Isabel Núñez's Blog

October 21, 2012

Alea jacta est



Foto: I.N., Nubes de esta tarde, por el norte, 2012.

Ya hay una fecha y es inminente. Sólo quedan los últimos preparativos y concentrarse para que todo sea favorable y nada detenga lo que tiene que ocurrir. No sabré nada hasta que no despierte de ese quirófano desconocido donde todo se verá. Poco a poco, he ido reconciliándome con la idea de entregarme, de confiar. No ha sido fácil. A veces, todo duele y el dolor me devuelve a la tristeza de mi condición, de lo que me ha ocurrido, de lo que ocurre y de lo que me queda por recorrer. Mi amiga Anne, que me ve como a un personaje de Arthur Rackham, me dice que tengo que acabar de atravesar un bosque intrincado y espinoso y que pronto llegará le jour clair. Muchos amigos me aseguran que están convencidos de que todo irá bien, de que sus intuiciones son certeras. Y yo, ¿qué creo yo? Yo lo creo todo y no creo nada. Tengo pensamientos de muerte y he hecho mis pequeños preparativos en ese sentido, me angustia ser un cuerpo inmovilizado, conectado a tubos, sin capacidad para hacer nada salvo respirar y sentir, sufrir. Y al mismo tiempo no puedo evitar tener todas las esperanzas, incluso creer en lo improbable como JN, creer que todo será inexplicablemente mejor de lo esperado. Nadie sabe.

Dudaba si llevarme el ordenador, y al fin alguien me convenció para que sí lo hiciera. Quién sabe cuándo podré y tendré fuerzas para incorporarme. Aún no he decidido qué libros vendrán conmigo, aparte de Julien Green. 

Rufus se quedará al cuidado de V. y de Tigridia. Él ya lo sabe: a su manera misteriosa, los gatos lo saben todo, o casi todo. Ya fui a ver por última vez al hombre que escucha, esta vez con un sueño que no supe descifrar. Tenía que hacerme, antes de la operación, unas fotos con una escalera de mano abierta y un cubo de pintura, pero en vez de cámara o teléfono, utilizaba una barra de labios negra con un dispositivo que también hacía fotos. Y de pronto pensé: pero con esto no sé si puedo pasarlas al ordenador...

Estos días me han visitado amigos, como siempre, que además se han hecho cargo de trabajos domésticos que para mí son difíciles ahora (antes me avergonzaba de que lo hicieran, ahora sólo siento gratitud, que es una fuente de felicidad). J. lo hace siempre, la otra Bel vino hoy, V. vino a buscar llaves e instrucciones para acompañar a Rufus. Giuseppe no pudo venir, estaba seleccionando cuentos clásicos y contemporáneos para unos editores de libros de texto que no han leído el prólogo maravilloso de Nathaniel Hawthorne. Buscaba un cuento y yo me agaché en mi polvorienta estantería de cuentos clásicos infantiles, pero no pude encontrarlo. Vinieron mis amigos semi-italianos con su manjar delicioso; quieren estar conmigo también el día D, aunque no puedan verme. Y es que esa mañana yo me había despertado mejor, tal vez gracias a una cena o tal vez gracias a unas respiraciones hara, y me sentí la hormiga atómica y empecé a hacer trabajos de Sísifo y acabé volviendo agotada al sofá. Cuando se fueron mis dos amigos, me subió la fiebre.

Hoy, J. me hablaba de su tristeza, de la que no se siente autorizado a hablarme porque intenta siempre alegrarme y parecer contento, de todo lo que tiene que digerir sin apenas darse el derecho a quejarse. Y yo, aunque estaba en esa nube melancólica y dolorida de esta mañana, me he alegrado de que lo dijera porque lo sé desde siempre y otras veces se lo he dicho y creo que es mejor que a veces pueda verbalizarlo también conmigo. Aunque yo apenas pueda hacer otra cosa que escucharle en silencio.

Pero ¿no son los silencios a veces la escucha que yo misma quisiera? Sólo eso, ser escuchada y sentir cómo me vuelven esas palabras, reflexivamente... Esa pequeñez podía ofrecerle yo... y la lluvia.

Escribo. Cuando puedo, cuando tengo fuerzas y estoy sola, escribo. Escribo como Rufus duerme. Escribo ese libro extraño y desestructurado, ahora ya con su working title, lo cual es un alivio para mí: poner nombre a las cosas. Fotografío el cielo, como un arma contra la tristeza, que a veces se adhiere al cuerpo como una costra, como esta mañana, por el dolor, que me devuelve a la dureza de estos tiempos míos. Las nubes forman a veces masas luminosas, extrañas floraciones, tonalidades insospechadas. Hace noches que no veo las estrellas: pacificada y en plena aceptación de lo que vendrá, duermo algo mejor. Me despierto pero no voy a la sala. La primera noche, Rufus, extrañado, saltó sobre mi cama a las cuatro. Ahora ya lo sabe; ha habido un cambio y ya no me espera. 

A veces me siento casi feliz, olvido que no puedo vivir, olvido que no tengo cuerpo, que habito en una jaula dolorosa y puedo soñar, respirar aunque sea con esta respiración mezquina de ahora. Me siguen ocurriendo cosas pequeñas maravillosas, aunque yo no pueda entender la paradoja de todo esto, ni la extraña duplicidad de sensaciones que engendran. Qué importa. Si me curase, si recobrase un cuerpo de mujer, aunque sea con esas nuevas cicatrices, si pudiera, como dijo mi amigo Giuseppe: "Antes de Navidad, bailarás sobre las rocas". Y yo pensé en un paseo maravilloso que dimos por un camino de ronda, Caterina, él y yo, un día en que el viento había barrido el cielo, poco antes de mi desastrosa intervención. "Oh sí", le dije yo, "volveremos a aquel camino y yo bailaré sobre las rocas..." Hay tantas cosas que quisiera hacer para celebrar mi curación, si lo consigo, tantos lugares y tantos amigos con los que reírme y bailar... Sobre todo G., que necesita como yo esa celebración, la merece después de lo vivido, después de que, en abril, un cirujano de espíritu carnicero le abordase en un pasillo de hospital para decirle que su madre no viviría de ninguna manera, era imposible, en un impulso sádico incontenible, que luego se enseñoreó también conmigo y según él, yo debería haber desaparecido del planeta el pasado julio. Hay gente que afirma así su pequeño poder, sus venganzas contra la traición de Electra, quién sabe qué... Ah, Christiane Olivier sabría...

Como decía, anoche me subió la fiebre, por razones que descubrí más tarde. Mi delgadez es tan extrema que el termómetro de mercurio no se me sujetaba bajo el brazo y al fin tuve que recostarme y quedarme quieta para que no se me cayera y rompiera. Pobre calaverita, me digo a veces, cuando sorprendo mi cara demacrada y espectral en el espejo. Aunque mis amigos siguen viéndome esa luz que yo no veo. ¿Pero qué vemos en los otros? ¿Acaso no vemos también el ser del pasado, el que fue en otro tiempo? Si no, ¿cómo podría existir a veces el deseo? También seguimos pensando en nosotros como los que fuimos, sin edad, sin darnos del todo cuenta del tiempo transcurrido. Salvo cuando ocurren mutaciones como la mía, tan salvajes que cada mañana es una sorpresa reconocerme aún en esta guisa. Nada de esto importaría si de verdad yo pudiera, antes de Navidad, bailar sobre las rocas...

Ha empezado a llover con furia, después de tronar y relampaguear y Rufus, que a veces adopta la personalidad de mi padre, teme a las tormentas, aunque le encanta mojarse un poco cuando hay llovizna.

Mi amiga americana me manda estos días una colección de postales en blanco y negro de Nueva York: Walker Evans, Berenice Abbot, Andreas Feininger, Rudy Burkhardt, Arnold Eagle, Leo Brooks..., todos los buenos fotógrafos que fotografiaron la Gran Manzana. Por el reverso, con su letra preciosa y su trazo ágil, un león protector con un dibujo que va cambiando... 

JP, que se siente desterrado del paraíso al dejar Varanasi y que hizo junto con Rocío una ofrenda de una lamparilla por mí encendida en el Ganges, me ha escrito una última crónica, una de sus cartas indias, y voy a ponerla aquí:














Tras abandonar el paraíso que fue para mi este año Banaras,
voy un poco perdido y desconsolado, ni siquiera ahora en Jodhpur que
normalmente me sienta bien encuentro la calma, pero supongo  que es el
nerviosismo de tener que volver y enfrentarme a esa realidad tan distinta y que
desde aquí siento tan ajena y el precio a pagar por haber subido tan alto.


  Los últimos días en Varanasi aunque agónicos
fueron al mismo tiempo lentos, bellos, casi diría dorados. Una felicidad frágil,
amenazada, cada persona me parecía valiosa, cada piedra un tesoro.  Como
explicar la felicidad ? cuando atesoras cada momento desde que te despiertas
hasta que te acuestas? ya hable de esa otra belleza que trasciende lo sensorial
o forma parte de lo sensorial pero circula por otros caminos que no son los
convencionales, donde cada ser es bello y único porque forma parte de todo. Y cada
símbolo, cada marca en el rostro, las ropas, el pelo, no son moda , están al
servicio de otra cosa, de una aspiración distinta, que lleva hacia lo alto y
hacia dentro. No estoy idealizando, después de tantos años viniendo a India
empiezo a comprender por que vuelvo, que es lo que me atrae hacia aquí y no me
suelta. Se trata de comulgar con todo, de contagio,  de discriminar y
elegir, incluso de condenarse pero a sabiendas. De dirigirse a lo esencial y
abandonar lo accesorio. Y eso a veces solo lo encuentro entre los pobres, entre
los que abandonaron todo o entre los mendigos. India esta llena de pobres, de
mendigos, de enfermos, de lacras de todo tipo,  hay quien quiere arreglar
el mundo y se pone al servicio del sufrimiento, algo que admiro, o quien lo acepta
porque no lo juzga y ve a los seres uno a uno en el estado en que están y son.


 Y el último día fue especialmente amado porque
pude, después de dejar la bicicleta y bañarme en Tulsi Ghat, pasear de
despedida por los ghats ya por fin transitables y volver a la pensión despidiéndome
lentamente del Ganga. Un musulmán rezaba de pie con las palmas de las manos
hacia el cielo, cara al río, mientras los pescadores reparaban sus redes disponiéndose
para la pesca nocturna y al pasar por el ghat de las cremaciones donde había
piras ya apagadas y otras esperando a ser encendidas, vi a  los familiares
de los muertos bañándose después de asistir a la cremación o esperando tranquilamente,
en silencio, sin llantos, a que los Doms encendiesen la pira. Un cachorrito de perro
acurrucado en el polvo dormía apaciblemente y una vaca atada a un poste cerca
de la plataforma pintada a rayas que culmina un tridente miraba tranquilamente
el río.


Luego el ricksawalla me llevó a la estación por una parte
de la ciudad que nunca veo, coincidiendo con la hora de la plegaria de la tarde, cuando muchos musulmanes se dirigen a las mezquitas a rezar y hay un par de
cementerios musulmanes que parecen abandonados, desmoronándose
lentamente, con puertas en ruinas que ya no cierran nada y hermosos viejos
árboles.


   Dos días antes, fui con un amigo y siguiendo una tradición
que ya se repite cada año después de visitar una tienda pintada de rojo tierra
que protegen un Shiva y una gran serpiente de bronce a tomar tandai,
un refresco hecho con leche pistacho nata y azafrán. En ese lugar hay una habitación
desnuda de toda decoración salvo el color rojo de la pared y un banco para
sentarse. Un empleado desdentado y absorto en algún tipo de nirvana te tiende
el vaso lleno de algo amarillento y dulce. Desde allí fuimos paseando hasta
llegar al ghat desde donde se alza  la gran mezquita, nos bañamos y luego
nos adentramos río abajo hacia Lalit Ghat y Gay Ghat (Nada que ver con gays; se
refiere a las vacas) en una zona adonde no llegan los turistas y donde el
tiempo parece transcurrir aun más despacio y que nada sucede... la vuelta como
siempre fue mágica,  las tiendecitas con las bombillas encendidas donde
todo parece brillar y albergar  tesoros, los miles de templos y
hornacinas la densidad humana... Este año mi amigo no quiso coger un
barquero, se nos hizo tarde, y no tuve la inolvidable experiencia del año
pasado cuando llegamos a oscuras, pues se produjo el típico corte de luz a Ganga
Ghat y la barca atracó en silencio, roto solo por el choque del agua contra los
escalones del ghat y un eco de canticos, en una explanada donde los sadhus
celebraban junto al fuego un ritual y yo creí estar asistiendo a una
escena védica, inmemorial.


Y el día anterior pude ver un nuevo festival de las
mujeres, esta vez para rogar por larga vida a sus hijos, se llama Jivitputrika
Vrat
en banarsi, el dialecto local, Jiyutia. No beben en todo
el día y luego vienen a bañarse al Ganga al atardecer. Al terminar el banyo se
atan un cordón rojo al cuello (a veces negro). Con el colorido de sus saris desplegándose
en los ghats ya libres de agua se pudo ver el festival en pleno esplendor. Había
tantas mujeres que los pobres lecheros recibieron broncas por ensuciar los
escalones del ghat al lavar sus cacharros y estaban arrinconados.


    Me dijo una amiga a la que yo hablaba de
las grullas siberianas porque salían en un libro de pájaros que quise comprar
pero al final renuncie creyendo que jamás llegaría a ver pájaros, así que era fácil
verlas en invierno revoloteando en bandadas y sobrevolando las barcas de los
peregrinos que les echaban comida. Y me habló del Kumbha Mela próximo cuando
los ghats se llenarán de campamentos de sadhus de todas las sectas ....





El poema de Srinatha




          No vendréis
conmigo, dulces añades del estanque.


         Pero por que tendrían
que venir? Aquí sois felices.


         No vendréis conmigo,
bosques dorados de bananos.


         Pero por que tendrían
que venir? Aquí sois felices.


         Madre Vishalaksi por que
no vienes conmigo?


          Pero por que te unirías
a mi? Aquí eres feliz.


         Tu templo interior de
Shiva ven conmigo


         Pero por que vendrías? Aquí
eres feliz


          Venid conmigo ahora
sannyasas!


         Pero por que vendríais
conmigo? Aquí sois felices


        Por que seguir a un
desafortunado hombre como yo


        dejando atrás los infinitos
placeres de Kashi.


  

Eso decía un Risi desterrado de Varanasi, pues Shiva
tiene que aceptarte y sus designios son misteriosos. 


Hoy ya en Jodhpur, sentado tomando un té al alba, mientras
esperaba que llegasen el elefante y su mahout que cada día vienen a recoger la
hierba fresca que le ofrece la gente, tenía frente a mí a un hombre  joven
completamente normal salvo por un pequeño detalle, las pestañas de uno de sus
ojos eran blancas, como si solo ellas fueran albinas, el resto de su pelo, pestañas,
cejas etc. era de color oscuro. En otro banco una mujer embozada en un gran
velo rojo de la que solo veía un brazo lleno de brazaletes y una mano llena de
sortijas. Y también un trabajador cuyos talones llevaban marcadas grandes,
profundas arrugas, se reía y gozaba de la vida de un modo amable.


En Delhi también me visitaba un gato por la noche,
menos mal que ya sé que es él, pues es un poco torpe y siempre hace ruido o tira
algo y me despierta. Esta vez ni me asusté y saltó enseguida a la ventana. Me
fastidió mucho perder la gamccha (toalla que se lleva en el hombro)
blanca con el borde verde que había llevado todo el rato en Varanasi y que tanto me
gustaba, justamente ahora que estoy mimoso y débil y necesito amigos. Intenté encontrar otra igual en Khadi, las tiendas fundadas por Gandhi donde
venden tejidos hechos en telares manuales, pero no encontré ninguna así, eso es
algo que aprendí sobre India: cuando te gusta algo cómpralo porque nunca lo volverás
a ver idéntico o muy difícilmente. Hablo de eso porque también aquí me visita
maullando lastimeramente un gato de color leonado, jovencito, y le encanta
jugar con la única gamccha que me queda, una de seda que
compre en Delhi al llegar.


Leyendo a Conrad que, a pesar de cierta visión pesimista y
de un cierto tono a veces a lo Henry James que me aburre un poco, es un gran
narrador. En Lord Jim: "I was make to
look at the convention that lurks in all truth and on the essential sincerity
of falsehood."
 Y encontré en las notas un fragmento de una de sus cartas
a un amigo , bastante insano, en un momento en que debía de estar bastante
bajo."Life knows us not and we don' t
know life, we don’t even know our own thoughts. Half the words we use have no
meaning whatever and of the other half each man understand each word after the
fashion of his own folly and conceit. Faith is a myth and beliefs shift like
mists on the shore."


Siempre que estoy en Delhi y no sé qué hacer o adónde ir
me refugio en la estación de tren. Allí, viendo pasar a la gente, regatear a las
mujeres con los coolies, los peregrinos sikhs vestidos de azul índigo o
cobalto, las mujeres con velos naranjas, los soldados, la gente cargando todo
tipo de cosas y de bultos, plantas, mesas, cunas, camas. Me fascina visitar las
distintas plataformas y observar los rostros de regiones tan distintas, con
rasgos mongoloides, o los del sur tan negros y tan clásicos, los militares, los
cientos de sadhus que peregrinan de un lado a otro...Cuando cogí el tren para
Jodhpur en Purana Dilli (Old Delhi) todavía me sentí mejor, supongo que
era totalmente subjetivo pero la gente me pareció más amable, mas acogedora y
cuando un señor musulmán que me vio sentado en unas escaleras tomando un chai
me preguntó How are you sir? se me humedecieron los ojos y le hubiese abrazado.
A veces, muchas, algo hiere, como ese adolescente que es un torso al que faltan
un brazo y las dos piernas, y que va desnudo salvo por un ligero trapo en la
ingle y totalmente colocado. Entre el gentío un sadhu viejecito duerme ajeno a
todo.


Ayer asistí al salvamento a un señor que había caído, o
se había tirado, al gran estanque que es la joya de Jodhpur, además de la
magnifica fortaleza, el Gulab Sagar, o Estanque de la Rosa. Lo salvaron
enseguida, me sorprendió la eficacia y la prontitud con que le arrojaron un neumático
inflado y una cuerda, además se tiraron dos personas a salvarlo. Cuando salió parecía
borracho. Lo llevaron a la policía al pobre. Puede que solo estuviera dándole
de comer a los peces del estanque, nos sorprendemos de la cantidad de animales
que hay en India a pesar de la dureza del clima pero nos olvidamos de que están
continuamente dejándoles  u ofreciéndoles comida, hierba a las vacas por
la mañana, bolas de harina amasadas a los peces, grano para los pájaros, en
Varanasi cuidan a los pobres perros parias, los perros mas teatreros, más pequeños
escuchimizados y sarnosos del mundo, pero también de los mas adorables, en
Jodhpur llegan al extremo de poner azúcar en los agujeros de las ratas y de las
hormigas, cada día veo a señores respetables en el parque recorriéndolo con sus
bolsas llenas de azúcar.. Cerca de mi pensión hay un árbol en el que se
refugian al atardecer miles de gorriones hasta cubrirlo por entero, se pueden
coger con la mano, pregunté el nombre del árbol a un chaval que vivía allí en
una havelli muy bonita y me dijo que era un kejari. Pasa tráfico
y no parece nada especial, me pregunto por qué y desde cuando se asociaron
los pájaros a él. Él no supo contestarme.


   Me gustó encontrar el toque sardónico y malévolo
de K. Ayyapa Panikker, a la definición de la Sahitya Akademy (Academia
de literatura) que define a la literatura india con este eslogan: "Indian
literature is one thought written in many languages" que el cambia por
"Indian literature is one because is written in many languages". O
los comentarios de Tagore siempre tan intuitivo y acertado a pesar de que su
estilo (en traducción al menos) que me carga un poco, hablando de que
"literature is not my text, your text, his text. Accept a wholeness in the
work of each writer."


En hindi     Ham kaun the, kya ho gaye aur
kya homge


    Quiénes
fuimos, qué nos sucedió, que será de nosotros


Los niños en India juegan a lastimarse y a perdonarse,
hay sadismo en sus juegos, supongo que están aprendiendo lo que les espera. Las
relaciones de poder entre ellos son una caricatura horrible de las de los
adultos.


Encontré una pluma de pavo que al principio creí que era
de abubilla al ser rayada. Jodhpur tendría que haber sido aquella ciudad
 donde juegan al ajedrez ajenos a todo (en la película de Ray que quizás
es la que menos me gusta de todas las que vi de el) pues aquí se puede ver a
gente jugando a las cartas o al ajedrez desde muy temprano hasta las tantas de
la noche, aprovechando la sombra de los pipales, de los banianos, o la gran
sombra refrescante de los neem. Muchos musulmanes con las barbas o
el pelo teñidos de henna y también muchos con el chichón o callo en la frente
que delata su ortodoxia y su piedad.


   Estuve tomando un té en la puerta del
mercado, donde hay una bella torre con un reloj y por eso se le llama Ganthakar, había un chico en una de esas sillas de tres ruedas que usan aquí los
impedidos, su cara despierta me despisto tanto que tarde mucho en percibir la
silla de ruedas creí que era un tío normal y eso que la silla es bien grande. Y
un hombre vestido de beis con los pies delicados como los de un niño y un
turbante de cuadros que solo había visto así anudado en las miniaturas. Con el
bulto a un lado de la cabeza y la frente plana. Un mendigo se acerca al pequeño
templo rodeado de peluquerías y otras tenduchas que esta en el medio de la
calle y "toca", hace sonar agitándolo, el candado de la puerta para llamar
al dios (Shiva), se descalza  y reza, lo hacen muchos, le rezan a sus
medios de trabajo, a sus herramientas, rezan en el dintel de la puerta antes de
entrar, etc. Dos tipos de arañas se pasean por mi brazo una minúscula de color ámbar
que suelta enseguida un hilo largo y fuerte cuando la intento bajar y otra que
parece haberse disfrazado de mosca y esta al acecho.


   Leo que los libros 3 y 7 del Rig Veda, el más
antiguo de los Veda, son de dos familias de sabios, Vishvamitra y Vasistha y
los himnos están llenos de insultos y acusaciones de unos a otros, todavía hoy
en día los descendientes de esas dos familias, 6000 años después siguen sin
poder casarse entre ellos.


Hoy debe ser el día critico para el concurso, si es que
es un concurso pues a lo mejor es solo una feria de animales, de machos cabríos
que se desarrolla estos días al lado del parque. Pasé ahora por allí y me
encantó ver a los aldeanos, musulmanes todos creo, ya encendidas las fogatas
preparando chapatis y dal. Les encanta que los fotografíen así
que me harte de hacer unas fotos de bellos campesinos con sus mejores
sementales. Algunos de los machos cabríos eran enormes y las relaciones de sus dueños
con ellos de una ternura y una familiaridad conmovedoras. Dos pavos reales en
el parque a mi lado mientras leo, uno esta cojo, pero se desenvuelve bien, las
cosas imperfectas son perfectas.


Hoy me divertía observando las tiendas de los cambistas,
esa profesión que yo ya no recuerdo en España, que ganaran dando cambio de
billetes viejos y esos tráficos que hacen? Hay bastantes así que debe ser
lucrativa.


Por la noche me acerco al lugar del barrio donde a casta
de los cesteros tiene montado un local con despliegue de luces y una figura de Durga
y le bailan la danza de los palillos (que también existe en España pues yo la
bailé de niño pero sin la maestría que veo aqui0 y que creo que ellos asocian
con Gujarat. Como el juego del "pateiro" al que jugábamos de niños en
mi pueblo con dos palos uno largo y otro corto afilado en sus extremos que se ponía
en el suelo,  veo  como los niños cada día en el parque juegan con
las mismas reglas, exactamente igual. 


Me despido con uno de esos poemas tamiles que me gusta
traducir. Es de una mujer, Awaiyar, normalmente aunque
hablan mujeres los escriben los hombres.





               
 Sentí ganas de levantarme


               
 y romperlo todo, 


               
 golpear y romper mi cabeza.


               
 Gritar a todo pulmón


               
 como si me volviese loca.


               
 La brisa fresca de la noche


               
 alimenta mi ansia de amor


               
 pero este pueblo rudo


               
 duerme plácidamente.





Y éste de un hombre




             
 Acaricio tiernamente


             
 tus flotantes cabellos


               e
hizo su promesa:





             
 Amada


             
 cuando seas adulta


             
 adornaras mi casa.





             
 Vino de las montañas 


             
 donde el cazador que excava en busca de raíces


             
 encuentra a veces una piedra preciosa.


               No
sé amiga


             
 dónde esta ahora.





               
       (lo que le dijo la amiga a la joven mientras podían oír
sus padres)





Y uno de Srinatha con el que te he estado bombardeando en
las últimas cartas. El tono es totalmente distinto, un poeta cortesano
infinitamente sofisticado.





             Es como
una apsara del cielo, una mujer sin casta.


             Un festín
para los ojos, una enredadera en flor.


             Su pelo
es negro como la nube más oscura.


           
 Doblegando el deseo. Con andar grácil


             fluyendo
como el otoño, con los ojos brillantes


             como una
flor recién abierta. Es como una escultura o una pintura


             que no
debe ser tocada. Una profusión innumerable 


             de flores
en primavera.


             Dios la
hizo en su mente y la situó


             en una
casta de intocables.


             Si la
hubiese tocado con sus manos


             la
habría ajado.


             Es más
suave que una flor.





   Es parte de un poema en el que un brahmán
absolutamente maleado, pues roba, bebe, juega y hace todo tipo de crímenes
(hasta acostarse con sus hijas) se enamora de una intocable y luego ella muere
(las hijas eran de ella) y el se acaba salvando


a pesar de sus crímenes porque asistió una noche en vela
a la festividad de Shiva.


No voy a hablarte de lo que te espera, ya lo hice, el
mundo es bello y doloroso. Compartámoslo un poco más.


Un beso.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 21, 2012 12:26

October 14, 2012

Nubes






Foto: I.N., Nubes y chimenea, ayer por la tarde, 2012

Llevo tanto tiempo viviendo prisionera en un cuerpo convertido en una jaula dolorosa que me cuesta creer que podré salir de él, y sin embargo, sarinagara, todas mis esperanzas se centran en una intervención para la que siguen sin darme fecha, y pasan los días y yo contemplo el cielo: de día registro los cambios de las nubes con fotografías, de noche sólo me quedo estupefacta ante la interpelación de las estrellas. Una poeta y escritora que me encanta, Isabel Mercadé, aunque se prodigue menos de lo que algunos quisiéramos, publicaba hace poco un poema como una oración, titulado "Arrancando belleza"













Un poco de
belleza

no
resignarse

arrancarla

bajo los
andamios

o sobre el
ruido

danos un
poco

                                    
Dios

entre el
miedo y la sombra

y la luz.






A mí, esa plegaria me fue concedida, tal vez porque, de pequeña, aprendí a buscar en el paisaje lo que me faltaba en mi vida, la hospitalidad que no tenía. Sentía que los pájaros cantaban para mí y atribuía a aquella esplendorosa belleza que entonces me rodeaba promesas de felicidad futura, mensajes del universo de que había algo más para mí en el mundo, otro lugar (y era verdad, o lo fue, quién sabe).

Ante mi malaise, he recuperado la visión de ese espectáculo que, según escribía Virginia Woolf en On Being Ill, la Naturaleza despliega aunque no la miremos y a veces sólo los enfermos tienen el privilegio de contemplar. Eso no significa que no sienta a momentos furia y desesperación, cuando no ataques de melancolía, como ayer por la tarde, cuando volví a empeorar después de dos días de franca mejora, y en esos momentos, mientras además resisto que no me den fecha para la operación y pasen las semanas, no soporto que algunos, que me preguntan cuándo me operan, ante mi respuesta de que no lo sé, me aconsejen "paciencia". Esa palabra venenosa, aunque sea bienintencionada, con su aire de suficiencia monacal, me exaspera. ¿Qué creen que he ejercido desde abril hasta ahora? ¿Acaso saben si ellos resistirían con paciencia vivir sin poder dormir noches enteras durante meses, sin poder respirar hondo, ni andar, ni entregarse apenas a ningún goce físico, intentando olvidar el cuerpo que me aprisiona para poder leer, escribir o soñar, sin poder viajar ni bañarse en el mar ni adentrarse en un bosque, añorando la vieja relación con el propio cuerpo? Me gustan los amigos que me dicen: "qué putada", "es una pesadilla", no te preocupes, verás cómo pronto se acaba", "conozco a tal que se recuperó de lo mismo" o simplemente procuran hablarme de libros y escritura, música y cine, y escuchan mis quejas con un empático silencio. Pero a aquellos que me escriben "paciencia" no los comprendo, aunque sé que tienen buena intención y que es casi algo aprendido, y yo no pueda evitar que me suene tan despiadadamente católico.

Vi una película que me encantó, Les amants réguliers de Philippe Garrel, me la prestó un amigo cineasta a quien mis cuentos más "políticos" ("El día en que mataron a Puig Antich" y "El día que murió Franco") le habían recordado a ella. No había visto yo nunca tan bien contado no sólo el espíritu rebelde del 68 (yo sólo conocí el de los setenta y fu), sino esa mezcla de vitalidad, deseo, rebelión y melancolía de los jóvenes, que aún en su desesperación se muestran con toda esa belleza y energía física desbordante, de la que no son conscientes, y la gestualidad de esos actores es magnífica, y ese París blanco y negro y esas asociaciones a la pintura y la poesía, a la tradición romántica encajada en su contemporaneidad, y los tiempos reales de la espera, en las barricadas, a diferencia de las tramposas narrativas de acción de las películas estándard, y los silencios y la música, todo eso sigue aún conmigo. 

Me hizo gracia que alguien me "acusara" de falta de romanticismo o de emociones en mis cuentos, como si hubiera algo despiadado en Algunos hombres... y otras mujeres , aunque no dijo que le desagradara. Por cierto que le envié a ese alguien el primer capítulo grabado en audio de mi novela, la que está a la espera de salir, y al verlo en el email enviado volví a escucharlo: aunque estaba leído a toda velocidad, al acabar pensé que había algo poderoso en mi escritura de esa historia, me acordé de las opiniones de mis interlocutores y me fui a dormir contenta pese a mis miserias.

J. sigue trayéndome más suplementos literarios extranjeros de los que me da tiempo a leer y además de un luminoso especial Queneau en el Magazine Littéraire, anoche leía en Le Monde des livres un artículo sobre la biografía del cineasta Renoir que descubría tal vez demasiado sus flaquezas, o eso me pareció a mí, pero que sentí curiosidad por leer. 

Leo para La Vanguardia dos Julien Green y un Baudelaire. He tenido que abandonar por ellos a Segimon Serrallonga, el Barcelona de Josep Pla y tantas otras cosas empezadas (unos cuentos de Ingeborg Bachmann) que me traían los amigos o me mandaban editores, incluyendo un Laocoonte salvaje de J. Ribalda que sobre todo me dio ganas  de buscar Luces y sombras del flamenco, de Colita y Caballero Bonald.

Gracias a Itziar González Virós, que vino a traérmelo, pude leer la magnífica "restauración" que esa valerosa y culta arquitecta-restauradora ha hecho con el Barcelona Pam a pam de Alexandre Cirici Pellicer (a quien tanto admiré y cuya figura aquí insólita y heterodoxa, de defensor apasionado del patrimonio y a la vez pionero impulsor de las vanguardias, con su erudita cultura visual y sus excentricidades (arquitecto aunque no quisieran darle el título, historiador del arte, escritor, ilustrador de los diccionarios de latín, diseñador de los cabezudos de la Mercè, publicista moderno, etc), añadiéndole el Per no perdre peu , que es una mirada crítica y a la vez ecuánime e inteligente sobre la ciudad, con la misma pasión barcelonesa de Cirici. Una gozada. Hay que correr a comprárselo, si uno aprecia esta pobre y maltratada ciudad. Itziar González Virós es alguien que yo siempre quise conocer, porque en este país y en esta ciudad hacen mucha falta personajes como ella. Verla fue una alegría, no sólo porque me considera heredera del espíritu de Cirici (esa idea me encantó, ojalá que así fuese) y porque quiso traerme el libro personalmente y me escribió una dedicatoria generosa, sino porque además, su personalidad va mucho más allá de todo lo que ha hecho y está llena de matices insospechados y capaces de iluminar una tarde, ahora que anochece tan deprisa.

Esta mañana, en el intervalo de melancolía que me quedaba como resaca de ayer, ha venido J. y ha tenido que escuchar mi desesperación y se le ha ocurrido hablarme de Rufus, de cómo me ha acompañado en esta época de enfermedad... Y yo he pensado en cómo su compañía ha hecho todo mucho más suave y lleno de belleza (por mi plegaria atendida, porque aprendí a buscarla para escapar del dolor), con sus ronroneos y su proximidad empática, con esa independencia de los gatos, que no exigen atención porque ven lo invisible y están siempre pendientes de otras cosas (a veces Rufus duerme en la habitación de invitados de cara al espejo, como si su imagen le acompañara, pero viene enseguida a reunirse conmigo cuando me oye levantarme en mitad de la noche). Y a veces, llora suavemente porque no puede reunirse con la preciosa gatita del piso de arriba, que se asoma a mirarle desde sus dos terrazas, e intenta escaparse escaleras arriba cuando abro, para maullar a la puerta de encima. "¿Pero no está operado?" me preguntó alguien. "Sí", le contesté yo, "pero es un gato romántico". Por cierto, que hace unos días descubrí que una inteligente y preciosa lagartija vive oculta entre unas tablas en la terracita sur, justamente la que más frecuenta Rufus. Ojalá nunca la encuentre.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 14, 2012 05:41

October 7, 2012

Mientras



Foto: I.N. Rufus intentando coger el teléfono, 2012

Esperaba unas noticias que no llegaban y me enfrentaba a una lluvia de mensajes y llamadas preguntándome precisamente por esas noticias, vino Julia G. y me trajo prestado un libro mítico y maravilloso que logró atraer mi atención y me llenó de muchas otras emociones. Era Celia en la Revolución, de Elena Fortún, un libro que en un país decente y con memoria y que hubiera roto con el pasado fascistoide, sería un hit y tendría su película, un libro rodorediano (en el sentido de Quanta, quanta guerra) pero a la madrileña, un manuscrito sin corregir que la autora guardó en el exilio y que alguien rescató gracias a la viuda de su hijo, pero que pasó aquí desapercibido y ahora sólo se encuentra en esos pícaros libreros de viejo que piden 300 o mínimo 150 euros por él (el ejemplar pertenece a Enrique Ventura, quien por lo visto contribuyó mucho a su publicación en 1987). Una maravilla. Lástima que los dibujos ya no son aquellos de los años veinte y treinta que tenían las demás Celias en mi infancia, aquella niña ácrata y fantasiosa con su mundo libre siempre en pugna con los adultos y su moral. Imaginen, los que tuvieron la suerte de leer Celia, un libro de una preadolescente en la guerra en una familia dividida (al abuelo republicano lo matan los insurgentes, el padre es militar republicano lleno de ideales, a la tía y al primo les dan el paseíllo las fuerzas descontroladas de entre los republicanos) y todo eso contado con el espíritu inteligente e irónico de Celia, observadora desprejuicida del mundo, que comprende todo lo que está ocurriendo aunque crea no comprenderlo, que, republicana hasta el exilio, se da cuenta perfectamente de los excesos y errores en el lado de los "buenos", las miserias de vendettas y mezquindades humanas que las guerras sacan de las alcantarillas y de los vecinos, y la obsesión por la búsqueda de la comida y su periplo entre el campo, Madrid, Valencia, Barcelona (y qué alegría descubrir la ciudad aún entre los feroces bombardeos, los cafés que algunos conocimos, como el viejo Salón Rosa y tantos otros). Todo un hallazgo que le debo a Julia. Inmediatamente encargué la biografía de la autora para saber qué le había ocurrido a la verdadera Celia al salir del país y llegar a América, y para consolarme mientras, Julia G., que es apasionada y generosa, me había traído Celia en el colegio, con sus dibujos de entonces, de L. de Ben, aunque también hubo otros de Molina Gallent y quizás más. Y yo, que añoro siempre aquel Madrid republicano que por aquí tantos han querido olvidar (en ese mito absurdo que han extendido de que la Guerra Civil fue una guerra de Catalunya contra España y no una guerra de clases en la que Madrid resistió valerosamente hasta el final y en la que tantos catalanes apoyaron a Franco, como la familia de quien ahora nos gobierna y que han convertido en héroe independentista a pesar de su política derechista y antisocial y antieducativa, y perdonen el ex-curso), estaba encantada de revivirlo y también de Valencia, donde tuve amigos mayores que me contaron tantas historias de resistencia (como Ricardo Muñoz Suay). Y también porque de pequeña, el mundo de Celia contrapuso su libertad y su humor a la atmósfera asfixiante de mi tía Rottenmeyer y lo que la rodeaba y le tengo un afecto especial, como a Charito y sus hermanas

Luego he leído para reseñar en La Vanguardia un librito de Pierre Bergounioux, del que no hablaré aquí: hace poco una lectora del blog que malinterpretaba mis palabras se ofendió mucho porque le dije que no podía dar detalles de un libro reseñado hasta que no saliera la reseña (y entonces sí publicaría mi artículo en el otro blog), porque me parecería poco ético anticiparme. Ella contestó muy ofendida que era profesora de ética y yo tampoco entendí qué tenía eso que ver... A veces algunos no podemos definitivamente entendernos con palabras y yo, que no gano nada por cada lector que pasa por aquí, prefiero lectores que me comprendan y no esos que pretenden discutir asuntos de mi vida o que me leen como si hablase en una lengua desconocida. Más en estos durísimos tiempos míos en que el dolor físico me sigue acompañando, prisionera en un cuerpo que casi sólo me recuerda la vida física en sus miserias a través de ese dolor.

Y las noticias llegaron y parece que en diez u once días aproximadamente se decidirá mi suerte y hasta ese momento, mientras yo duerma, no se sabrá si se trata de una intervención muy larga y delicada o una más sencilla, ni tengo ninguna garantía, sólo lo sabré al despertar... Pero sólo sueño en recobrar la salud y la libertad del cuerpo prisionero. Nunca comprenderé por qué nos someten a esas pruebas radiactivas y tan agresivas si luego no sirven para ver nada... De nuevo dos o tres escenarios posibles con su estela más larga o más breve de consecuencias en el tiempo. Apenas he logrado escribir. He pasado noches largas e insomnes y he visto estrellas que brillaban extrañamente. Los sueños se me escapan, aunque antes de saber las noticias recordé un fragmento fugaz muy gracioso, que interpreté justo al salir de ver al hombre que escucha. Yo seleccionaba unas imágenes para
Françoise Hardy. La única imagen significativa -las otras me
preguntaba por qué las había escogido- era aquella en la que a una chica le
faltaban dos o tres dedos y me parecía admirable.


Y el sueño interpretado:

Seleccionaba unas imágenes (las del TAC)
para Françoise Hardy (hardi = valiente; todo el mundo me dice que soy tan
valiente y yo pienso que el valor no excluye el miedo, sólo significa no dejar
que te paralice / y François le Champi es aquella novela de G. Sand que tanto
le gustaba a Proust de un niño abandonado que acaba amando a la que le acogió
como madre adoptiva)

La única imagen significativa -las otras me
preguntaba por qué las había escogido- (es decir, la vía realista, la probable,
con la que me estoy reconciliando) era aquella en la que a una chica (yo, vista
más joven) le faltaban dos o tres dedos (es decir, cortar dos o tres dedos
-como medida- de un órgano en la operación) y me parecía admirable.

Creo que el sueño hablaba del valor, de reconciliarme
con la opción de cortar un trocito de un órgano que implica un postoperatorio
peor, y tal vez de mi hijo, de mi temor a abandonarlo si muriese (en los sueños
están todos los miedos), de mi preocupación de cómo le haya afectado lo que me
está pasando o de mi propia vieja condición de niña abandonada, una sensación
que a veces vuelve en estos tiempos…


La Belle Elaine me trajo un libro de Segismon Serrallonga coeditado por Víctor Obiols para Ellago, con un título prometedor y excéntrico, Sempre voldré voler . Aún no he podido hincarle el diente, me queda un Baudelaire de Sexto Piso por reseñar y estoy sembrada de películas que me trajo mi amigo cineasta, aunque de momento sólo logré ver tres piezas más de la correspondencia entre dos cineastas más, cartas y postales de Pere Alberó y Elena Vilallonga. Voy despacio. Intento ver Les amants réguliers. He pasado noches en blanco, difíciles y anoche logré dormir gracias a una melatonina rápida que me ha dejado ko también durante el día, pero me he levantado para descubrir una inundación en el patio de la lavadora. ¿Imaginan achicar agua con un cuerpo doliente que no puede apenas agacharse y que de hacerlo, apenas logra volver a ponerse en pie, como Humpty Dumpty? Yo estaba desesperada, he logrado acabar con tres cubos y medio, aunque acarrearlos hasta la pila de la cocina me ha hecho un daño tremendo, y luego ha venido J, el hombre organizado, ha cerrado la llave de paso y ha traído unos fontaneros de un servicio de urgencia del que es socio, que han resuelto el problema rápidamente y por un precio pequeñísimo. Yo me había quedado agotada y J. me ha hecho la comida mientras yo seguía al teléfono como Doris Day melatoninizada y sin laca. 

Eso sí, J. ha podido comprobar cómo Rufus intenta coger el teléfono móvil cuando suena. Al menos, lo intenta cuando ve la imagen de J. en la pantalla. Habrá que ver si con sólo nombres y letras también se interesa... Es que Rufus es un gato contemporáneo, que vive en todos los mundos, y cómo me ha acompañado en estas noches de insomnio y días tan doloridos...

Mientras, G. está ya feliz en su independencia italiana, con su primera casa, sus excursiones (Bologna, es cierto, está cerca de todo... hoy pasaron el día en Venezia y vi la misma luz de antes en sus imágenes), y con su primera clase, que fue de cine documental, aunque aún se le escapan muchas palabras, pero todo se andará. Él vendrá a verme cuando llegue el día D., y yo siento interrumpir su alegría erásmica, ojalá que todo salga muy bien...

Ayer Giuseppe me trajo una corbina y J. unas frutas maravillosas, cerezas extremeñas, higos, mangos aromáticos de Málaga, papaya y esas confituras de higos y melocotón y mango que ha aprendido a hacer. No puedo quejarme. JP me escribe desde India, ya a punto de partir y con pocas ganas de arrancarse de aquella belleza que tan bien le encaja.
















Seguro que todo sale bien, sobre todo procura ir allá
fuerte y decidida, y con pensamientos serenos, que no te dé la lata nadie. Los
que creemos en algo rezaremos por ti.

Le diré a Rocío que vayamos hasta el río a encender una
lámpara y la soltaremos en el Ganga, y que su luz nos dé esperanza a todos.

   No hay que creer como creen los hindúes en
que el Ganga te da la salvación al ser sagrado para sentir el beneficio del
agua. Ya me acostumbré, al pasar horas mirándolos antes de decidirme, a
compartir el baño en Tulsi Ghat con los lecheros y la gente que va allí a
bañarse cada tarde y disfruto de esas aguas que, como todo en India, es una
mezcla de impureza y de pureza, de sagrado y profano, de delicia y repulsión,
hasta que uno se dirige solo hacia lo que te limpia, o te sana, o te da placer
y espera que sea esa parte la que actúe. Uno no piensa en los posibles
cadáveres que puedan venir flotando por el río (ya sabes que no queman a los
sadhus, a las embarazadas, a los bebés, o a veces los pobres que no pueden
pagar la suficiente leña acaban en el agua solo parcialmente quemados), sino en
compartir esa visión salvífica, esa tradición que se remonta a miles de años y
espera que la corriente lave nuestras faltas, nos purifique no solo el cuerpo y
nos ayude a vivir y a ser mejores. 

Ahora estoy leyendo a Srinatha, un poeta telugu del siglo
XIV, posiblemente el más importante de una literatura más antigua que muchas de
las nuestras (española, francesa, inglesa) y que saluda a Varanasi en el último
libro que escribió, uno sobre la ciudad:

Aquel gran río

donde se funden los tres ríos

con un círculo exterior, otro en el medio

y otro en el interior, una explosión de luz que señala al
Dios del Universo,

cuando pienso en ellos, Kashi, la ciudad brillante,

toma forma ante mis ojos

con inexhaustible alegría, en medio de la noche

de pie en las arenas de la orilla

del río celeste

a la luz de la luna

cantaré a Shambu, el señor de Kashi,

el que lleva la luna en el pelo,

a Shiva, con su cuello negro,

y todo mi cuerpo

se llenará de vida.

Ya estoy nervioso, despidiéndome, con dolor, de las cosas
y la gente, de la ciudad, aunque quedan tres días, y trataré de disfrutar cada
momento. Las voces de las mujeres a veces tienen un timbre tan alto que hieren
los oídos. Ayer vi un vendedor de pájaros que llevaba papagayos de diversos
colores, y luego tres clases de pajarillos, de esos esbeltos y delicados que me
encandilan, unos marrones de un tono intenso con la cabeza y el pecho negros y
el pico de un delicioso gris, otros pardos con el pico gris y partes negras y
los últimos verdes con el vientre a manchas amarillas y negras. El gran buey
herido en una pata, que se pasea lento, cojeando por las calles del barrio,
ayer fue motivo de una pelea porque se tendió en la calle y no dejaba pasar a
nadie de los que iban en moto, era la hora punta, cuando los padres llevan los
niños a la escuela y la gente va a trabajar, y al final se enfrascaron dos a
puñetazos porque uno quería conseguir lo que los demás no pudieron, que se
levantase, y ofendió la sensibilidad del que defendía el derecho del buey a
reposar de su herida y ponerse sano. Me encontré en Assi cuando iba a recoger
la ropa planchada, a Sanjiv, el niño pujari de Tulsi Ghat (el brahmán que en
los ghats recita para la gente los mantras e invocaciones necesarias para
muchas de las ceremonias). Estaba enfermo y mimoso, toda su energía y su chispa
mitigadas hasta volverse dulce, alguien que normalmente, cuando llega, pone en
danza a todo el mundo con sus bromas y sus puyas. Tiene una voz ronca, que se
arrastra un poco, y ojos llenos de chispa, sus movimientos son precipitados
pero precisos, nada torpes, y al final, a pesar de sus intentos de llamar la
atención consigue lo que quiere y todo el mundo lo aprecia. Hubo una tormenta
magnifica, peligrosa en los alrededores de Varanasi; murieron diez personas a
causa de los rayos. Llovió con increíble fuerza y ganas, la lluvia venía de
todos lados y caían grandes relámpagos en el río entre el retumbar de los
truenos. Cuando amainó, me fui a pasear por los ghats casi desiertos, apenas
una o dos personas, con el cielo de color marengo, y la oscuridad cayendo de
repente como siempre en los trópicos.

La sensación que tengo cuando debo regresar, y eso que
para que la transición sea suave me quedan días en Jodhpur, que me encanta, y
casi una semana en Delhi, que es lo más parecido a Europa... podría definirla
con las palabras de Dhu' l Nun "Cada vez que vengo a un país donde no se
respeta al Amado siento que el espacio se reduce".

  Las tórtolas de India son también más delicadas y
esbeltas que las nuestras, con la cabeza y el pecho teñidos de un rubor rosa y
pasos delicados de bailarinas, su arrullo cada día en las escaleras que suben
desde mi habitación al tejado me tiene subyugado.

El artista tuerto, el que diseña los saris únicos, me
volvió a invitar a un té y me enseñó el diseño del traje de novio que
seguramente llevará el chaval de la tetería dentro de dos meses cuando se case,
el sastre que lo ejecutará es según ellos el mejor de Varanasi, un joven hombre
barbudo que en lo mejor de su vida se vio afectado de polio y quedó con las piernas
dañadas. En India, la desgracia y la enfermedad son repentinas, constantes,
cotidianas, pero se toman como vienen y ellos despliegan un brío y una alegría
que no tiene nada que ver con la autocompasión; están demasiado ocupados en
vivir. También me enteré de la muerte del sadhu que hizo famoso Ramiro Calle y
que hablaba español, un bengalí de grandes ojos claros que el año pasado me
invitó a "su" templo, en realidad el de una familia que le permitía
vivir allí, pero no llegué a ir porque tampoco estoy tan interesado en los
sadhus, sobre todo si ellos se interesan por nosotros los occidentales, con lo
pesados que somos, desconfío... pero creo que era buena persona.

Leo sobre las estimulaciones (dohanas) que las jóvenes
púberes dedican a los árboles que tardan en florecer

El priyangu florece cuando le toca una joven.

el Bakula cuando lo riega con su boca

el ashoka al ser golpeado

el tilaka al ser mirado

el kurakava al ser abrazado

el mandava al decirle palabras agradables

el campaka al sonreírle

el nameru al cantarle

el mango al echarle su aliento

el karnikara al bailarle una joven cerca..

Terminé de leer A
lover' s guide to Warangla
, Kridabhiramamu,
en realidad "Los goces del sexo", una obrita de teatro deliciosa,
también telugu, sobre una pareja de crápulas que se pasean por la ciudad en
busca de amor y sexo. Una especie de Ulysses,
pues todo pasa en un día desde el amanecer hasta el anochecer. En la tradición
hindú, la obra literaria es considerada inmortal, es uno de los saptasantana,
es decir, una de las siete formas de progenie (las otras son un hijo biológico,
cavar un estanque, construir un templo, instituir un fondo de ayuda, plantar un
bosque de árboles y dar tierras para que los brahmanes funden un pueblo).

Estuvimos viendo una amiga y yo en vídeo la entrevista
que Pasolini le hizo a Pound, los ojos de Pasolini, su juventud, sus ganas de
vivir, su mentón lleno de ternura y obstinación frente a los ojos abismales de
Pound, su sabiduría escéptica, sus movimientos de saurio cercano a la
extinción, sabio y desconfiado, herido… Y qué maravilla oírle declamar sus
versos en italiano a Pasolini; luego buscamos el original y nos pareció
menos....

Pero también es cierto que el Amor es así

     "La llaga del amante herido
de amor es como el encuentro del acusador y el acusado"

dice Waris Shah.

Escríbeme pronto.

Sé fuerte y sabia tú también. Te queda mucho por escribir
y por vivir.
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 07, 2012 08:13

October 1, 2012

Ondas expansivas




Foto: I.N., Nubes de atardecer, 2012

Pasé una prueba que me produjo un terremoto interior y las ondas aún siguen expandiéndose, de forma que mis noches son agitadas, la inflamación intensa, con su estela de dolor en mi caja torácica y sus consecuencias innombrables y todo se hace difícil mientras espero unos resultados que condicionarán mi futuro y que conoceré como muy tarde a mediados de esta semana. Entre los tres escenarios posibles, uno es ideal, aunque sería más prodigioso, el segundo es más duro, pero aceptable para salir de mi condición de ahora y el otro significaría la nada, y espero que no sea ese tercero en ningún caso. A la prueba me acompañaron Giuseppe y Caterina, dos amigos de siempre alegremente recuperados, e intentaron compensar mi nerviosismo ante aquella estentórea atmósfera del gabinete del Dr. Caligari (JN dixit), con un vozarrón grabado que atronaba como una ogresa: "¡Coja aire! ¡Aguante, no respire!" y cuando ya estaba a punto de estallar, volvía, implacable: "¡Puede respirar, pero no se mueva!", mientras yo sentía subirme a la boca un sabor a borrachera de licor malo del brebaje que me inyectaban. Antes de eso, una enfermera había salido al pasillo y nos había dicho, a otro paciente y a mí: "Cinco vasos cada uno", y nos dio sendas jarras y vasos. Caterina quiso saber, si aquel hombre tenía que beber cinco vasos, yo, que debía de pesar una tercera parte que él, ¿acaso no podría con menos? Pero la enfermera repitió la orden como sonámbula, incapaz de razonar por su cuenta. El hombre se lo bebió sin problemas.  "No puedo ayudarte", me dijo. Yo sentía fuertes náuseas y cada vez daba arcadas más violentas, además de unos gases que subían acelerados. Al acabar el cuarto me quedaba la opción de intentar el quinto y echarlos todos o dejarlo. En ese momento llegó una señora con un sombrero, cogió mi vaso y se dispuso a beber, creyendo que era agua. "¡Alto!", le dije. Estaba tan sedienta que todo le daba igual, de quién fuera el vaso, lo que pudiera contener. Luego me contaron Giuseppe y Caterina que, cuando le llegó su turno, se lo tomó encantada y dijo que estaba bueno. Después, Giuseppe me acompañó a casa y nos detuvimos para celebrar un pequeño ritual compensatorio. Pero mi malestar estaba a punto de empezar. La noche fue endemoniada.

En estos días he vuelto a leer a mi adorado William Blake, de quien yo he leído y releído su "Milton", pues gracias a Casasses me compré una preciosa edición inglesa de sus Complete Works ilustradas por el propio Blake y con unas notas maravillosas para explicar esa contra-cosmogonía tan afín y tan moderna en la que aclara que el alma y el cuerpo no son entidades separadas, que la energía y el deseo no deben reprimirse y que hay que tomar el partido de los demonios y no el de los ángeles, como le ocurría a Milton sin saberlo. Y es que A.C. y la reina de la traducció me trajeron una versión bilingüe  maravillosa traducida por otro demonio blakiano que ha seguido esa tradición iluminada catalana y que es la de Segimon Serrallonga, verdagueriano y complejo, a quienes mis amigos poetas conocían y admiraban (publicada por Jardins de Samarcanda, naturelich!). Y es que cada vez que miraba a ver cómo resolvía él la escritura de Blake (a Blake se le puede leer en inglés más fácilmente incluso que a Shakespeare y a Dickens), siempre encontraba su gracia y su libertad y su afinidad relumbrando como tizones encendidos y con una naturalidad que sólo da el puro genio. Y su prólogo, que empieza con la imposibilidad de traducir, me resultó afín a mi propio espíritu. 

También he visto gracias a ellos Die Frau mitt 5 Elefanten, una película a la vez oscura y luminosa, de una traductora ucrania de Dostoievski al alemán, con una historia trágica y a la vez llena de su pasión por las palabras, de su vitalismo y el afecto que la rodea, la obstinación de un orden cotidiano de cocina y pulcritud, y también las sombras y la interrogación sobre su pasado de traductora para una autoridad nazi, ¿acaso no es el traductor el segundo autor del texto?

Anoche salí a cenar con mi amigo cineasta y el arquitecto humanista. Estuve dudando hasta el último momento, me preguntaba si podría. El día antes había tenido incluso algo de fiebre, con un ataque de frío que me llevó a envolverme en mantas y poner la calefacción mientras llovía y llovía como en el cuento de Somerset Maugham. Anoche me sentía mejor, pero pese a todo tuve que retirarme pronto y bruscamente porque empezaba a notar mis troubles digestivos y la agitación gaseosa me ahogaba. Pero dos preguntas de los dos comensales me llevaron a escribir un poco más, en esta nueva intensidad recobrada. Y es que tras unos días de dudas, en que me parecía escribir pure facts without music, al fin ha vuelto ese nervio de la escritura mía y puedo escuchar la música que me arrastra a seguir. Aunque escribo homeopáticamente, porque escribir del presente es así, no permite avanzar mucho, un pensamiento diario, dos cuando hay suerte... Pero qué felicidad...

Tengo que decir que, a pesar de mis malestares diarios y de los momentos de pura desesperación y nerviosismo que generan, yo me siento aún llena de energía y esperanza. No he perdido todavía el humor. No veo nada admirable en mi resistencia, aunque mis amigos me feliciten, es la única alternativa que tenía, y quién sabe lo que sería de mí si se cumpliera el peor escenario de los tres posibles. Sólo espero con firmeza que eso no ocurra, no puede ser, ¿si no fuera así, de dónde saldría esta fuerza?

A estas horas, los resultados de mi prueba, gracias a J., ya obran en poder del cirujano. No he querido ver ni saber nada antes de que él lo viera. Mi futuro está en juego en este momento, bajo este sol radiante, la hamaca y los estornudos de un Rufus ovillado en la butaca negra...

Incluyo aquí la última Carta india de JP., que he recibido estos días. Es muy larga, pero vale la pena porque permite viajar a Varanasi con la mirada de un escritor connoisseur, que sabe vivir entre ellos con la humildad y la apertura necesaria, en sus estancias allí. Perdonen que no ponga las cursivas o si falta algún acento:














Te envié el texto del que te había hablado, quizás
demasiado largo, tu verás. Sigo feliz, me aterra la idea de volver, aunque sé
que es necesario. Terminé de leer un libro que creo que te encantará cuando te
lo preste, Legends of Khalak de O.J.
Vijaya, el escritor de Kerala del que te hablé, este año tengo una extraña
conexión con Kerala, hice tres amigos de ese origen, uno en Delhi Santosh, un
hombre de izquierdas, que habla español, pues pasó años en EEUU, y en
Nicaragua, aquejado de la lepra blanca, esa enfermedad en que uno pierde la pigmentación,
otro en Ladhak, un restaurador de obras de arte que asistía a un congreso y que
fotografiaba pájaros y por eso nos hicimos amigos y un soldado a punto de casar
se y volver a casa en Delhi. En el libro de Vijayan, los niños devuelven a su
maestro la fe en los renacimientos. Ahora me puse a leer Crossing the dark waters de Anand, y creo que me está gustando más
que The Private Life of an Indian Prince que
teóricamente es su mejor novela. Aproveché
que puedo disponer durante un rato del ordenador de Rocío para enviarte el texto de modo normal y no como siempre sin
acentos y sin eñes.

Ojalá estés mejor. Espero que mi texto sirva para
compartir contigo un poco de la felicidad que siento al estar aquí y eso que
como paró de llover, y la lluvia es mi musa, quizás lo encuentres árido.

Un beso.




Bengalí Tola

Bengalí Tola es el nombre del barrio donde esta mi
pensión. Antes era la zona donde vivían los bengalíes, que a la manera de
muchos de los rajás y maharajás de India, tenían una casa en Kashi (Varanasi, Banaras,
Benarés) para poder venir de vez en cuando a hacer sus pujas, quemar a sus
muertos o simplemente esperar la muerte cuando ya llegaban a cierta edad.
Todavía hoy muchos de sus descendientes residen en el barrio y hablan hindi con
acento bengalí. En la calle principal un poco alejada del río y los ghats, la
que va desde Godaulia a Sonarpura y luego sigue hasta Assi, ya en el extremo
sur de Varanasi, se pueden ver todavía algunas de las bellas casas coloniales que
construyeron, con columnas en piedra de todos los estilos griegos, graciosas
columnitas de hierro en la veranda o galería superior, bellos jardines ahora
casi abandonados y pórticos con plataformas de piedra a modo de bancos a los
lados. En el interior del barrio las casas son modestas, salvo una muy bien
conservada de un juez de Calcutta, ahora convertida en hotel, y alguna otra que
ahora se haya dividida en pequeños apartamentos. Muchas de las más bonitas
están cayéndose a pedazos y son sustituidas por nuevas construcciones.

   La calle que atraviesa Bengalí Tola y
comienza en Sonarpura deslizándose paralela a los ghats y terminando en
Dasashmavedhghat, el ghat más importante de Varanasi (significa ghat donde se
hizo el sacrificio de los diez caballos, un sacrificio que hacían los reyes en tiempos
védicos) es una calle estrecha, a pesar de llevar el pomposo titulo de Main
Road, apenas dos metros de ancho. Al principio hay unas cuantas tienduchas donde se fríen en grandes recipientes de hierro las samosas, masalas dosas y
otras comidas favoritas de los indios, un poco como nuestras tapas y que sirven
sobre todo para cenar. También algunas tiendas de dulces. Luego se llega a un
recodo donde hay una gran confitería, no tan famosa como la del cruce de
Sonarpura (una de las mejores de Varanasi y donde me gusta refrescarme con los
kulfi, los helados de leche y pistachos), pero favorita entre los rickshaw wallas
y llena siempre de perros y de vacas que se aprovechan de las sobras. Un
zapatero tiene allí instalado su "establecimiento" en el suelo,
aprovechando que es un buen sitio de paso y que tanta gente visita la
confitería. Después hay un precioso templo shivaísta que han profanado
estéticamente al adosarle una caseta de hojalata donde venden verduras y
pintarle con pintura plástica roja su bello Nandi (el buey sagrado que siempre
se haya en los templos de Shiva frente el santuario), las apsaras que lo
circundan (bailarinas celestes)  cumplen la función de ménsulas portando
instrumentos musicales y algunas pequeñas figuras infantiles. Luego viene el
famoso templo dedicado a Ganesha, el Sri Chintamani Ganesha Mandir, en el que
hace poco se celebraron conciertos de música (bhanjan) debido al festival y en
su santuario alberga una gigantesca figura del dios. Cerca
de él se encuentra una tienda de un artesano que hace los famosos juguetes de madera
pintados de colores vivos, como músicos, diversas divinidades, carromatos,
elefantes...y enseguida mi tienda favorita de dahi (yoghurt) delicioso, aunque
sea de leche de búfala y no de vaca como requieren los más sibaritas o los más
ortodoxos. Una de las casas antiguas de este tramo el cual tiene la ventaja de
que en uno de sus lados hay un gran asiento de piedra y las casas son bellas construcciones
con galerías de piedra labrada, esconde en dos de sus ventanas que dan a la
calle sendos lingams que apenas se divisan a través de los barrotes de hierro
que las protegen. No son tan grandes e impactantes como los otros dos que están
un poco más adelante cerca de mi pensión, pero son mucho mas queridos y como en
todos ellos aun en los más gastados y escondidos nunca faltan ofrendas, flores
y hojas.

 En esa casa donde  están los grandes lingams
hicimos yoga una vez invitados por una especie de ángel caído, un sadhu naga que
había abandonado el celibato, se había casado con una sueca, habían tenido un
hijo, compraron esa casa y ahora ya separado de ella vivía con una italiana.
Estaba muy mal visto, nunca los he vuelto a ver, pero los grandes lingams
decorados con malas de rudraks siempre tienen una guirnalda de nardos. Frente a
la tienda de dahi, una residencia de jóvenes brahmanes, brahmacharyas, jóvenes
bhahmanes célibes, y un taller de tejedor donde en un telar manual jóvenes
musulmanes tejen los complicados y ricos saris por los que es famosa Kashi..Y
 más allá un alfarero que vende lámparas, pequeñas huchas para los niños, vasijas
para las pujas de preciosa decoración hecha con arena que parece de oro y otros
cacharros de barro…

    Al llegar al fondo de este tramo, la calle
se junta con el río, por un callejón se llega a uno de los dos ghats de las
cremaciones que hay en Varanasi, en una zona donde hay un gran templo como los
del Sur de la India pues es la zona donde viven los tamiles. En la esquina del callejón
hay una casa donde en 1868 se albergó Ramakrishna durante su estancia en
Benarés, cuando tuvo la gran visión de Shiva sobre la ciudad, y en la que ahora
hay una habitación que conserva algunos objetos usados por él y que me
impresionó bastante cuando la visité, por el tipo de energía que se respiraba
en ella. Siguiendo ya paralelo al río está el Sri Sankaracharya Chikitsalaya,
al lado de un templo con un gran Hanumán en cuyas escaleras recitan sus
lecciones los niños brahmanes o un sannyasi lee las gestas del dios mono,y el
Sri Vidhya Math. Aquí reside a veces, una parte del año, uno de los cuatros grandes
líderes de los monjes de Sankaracharya. La casa de Á., de la editorial Índica
también está aquí. Y ahora ya se llega al corazón de Bengalí Tola, el gran
templo de Kedhar, donde hay uno de los lingams más sagrados de Varanasi, un
lingam brotado de la tierra, una roca gastadísima por la cantidad de pujas que
se le han ofrecido durante miles de años, siempre embadurnado de leche, de
ghee, de aceite, cubierto de flores y de hojas y donde la procesión de fieles nunca
se detiene. A ambos lados de sus puertas en pequeñas plataformas se colocan dos
floristas que venden guirnaldas de lotos, de rosas, nardos y gladiolos, hojas
de las que se ofrecen a Shiva porque forman grupos de tres, y sobre todo de
claveles de moro muy usados por su color anaranjado, que es el color sagrado de
India. Uno de ellos siempre me saluda cuando llego con el rikshaw el primer día
desde la estación al grito de ¡Mahadev! y me gusta verlo por la tarde con sus tikkas (marcas rituales pintadas sobre
la frente) y el pelo recién aceitado, una kurta fresca y limpia y ojos de
haberse colocado con bhang. Las esculturas de los dioses del interior del
templo parecen las imágenes de una cueva, cubiertas de aceite, de leche, llenas
de hormigas. La única manera de acceder a Kedhar Ghat cuando el río está alto y
los ghats inundados o cubiertos de barro es atravesar un estrecho pasadizo donde
siempre encuentran refugio algunos mendigos. Frente a la puerta del templo, los
sadhus y las viudas esperan las limosnas de los devotos.

 Un poco más abajo se halla un templo, Chandeshvar
Mahadeva, más pequeño pero de bellísima factura que tiene justo enfrente un par
de habitaciones de proporciones admirables y todo el conjunto está separado de
la calle por una verja de hierro, es mi casa soñada. La pequeña deidad que
desde la cúpula del templo da a la calle es la de una forma de Bhairav, Shiva
montado en un perro y portando una maza. Siempre fantaseo que debió de ser
construido por alguien de excelente gusto que se retiró a Banarás a rezar. Frente
al templo, en un local oscuro y polvoriento, con aire de ruina se halla la que
fue en tiempos la mejor confitería de Varanasi y ahora ofrece tan sólo la
imagen desolada de una pequeña bandeja de dulces metida en una vitrina de caoba,
resto del antiguo esplendor, con las patas colocadas en cacharros con agua para
que no suban las hormigas y no le ataquen las termitas. También ahí está la
pensión donde solía permanecer en Varanasi hace años y en el jardín, que tiene
una admirable vista sobre el río, solía ver jugar a las mangostas al amanecer.

  Más abajo se encuentra uno otras confiterías y se
pueden ver en habitaciones tan negras como forjas los enormes cacharros donde
hierve la leche entre grandes humaredas. Siempre están llenas de abejas. Aquí hay
un callejón que desciende hacia las barcas y las casas de los pescadores. Y
luego  se llega  a una clínica, la del doctor Kaudi, a ambos lados de
la calle y donde al atardecer puede verse a sus pacientes. También ocupa los
dos lados de la calle la tienda que vende frutos secos y donde se ve como los
tuestan en un recipiente de hierro con arena negra. Y llegando al final de este tramo recto hay una capilla con varios Ganeshas, y otra
de Hanumán, muy respetada. Una tienda de dahi
y leche llevada por dos hermanos, uno de los cuales es tremendamente religioso
y el otro un amante de la música y antiguo luchador de la lucha libre india la
que practican los lecheros en los gimnasios antes de ir a lavar sus cacharros,
lavar sus ropas, lavarse ellos mismos y rezar. Una tienda donde sirven té a los
peregrinos de una familia muy religiosa y una tienda de paan (betel) que como todas ostenta un espejo y el misterio de por
qué en ellas y no en las otras tiendas, el por qué de su utilidad siempre nos
ha obsesionado a una amiga y a mí desde que lo notamos y nos lo dijimos. Otro
pequeño callejón que va hacia el río donde por la tarde se puede ver a los búfalos bañándose y durante todo el día a los dobhis lavando ropa y a los peregrinos
en grandes grupos repitiendo y haciendo lo que les dicta el pujari (el brahmán que se dedica a esta
actividad). En el callejón hay pequeños establos llenos de vacas y ternerillos
que cuida un chaval que, como todos los lecheros, tiene una apariencia ruda, pero me
parece uno de los jóvenes más sanos y simpáticos del barrio. Lo veo ir
fustigando a sus búfalos casi siempre solo, jamás me saluda, pues es muy tímido
a pesar de que me conoce  desde hace años y parece dedicarse solo a sus
vacas. Algún día contaré sobre la vida y costumbres de los lecheros, que me
fascinan, y del que un muy querido escritor de Varanasi escribió sus costumbres
hará unos 50 años, y yo lo pude leer en las clases de hindi con la ayuda de mi
profesor pues está lleno de guiños y términos que solo conoce un nativo de
Varanasi.

Todo, desde la ropa, las expresiones o las costumbres es
igual que hace 50 años aún en el día de hoy. Toda esta zona está dedicada sobre
todo a los peregrinos que acuden al templo y vienen a Varanasi a realizar los ritos
ancestrales, por ejemplo, en esta época y estos días que son de luna llena, una
iniciación que sólo pueden realizar con los brahmanes del Sur de la India y por
lo tanto les cuesta bastante cara y en la que los esposos se
"separan", dejan de vivir maritalmente, pueden comer juntos o vivir en
la misma casa pero en adelante dormirán separados. La hacen sobre todo los que
ya han alcanzado los sesenta. Por cierto que el mes lunar es diferente en el
Norte que en el Sur de la India. En el Norte el mes acaba con la luna llena,
con la perfección, completeness, como dice mi profesor de sánscrito, mientras que en el Sur
la luna llena esta en el medio del mes y el mes termina con la luna nueva.

  La calle se llena ahora de puestos de verdura, de
vendedores de flores, más pastelerías y tiendas de objetos religiosos para los peregrinos.
La mayoría proceden de Andra Pradesh, es decir, son telugus, muy religiosos y
muy devotos. Con los pies descalzos salen de las pensiones, los monasterios y
residencias de peregrinos para hacer sus pujas, la primera al alba
sumergiéndose en el Ganga a la salida del sol por la otra orilla del río. La
residencia más bella, austera como el Escorial, ocupando toda una manzana, en
piedra roja con las ventanas situadas a gran altura, es el Sri Kumaraswami
Math. Hay decenas de templos, residencias, Maths, capillas y miles de lingams,
uno en el interior de cada casa, cientos en la calle en pequeñas hornacinas. Y
se llega a la casa de la que antes  hable, la del sadhu naga caído, con
los grandes lingams. Y un poco antes hay un callejón que lleva a Narad Ghat y
allí está la pensión Kishan donde siempre me albergo, en una habitación que
tiene ventanas por dos lados y a las que se asoman los monos para pedirme
comida y a veces, si dejo la puerta abierta un segundo, entran y me la roban,
veo volar grandes mariposas negras con las puntas de las alas azules o amarillas
y vienen también las ardillas y los gorriones, las salamandras, algún
cuervo... puedo leer en paz si no hay algún huésped que toque la tabla, lo que
gracias a Dios hace años que no sucede, los músicos europeos son mi gran
pesadilla en Banaras. Kishán, el propietario, es un hombre religioso y bueno,
alegre y poco interesado. En ese ghat hay una casa con un gran triángulo
tántrico que es la de un sadhu europeo famoso por sus libros sobre el Tantra y
de la que a veces salen sonidos de instrumentos que se pierden en el río.

   Entre los peregrinos y los vecinos, los
monos ladrones y fascinantes, las vacas y los enormes toros sagrados, mucho más
grandes que nuestros toros y que al pasar, lentos y tremendamente mimados, ocupan
todo el espacio de la calle y uno se aparta o los acaricia con nostalgia de no
se sabe qué pasan los días en Varanasi, en ciclos de tiempo que sacuden a veces
ráfagas de recuerdos de la vida en España, de obligaciones y familia.

La calle continúa hasta Dashsvamedhghat, pero mi relación
con ella no es ya tan estrecha, tan íntima, se convierte en una zona llena de restaurantes
y tiendas para turistas occidentales y japoneses y solo al final vuelve a tener
encanto cuando de nuevo se puebla de cientos de tiendecillas como las que ya he
descrito, de betel, de pasteles, de dahi, de panipuri
(una especie de buñuelos que rellenan de patata y de una salsa que es como agua
especiada) y casi al final está también el único anticuario que conozco en Varanasi,
al que se le inunda la tienda de vez en cuando, si llueve mucho o crece el río
y donde compré terracotas muy antiguas, y luego se abre y llega al ghat y hay puestos de frutas y verduras, y una vez vi a un vendedor ambulante que tenía los más bellos pájaros que te
puedas imaginar, aquí existe la tradición de comprarlos y dejarlos en
libertad."

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 01, 2012 04:36

September 28, 2012

September 23, 2012

Un cielo opaco






Foto: I.N., Chimenea y cielo al amanecer, 2012

Se ha instalado desde hace días. No rompe a llover, no muestra nada y al final se acaba abriendo e incluso acoge nubes esplendorosas como las que ayer por la tarde iban cambiando del rosa moradáceo al azul gris. Mis plantas esperan la lluvia como en una respiración contenida. Esta mañana, mágicamente sin obras, sin estruendo, sin perro prisionero, una invasión de cotorras chillonas se ha enfrentado a la voz ronca y graznante de una elegante urraca, refugiada en los cipreses del único jardín que queda en pie y que consuela mis ojos. 

Anoche vi la primera parte de la Trilogía de Apu, de Satyajit Ray, Pather Panchali, que me trajo JLG: Necesité la ayuda de G. porque yo tengo un bloqueo con los DVDs, olvido cómo funcionan y me irrito tontamente.

 Fue un sábado agotador. De nuevo un tratamiento que antes me ayudaba me hizo daño en mis pobres huesillos y han sido dos noches insomnes y el día de ayer dolorida y agotada, sin saber en qué postura ponerme para respirar bien. La película de Ray me consoló con sus imágenes de naturaleza india y pobreza de una familia de casta alta que se refugia en una vida rural, "demasiado cerca del bosque y de los chacales", dice la madre en su desesperación, todo de una extraña combinación de sencillez y un abarrocamiento que atrapa intensamente, lleno de silencios y de paisaje que respiraba, de complicidad y rivalidad fraternal casi sin palabras, de lluvia, de sueños, de la abuela y sus chales rotos y su encorvamiento y sus cuentos y canciones solitarias, del padre poeta siempre arruinado y sonriente, de la madre amarga con su belleza huraña, la misma belleza de la niña, Durga, y la mirada intensísima del niño, Apu, que parece absorber el mundo en esa sensual melancolía frondosa del paisaje hindú. Una maravilla. 

Una vez más cometí el gesto heroico de ir a cenar y la conversación me alegró el espíritu aunque supusiera un esfuerzo para el cuerpo. Mi interlocutor se fijó enseguida en la iluminación suave y acogedora del jardín del Floral Café, por desgracia tan difícil en esta ciudad donde la luz suele ser hiriente como el ruido, o como él dijo, es otra forma de ruido. Yo, que siempre sigo añorando las noches de antes, cuando todo se apagaba de verdad y el cielo adquiría una realidad majestuosa y llena de misterio, como en el bosque serbio o en el bosquecillo de Rupià, agradezco que al menos en un local se cuide esa penumbra iluminando la comida con unas velas.

Al volver, él quiso conocer el azufaifo. Lástima que le han puesto una fea puerta metálica y ya no se pueda acceder al jardín como en días atrás. Era una suerte poder tocarle el tronco a mi viejo azufaifo. Pero al menos lo vio y me habló de la belleza de lo pequeño, esa belleza de lugares humildes y diminutos que a mí no me  hace falta perseguir, pues parece venir todo el tiempo, acercarse, envolverme a pesar de la saña zafia con que la destruyen los políticos municipales en esta pobre ciudad.

Leí una graciosa y apasionante pieza de Aleksandar Hemon (a quien entrevisté en París para Si un árbol cae) en The New Yorker sobre los Wachowski y su Cloud Atlas. En otro New Yorker un artículo sobre la nueva biografía de Stefan Zweig y sus demonios, ocultos en El mundo de ayer. Una serie de fotografías suyas le dibujaba autrement. Y un cuento triste y denso y memorable de Alice Munro que ya cité, "Amundsen". En esa revista siempre hay al menos una o dos piezas magníficas, que vale la pena leer.

Volví a Hard Times de Dickens, mientras espero que me lleguen mis encargos indios. Por cierto que en algún suplemento literario internacional de los que me trae J (creo que era el del Financial!) leí un interesante y complejo retrato de Dickens con todas sus ambivalencias, sus traumas y también las maravillas de su escritura. "Sus excesos son los excesos de su época", decía el crítico con toda la razón, refiriéndose a su obra. Hard Times parece referirse a esta época nuestra, tan tremendamente injusta, tan equivocada, tan delirante, que tanto daño hace a muchísimos mientras sólo beneficia a unos cuantos y de manera inmediata, destruyéndolo todo a su paso. Dickens sigue hablándome ahora y es un refugio, como Satyajit Ray.

Tuve una "conversación" nocturna con mi amiga cineasta directora de documentales, hablábamos del dolor y de lo que nos salva, a mí la escritura, a ella el cine. Lo mejor de esas franjas de noche insomne que ahora se me imponen por la horizontalidad imposible de la caja torácica, por esas pobres costillas flotantes y las otras, es que me siento a escribir. Esta noche, de tres a cinco. Me había quedado llena de dudas (y aún las tengo) sobre lo prosaico que me parecía lo que estaba escribiendo, y al menos pude introducir cierto fulgor, aunque sin duda tengo que trabajar más. Dos amigos me preguntaron cuántas páginas llevo, yo nunca miro los números, ayer lo miré, eran unas cincuenta y tres páginas escritas, no muchas, pero algo que sí es revelador. 

En cambio me escribió un mensaje una amiga lejana que ni me lee ni me comprende y que había interpretado mi intento de curarme como un abandono a la enfermedad y la muerte. No todo el mundo puede comprender nuestros gestos, aunque a nosotros nos parezcan fáciles, sobre todo sin apenas acercarse y con una carga de prejuicios y de creencias que no aceptan cuestionamiento alguno. Otra vieja amiga, con la que estudié, interpretó mis respuestas a la inversa y empezó a repetirme datos estadísticos que desmienten por completo lo que yo he visto y vivido. No importa. Sin embargo, sarinagara, hay malentendidos que sí me empeño en aclarar porque creo que las palabras deberían poder, que la experiencia común debería servir, que es absurdo hacer tábula rasa como si no nos conociéramos.

Yo sigo pensando en la prueba que permitirá saber si una operación es posible y con qué características. Fantaseo con la vida de después, ya recuperada, en la que podría otra vez  recobrar poco a poco la libertad de mi cuerpo.

JP me sigue escribiendo desde India y me manda imágenes esplendorosas.
















Ayer volvió a  realizarse el festival que mas me
gusta de todos y el que espero con mas ilusión cada año. Tiene lugar en una
kund, una especie de gran pozo con escaleras en sus cuatro lados donde la gente
realiza abluciones y ofrendas, se llama Lolark Kund y es de una belleza
grandiosa precisamente por su sencillez, un esbelto arco de piedra que se
alarga metros y metros hasta hundirse en el agua, aunque es una pena que
queriéndolo proteger lo hayan estropeado un poco poniéndole una barandilla de
metal y un muro pintado de rojo que ya no deja verlo como antes en toda su
simple elegancia. El festival es seguido por miles de devotos venidos de todos
los pueblos vecinos, y algunos desde muy lejos, que desde las primeras horas
del alba se arremolinan alrededor de la kund rebosando los callejones
adyacentes.

Como tenía sanscrito a las ocho, pasé por allí a las
siete y media en bicicleta y ya no se podía circular, tuve que dar un gran
rodeo para llegar a clase. Están las calles llenas de puestos donde venden
frutos redondos y unos espinosos que solo veo este día, así como pepinos, calabazas
y todo tipo de frutos de formas fálicas, otros venden baratijas, juguetes de
plástico para los niños, o polvos de distintos tonos de rojo para las mujeres
(la raya bermellón que llevan las mujeres casadas en el pelo). El agua de la
kund tiene una extraordinaria fama para conceder progenie a las parejas y
además cura muchas otras enfermedades (de la piel por ejemplo, la famosa lepra
blanca), así que todas las parejas, y son centenares, que han sido bendecidas
con hijos vienen con sus bebés a los que afeitan la cabeza en señal de gracia,
las mujeres estériles o que buscan un hijo se tienen que bañar sostenidas por
su marido y a continuación se desnudan y abandonan allí todas sus ropas, sus
joyas, zapatos... y se visten con otras nuevas. Al terminar el día hay montañas
de saris mojados, de zapatos, de pulseras de cristal rotas en el suelo, cadenas
y ajorcas. Los barberos hacen su agosto y en los ghats se pueden ver centenares
de Sagradas Familias, parejas jóvenes con un bebé que toman el baño ritual esta
vez en el Ganga (y con agua mucho más limpia y no llena de los cientos de
frutos que flotan en la pequeña superficie del pozo, aunque algunos brahmanes y
empleados de ellos van retirando lo que pueden para dejar algo de sitio). Me
paré a tomar el té en el sitio de siempre, muy cerca de la Kund y era el lugar
que habían escogido los encantadores de serpientes para exponer sus cobras, u otras
serpientes, hipnotizándolas con sus flautas abultadas y atrayendo al público
con los tamborcitos de doble cara, como relojes de arena, e iguales al que
lleva el Shiva Natarja cuando baila su danza cósmica, los devotos les arrojan
monedas o arroz. Las cobras son preciosas y la rapidez con que mueven sus
lenguas bífidas, impresionante. Algunas las traen tan solo en pequeñas ollas de
barro, como las dos que exhibe una mujer que debió ser bellísima de joven porque
aún lo es ahora que el tiempo y el clima la han ajado un poco.

De repente pasa una andadilla sostenida por hombres que
recitan un mantra (solo van hombres a las incineraciones) recubierta por una
tela y flores.

Volví a pasar por Harmony y entre otras cosas me traje Conversaciones con el grupo de Blomsbury de
Mulk Raj Anand, al que siempre te nombro, por el libro, que ya terminé y que me
entretuvo mucho, desfilan Elliot, Arthur Whaley, Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
Keynes, Virginia Woolf que es la que sale mejor parada, Norman Forster, Lytton
Strachey, Edith Sitwell etc   al que mas espacio dedica es a Elliot, que
aunque es el más estirado, muermo y solemne del grupo es glorificado, a Lawrence
también lo deja quedar bien, a Elliot es incapaz de juzgarlo, pero está plagado
de bromas de los del grupo sobre "The Pope", me gusta la definición
de Huxley sobre la novela "A novel is glorified gossip. Not a
lexicon".

Se nota la sombra de Joyce al que todos toman como
referencia. A pesar de sus bravatas y sus parrafadas sobre filosofía o teoría
de la novela, que me aburren, lo que transparenta de los escritores, de su carácter,
manías, prejuicios me intereso mucho. Además como Anand es indio acaban siempre
hablando de India, a favor o en contra, nerviosos por la pretendida
espiritualidad de esa colonia (aún lo era). Hablando con C.E.M. Joad, el único
que desconozco de los que salen, dice:

"I call philosophy inconsequential disabuse of
terminology expressely invented for the purpose".

 En el último capítulo en casa de Whaley Uday Sankar
(el hermano de Ravi Shankar) baila una coreografía sobre el tema de Shiva
teniendo como público entre otros a Keynes.

Guru Nanak, el profeta de los sikh dice "Even snakes
shed their skins every now and then".

Termino con un verso que le cita Anand a Elliot de
Ghalib. Éste estaba invitado a una mushaira (encuentro poético) de los que se
realizaban en la corte del ultimo emperador moghul, Bahadur Shah Zafar, él
mismo un estimable poeta, y Ghalib, que no habia preparado ningún poema, solo dijo
este verso:

  Ai dil i nadaan, tujhe hua kya hai?

  ¡Ay, mi inocente corazón! que te sucedió?

Por lo visto, Elliot quedó muy conmovido por la tersura y
profundidad

apasionada del verso.

Cuídate. Sé feliz.




Y mi respuesta















Qué maravillosas imágenes me habéis
mandado, de esa India humilde y majestuosa de Satyajit Ray. Algunas se parecen a las que yo misma tengo de mi viaje de los ochenta, aunque hechas
por una fotógrafa mediocre y con una de aquellas horribles instamatic de antes,
pero me alegra tanto reconocer aquella India... Y otras son la mejor
ilustración  de tus palabras y de la atmósfera de lo que escribes, el
festival y los saris caídos, los hombres lavándose en ese agua plomiza, las
vacas bañándose, las vendedoras bajo los arcos (yo tengo una muy parecida!),
los niños, los shadus, los partidos de cricket con los templos al fondo, las
barcas a lo lejos, los personajes solitarios y silenciosos como en los cuentos
de Narayan...

Yo sigo con mis males pero también con
todas mis esperanzas. El lunes es fiesta (no una fiesta como las que tú
describes), y tendré que esperar al martes por la tarde para hablar con el médico. Y es que ahora me han entrado las prisas por saber a qué atenerme y
poder operarme si se puede y sólo sueño con esa otra vida de después, una vez
recuperada, andando por la ciudad y correteando y bailando y durmiendo
boca abajo y de lado en la cama sin dolor, y agachándome sin dolor, respirando
sin dolor, recobrando poco a poco un cuerpo de mujer que antes tuve, incluso
sueño con mi antigua vida de escritora asistiendo a un acto y leyendo en voz
alta mis escritos... Es inevitable soñar. El cirujano me habló de "lo
esencial", que según él, era lo que más contaba: quién es usted, qué
quiere, qué viene a hacer aquí... y ahora me vuelven sus palabras porque me siento más llena de energía, a pesar del dolor, y sé que esa fuerza interior es
lo que podría salvarme. G. ha venido a verme, con su abrigo bolognés, se va el
martes y le echaré de menos, sí, pero lo que más ilusión me hace es que se
dedique a lo suyo con pasión, que aprenda y que se permita entregarse a su
inteligencia y sus talentos, a su mirada, a su sensibilidad y que nada ni nadie le haga desvalorizarse. 

Me gustaría seguir recibiendo siempre estas
cartas indias...

Un abrazo desde lejos

Bel





 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 23, 2012 01:56

September 18, 2012

Vivir


Foto (postal): Thomas Zwalen, Monasterio Stakna en el valle Indus (Himalaya)


Ayer llegué a casa agotada, frágil, dolorida y también más ligera de la intervención en la clínica, que había ido muy bien, gracias a los esfuerzos de Tigridia y al azar de las cosas, y encontré esta postal de JP, a la que luego se añadiría un lluvioso email. Mientras devoraba la comida, con una voracidad animal, producto de la intervención, lloré leyendo lo que me decía JP. Tal vez habría llorado sin la postal o tal vez realmente había algo ahí para mi dolor del momento. Más tarde intenté leérsela al también dolorido J. y volvía a llorar tontamente. Decía así:

"Éste es uno de los monasterios de los que te hablaba. me gusta el mensaje que los ladhakis, con toda su "prisa" y su alegría, recogen del Dalai Lama: que hay que estar alegre cueste lo que cueste, pase lo que pase. Cada día es un don. Me estimula ver que tú persigues esa alegría, ese éxtasis de vivir, cuando hablas de la luz, de los árboles, de los pájaros. Sea lo que sea lo que tenga que venir, que tenga que pasar, este momento es tuyo, es nuestro. Y aunque parezca lo contrario no estamos solos (lo dice un ermitaño). Bernanos dice que el Reino de Dios no distingue entre vivos y muertos. Yo digo que la vida es sgrada y la muerte un misterio. Respetémoslos. Un beso, J.

Las montañas más altas ya amanecieron cubiertas de nieve."

Después de comer llegó el mensaje:

Hoy también
está lloviendo y me tuve que refugiar en algún sitio, así que aprovecho para
escribirte.

 
 Es una pena que llueva porque hoy celebran un festival las mujeres y
llenan los ghats principales de color con sus saris y sus ofrendas (a ti no te
gustaría el motivo pues ayunan todo el día hasta que ven la luna o se hace de
noche rogando y rezando por la salud de sus maridos), además coincidía con otro
festival, éste un tanto ruidoso, el de los mecánicos que tienen por santo patrón
al dios que es el arquitecto celeste, lo pasean en carros que arrastran hasta
el Ganga llevando detrás música a todo volumen y un generador que hace un ruido
insoportable, es un dios que porta una barba blanca tipo Santa Claus y lo
curioso es que cuando va acompañado de sus esposas éstas también son barbudas y
lucen sendas barbas blancas. Y para rematarla, también están preparando el
festival de Ganesha, adornando sus templos con luces de colores y con hojas
verdes. De camino a mi clase de sánscrito me senté a tomar un chai en un sitio
que me gusta porque se mezclan los musulmanes y los hindúes, allí conocí a un
hombre encantador, tuerto, con unas manos bellísimas que me hicieron sospechar
lo que me contó luego, que era un "artista" y entre otras cosas como
decorar templos, hacía diseños para saris únicos , sin repetir jamás los motivos;
me enternece ver la pobreza de sus ropas remendadas y sus chapals de plástico,
al mismo tiempo hablaba un dialecto precioso que me hacía maldecir mi falta de
oído, de memoria auditiva, pues pocas veces soy capaz de aprender ese hindi de
la calle que me encandila y que no tiene nada que ver con el de los libros de
aprender hindi y con el que yo chapurreo.

  Como
te habrás dado cuenta por el tono con que escribo ya he sucumbido a la ciudad, Shiva
ya me  ha empezado a enredar en sus rizos
que son como las aguas del Ganga, vuelvo a estar enamorado y la pobreza me
parece bellísima porque me conmueve de una forma que jamás la belleza consigue,
me desnuda, me concentra en lo esencial, en el hombre, sin necesidad de trapos
ni de nada, salvo sus valores y su dignidad.

 Estuve
en Tulsi Ghat, al que trato de ir cada día porque al filo del atardecer, o un
poco antes, acuden los lecheros a lavar sus grandes cacharros de aluminio y a
lavarse ellos mismos y sus ropas, y hacer puja, rezar y volver a casa en
bicicleta. Me encanta empaparme de sus gestos, algunos son fuertes y guapos
porque antes de bajar al río se entrenan todos los días en un gimnasio al aire
libre que está justo al lado del ghat, dedicado a Hanuman, por la conexión con
Rama, con Tulsidas y con el poder prodigioso de Hanuman, capaz de saltar desde el
extremo sur de India hasta Sri Lanka o de levantar una montaña. El ghat es una
joya, pequeño, precioso, y la tradición dice y por eso se llama así que en el
compuso Tulsidas su versión del Ramayana.

  A. me pasó un libro que a veces creo que te podría interesar; se llama Tripura
Rahasya y trata de condensar en una enseñanza única los múltiples aspectos del
hinduismo, shaivas, vishnuistas, sakyas, pashupalas etc.

 Pasé por
Harmony, la librería donde compro lo literario (lo religioso lo compro en
Indica) y compre un montón de libros, así que cuando llegue te podré prestar
muchas cosas, por ejemplo dos de Mulk Raj Anand, que ya te dije que me gusta
mucho, otro que se llama About me (apni Khabav) de Pandey Bechan
Sharma,  que creo que te puede gustar
pues dicen que en su momento revolucionó el genero autobiografico en hindi, un
libro traducido del Malayam The Legends of Khasak de O.V. Vijayan que me atrae
porque habla de Kerala, que conozco poco. También compré dos libros de poesía
antigua Tamil, así que prepárate a recibir alguna de mis versiones, ya que
cometiste la imprudencia de decir que te habíaan gustado las anteriores
 que te envié. Por último A lover' s guide to Warangal, una
parodia en verso telugu (el idioma de Andra Pradesh) que promete bastante pues
los traductores me gustan bastante, Narayana Rao y David Schulman, de los que
tengo varias antologías telugus antiguas, por ejemplo When God is a
customer
, poemas de cortesanas que son una maravilla. Recuérdame que te
los preste.

  Me
fascina ver pasar a los sannyasis, los viejos que abandonan a sus familias, sus
negocios y llevan una vida de renuncia y dedicada solo a la búsqueda de la
liberación. Con sus bastones (dandas) en pequeños grupos van mendigando un poco
de te o algo de comer.. la ciudad los protege y solo por eso quizás le sean
perdonados todos sus pecados.

 
 No te preocupes si te quejas, si no nos puedes dar buenas noticias, ya llegarán
tiempos mejores, tú sigue cuidándote y déjate querer.

Un beso.




Oh JP, al llegar a casa del hospital, fragilizada de la paracentesis, he encontrado tu preciosa postal y al leerla me he echado a llorar. No es todo culpa tuya, ni de la belleza del monasterio en las montañas ni de la sabiduría de los ladhakis, también, no sé por qué, durante esa intervención siempre me invade una tristeza extraña y sólo me contengo de llorar por lo absurdo de la situación tan mecánica y con las enfermeras... Tal vez en el fluido que me extraen haya algo vital que me deje sin nervio, tal vez mi cuerpo quisiera contribuir a la eliminación de fluidos (han salido 2,5 litros, densos y de un ámbar oliváceo, no los 4 de la primera vez, pero todo a un ritmo sostenido hasta el fin) o tal vez sea la música, pues me llevo un viejo ipod de J para aislarme de lo que allí ocurre, aunque lo oigo todo, y es extraño cómo se ordenan las canciones (sus canciones) aleatoriamente. En cierto momento me salió un pequeño pompón, una especie de alga diminuta que obturó el conducto y tuvieron que cambiarme la aguja y en ese mismo instante empezó a sonar Heroin de Lou Reed y yo me reía sola con mis ganas de llorar, sin poder evitar preguntarme por qué me había pasado todo esto, y acordándome de la palidez del pobre J., que tanto me ha cuidado estos días y que desde ayer tiene un cólico nefrítico y no para de sumergirse en la bañera caliente para aliviar ese dolor tremendo mientras espera que salga la piedra... Así que comprendo a esas mujeres que llenan los ghats con saris y  ofrendas por sus maridos, aunque en mi caso sea sólo un vínculo del pasado, pero lleno de afecto...


Ha venido a buscarme G., que estos días ve a sus dos padres caídos y tiene que encarar también esa sensación de que nadie es invulnerable y la idea de irse pronto a Bologna en un momento en que le mundo se arremolina... Así que he llorado mientras comía sin dejar de mirar tu postal y riéndome de mí misma y pensando en los dioses hindúes y en su relativización de todo lo que ocurre...



Pero el texto que has escrito en esa postal me parece luminoso. Vemos tan distintas las cosas desde el dolor... Hay una percepción especial, esencial, esa humildad agotada de la que yo hablaba en el blog, esas viejas citas de T.S.Eliot, de Wilde, de Goethe que siempre repito... Y hoy, mientras estaba allí, he decidido que tal vez no esperaría siquiera a noviembre, que tal vez... Llevo unas cuantas noches insomnes, me despertaba un dolor lacerante en las costillas, me levantaba y me consolaba con la escritura allí sentada, y durante esas horas he podido incluso sentirme bien escribiendo y escaneando imágenes de un cuento infantil que escribí hace años y que ilustró R.O., aquel amigo tan alto y excéntrico a quien tú conociste y que ya murió (que había pasado sus temporadas en monasterios tibetanos), que nunca llegó a publicarse, para mandárselas a AH., hasta que de pronto, con el cansancio, llegaba el dolor de ciática y tenía que volver a la cama y al calor de la manta eléctrica...



Y luego llega este email tuyo lluvioso, ya hechizado por la ciudad y lleno de todos los dioses, ¡oh, Ganesh! Es uno de mis favoritos. Le traje uno a G. de un anticuario maravilloso de Luxemburgo, aunque ni la tienda podía compararse a la tuya ni él sabía y contaba las historias que tú sabes contar cuando te preguntan por cualquier pieza... Cómo me gustaría estar allí en esa fiesta. Si me curo alguna vez, tal vez iré cuando estés tú si me lo permites para que me enseñes algunas cosas...



Pero mi estado de fragilidad hoy es grande. He cenado tarde para mis horarios radicales y con una voracidad tremenda, típicamente post-paracentesis. Me retiraré a leer un cuento de Alice Munro que publica el New Yorker titulado "Amundsen" y ojalá Ganesh me ayude y pueda esta noche dormir al fin. Mi gato es toda una lección de relajación y sueño y aquí está conmigo. Sigue esa extraña tristeza que tiene que fluir, como un ritual, como un adiós a ciertas cosas que se han quedado atrás (o a mis fluidos vitales!). He bajado a comprar tres cosas urgentes, mareada, y me ha rescatado C. para llevarme las bolsas y ayudarme. Ya en casa, se ha quedado hablando conmigo un poco y me ha dicho que me veía llena de energía. Los demás ven cosas que yo no veo. G. me dice todos los días que me ve mejor, mejor...



No me olvidaré de pedirte esos libros, que ya son para mí urgentes (alguno lo he encargado ya!), y estoy deseando también leer tus versiones de esos poemas, aún recuerdo los que me mandaste, sobre todo uno que hablaba del deseo de una forma proyectada en un cervatillo... Y un poema tuyo que hablaba, cómo no, de la muerte.



Hasta pronto. Gracias otra vez por tus maravillosos mensajes y por esa ráfaga de ritos hindúes que tanto necesito.



Bel


********************

Hoy me he despertado más energética. Es un día oscuro. He regado a la pobre gran buganvilla, ya que la lluvia que predijeron no llegó y anoche se lo había prometido. Luego, en otro arranque de coraje, he arreglado la impresora, me he pesado (sin la carga de ayer soy aún más pluma que antes), he maldicho el estruendo horroroso y feo de las obras que se han multiplicado aún más estos días y que no interrumpirán si no llega la lluvia (calles abiertas por hombres ya sordos y afectados de la vibración tremenda, un tejado también lleno de hombres negros vociferantes y con máquinas prohibidas en todo país civilizado, el piso del edificio de enfrente que nunca se acaba, con sus máquinas taladradoras de todo espíritu y toda lectura...). Pero yo estoy mejor. He puesto la postal de JP junto a Li Bai. He contestado a los mensajes de facebook y a los correos que me preguntaban por la intervención de ayer (a los de anoche contesté lacónicamente, sin fuerzas) y he contemplado mi día. Al final ni siquiera pude leer el relato de Alice Munro, pero lo haré. Me decepcionó terriblemente la traducción de una novela japonesa que quería leer y tendré que buscarla en otra lengua. Envidio esa posibilidad de leer aún más sin tasa que yo de JP. Su amiga traductora, que vive en Varanasi y sí tiene conexión, me escribe (busca editor para un autor maravilloso contando historias indias, pero son tan cerrados los editores por estos lares, tan faltos de criterio...) y me dice que no encuentra a JP porque los ghats, que son su lugar de encuentro, están convertidos en barrizales (mientras, JP refugiado en algún cibercafé, me escribía) y naturalmente él no lleva móvil y ella, que ayer conoció gracias a él a una mujer que le ha encontrado unos libros en persa, se maravilla de lo magníficas que son las amigas de su amigo (eso me recuerda un título de un cuento muy sugerente de Henry James, The Friends of the Friends). En el colegio de al lado los pequeños todavía lloran (lo peor es cuando ponen por megafonía una de esas versiones espantosas que estropean cualquier canción, para hacernos llorar también a los ya envilecidos vecinos), pero ya empieza a haber algunos niños que corren gozosos gritando con silbidos de pájaros y alguno que canturrea. Rufus sigue acompañándome plácidamente, ahora en su colchoncito blanco, ovalado y peludo de invierno. Y ahora, justo en este momento, la buganvilla se ríe de mí porque ha empezado a caer la lluvia. 


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 18, 2012 23:58

September 16, 2012

Correspondencias


Foto: I.N., Rhipsalis crispata, Lluïsa's Gift, 2012.

Transcribo aquí unos fragmentos de mi último intercambio con JP, que sigue en India.














¿Ya ha refrescado? Espero que vayas sintiéndote mejor a
medida que el calor se vaya apaciguando y no sea tan fiero.

Ya llegué a Varanasi, el río está bastante alto pero ya
empieza a retirarse, se ve la isla de arena en la gran curva del Ganga, las orillas
de los ghats están llenas de lodo y de jacintos de agua. No es el momento más
bello de Kashi aunque al atardecer siempre parece un reino mágico, un mundo de
sueño que se desvanecerá en la noche.

  Como siempre mis sentimientos son encontrados,
trato de limar aristas albergándome en la misma pensión de siempre, cuyo
propietario de la casta de los lecheros, granjeros o cuidadores de vacas, en su
caso lecheros, y por eso se llama Kishan (granjero), es un hombre encantador,
poco interesado y tranquilo, una joya en esta ciudad ávida y egoísta hasta la médula.
Aunque como siempre en India, el país donde todas las contradicciones se
manifiestan, sea al mismo tiempo la ciudad donde el dolor llevado al paroxismo
se licua en música, donde la luz parece ser algo sobrenatural en ciertos
momentos y la noche albergar universos desconocidos.

   No me parecen simpáticos ni amables, en el
tren conocí a un señor muy divertido, un profesor de BHU (la universidad de
Varanasi) que era ingeniero en electrónica ( si es que se dice así) irónico,
lleno de charme, acostumbrado a recibir homenajes por Europa (me habló sobre todo
de París) y por América, viajaba con su hijo que se dedicaba a la animación y con el que cuando su padre se acostó estuve
un rato hablando de cine...

Pero quien volvió el viaje algo valioso fue su padre con
su chispa, su ingenio, su vanidad, la manera de regatear un poco más de chau
con un empleado del tren, llamar a su hijo "el rey del Nepal" o
distribuir la conversación haciéndonos participar a todos quisiéramos o no.

Pero este señor era una de las brillantes
 excepciones que Varanasi prodiga, esa plétora de genios de la música, del
sanscrito, de la medicina, del urdu o del persa, brahmanes con prodigiosa
memoria, increíble rapidez mental y que parecen vivir en el reino de la inteligencia,
santos y sadhus que esconden sus tesoros entre la sordidez de las paredes que
se derrumban, la bosta de las vacas, las quejas plañideras de las
mujeres.... aquí, como diría mi padre, todo el mundo se cree un personaje... los
varanasis son terribles, obsequiosos y canallas, producto de una civilización demasiado
antigua, llena de flaquezas, de miserias y de un descomunal orgullo.

   Pero como me pasa siempre, cuando te escriba
tras unos cuantos días de estancia me habrán seducido de nuevo, no ellos, sino
los genios de la ciudad, y te hablaré maravillas y no querré irme de aquí y me parecerá
que lo que es un sueño no es esta ciudad donde todos están intoxicados por la
religión sino Barcelona donde todos estamos intoxicados de tedio banal, y la
vida se nos escapa sin saber en qué, en nada que podamos decir que es bello o
importante, en pequeños sueños mezquinos.

   Hoy me acerqué a los ghats al amanecer, pero
no estaba preparado aún para comulgar con el río y me alejé enseguida dejando
las barcas llenas de turistas y a los peregrinos con sus pujas, alabando al sol que
se alza por la otra orilla. Necesito tiempo y como en Ladhak me sentí tan feliz
y la gente es tan bella, tan simpática y el paisaje tan desnudo y conmovedor,
tal vez para que la transición sea suave, vaya a visitar Sarnath, y vuelva a
ver el Buddha que dio origen iconográfico a casi todos los otros tipos de
buddhas, además el Dalai Lama estará allí el 27, 28 y 29 y quizás no sea como
en Delhi (estaba en La Fundación Ramakrishna justo el día en que me vine y la
habían engalanado llenando los espacios de césped de pabellones blancos) donde
había que pagar 1500 rupias al inscribirse y todo estaba lleno de autoridades y
de esa excitación de los preparativos que me molesta tanto en ciertos actos
religiosos...

  Hoy pasaré por Harmony, la librería más literaria de aquí  y a ver si encuentro cosas que no tenga, este año
en Delhi apenas compré libros porque cerraron o cambiaron de emplazamiento las librerías
que me gustaban, encontré de segunda mano Petersbourg de Bely, que estoy
leyendo bastante interesado, por lo de ahora no me parece que alcance los
elogios desmesurados que le dedica Nabokov (con el que apenas comparto nada)
pero sin duda es una obra estimable, rara, preciosa, lo difícil es juzgarla por
una traducción, debe de ser algo así como pretender juzgar Paradiso de Lezama por alguna de sus traducciones por muy buena que
sea. También estoy leyendo en francés Au
fil de la vie
de Rilke, sus primeras historias en una de ellas Toutes en une una historia de un
escultor de Madonnas, triste, viene esta frase sobre la piedad, no la certifico
pero me llamó la atención:

"Qu'est ce que la
pitié. Le plaisir qu’on prend a des églises sombres et a des arbres de Noël
illuminés, la gratitude que l'on éprouve pour un quotidien tranquille qui ne
vient troubler aucune tempête, l’amour qui a perdu son chemin et qui cherche,
qui tâtonne dans l'infini sans rivages. Et une nostalgie qui joint les mains au
lieu de déployer les ailes."

Cuídate bien.

Un beso

Pues refrescó y fue maravilloso mientras duró, luego
volvió un bochorno espantoso y hoy las temperaturas son aún más altas que los
otros días, aunque han prometido que las mínimas nocturnas empezarán a bajar
muy poco a poco y mejorará la sensación. Y siguen las tremendas obras con su
estruendo.

Y con el calor, mi condición se agrava, de modo que me
estoy planteando otra dolorida intervención en el hospital, aunque con la
incertidumbre de si servirá o no; a veces alivia unos días, a veces no sirve de
nada. Este atardecer vendrá el osteópata que también me hace reflexoterapia y
que me ayudó mucho hace una semana o más, veremos si consigue un
pequeño milagro y evitamos lo del hospital

Pese a todo, como te dije, estoy más esperanzada gracias
a la entrevista con el nuevo cirujano, y sólo pienso en seguir fortaleciéndome para poder hacerme la prueba y ver si es operable y liberarme...

He leído una novela para La Vanguardia que quizás te
gustaría, tiene algo de novela-andante que conecta con una tradición manhattanita…

Me encantan tus crónicas, son una maravilla. Si siguieras
así, podrías convertirlas en un librito, una maravillosa plaquette de paseante indio. No me extraña lo que dices al pensar
en aquí desde allí, lo sentí yo en mi único viaje precoz y atolondrado allí, en
1981-82...

También leí ayer una novelita epistolar de Teru Miyamoto, la japonesa Kinshu, Tapiz de otoño (aunque
sospecho que traducida del inglés!) en Alfabia, y me gustó, pese a los pasajes
misóginos (tú te reirás), pese a su sencillez extrema, fue una lectura gozosa y
fluida, aunque solo fuera esa imbricación del ánimo y el paisaje, tan japonesa
y tan zen, que me recordaba a mi adorado Soseki... de quien acabo de recibir La
puerta (
Impedimenta), y que pronto leeré…

Sigue escribiéndome, por favor, siempre que puedas. Hoy
leía a un personaje de Henry James de una novela favorita, Portrait of a Lady, Ralph, cuando se está muriendo e Isabel viaja para
estar con él desafiando la prohibición de su horrible marido, él dice algo
como: Love remains. I don't know why we should suffer so much. Perhaps I
shall find out. There are many things in life...


Yo también me pregunto muchas mañanas, o a veces, a
medianoche, por qué tengo que sufrir tanto y si éste será mi final (entonces,
por qué tan largo?) o si será sólo una prueba (y por qué tan duro?), por eso
los fragmentos de India me producen una consolación que tú puedes seguramente
imaginar. A veces le pregunto a Rufus, que siempre acude a mí en los peores
momentos y se sienta conmigo a acunarme con su ronroneo. A veces le ha tocado a
J. escuchar mis momentos de desesperación más desolada. Pero también él es el
primero en saber de mi alegría al mejorar ¡aunque sólo sea un poco! En esos
casos mando mensajes a todos los que me han oído desesperar... Como ahora, que
he empezado a sentir alivio tras una mañana de hinchazón terrible.

También leía unos cuentecitos de Kipling, They, y en el cuento que da nombre al libro, no sé si lo recuerdas, el narrador descubre un jardín maravilloso, con unos niños y una mujer que
le desconcierta, hasta que ella le revela que es ciega. Es un momento
emocionante, sin que ocurra nada más. 

'Now you understand", she whispered, across the
packed shadows.


'Yes, I understand - now. Thank you.'

'I only hear them... I have neither borne nor lost!'

'Be very glad then', said I, for my soul was torn open
within me.


'Forgive me!'

She was still, and I went back to my sorrow and my
joy...


Y también T. C. diciendo que "el mundo está
azotado por una epidemia de pena, cuyo embate mayor soportan, de momento, sólo
unos pocos desafortunados"

Hay un tipo que habla a gritos desde el móvil en una
azotea. Le he pedido por señas que baje el volumen y me ha hecho un gesto
obsceno. Cuando paran las máquinas, siempre hay alguien desconsiderado que
vocifera para que todos oigan su conversación banal. El calor multiplica esa
sensación opresiva de estruendo. Sin embargo, he visto amanecer varios días
seguidos y la luz me recordaba la felicidad de pequeña, en domingo, en bici por
el paseo marítimo, cuando iba a comprar croissants para el desayuno para mi
padre, y me sentía envuelta, diluida gozosamente en esa luz, otra vez como de
pequeña al entrar en el mar de Roses, en esa primera escena de mi novela que
para mí la resume toda. Veremos qué ocurre con ella. Según una doctora
sinergética, su salida a la calle es una condición para mi curación.

Un abrazo 

Bel

*************

Es domingo y sólo los ruidos del vecindario (la torpeza de las escalas de una flauta, el perro prisionero, una televisión) quiebran a veces la quietud maravillosa. He pasado días difíciles, en los que el malestar corpóreo me deja poco espacio para lo demás, excepto para las visitas, que me han distraído e intentado animarme, aunque a veces me agobie la falta de soledad: yo necesito horas solitarias, me alegra intercambiar con los amigos, necesito ese feed back para seguir el hilo de mis pensamientos, pero aún necesito más ese espacio íntimo para el silencio, la música, la lectura, para reconectar conmigo y poder escribir. El hombre que escucha me preguntó acerca de la implicación metafórica de mi malestar y al salir de allí estuve pensando en qué era lo que yo retenía y sí que obtuve una vaga respuesta de algo que es el motor de la escritura de mi libro de ahora, pero que me causa cierto dolor añadido y tal vez, quién sabe, pueda estar influyendo en mi proceso de curación. O tal vez no.  Pero es un camino por el que seguir. Me he puesto una fecha límite para fortalecerme y someterme a la prueba que decidirá si una intervención, más o menos simple o compleja, es posible para liberarme de todo esto. La fecha es aproximadamente el 10 de noviembre. Ojalá los dioses griegos, el azar, el universo, whatever, se pongan de mi parte y me ayuden. Yo no creo que pueda resistir más.

Creo que tengo menos paciencia con los desconocidos que me parecen punzantes, con la gente que no entiende lo que escribo, o que pretende exigirme imposibles. Seguramente el dolor me vuelve menos tolerante. ¿Pero cómo reaccionarían ellos? No creo que los que tanto se ofenden hagan un esfuerzo por ponerse en el lugar del otro. Es duro que no haya reposo, que todos los días me duerma y me despierte con este cuerpo dolorido y tan limitado que me aprisiona, que no pueda como antes andar y respirar sin dolor. No es obligatorio comprenderlo ni mucho menos entender lo que yo intento escribir. O imaginar lo que es este extraño malaise y esta burbuja en la que vivo. Algunos intentan persuadirme de que lo suyo es igual o peor. "Todos tenemos problemas", me dijo alguien. "Al menos tú están bien acompañada y te quieren". Yo le respondí que ahora mismo le cambiaba estar sola en el mundo y triste, pero con su cuerpo o con cualquier cuerpo medianamente sano y libre, con mi cuerpo de 2010.  Y es que no recordamos esa felicidad física y simple de poder andar, correr y bailar libremente todos los días, de cambiar de postura en la cama sin que duela, de dormir profundamente, de levantarse con un cuerpo renovado, de andar largamente por el bosque o la playa, de entregarse a lo físico.

Y sin embargo, a veces, leyendo o adormeciéndome logro olvidarlo todo y sentir la misma joie paradoxale que antes. O escribiendo ese libro extraño. O recibiendo la visita de G., que hoy cumple 24 años y que muy pronto se irá a su Erasmus en Bologna. Hemos celebrado nuestro pequeño ritual y le he regalado libros italianos (los libros secretos que dijo la Otra Bel ): Natalia Ginzburg, La strada che va in città; Italo Svevo, La conscienza di Zeno; Mario Rigoni Stern, Il sergente nelle neve. ¿Por qué todos son de la misma editorial?, me ha preguntado. Por casualidad, le he dicho yo, o porque Einaudi era un editor excelente, y le he contado de los tiempos en que los Ginzburg, Pavese y él mantenían allí sus reuniones comunistas y resistentes durante el fascismo, etc. Hemos hablado de leer en otras lenguas y descubrir palabras ininteligibles, desentrañarlas en el contexto, él se sabía algún fragmento de la Commedia, gracias a un profesor apasionado que tuvo, y yo le he recordado el momento de la salida del infierno, que tanto me gustaba. Voy a echarle mucho de menos -su vitalidad, sus visitas, su belleza, su espíritu, su forma de mirar el mundo-, aunque sea poco tiempo. Espero que le vaya muy bien y que me escriba. Y también que cuando él vuelva yo esté ya en una fase más saludable y cómoda que ahora, fuera de esta pesadilla. 

Me escribe estos días desde el desierto californiano y el Joshua Tree Park mi amigo músico, que anoche ganó un Emmy (!). En el ascensor del hotel se encontró a Richard Gere, sin paparazzi...

Hoy he soñado pero sólo me ha quedado un fragmento insulso en la memoria, o una clave numérica a descifrar. Volvía a la casa de la calle Herzegovina (creo que porque ayer, L.O. me dijo que había leído mis tres primeras Postales y sus impresiones me alegraron), estaba con P., la reina del reiki, pero en vez de ser el tercero primera, era el segundo primera.

Por la mañana ha venido Rodolphe a traerme un encargo del mercado, una verdura que venía con una oruga verde fosforescente, de una tonalidad asombrosa y que se me ha posado en la babucha marroquí. También estaba Lluïsa, que traía la Rhipsalis crispata, una planta semicrasa flamante en la que la flor crece directamente de la hoja, y ella se ha encargado de llevarse a la oruga. Anteayer vino Anne-Hélène, con dos jerseys muy bonitos,  una fotógrafa favorita, con un regalo práctico invernal y Julia G., una ilustre hija y sobrina de escritores y poetas; su padre le dedicó un poema maravilloso que siempre vuelve y que un cantautor popularizó musicándolo muy bien (supuse que todo el mundo llevaba años hablándole de ello, así que me callé). Me trajo un libro cómico inglés de los cuarenta, de humor duro e hilarante. Ayer vino V., que trajo una delicada macetita de brezo (me han dicho que el brezo no soporta el agua calcárea y que vive mal aquí, veremos si logro que medre) y posó un momento su insight rápido y evercomprehending en la sala. También vino la Belle Elaine, que estaba exuberante, con aire hindú y que me contó un montón de historias y me hizo reír, y la reina del reiki, que me traía otro vegetal necesario, y las dos se enzarzaron a hablar de dietas y de berzas en lugares insólitos. Y J., por supuesto, que viene con sus deliciosas mermeladas de higos (yo nunca había probado una mermelada tan buena, naturelich sin azúcar) y otras sorpresas, como esos suplementos literarios internacionales que antes no podía leer sin culpa y ahora disfruto con fruición. En el del (horrible y conservador diario, pero preciosamente maquetado y con gran nivel en lo cultural) Financial Times, había un artículo maravilloso sobre Orwell con una cita de una rana que tengo que mandarla a Ratachina (la ilustración era espléndida), y otro artículo apasionante semibiográfico sobre Foster Wallace, y otro muy gracioso (ilustrado con grabados antiguos preciosos) sobre los buscadores de semillas ingleses del XIX, que lograron convertir una flora pobre y limitada en una riquísima y de gran diversidad de especies. El especial moda recordaba ese aspecto loco y artístico de la moda como búsqueda de la belleza que nuestros suplementos locales ni siquiera conocen o comprenden, y luego me leí sobre una curiosa novela épica contemporánea (Uma viagem a India) de Gonçalo Tavares en Le Monde Livres (creo que no está traducida al castellano) y algo que me interesó también del Libération. Luego leí un artículo estupendo de EVM, tras releer la crítica elogiosísima que le dedicaron en The New Yorker. Recibí La chaise-longue victoriana de Margarita Laski, prologada por mí para editorial Automática (la recomiendo, aunque mejor lean mi prólogo al final, a modo de epílogo). La ventaja de estas duras vacaciones forzosas son mis lecturas sin tasa y la sensación de la generosidad de mis amigos, la impresión de su afecto, de su intenso deseo de que mejore (a veces me siento mal por no poder decirles que estoy mejor, que me encuentro bien, por tener que seguir dándoles  noticias penosas) y de alegrarme y facilitarme la vida con sus regalos y sus favores con la tenacidad de The Hunting of the Snark. Hoy Anne había leído mis primeros cuentos, los de Crucigrama; me ha contado sus impresiones y su lectura me ha llenado de esa vieja felicidad que es el feedback de mi escritura, cuando encuentro un lector inteligente y perceptivo, uno de esos lectores que busca cualquier escritor.
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 16, 2012 11:13

September 13, 2012

Una lectura privilegiada de mi libro "Si un ��rbol cae"




Foto: I.N., Gato barcelon��s contemplando la calle, 2012
A, doctora en Filolog��a, me escribe sus impresiones tras la lectura de Si un ��rbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes
Llevo dos semanas queriendo escribirte para contarte c��mome gustaron tus conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Antes deirme a Par��s, termin�� Si un ��rbol cae y me fascin��. Cuanto m��s le��a, m��sme atrapaba la lectura.No se trata s��lo de la selecci��n que hiciste, lo acertadode las preguntas y el modo en que las formulas: tu forma de contextualizar cadaentrevista va mucho m��s all�� de la mera introducci��n al personaje y su mundo. Yes que la organizaci��n significante de tu escritura es literaria, claro, y, porm��s que, esta vez, tu lenguaje se quiera transitivo (esencialmente referencial),la estructuraci��n material que impones a ese discurso cognoscitivo hace que eltexto se emancipe y se vuelva hacia su propio poder de crear sentido, ��se quele permite decir con m��s fuerza y m��s inmediatez que un aluvi��n de datos.Lo pensaba, por ejemplo, cuando te le��a aprovechar eldato de que tu anfitri��n, Petar Gruji��i��, viv��a en 27 Marta para lanzarnos decabeza y sin avisar a esas ra��ces por las que, como tantas veces has dejadocaer, el conflicto balc��nico se nutre, aun hoy, de la sangre vertida en laSegunda Guerra Mundial. Ninguna explicaci��n hubiera llegado tan eficazmente ala conciencia del lector.Consigues decir (y, sobre todo, sugerir) de forma talque, a veces, tu relato introductorio resulta m��s esclarecedor a��n que eldiscurso del personaje en cuesti��n o, mejor dicho, hace que comprendamosmuch��simo mejor todo lo que encierra el discurso del personaje. Y luego est�� elmodo en que estructuras y engarzas las sucesivas entrevistas de forma que ellector va penetrando cada vez m��s profundamente en el tejido balc��nico.No s�� si era Stephen Vizinczey (el de In Praise ofOlder Women) quien hablaba de dos clases de literatura, una que ayuda acomprender el mundo (y, por lo tanto, a pensar libremente) y otra que sirvepara olvidar (en un interminable juego manipulador). Tu pluma corresponde,obviamente, a la primera clase. Escribas ficci��n o entrevistas period��sticas,tu modo de comunicar es literario, y creo que son tus procedimientos decreaci��n literaria los que hacen de Si un ��rbol cae una herramienta deprospecci��n de la antigua Yugoslavia m��s eficaz que cualquier an��lisispol��tico. Ayuda realmente a comprender, no s��lo el pasado, sino tambi��n lastensiones del presente. Le encuentro un incalculable valor epistemol��gico.Supongo que muchos estudiosos te lo han dicho ya.Me ha gustado mucho, mucho. Despu��s de estas semanas enla Sorbona sin apenas tiempo para otra cosa que la burocracia universitaria,esta tarde he vuelto a abrir tu blog, a tiempo para leer tus dos ��ltimasentradas. Es un gustazo leerte. 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 13, 2012 13:03

Isabel Núñez's Blog

Isabel Núñez
Isabel Núñez isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Isabel Núñez's blog with rss.