguen que la gente viva una vida plena y feliz, y lo cierto es que no supe qué contestarle.


El día de mi partida me regaló un paquete de café molido a mortero. Dejé a su cuidado mi bolsa de los medicamentos, esa que todos los toubabs cargamos en nuestras aventuras africanas, para que hiciera llegar al dispensario del pueblo, y le regalé mis dos pares de chanclas del Decathlon, que me las había ponderado, y también algo de ropa que supuse le podría ser útil y que aceptó como un souvenir de mi visita. Al despedirnos me pidió que nos saludáramos con la mano izquierda, cosa que me descolocó, sabiendo que aquí, como en otros países musulmanes, saludar con la mano derecha es casi obligatorio.


—A ti te quiero saludar con la izquierda—me dijo —y quiero hacerlo porque es la mano que está más cerca del corazón.separador


20160906_180059-bis Mame Saliou –  Original

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Published on October 23, 2016 09:39

October 7, 2016

El equilibrio de la piragua

Pasa un camión cargado de mangos, un carro tirado por una mula, la carrera de una mona desgarbada con cría a la espalda, una combi con ojos policromados de cuya puerta trasera viajan colgados tres niños muertos de la risa, un taxi con siete pasajeros y un ciclomotor, cuyo motorista lleva tres bombonas llenas de agua entre las piernas…


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        Foto de Gandiol de Ro Gam  (Rober)
separador Voy en la furgoneta de Pablo, junto a Iratxe, Lamine y Rober, que ya se vuelven a Dakar. Yo me quedaré cerca de Thiés donde pretendo encontrar medio de transporte que me lleve hasta Toubab Dialaw.  Al pasar  por Ndande suena el móvil de Lamine. Nos llaman de Gandiol para preguntarnos si vamos bien. Dicen que allí se ha puesto a llover y que está cayendo la de dios. Es recién entonces cuando notamos lo contrastado que ha empezado a ponerse el cielo en los últimos kilómetros.



Quédate tranquilo que nada está bajo control,
dice una frase budista y no se me ocurre mejor forma de describir el espíritu que conviene adoptar para moverse por Senegal. Cuando tu única certeza es que la imprevisión es total, ya puede atacarte la calamidad que lo único que logrará será confirmar que todo está saliendo según tus planes.
Hacemos escala en un lugar cerca de Tivaouane, unos 80 Kilómetros antes de llegar a Dakar, para donar una maleta llena de material escolar. En un cruce de avenidas paramos la furgo junto a un edificio público y nos quedamos esperando a que llegue nuestro contacto. A nuestro lado, una veintena de hombres maduros se arremolinan sobre un tablero en el que están jugando al Yote. Alguien echa una ficha al aire, un lamento en coro y la mitad de ellos protesta, aúlla y hace aspavientos de indignación hasta que vuela la siguiente ficha y otra vez todos callan. Mientras esperamos, nos aborda una niña de unos nueve años envuelta en un traje colorido. Por la ventanilla asoma un mango que quiere que le compremos, parece ser que es lo único que tiene para vender. Un instante después se le suman cinco otros niños que nos abordan por la ventanilla del otro lado para pedirnos que les demos cien francos, y todo en un tumulto de gritos superpuestos que hacen que la niña al otro lado se ponga a gritar todavía más, y en medio de esa batahola, de pronto, Lamine resuelve la situación de una forma que me deja a cuadros. Compra a la niña, a nuestra izquierda, su mango por doscientos francos y se lo da a los niños a nuestra derecha, y en un segundo desaparecen todos.
Justo entonces llega Mohamed, el responsable de la asociación receptora, que se ofrece a acompañarnos hasta Thiés para indicarme dónde puedo negociar un viaje en taxi en coche compartido. Ni bien arrancamos, el cielo resplandece. No es dios que nos saca fotos, sino el hivernage, mon ami, eso quiere decir que va a llover. Unos minutos y, qué digo, si esto es el diluvio. Truenos, relámpagos y trombas de agua zamarrean la furgoneta durante el trayecto hasta la estación de Thies, y en pocos instantes los dos arcenes del camino se anegan, gran parte de los pasos peatonales se interrumpen y la estación, de por sí tumultuosa y caótica, se transforma en un lodazal por el que hacen deriva coches, bicicletas, carros de café, carretas y animales de tiro.
Con la ayuda de Mohamed negocio un taxi que me lleve a Dialaw por 6000 cefas, considerando que soy toubab es una auténtica ganga. Para conseguirla me ha hecho esperar en la furgo, fuera de vista, mientras él negociaba, de local a local, el precio con el chofer. De haberla pedido yo probablemente hubiera tenido que ponerme con casi el doble por el viaje en coche. Quitando que al mismo le falta una de las ventanillas traseras, además de los paneles interiores de las puertas, el espejo retrovisor central y el limpia del acompañante, el coche está, en lo que en términos del parque automotor senegalés se puede considerar, en buenas condiciones. En lugar del cristal faltante cuelga por fuera una alfombrilla como las de rezar, que flamea con la marcha, salpicando el interior a lengüetazos. El tablero sobre el volante está forrado en una lanilla espesa, color magenta, de la que emergen un figurin de plástico de marabú de Saint Louis: Cheik Amadou Bamba, un portaretratos tamaño llavero con la foto de un imán notable y un perro Pluto de fieltro, con cabeza articulada.
Pasa un camión cargado de mangos, un carro tirado por una mula, la carrera de una mona desgarbada con cría a la espalda, una combi con ojos policromados de cuya puerta trasera viajan colgados tres niños muertos de la risa, un taxi con siete pasajeros y un ciclomotor cuyo motorista lleva tres bombonas llenas de agua entre las piernas nos ven pasar; también un Ford Granada sin guardabarros, de cuyo portaequipajes, repleto de maletas, asoma la cabeza de un cordero, vivo, que nos mira, indiferente, al rebasarnos levantando una ola a más de cien por hora. Cuatro ovejas blancas pastan sobre una descomunal montaña de basura bajo un puente, Un retén de la police nos hace desviar junto a un accidente, un camión ha volcado y una batería de vendedoras ambulantes se ha acercado a ofrecer bolsitas de zumo de buoy congelado, una pulpa hecha con semillas de Baobab, que por aquí se toma a modo de helado. separador
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Dejamos atrás la carretera para tomar una pista de tierra rojiza. En ningún momento ha parado de llover, llueve tanto que hemos empezado a movernos cada vez más despacio hasta que finalmente hemos tenido que parar a un lado. A la pista de tierra apisonada la cruza ahora un río que hasta parece tener olas propias y todo. Solo los camiones altos se animan a pasar. El conductor adivina mi inquietud y me dice que no queda otra que esperar. ¿A qué?, pues a que baje el río. En medio del diluvio aparece, no se sabe muy bien de donde, una vendedora de frutos secos. Lleva una bolsa de arpillera colgando de la cabeza, a modo de traje de agua. Le compramos una bolsa cada uno y, sin ninguna otra cosa que hacer, nos quedamos allí comiendo anacardos mientras vemos a los camiones hundirse en la riada hasta el chasis.
Media hora después mi chofer aprovecha el entretiempo para rezar en voz baja una oración en árabe que va leyendo de su móvil. Yo saco mi cuaderno y me pongo a hacer garabatos en la última página. Dos horas y media después, al fin, llega nuestra bajamar y conseguimos cruzar sin que en ningún momento haya dejado de llover, ni siquiera un poco. Habiendo tardado casi cuatro horas para recorrer menos de veinte kilómetros, llegamos a un Dialaw desolado. Sin que me diga nada, dejo al chofer casi tanta propina como lo que vale el viaje.
Agotado me arrastro hasta el albergue, donde el concierge pone cara rara cuando me ve llegar. Más rara aún cuando le digo que tengo una réservation. —¿réservation?—repite. Le explico que hace una semana he hecho una reserva por Internet y ahí es cuando suelta la carcajada. Dice que hace más de un mes que no tienen Internet, que —c’ est cassé— dice. Le pregunto si, de todas formas, tiene alojamiento para darme. Me dice que no, que el albergue está cerrado, que lo han cerrado al ver que no entraba ninguna reserva…

    Le pregunto si sabe de algún lugar del pueblo donde haya Internet. (llevo días con la urgencia de enviar un mensaje de esos de: “estoy vivo”). Hay uno, sí, me indica que vaya a un restaurante a donde suelen ir los toubabs durante la temporada, y allí voy con todos mis bártulos colgando. El sitio es algo así como un chiringuito junto a un promontorio de la costa. Entro tan calado que ya casi ni noto el reguero que voy dejando. Me siento en una mesa del salón pero pasa un buen rato y no aparece nadie, soy el único cliente.
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Tras mucho llamar, al final sale una chica gruesa con los ojos entrecerrados y la marca de la almohada en la frente. Intento un saludo en wolof pero me dice que es de Sierra Leona y que no habla wolof. Dice que su nombre es Thérèse y me llama la atención que no sea musulmana, lleva un Cristo en medalla al cuello y veo carteles con consignas cristianas. Famélico, le pido que, por favor, me traiga un diboudienne, de los que anuncia la pizarra, también una Gazelle de ananá, y le pregunto si es cierto eso de que tienen wifi. Dice que sí. Le pregunto si me deja usarla. Me dice que, sí, que por supuesto, que puedo usarla sin problema, pero que antes voy a tener que esperar a que vuelva la luz…

Resulta que no hay luz en todo el pueblo desde ayer. Dice que puede que tarde todavía varias horas en volver. —¿C’ est un probléme?—quiere saber.

Pas de probléme—le digo—esperaré.
A los veinte minutos me trae un canasto de pan y mi plato, sobre el que casi me echo encima en cuanto lo pone sobre la mesa.
—Por cualquier cosa me estoy duchando—dice en un rezongo, al que no hago caso, y se pierde tras una cortina.
Cargo una cucharada tras otra, me meto trozos de pan con la boca llena y bebo Gazelle, todo al mismo tiempo, tragando casi sin masticar, y tardo un buen rato en notar el repiqueteo a agua corriente que llega tras una cortina, justo a un lado del salón. De cuchara en la mano y boca llena entreveo con cierto estupor que, según lo dicho, la camarera se ha despelotado y se está duchando, como quien dice, en el salón mismo, en un cubículo justo a un lado, sólo separado por una cortina, repleta de jirones, que obliga a un visionado que deja a este comensal en una situación francamente embarazosa, pero aún así sigo comiendo tranquilamente, porque no soy quien para interferir aquí con el libre albedrío. Sigo comiendo porque sé que el origen del nombre de este país es “sunu gaal“, que en wolof quiere decir “nuestra canoa”. Sigo comiendo porque sé que dentro de esta piragua nuestra, aunque nada esté bajo control, cada pequeño acontecimiento, por más raro que parezca, colabora a seguir tejiendo esta red invisible de relaciones interpersonales que hoy nos hacen sentir tan vivos, y cuya suma de pequeños caos particulares nos mantienen, curiosamente, a los habitantes de esta barca, todo el tiempo en un sereno y silencioso equilibrio. Sigo comiendo hasta que limpio el plato y después acabo con el pan. separador

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Published on October 07, 2016 01:30

September 19, 2016

La manera wolof de hacer las cosas

13903351_1368537993162806_2883248466249454065_nsss Primeros días en Pilote Barre. Somos el último grupo que llega a Senegal este año y el trabajo que nos queda por delante no es poco. —Hay que terminar los refuerzos de las paredes del aula infantil —nos cuenta Pablo, que coordina la obra—, cementar el suelo, cubrir el techo y también construir y montar puertas y ventanas. Tenemos para ello apenas dos semanas, de las cuales sólo podremos sacar tres o cuatro horas de trabajo útil al día. Un grupo de albañiles locales, profesionales todos, trabaja en paralelo en la parte más ambiciosa del proyecto: la construcción de cuatro edificios que ocuparán el nuevo centro de cultural del pueblo. Ambos proyectos comparten mano de obra y recursos, de hecho están los dos en el mismo solar.
Según las indicaciones de Pablo nos repartimos en cuatro grupos. La cuadrilla está formada por hermanos y primos de Mamadou, impulsor del proyecto, por voluntarios locales, y por nosotros, los “tubabs” (los “blancos”, en wolof). Hay que decir que el grupo no podría funcionar si no fuera por la ayuda de cuatro intérpretes (Amadou, Diaw, Lamine y Rama), que por las noches nos permiten debatir todos juntos, y en profundidad, tanto en wolof como en castellano o francés. Además de trabajo, compartimos vivienda, comidas y también los pocos ratos de ocio que nos regala la lluvia.
Unos acarrean arena para afirmar el suelo, otros mueven fardos de paja, que pronto será usada para cubrir el techo del aula, algunos se han puesto a ayudar a atar encofrado y un grupo algo más pequeño se ha sentado en corro a rellenar botellas de plástico con arena: pero no hacen souvenires playeros para tubabs, no. Están preparando lo necesario para terminar el refuerzo que necesitan las paredes. El aula entera ha sido construida con botellas de plástico recuperadas de la basura, unas diez mil, más o menos. Rellenadas a presión y vueltas a cerrar se transforman en “ecoladrillos” que pueden ser usados para edificar, tal como se hace con los ladrillos convencionales.
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separador Que se hayan usado botellas no es por capricho, sino para enfrentar algo que por aquí es un problema serio. En la mayor parte de Senegal el servicio de recogida de basuras no existe como tal. Al no haber vertederos centralizados la basura se acumula de forma aleatoria en las zonas aledañas a los asentamientos. El aula de las botellas pretende dejar como ejemplo el destino que en un futuro se podría dar a la gran cantidad de plásticos que hay esparcidos por toda la comarca.
Visto que aún falta el grupo de carpinteros, decido ofrecerme para la construcción de ventanas —¿dónde las están montando? —pregunto con cierta ingenuidad y me señalan una tabla larga, echada sobre el suelo, y ya blanca de tanto cocerse al sol. Por algún motivo esperaba ver por allí algo parecido a un banco de carpintero. Junto a otros seis voluntarios improvisamos uno, allí sobre la marcha, en donde al menos podamos trabajar sin tener que estar en cuclillas, bajo el solazo de Gandiol. Después tratamos de hacernos con lo necesario para empezar.
El equipo de herramientas de que disponemos es de una modestia conmovedora. Tenemos dos destornilladores, un martillo —¿le marteau?— en multipropiedad con los montadores de cerchas y los armadores de encofrado, permiso de uso sobre las tenazas de Lamine, el carpintero profesional; derecho a roce sobre el nivel de Ndanga, ça va bien, ¿eh?, ¡Ja ja ja!—el indeprimible “patrón” de obra; una escuadra descuadrada por la herrumbre, un metro que, más que metro, es un trozo desgarrado por el setenta y nueve y medio, ningunos alicates y un serrucho que parece salido del kit navideño del pequeño carpintero del Alcampo. Las brocas del taladro están todas quemadas y la hoja de la caladora está muy gastada, pero en el fondo da un poco igual porque en Gandiol no hay electricidad…, bueno, tenemos un generador, pero el primer día no había gasolina, el segundo no se pudo usar porque llovió y hoy no funciona, no he preguntado por qué. (En Senegal sólo hay tendido eléctrico en las grandes ciudades, no en las más pequeñas ni tampoco en las zonas rurales).
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Pronto asumimos que la única fuerza motriz de la que nos podemos fiar es de la tracción a sangre. Eso significa que las maderas para las ventanas las tendremos que cortar a serrucho, que los cortes rectos y en ángulo tendremos que hacerlos “a mano alzada” como quien dice, porque no tenemos ingleta, y que durante el proceso necesitaremos de cuatro voluntarios bien comíos que , a modo de prensas humanas, se echen, cual morsas, a ambos lados del banco; para que la mesa no se zarandee y no acabemos serrándonos un dedo.
Súmale que son las once de la mañana y ya hace un calor como para incubar pollos. Bebes agua porque sudas, y como empiezas a sudar todavía más, pones la cabeza debajo del chorro de una manguera que te hace sentir como si te estuvieran regando con una tetera, y ya no te queda otra que hacer como doña Manoli e ir a sentarte a la sombra a quejarte un rato: “Dos días y todavía no hemos conseguido adelantar nada, hay que ver, pero ¿es posible conseguirlo?” , quiero decir, en medio de este alegre caos de cantos en bucle, y bailes wolof en la hormigonera; donde las herramientas se pierden en tres idiomas: “le tournevis”, “el qué”, “kai legui”, “les ciseaux”, “¿qué dice el notas?”, “¡¡Degu má!!”
Pero aunque parezca mentira, y contra todo pronóstico, para el tercer día los seis carpinteros ya somos expertos en serrar “a ojo” a 45, 90 grados y en el ángulo que sea. Sacamos clavos sin tenazas, medimos con un trozo de cuerda y, por extraño que suene, ahora las herramientas siempre aparecen cuando se las necesita. A pesar de las predicciones, el trabajo al fin empieza a salir adelante.
En definitiva, la cosa ha empezado a ir sobre ruedas en cuanto conseguimos dejar, por un momento, de pensar como toubabs: “así no se puede trabajar”, etc, y conseguimos adoptar la manera wolof de hacer las cosas, aquella que, sin duda, es la que mejor se adapta a lo que puede ofrecer Gandiol. Esta incluye dar por sentado que en Senegal cuesta un verdadero triunfo de la voluntad hacerse con cosas tales como un simple tornillo faltante, cosas que en Europa conseguiríamos en cualquier chino y a deshoras. Un principio del modo wolof asume, no sin razón, que muchas veces es preferible fabricar tus propias soluciones, aunque no sean las mejores, a esperar conseguir las óptimas. Otro de ellos consiste en compensar todo posible fallo organizativo (producido por lo antedicho), con una motivación por el trabajo tan grande que no se la salta un galgo.
Acaso lo interesante de este proyecto es que se trata de un trabajo que un grupo de gandioleses hace para su pueblo. Tanto la valoración del problema como la aplicación de la solución nace y se desarrolla dentro del pueblo mismo, sin mediación financiera ni logística de expertos de ultramar. Es lógico que el método de trabajo también sea el wolof. Así trabajamos, y mientras lo hacemos cantamos, dentro de un presente en donde la división entre trabajo, ocio y catarsis no existe; es apenas una expresión más de la vida, una que al ser compartida, de pronto parece expandirse dándole un significado más amplio al motivo por el que nos hemos encontrado. Con cada golpe de martillo seguimos el ritmo de un canto que en wolof nos nombra a todos y a cada uno de los que estamos aquí, seamos tubabs o locales, adultos o niños, para que tengamos presente que todo esto que estamos haciendo solo tiene sentido porque estamos juntos.
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“Ku yaag ci teen baag fekk la fá”



“El cubo de agua al final siempre se encuentra

con el que espera en la fuente”

 


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Tagged: Gandiol, Hahatay, Proyecto Aminata, Senegal
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Published on September 19, 2016 02:00

January 25, 2016

Reseña de “a las 15:00” de Mamadou Dia

A las 15:00 es la nueva publicación del escritor y activista senegalés Mamadou Dia, a quien conociéramos un par de años atrás gracias a 3052, el libro en que narra su odisea de ocho días a bordo de un cayuco rumbo a Europa.




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a las 15:00

Sinopsis:



XE28524_2016-01-23_01-01-32XE28524_2016-01-23_01-01-32_1Una semana. De viernes a jueves es el tiempo en que transcurre esta historia sobre el paso del senegalés Mamadou Dia por Madrid en marzo de 2015. Tras el éxito de 3052 persiguiendo un sueño, en este, su segundo libro, el escritor y activista político relata los acontecimientos que desembocan en un incidente con la Policía Nacional, hecho que le sirve para abordar algunas reflexiones sobre la situación del mundo, las desigualdades sociales y la capacidad de cambio del ser humano. Mamadou quiere ser, con esta obra, la voz de tantos hermanos inmigrantes que ven violados diariamente sus derechos en Europa, en América y en cualquier parte de la tierra.  “a las 15:00” es un relato sobre él y sobre nosotros. Sobre la capacidad de ponerse en la piel del otro y sobre la esperanza de hacer la vida más justa y alegre. Y todo con el telón de fondo de la fría primavera de Madrid.


 


El autor:



1117_Present305201Escritor y cooperante senegalés residente en España desde hace algo más de diez años. Dia salta a la palestra pública cuando en 2012 presenta 3052 Persiguiendo un sueño (ver reseña), libro donde describe el trance que en mayo de 2005 lo empujó a subirse a la patera que, tras ocho días a la deriva, finalmente lo arrojaría  a las costas canarias. “Al quinto día navegando, cuando nos quedamos sin gasolina, supimos que estábamos perdidos. No veíamos ninguna señal en el radar. Además, a la mañana del sexto día desapareció Ibu, uno de nuestros compañeros. Supimos que no había aguantado más”.


“Y yo pregunté al mar por qué no te tragaste a Mamadou como a otros miles de jóvenes africanos. Y así me contestó: me juró que llevaría este testimonio a todos los rincones del mundo conocido. Los que murieron se quedaron conmigo; eran míos antes de que nacieran sus abuelos, los marinos lo saben. Mamadou me llamó, me cantó y me pidió con humildad llegar vivo a su destino.  (…)  Los que están conmigo aplaudieron y dijimos todos, sí, que siga con vida.”


Al octavo día, cuando no les quedaban apenas fuerzas y alimentos, vieron aparecer un helicóptero sobre sus cabezas. Así comienza la andadura de Mamadou en territorio español. Primero será el campo militar en Tenerife, después el centro de internamiento de Aluche, en Madrid, y por último el traslado a Castellón, en donde finalmente  será liberado, aunque sin derechos ni papeles.


Algunos años más tarde, y ya con total dominio del idioma español, presenta su primer libro y con el dinero recaudado crea la ONG Hahatay, son risas de Gandiol —el pueblo de pescadores donde nació—, un dinámico proyecto de cooperación entre Senegal y España.


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Aquí y ahora:

Mi reacción al leer 3052 fue la de decir “al fin”, sí, al fin aparece una voz capaz de contarnos algo distinto sobre el mundo de los migrantes. Persiguiendo un sueño es uno de esos libros que no destacan tanto por lo que muestran como por lo que dejan entrever. Tiene la virtud, al menos a  juicio de este cronista, de ser el texto que ha abierto la puerta esto que, dentro de algunos años, quizás, se empiece a conocer como la nueva literatura migrante española. Y teniendo en cuenta la forma en que crecen las comunidades migrantes en Europa, puede que no sea una predicción demasiado descabellada. Sobran ejemplos en la frontera sur de los Estados Unidos.


La Presentación:

Con la expectativa de conocer personalmente a Mamadou, el 15 de diciembre de 2015 llego al salón trasero del restaurante Dakar, un pequeño local de comidas frecuentado por la comunidad senegalesa de Lavapiés. El autor nos ha convocado a la presentación de: a las 15:00, su segundo libro.


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Media hora antes de entrar, una buena cantidad de gente ya se arremolina en la puerta, tanta que al pasar al salón no hay lugar para todos y algunos se quedan de pie. Lo primero que llama la atención de Mamadou es el perfecto dominio que tiene del español, incluso para alguien que lleva diez años por aquí, si. Usa el idioma con una precisión que le permite expresarse con una agudeza que de por sí es poco frecuente entre nativos, y eso ya se reflejaba en las páginas de 3052.


Nos habla de sus primeros tiempos en España y de su relación con los españoles, sobre todo con aquellos que nunca han tenido la oportunidad de conocer a alguien de más abajo del Sahara, y nos cuenta que tras esa desconfianza hacia el recién llegado siempre hay una buena dosis de desconocimiento. Una vez superado, todas las barreras caen. Un chico guineano interviene: —Es verdad —dice — al principio inspiras desconfianza y una vez que te conocen te quieren comer— todos ríen.  A las 15:00 es un libro que tiende puentes y que busca echar abajo estas barreras que nos separan.


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Opinión:

Un relato fresco y ágil en el que acompañaremos a Mamadou mientras visita Madrid durante siete días. El libro está estructurado al estilo de los diarios, donde cada capítulo abarca una jornada. Seguimos un relato lineal donde se abren brechas que sirven al autor para reflexionar sobre los desafíos que viven los jóvenes de Gandiol, su pueblo natal, y sobre los cantos de sirena de esta Europa consumista y deshumanizada que, a sus ojos, parece menospreciar tanto al africano migrante, que busca asilo, como al joven español que no encuentra aquí el modo de ganarse la vida. Cada capítulo está rematado por un breve texto poético que acertadamente aleja la narración del manido género testimonial.


“He sido un pez, he tenido la suerte de conocer el fondo marítimo. He sido hormiga, he disfrutado y caminado por muchos rincones en muchas sendas. Hoy soy pájaro, viajo, observo, aprendo…”


No, a las 15:00 es algo más que literatura testimonial, aunque, según su autor, no haya sido escrito más que para hablar sobre lo que no se habla. La diferencia radica en su capacidad de hablarnos sobre aquello que siente, más que sobre “lo que pasa”.


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Siete días en la vida de un joven senegalés, un relato de cotidianeidad que se romperá en seco cuando el protagonista se tope en Lavapiés con dos policías que están pidiendo la documentación a un grupo de africanos negros. Al pasar por allí, con el móvil en la mano, uno de los agentes le asestará un porrazo creyendo que está filmando la detención. Sin más será inmovilizado, se lo esposará y se lo echará dentro de una celda sin calefacción junto a varios otros detenidos. Mientras es trasladado, los funcionarios definen las detenciones del día como “cacería de monos”. De pronto la apacible rutina de este conferenciante se ve torcida fruto de la arbitrariedad. Todos sus planes se suspenden, pierde el tren que lo iba a devolver a Galicia, el tiempo se detiene y ya solo queda el deambular en círculos por la celda tratando de entrar en calor.


Si tuviera que definir en una frase cuál es el mérito principal de este autor diría que es el de haber sido el primero que se ha atrevido a romper el hielo que separa a los españoles del residente africano. Como bien se escuchó decir durante la presentación, mucho más que el odio daña el desconocimiento hacia el extraño. Una desconfianza que inmoviliza quitando a unos y a otros la posibilidad de trascender compartiendo esas experiencias que unos necesitan y que a otros les sobran.  En este sentido los libros de Mamadou lo que hacen es tendernos un puente desierto en el camino. De lo lejos que queramos llegar dependerá que lo aprovechemos en nuestra ruta.


Soy una gota de agua, amiga de la tierra.

Esta que me enseñó a caminar,

he disfrutado de miles de paisajes.

Aprendí a bailar con la corriente,

la naturaleza me hizo escuchar las mejores

 melodías.

Camino por la tierra y me cansa el calor,

vuelvo al mar para refrescarme.

Soy el pez wolof.


 


XE28524_2016-01-23_01-01-32Autor: Mamadou Dia

Titulo: a las 15:00

Nº de páginas: 198 págs.

Encuadernación: Tapa blanda

Edición independiente

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 555-3870-9900


Más info: www.hahatay.org  www.diamamadou.com


Tagged: 3052 MAMADOU DIA, A LAS 15.00 Mamadou Dia, Hahatay, Mamadou Dia, Resena de: a las 15:00 - Mamadou Dia
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Published on January 25, 2016 01:00

December 8, 2015

Presentación Pídele papeles a Santa Simpa

Mil gracias toda la buena gente que me acompañó en la presentación del libro que, dicho sea, fue todo un éxito de convocatoria. Gracias, gente, por venir a brindar por estos barcos nuestros que de tanto en tanto consiguen salir del astillero y empezar a navegar solos.


 


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Durante el lanzamiento la versión completa de Pídele papeles a Santa Simpa se encuentra en Descarga Libre en  formato epub y Kindle

(Los Libros Libres)




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Published on December 08, 2015 02:00

November 18, 2015

Lanzamiento de Pídele papeles a Santa Simpa

La presentación y el lanzamiento

de la novela Pídele papeles a Santa Simpa

tendrá lugar en el Centro social y cultural

Tres Peces Tres

el día 28 de noviembre de 2015 a las 19 hs. 

Tras la presentación

habrá comida mexicana

y barra abierta con música en vivo hasta las 00: hs

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logotipo
 Csa Tres Peces Tres

C/ de los Tres Peces, 3

Metro Lavapiés y Tirso de Molina – Madrid 

¡Te esperamos!

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Published on November 18, 2015 16:41

November 8, 2015

La torre de Babel en Toronto

2015-10-15_011029   El Babel Working Group se congrega cada dos años en la Universidad de Toronto. Se define como un colectivo no jerárquico en el que no hay líderes ni seguidores. Se conforma por una alianza horizontal formada por académicos, investigadores,artistas y por cualquier persona que se encuentre interesada en asumir el riesgo de colaborar con proyectos poco convencionales en torno al libro, en todas sus concepciones posibles. 


Invitado por Sherrin Frances, de la Saginaw Valley State University, he tenido el gusto de exponer y explicar nuestra experiencia en Madrid como bibliotecarios okupas junto a Jaime Taylor y Zachary Loeb, de la biblioteca de Occupy Wall Street, Jaime Omar Yassin de laBiblioteca Popular Víctor Martínez de Oakland y Elizabeth Rich de la Saginaw Valley State University 


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Panel


Juntos hemos dado forma a la conferencia: “The Liminal Spaces of Protest Libraries” dentro de la sesión 22 del programa de la bienal. En donde hemos explicado un poco cómo se originaron nuestros proyectos.


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Babel Working Group

A lo largo de tres días hemos podido compartir nuestras experiencias de libreros de ocupación con nuestros compañeros de panel, también hemos podido asistir a algunas de las más de veinte charlas que se han expuesto durante el fin de semana.  Hemos escuchado a medievalistas, artistas conceptuales, poetas, escritores, antropólogos, historiadores  y ensayistas exponer las propuestas más radicales sobre el libro y todo lo que este representa.


 


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Occupy Toronto University 

Para dar un poco la nota, durante todo el congreso, “ocupamos” la sala de entrada del Centro de Estudios Medievales, que es sede de la bienal y que gentilmente nos cedieron para dar cabida a todos nuestros desmanes. Allí montamos una biblio de ocupación. La “Little Babel Pop-up Library”


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“The Liminal Spaces of Protest Libraries”



20151011_114613Nuestra charla comenzó con Elizabeth Rich que nos contó de su experiencia con las “Seeds libraries” o bibliotecas de semillas en el estado de Michigan (USA). Las Seed Libraries toman el modelo de las bibliotecas tradicionales buscando dar a los agricultores ecológicos una herramienta de independencia frente a los grandes proveedores de semillas. En una seed library puedes “sacar” una determinada cantidad de semillas de una determinada variedad y plantarlas en tu huerta. Al llegar el tiempo de cosecha recolectas igual cantidad de semillas de ese mismo cultivo y los “devuelves” a la biblioteca. Las Seeds Libraries aparecen desafiando el poder monopólico de los grandes proveedores planteando una forma radicalmente distinta de obtener y de proveer cultivos ecológicos al márgen de los mercados tradicionales.


Zachary Loebb y Jaimie Taylor nos han contado su experiencia participando en la biblio del movimiento Occupy Wall Street que se formó en agosto de 2011 en un parque aledaño al centro financiero.  Por entonces la acampada en la puerta del Sol ya se había levantado y Bibliosol se había trasladado al CSO Casablanca. Desde allí les escribimos una carta de saludo. Antes de empezar nuestra charla Zachary se acercó con su portátil: Look at this– dijo y me mostró la foto de la carta que les mandamos hace 4 años, allí exhibida en Wall Street. Momento emotivo.


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LETTER


Años después de aquel primer contacto finalmente nos reuníamos todos para charlar con todo el tiempo del mundo.




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20151011_125118Jaime Omar Yassin es el responsable de laBiblioteca Popular Víctor Martínez (California) Proyecto que funciona en un barrio carenciado de la ciudad de Oakland. El vecindario donde se encuentra está conformado principalmente por migrantes latinos y afroamericanos. Un barrio con una tasa elevada de abandono escolar donde casi no hay infraestructura de contención social. La Biblioteca Popular comenzó  -cuenta Omar- con la ocupación del edificio de una biblioteca abandonada. Los vecinos comenzaron a donar libros hasta alcanzar un fondo que superó el millar de títulos solo durante el primer día. Al día siguiente un centenar de policías desalojó el edificio. Pocos días después el colectivo volvió a entrar ocupando ahora sus jardines, donde la biblioteca ha vuelto a funcionar dentro de una “casita” de acceso desde este terreno. Allí funciona una huerta comunitaria y poco a poco empieza a convertirse en el centro de la vida social del barrio. “Es un proyecto político contra la gentrificación” asegura Omar “Lo que pretendemos con la biblioteca es crear el primer nodo de una red de centros sociales que les planten cara a los especuladores que pretenden desplazarnos de nuestros barrios”


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12140579_10156074390240702_4124312938291486912_nFinalmente toca a un servidor, Martín Zeke Ochoa,  volver a los primeros días de AcampadaSol para contar como surgió la idea peregrina de montar una biblioteca a cielo abierto, una que con el paso del tiempo llegaría a juntar cerca de 7000 títulos que desfilarían por cuatro distintas sedes y que al día de hoy aún continúa en funcionamiento (Dividida entre el Csa Tres Peces Tres y Csor Quimera). Paralelamente he presentado la ponencia, algo más teórica, “Protest Librares as Attractor Fields during a State of exception” que analiza el poder que tienen los libros, como meros objetos, de alterar tanto nuestra conducta como el espacio que los rodea.


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 Así dejó el programa de nuestra charla Terry Jane una de las asistentes. ¿La liamos mucho? :)


Un millón de gracias a Sherrin Frances y Elizabeth Rich por invitarnos y hacernos sentir como en casa en todo momento. 


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Published on November 08, 2015 06:03

September 21, 2015

Reseña: «Lejos de ninguna parte» de Nami Mun

Joon es una adolescente hija de coreanos que vive en el Bronx de finales de los ochenta. Su padre se niega a aprender inglés y se retira a un mundo interior en el que solo parece haber lugar para el alcohol. Finalmente la abandona junto a una madre esquizofrénica de la que huirá al cumplir trece años.

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Leyendo a Nami Mun durante una tormenta con corte de luz 

—…Lo que necesito es que me digas dónde has trabajado.
—Trabajé en una residencia de ancianos.
—¿Posición?
—Ayudante del director de actividades.
—Motivo del cese.
—Me echaron.
El lápiz se paró en seco. Con una mirada de asco contenido, giró la cara hacia la derecha, como si mi respuesta le hubiera propinado un guantazo.
—Motivo del despido.
—Les Robé. Lo siento —dije—, mi padrino de los NA me aconsejó que dijera la verdad sobre mi pasado. Siempre. A todo el mundo.
—¿Qué son los NA?
—Narcóticos anónimos.
—Genial.

Joon es una adolescente hija de coreanos que vive en el Bronx de finales de los ochenta. Su padre se niega a aprender inglés y se retira a un mundo interior en el que solo parece haber lugar para las infidelidades y el alcohol. Cuando su madre tiene el primer brote esquizofrénico su padre las abandona. Desorientada y sin recursos Joon huye de su casa para dar comienzo a un desfile enloquecido por prostíbulos, casas okupas, centros de acogida y de desintoxicación.

Lejos de ninguna parte se articula como una colección de relatos, más o menos autónomos, que nos cuentan una historia como quien va pasando fotos. Cada capítulo es una postal en donde solo alcanzamos a ver un fragmento de la escena, pero que, en la mayoría de los casos, consigue fraguar en nuestra cabeza los elementos necesarios para ponernos en situación: el primer servicio en el puticub, una pelea en el reformatorio, el delirio de heroína en el cubil de una casa okupa. Golpear puertas para vender cosméticos o asistir a las reuniones de Narcóticos Anónimos.

—Cuatrocientos sesenta y dos días —soltó Frank, dándose un golpe en el bolsillo del pecho de su chupa de cuero.
Tardé unos instantes en darme cuenta que lo que se golpeaba era su chapa (su medalla) de sobriedad.
—Son muchos días, admití.
—No significa nada. Son los días que llevo engañándome.
A mí todavía me quedan unas cuantas copitas. Copas, polvos, rayas, porros y todo lo demás. Lo sé yo y lo saben ellos, joder, hasta tú lo sabes.

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Lejos de ninguna parte no destaca por su estilo ni por tener una trama especialmente atrapante. Su principal virtud reside en la frescura de la mirada de esta niña, tan capaz de hablar con candidez de los copos de nieve en la ventana como de las burbujas en la cuchara del jaco.

Es una novela que peca un poco de sencillez en lo estructural, en el sentido en que su autora no asume grandes riesgos en cuestiones narrativas. A su favor diremos que la historia no se queda en la mera descripción del mapa del desastre. Consigue adentrarse en sus personajes, bucea en ellos, es decir, los deja hablar libremente hasta que, poco a poco, comienzan a aparecer ante nosotros, más allá de los estereotipos, con su dimensión más humana y real. Un libro en donde lo más importante no está en lo que se cuenta sino en todo lo que en él se omite. Necesariamente despierta la habilidad de leer entre líneas, y de alguna manera, nos fuerza a buscar en nuestro interior para completar las piezas que faltan.

Más allá del natural morbo que se puede encontrar en lo patético, este libro nos muestra con bastante claridad eso que podríamos llamar la cosmogonía del emigrante. Un espíritu signado por una contradicción que se pone de manifiesto cuando es pillada robando en unos almacenes. El tendero, paisano suyo, le pregunta en su idioma si es coreana:
—¡Hable en cristiano, hombre! Ahora está en los Estados Unidos —le dice, como si no supiera que su propio padre tampoco es capaz de hablarlo con soltura.

“Pensé en mi padre, él no pertenecía a este país, no a su esposa, ni a su hija, que decía frases que sonaban a canicas pegajosas. A pesar de todo no sentía ninguna lástima por él. O no quería sentirla. Era mi padre. Y sí, yo había abandonado a mi madre, pero él nos había abandonado a nosotras primero”

Vicente Luís Mora dice, en su reseña de este libro, que el inmigrante y el narrador tienen un trabajo en común. Ambos deben reconstruir una vida. Con este libro Nami Mun parece intentarlo, pero no tanto con la suya como con la que sus padres, esa que perdieron al emprender un viaje que los llevaría tan lejos de sus sueños como de ninguna parte.

portada lejos-ninguna-parte_1_744432 Título original: Miles from nowhere
Traducción: Bianca Southwood
Año de publicación: 2011
Nº de páginas: 268 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: LIBROS DEL SILENCIO
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788493853150

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Published on September 21, 2015 03:00

Reseña: “Lejos de ninguna parte” de Nami Mun

Joon es una adolescente hija de coreanos que vive en el Bronx de finales de los ochenta. Su padre se niega a aprender inglés y se retira a un mundo interior en el que solo parece haber lugar para el alcohol. Finalmente la abandona junto a una madre esquizofrénica de la que huirá al cumplir trece años.


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Leyendo a Nami Mun durante una tormenta con corte de luz 

—…Lo que necesito es que me digas dónde has trabajado.

—Trabajé en una residencia de ancianos.

—¿Posición?

—Ayudante del director de actividades.

—Motivo del cese.

—Me echaron.

El lápiz se paró en seco. Con una mirada de asco contenido, giró la cara hacia la derecha, como si mi respuesta le hubiera propinado un guantazo.

—Motivo del despido.

—Les Robé. Lo siento —dije—, mi padrino de los NA me aconsejó que dijera la verdad sobre mi pasado. Siempre. A todo el mundo.

—¿Qué son los NA?

—Narcóticos anónimos.

—Genial.


Joon es una adolescente hija de coreanos que vive en el Bronx de finales de los ochenta. Su padre se niega a aprender inglés y se retira a un mundo interior en el que solo parece haber lugar para las infidelidades y el alcohol. Cuando su madre tiene el primer brote esquizofrénico su padre las abandona. Desorientada y sin recursos Joon huye de su casa para dar comienzo a un desfile enloquecido por prostíbulos, casas okupas, centros de acogida y de desintoxicación.


Lejos de ninguna parte se articula como una colección de relatos, más o menos autónomos, que nos cuentan una historia como quien va pasando fotos. Cada capítulo es una postal en donde solo alcanzamos a ver un fragmento de la escena, pero que, en la mayoría de los casos, consigue fraguar en nuestra cabeza los elementos necesarios para ponernos en situación: el primer servicio en el puticub, una pelea en el reformatorio, el delirio de heroína en el cubil de una casa okupa. Golpear puertas para vender cosméticos o asistir a las reuniones de Narcóticos Anónimos.


—Cuatrocientos sesenta y dos días —soltó Frank, dándose un golpe en el bolsillo del pecho de su chupa de cuero.

Tardé unos instantes en darme cuenta que lo que se golpeaba era su chapa (su medalla) de sobriedad.

—Son muchos días, admití.

—No significa nada. Son los días que llevo engañándome.

A mí todavía me quedan unas cuantas copitas. Copas, polvos, rayas, porros y todo lo demás. Lo sé yo y lo saben ellos, joder, hasta tú lo sabes.


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Lejos de ninguna parte no destaca por su estilo ni por tener una trama especialmente atrapante. Su principal virtud reside en la frescura de la mirada de esta niña, tan capaz de hablar con candidez de los copos de nieve en la ventana como de las burbujas en la cuchara del jaco.


Es una novela que peca un poco de sencillez en lo estructural, en el sentido en que su autora no asume grandes riesgos en cuestiones narrativas. A su favor diremos que la historia no se queda en la mera descripción del mapa del desastre. Consigue adentrarse en sus personajes, bucea en ellos, es decir, los deja hablar libremente hasta que, poco a poco, comienzan a aparecer ante nosotros, más allá de los estereotipos, con su dimensión más humana y real. Un libro en donde lo más importante no está en lo que se cuenta sino en todo lo que en él se omite. Necesariamente despierta la habilidad de leer entre líneas, y de alguna manera, nos fuerza a buscar en nuestro interior para completar las piezas que faltan.


Más allá del natural morbo que se puede encontrar en lo patético, este libro nos muestra con bastante claridad eso que podríamos llamar la cosmogonía del emigrante. Un espíritu signado por una contradicción que se pone de manifiesto cuando es pillada robando en unos almacenes. El tendero, paisano suyo, le pregunta en su idioma si es coreana:

—¡Hable en cristiano, hombre! Ahora está en los Estados Unidos —le dice, como si no supiera que su propio padre tampoco es capaz de hablarlo con soltura.


“Pensé en mi padre, él no pertenecía a este país, no a su esposa, ni a su hija, que decía frases que sonaban a canicas pegajosas. A pesar de todo no sentía ninguna lástima por él. O no quería sentirla. Era mi padre. Y sí, yo había abandonado a mi madre, pero él nos había abandonado a nosotras primero”


Vicente Luís Mora dice, en su reseña de este libro, que el inmigrante y el narrador tienen un trabajo en común. Ambos deben reconstruir una vida. Con este libro Nami Mun parece intentarlo, pero no tanto con la suya como con la que sus padres, esa que perdieron al emprender un viaje que los llevaría tan lejos de sus sueños como de ninguna parte.


portada lejos-ninguna-parte_1_744432 Título original: Miles from nowhere

Traducción: Bianca Southwood

Año de publicación: 2011

Nº de páginas: 268 págs.

Encuadernación: Tapa blanda

Editorial: LIBROS DEL SILENCIO

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 9788493853150


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Published on September 21, 2015 03:00