Roberto Valencia's Blog

October 17, 2025

Una reseña de mi ‘Carta desde Zacatraz’ desde Seattle: «Esto es un duelo…»

Hace unas pocas semanas, un par de ejemplares de mi Carta desde Zacatraz viajaron hasta Seattle, Washington, Estados Unidos. Hace unos pocos días, la destinataria me envió este mensaje que me sacó las lágrimas. Primero le pedí permiso para publicarlo en este blog, y por eso usted está leyendo esto ahora.

Imagen digital generada por RobeNeo
Hola, Roberto, ¿cómo estás?
Gracias de nuevo por haber ido, como dicen los gringos, «above and beyond» para hacerme llegar los libros que te encargué.
Distintos contratiempos me impidieron leer Carta desde Zacatraz hasta ahora. Pero tengo que decirte que, si existe la resaca de lectura, esto no le llega ni a los talones; más bien es un duelo. Sufrí con tu libro… ¡cuánta atrocidad! No tenía con quién comentarlo porque me lo leí antes que mi pareja, y no quise contárselo para no arruinarle la lectura.
En primer lugar, tu trabajo de investigación durante todos esos años es impresionante. Es una lectura imprescindible para entender el fenómeno de las maras. En los noventa, de la noche a la mañana, pasamos de la guerra civil a la «paz». Ha sido importante para mí leer sobre lo que pasó en los años de posguerra que viví en mi país.
El hecho de poder «escuchar», como lectora, un mismo relato corroborado o contrastado por tantas voces es un valor agregado. La historia que cuentas en tu libro supera con creces a la ficción.
Te escribo ideas sueltas que hubiera querido compartir mientras leía el libro; por supuesto, corregime si estoy equivocada. Mientras leía, más de una vez tuve escalofríos y una especie de terror tardío al recordar cada encuentro que tuve con las maras; no todos tuvieron la fortuna de que no pasara de un susto.
La forma en que describís la evolución de las maras corresponde a lo que vivimos en comunidades como Prados de Venecia, en Soyapango.
Tu narrativa descriptiva (el capítulo de La Choricera, por ejemplo) es digna de la mejor novela del realismo mágico; casi estuve ahí mientras leía.
Mi mamá dice que el hubiera no existe, pero en tu libro hay momentos en los que uno se pregunta qué habría sido de la vida de los protagonistas, tanto víctimas como victimarios, si esto u lo otro hubiera sido diferente. Como decís en tu libro, las tragedias no siempre son inevitables. ¿En algún universo paralelo habrá una versión del Directo como tutor de muchachos en un centro de rehabilitación, enseñando con el ejemplo que es posible dejar las maras?
Cuando insinuaste la muerte de Rosa, pensé que había sido por la ley de la mara de condenar a muerte a la familia de un traidor, pero el horror estaba lejos de tocar fondo. Me pregunto qué será de Mayra y Andy. Espero que tengan un destino más afable que el de sus padres.
¿Podrías conseguirme una copia de tu libro Hablan de Monseñor Romero? No se vislumbra un viaje mío a El Salvador en un futuro próximo, así que no hay ninguna prisa.
Bueno, perdona lo extenso del mensaje, pero tu libro da para eso y más.
Un abrazo.

No hay nada que perdonar, Xiomara. Al contrario, gracias a usted por este sentido mensaje, que es puro combustible para seguir en esto.. De corazón se lo digo. Ojalá algún día podamos coincidir y tomar un café. Abrazo.

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Si vives en El Salvador, puedo hacértelo llegar con dedicatoria y autografiado a través de Correos de El Salvador. Pregunta sin compromiso en mi cuenta de Twitter/X ; mi DM está abierto. O escríbeme a robertogasteiz@yahoo.com

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Published on October 17, 2025 12:19

September 29, 2025

Catalino Miranda en 2010: «El presidente que viole la Constitución para controlar la violencia…

Catalino Miranda en 2010: «El presidente que viole la Constitución para controlar la violencia pasará a la historia»

Catalino Miranda es un empresario del transporte urbano; un ‘busero’, en el argot popular salvadoreño. En enero de 2010, en medio de una ola de asesinatos de las pandillas MS-13 y Barrio en contra de motoristas y cobradores, me concedió esta entrevista. Yo estaba reporteando una crónica para el diario español El Mundo sobre el peligro que suponía ser chofer de autobús, y creí oportuno sentarme con Catalino.

El presidente entonces era Mauricio Funes, quien apenas cumplía su octavo mes al frente del Ejecutivo. Y Catalino le hizo esta sugerencia que hoy, más de tres lustros después, suena premonitoria: «Este es el momento en el que Funes debe de tomar decisiones valientes en materia de seguridad, y estoy convencido de que el 99% de los salvadoreños lo apoyaremos. Aunque viole la Constitución y lo enjuicen cuando tenga 80 años, pasaría a la historia como el presidente más popular».

En El Salvador, el transporte urbano es público, pero el sinfín de rutas urbanas e interurbanas están concesionadas a empresarios o cooperativas que trabajan bajo regulación estatal. Miranda opera en 2010 una ruta de 200 microbuses y también está al frente de FECOATRANS, una de las gremiales más influyentes del país.

Según las cifras que maneja FECOATRANS, el 96 % de los empresarios paga renta a las pandillas (Mara Salvatrucha y Barrio 18) o a otras mafias, y el monto anual de lo que cancelan es de unos 18 millones de dólares. Miranda — 51 años, 15 en el rubro — dice que él no se deja extorsionar, pero eso también tiene un precio. Ha sufrido atentados, quema de unidades y en su oficina, situada en el caótico centro de San Salvador, el recibimiento te lo dan hombres armados con fusiles de asalto Ak-47.

137 muertos tan sólo en el año 2009…

Y esa cifra se refiere solo a cobradores, motoristas y empresarios. Ahí no están incluidos los usuarios que mueren en asaltos dentro de las unidades.

Ser conductor de bus es una profesión de riesgo en El Salvador.

El problema de nuestro país es el tema de la renta, que se ha vuelto una industria que reporta millones a los delincuentes. La muerte de nuestros compañeros en buses y microbuses es la imagen más visible, pero la extorsión afecta a las tiendas, a los mercados, a los médicos…

¿Cuándo la extorsión comenzó a ser un problema?

Arreció a finales de 2004 — unos meses después de que el Gobierno impulsara el plan represivo Mano Dura — , pero al principio, además de las maras, también nos extorsionaban oportunistas que hicieron su agosto aprovechando el temor que había.

¿Saben a cuánto ascienden los pagos?

Se hizo un sondeo, se calculó un promedio, y se estimó que el pago que exigen por unidad es 5 dólares diarios. Como en el país hay 10 000 unidades circulando, son 50 000 dólares diarios, 18 millones de dólares al año. Esa cantidad les llega sólo de este gremio.

¿Es suposición o certeza que son las pandillas las que están detrás?

Una certeza. Quizá siga habiendo algún grupo de aprovechados, pero esos son fáciles de reconocer porque no cumplen sus amenazas de muerte. Las estructuras organizadas, como las pandillas MS-13 y 18, sí responden, y 137 cadáveres en un año es un mensaje más que claro. La mayor parte son las pandillas. Ahora bien, tantos millones no están en manos de los jefes de las pandillas presos. Nosotros pensamos que ese dinero se distribuye entre los abogados, fiscales, policías y jueces corruptos que hay en el país, y una buena parte también le queda al mercado negro de venta de armas. Todos ellos se benefician de las extorsiones.

¿Podría ser más explícito?

Miremos el ejemplo de los abogados. Cuando cae un jefe de pandillas no lo defiende un abogado de oficio, sino alguno que les cobra hasta 30 000 dólares con el cuento de que hay que sobornar al fiscal o al juez. Quien paga esos costos somos nosotros, porque suben la cuota cuando tienen que afrontar pagos de ese tipo.

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¿Qué tipo de coordinación tienen con la Policía Nacional Civil?

Con la Policía nos estamos reuniendo, y eso es bueno, pero de nada sirve reunirse cuando no hay creatividad; ni acción, ni dirección. Como empresario y como salvadoreño mi opinión es que hay que revisar el Consejo de Seguridad Nacional; que hay que revisar la Dirección de Centros Penales, que es de donde salen las órdenes de extorsión; y que hay que revisar las empresas de telefonía, que por sacar unos dólares más venden los chips en las calles como si fueran mangos.

¿Y qué papel debe tener el Gobierno del presidente Mauricio Funes?

En este tema lo que falta en el Gobierno es liderazgo, y el primero en dar ejemplo debería ser el ciudadano presidente. Este es el momento en el que él debe de tomar decisiones valientes en materia de seguridad, en las que estoy convencido de que el 99 % de los salvadoreños lo apoyaremos. Aunque viole la Constitución y lo enjuicen cuando tenga 80 años, pasaría a la historia como el presidente más popular.

¿Está pidiendo que el presidente viole la Constitución?

Es que no puede estar más violada de lo que está; la Constitución está ahora peor que la avenida Independencia (una zona de prostitución en la capital). Aunque la viole un poquito, si es para controlar la situación en la que está el país, Mauricio Funes sería un líder histórico.

Usted ha dicho que como empresario prefiere morir con las botas puestas que ser extorsionado.

El patrimonio de cada empresario es porque se lo ha ganado y tiene que defenderlo, y el que no lo defiende se vuelve cobarde. En este país, si yo disparara a alguien que viene a quemarme una unidad, el procurador de Derechos Humanos montaría un gran escándalo; parece que uno no tiene derecho a defender sus bienes.

Suena como si quisiera que hubieran grupos de limpieza social…

Al contrario. Estoy llamando a una resistencia nacional, integrada por exmilitares, abogados, políticos buenos, policías y jueces honrados, para unirnos con el Gobierno y crear un grupo de 1500 policías capacitados y respaldados jurídicamente para enfrentar al crimen organizado. Perseguir el delito sin piedad.

Sin piedad, pero ¿dentro de la ley?

Ese es un temor que yo tengo como empresario. El Estado debe tomar control de este descontrol porque, si no, quizá algún empresario que se sienta sofocado quiera tomarse la justicia por su mano.

Ya ha habido episodios en el pasado.

Y estamos trabajando ahora para que no se repitan.

Esta es una versión ligeramente modificada de una entrevista de mi autoría publicada en el diario El Mundo de España el 8 de enero del año 2010 y que republico como homenaje póstumo a Catalino Miranda, notable empresario salvadoreño del transporte público fallecido este 19 de septiembre de 2025. QEPD.

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Published on September 29, 2025 10:21

September 23, 2025

Narrativas bukelistas

«El Salvador se ubica en el octavo lugar de los 10 países más seguros en el mundo». Esta es la nueva ocurrencia del bukelismo para seguir atornillando la narrativa de que nuestro país es desde 2023 «el más seguro del hemisferio occidental» y de que ahora vamos camino de convertirnos «en el país más seguro del mundo», como tuiteó el propio presidente, Nayib Bukele, el 1 marzo de 2025.

Los padres de esta nueva ocurrencia son el Círculo de Reflexión Política Siglo XXI. La frase entrecomillada la extraje del boletín informativo que publicaron el 15 de septiembre.

Imagen digital generada por RoboNeo

El disparate de que sólo hay en la Tierra siete países más seguros que El Salvador no viene de un fanático bajo los efectos del alcohol, ni de un youtuber que monetiza el odio, ni de un tertuliano a sueldo de los que inundan la radio y la televisión. No, algo así lo ha publicado, repito, el círculo de reflexión surgido en julio para respaldar el bukelismo con datos y argumentos, pero cuyos ocho intelectuales lo único que han demostrado hasta la fecha es una genuflexión absoluta a las narrativas que emanan de Casa Presidencial.

Italia, Arabia Saudita, España, Egipto, Suiza, Japón, Polonia, Vietnam, Australia… Más de 70 países tienen tasas de homicidios inferiores a las 1.9 por cada 100 000 habitantes que El Salvador registró oficialmente en 2024.

—¡Ah, pero estamos en 2025! —dirá alguno.

Incluso con el ligero repunte de asesinatos que la Policía Nacional Civil (PNC) está registrando este mes de septiembre, se proyecta que 2025 cerrará con unos 80, lo que supone una tasa de 1.3 por cada 100 000. Más de 50 países están por debajo de esa tasa. ¿Cómo se atreve un grupo que aspira al respeto intelectual a publicar en su boletín informativo que «El Salvador se ubica en el octavo lugar de los 10 países más seguros en el mundo»? Lambisconería pura y dura.

En materia de seguridad, la narrativa del bukelismo está empeñada en demostrar que El Salvador ha pasado del infierno al paraíso en unos pocos años. Y, por supuesto, es innegable que hoy es menos inhabitable que hace 10 o 20 años. Como periodista y ciudadano, doy fe de esa mejora, que ha llevado al país del negro al gris clarito, porque visito con frecuencia comunidades otrora sometidas por las maras y que hoy viven un alivio que muy pocos creyeron posible antes del régimen de excepción. El reparto La Campanera de Soyapango o la comunidad Las Palmas de San Salvador son tan solo dos ejemplos.

La mejora en la seguridad es indiscutible, pero no es necesario mentir, exagerar o tergiversar este logro.

El 28 de enero de 2024, el presidente Bukele tuiteó por primera vez esta idea: «Convertimos el país más inseguro del mundo en el país más seguro de todo el hemisferio occidental» y lo apostilló con un «dato mata relato». El problema es que los datos demostraban que Canadá seguía siendo el país con la tasa de homicidios —la seguridad es algo más complejo, que exige tener en cuenta más variables— más baja del continente. En 2023 la tasa de El Salvador —la oficial y maquillada— fue 2.4. La de Canadá, 2.0. Lo detallé hace un año en una columna.

Canadá, que es un país serio y se toma su tiempo para procesar sus homicidios, publicó hace unas pocas semanas, a finales de julio de 2025, sus cifras oficiales de 2024: una tasa de 1.91 homicidios por cada 100 000 habitantes. La tasa de El Salvador en 2024 fue de 1.89… con su registro oficial, el maquillado.

¿A qué me refiero con eso de un registro maquillado? A que el bukelismo no contabiliza como homicidio, por ejemplo, la muerte de Catalino Aparicio, un anciano de 74 años del cantón Natividad de Santa Ana, enclenque, medio ciego y con problemas mentales al que un soldado ametralló con su fusil M-16 el 21 de febrero de 2025. Dicen que, en su enajenación, el anciano había desenvainado primero un corvo, lo que fue suficiente para que su homicidio fuera excluido de la contabilidad oficial. Para el bukelismo, ese 21 de febrero es un día con cero homicidios.

Imagen digital generada por RoboNeo

No sólo la supuesta defensa propia; hay al menos otras dos variables — cuerpos en fosas clandestinas y vapuleados en cárceles — que en prácticamente todos los países del continente se registran como homicidios, pero que El Salvador decidió no contabilizar a partir de 2022. Sin embargo, sí los cuentan para referirse a 2015, 2009 o 2003. El sesgo político ha contaminado un tema que debería ser eminentemente técnico, como sí ocurre en Canadá.

Mencioné a la pasada lo de los mil días con cero homicidios en la Administración Bukele. Es otro constructo publicitario. Lo dije muy claro en televisión y lo vuelvo a repetir: esa contabilidad es un invento que, para desmontarlo, ni siquiera hay que apelar al maquillaje. Las propias cifras oficiales de la Fiscalía y del Instituto de Medicina Legal — ambos controlados por el bukelismo desde mayo de 2021 — desmienten el recuento de la PNC, que fue celebrado con gran fanfarria.

De las tres instituciones que monitorean la violencia homicida en El Salvador, la PNC es la primera en publicar los datos. Sin embargo, semanas después, los técnicos de las tres instituciones se reúnen y establecen el considerado como dato país. Los números policiales son los menos fiables. Siempre ha sido así.

En 2025, los tres homicidios que la PNC había reportado en enero aumentaron a cinco tras la reunión de la Mesa Técnica. Los ocho de marzo se convirtieron en trece. Y los dos del mes de julio, en cuatro. En promedio, la PNC reporta al cierre de cada mes un 20 % menos homicidios que los que finalmente quedan registrados como dato oficial. Pues bien, la campaña publicitaria de los mil días con cero homicidios se basó en la contabilidad policial, no en la consensuada.

¿Quieren otro ejemplo de surrealismo numérico? La capacidad del CECOT para albergar a 40 000 mareros. Es falso. El Centro de Confinamiento del Terrorismo tiene ocho módulos con 32 celdas cada uno, construidas para 80 personas. En total, 20 480, ¡la mitad de la cifra oficial! ¿Van a meter ahí algún día a 80 000 o 120 000 personas? El tiempo lo dirá, pero esa cárcel se construyó para poco más de 20 000 personas, igual que un Toyota Corolla está diseñado para cinco, aunque alguien meta a nueve y al perro.

En definitiva fin, en materia de seguridad, el tema más sensible y valorado por los salvadoreños, el Ministerio de la Verdad de Casa Presidencial (no pude resistirme al guiño orweliano) promueve narrativas con criterios propagandísticos, no técnicos. Hay una mejora real en la seguridad en El Salvador, pero algunas de esas narrativas no superan un debate técnico elemental.

Caso y mención aparte es la jauría de voces que compite por ser más papista que el propio Papa. Esas voces no escatiman insultos, difamaciones ni calumnias contra cualquiera que se atreva a cuestionar las narrativas bukelistas, sobre todo si se hace desde la imparcialidad, con argumentos y datos contundentes. Son el lado más cruel y acosador de la misma moneda que lleva a algunos intelectuales a publicar sin ruborizarse que «El Salvador se ubica en el octavo lugar de los 10 países más seguros en el mundo».

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Published on September 23, 2025 16:38

September 5, 2025

En misa con el padre Tojeira

Esta iglesia es diferente. Hasta el 13 de enero de 2001, el día del terremoto, las misas se oficiaban en el edificio de al lado, inaugurado hace un siglo, y cuyas dos torres serán hasta que otro terremoto las bote el emblema de la ciudad de Santa Tecla. Situada en el centro, la iglesia de El Carmen es como un garaje largo y estrecho, solo que en vez de carros está lleno de bancas de madera. Las paredes son de lámina y la decoración es escueta, nada que ver con las solemnidades a las que nos tiene acostumbrados la Iglesia católica. Hay un cartel pegado que dice ‘La pobreza toca el corazón de Dios’.

Son las 8 de la mañana del primer domingo de noviembre del año 2009, y en el púlpito está el rector de la UCA, el padre José María Tojeira, que cubre la ausencia por viaje del padre Jon Sobrino. El padre Tojeira es largo como un palo de escoba, y sería difícil calcularle los 62 años que ha vivido si no fuera por sus abundantes canas. Ahora lleva una sotana verde que deja al descubierto los bajos de sus jeans. En la mesa hay un ramo de flores y tres velas encendidas. Justo antes de que comience con su homilía, el coro entona una canción sentida, con pasajes filosos, como aquel que dice que la Biblia es algo que sirve para «chapodar toditas las amarguras que hay en nuestra sociedad». O el estribillo, que presenta las Sagradas Escrituras como «la palabra del pueblo que busca y construye su liberación».

El padre Tojeira se acerca al micrófono, lo eleva acorde a su altura y lee San Mateo 5, 1–12. Luego hace su interpretación, que no tarda en desembocar en la realidad nacional.

—En El Salvador —se envalentona el padre Tojeira— , y a pesar de las medidas oficiales del Gobierno contra la pobreza, se nos dice, y yo creo que hay más pobreza que la que dicen las mediciones oficiales, que hemos pasado de un 30% de pobres a un 40%, de 2007 a 2009. Es decir, 600 000 personas más están hoy en un nivel de vida de pobreza.

Al fondo de la iglesia, pegado contra la pared, un anciano escucha postrado en su silla de ruedas y con la cachucha sobre sus piernas en señal de respeto.

—¿Y cómo se explica eso? —prosigue— . Hay una especie de guerra de los poderosos contra los débiles, ¿verdad? Porque los poderosos no han dejado de vivir bien. A veces a mí me dan risa, y me voy a meter en un tema en el que no me suelo meter en las homilías, estos pleitos en el partido ARENA sobre por qué perdieron las elecciones. Que si fue malo el candidato, que si no sé qué, que si no se cuánto… Pero si es relativamente normal, si hay 600 000 personas que en dos años han pasado a ser pobres, sea ARENA, FMLN o sea quien sea, lo normal es que pierda las elecciones, porque la gente se desespera. La gente siente cuando tiene el bolsillo o hasta el estómago vacíos.

El Salvador es un país en el que la televisión está llena de analistas —serios los menos, con su opinión hipotecada los más— que se pasean altaneros por los canales de televisión y las páginas de los periódicos. Sin embargo, es en esta humilde iglesia de Santa Tecla, desde un púlpito, donde me ha tocado escuchar uno de los análisis más concisos y diáfanos sobre la histórica derrota de la derecha en las elecciones del 15 de marzo de 2009.

Esta es una versión ligeramente modificada de una entrada publicada en mi blog el 5 de noviembre del año 2009 y que republico como homenaje póstumo al padre José María Tojeira, cuyo fallecimiento ha sido notificado este 5 de septiembre de 2025 por la Compañía de Jesús. QEPD.

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Published on September 05, 2025 10:12

August 31, 2025

Gabriel García publica un tuit

Aquel domingo, Gabriel García amaneció con una cruda que lo mantuvo media mañana atolondrado y desganado, pero la sopa milagrosa que le preparó Mercedes cumplió su cometido. Tras ese almuerzo reconfortante y un café doble, Gabriel logró sentarse frente a la computadora y avanzar en su novela mucho más de lo esperado, teniendo en cuenta cómo el día había comenzado.

Imagen digital generada por RobeNeo

Llovió casi toda la tarde, lo habitual a finales de agosto en Ciudad de México, pero no era algo que a Gabriel le molestara; al contrario, el sonido de la lluvia le resultaba balsámico y le ayudaba a concentrarse. En poco más de cinco horas escribió unas 2500 palabras nuevas para el capítulo 11, además de revisar y autoeditar otras tantas que ya tenía escritas y reescritas. Cumplió lo que tantas veces no cumplía: usar internet solo para hacer consultas esporádicas y fugaces sobre lo que estaba escribiendo.

Aún le quedaba una media hora de sol a aquel día cuando Gabriel se convenció de que había sido una jornada más que satisfactoria. Se sentía bien consigo mismo, contento por lo que había escrito sobre las insípidas relaciones sexuales que mantenían Aureliano Segundo y Fernanda del Carpio. Esa sensación de satisfacción fue la que lo llevó a conectarse a internet y abrir Twitter, su red social favorita, como lo era para la inmensa mayoría de los periodistas de su generación. Y es cierto que habían pasado más de dos años desde que fue rebautizada como X, pero él seguía llamándola Twitter: tuitear, tuit, tuitero…

En 2025 Gabriel no era ni una fracción de lo que se convertiría precisamente tras la publicación de la novela que tenía entre manos, pero había destacado como periodista en su Colombia natal, había sido corresponsal en París y editor en La Habana y, aunque con escasa repercusión, tenía un par de novelas publicadas. Podría decirse que, como periodista y escritor en ciernes, era una voz emergente pero ya instalada en Twitter, con poco más de 40 000 seguidores.

Se ajustó los lentes, curioseó tantito lo que le echó en cara el algoritmo de Musk, pero nada en particular le llamó la atención esta vez sobre el eterno pleito entre seguidores y detractores de la Sheinbaum. Movido por ese regusto bueno que aún sentía por el inesperado arranque de productividad de aquella tarde, se animó a escribir un tuit sobre su novela.

«Años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Buendía recordaría aquella tarde lejana en el tiempo en la que lo llevaron a conocer el hielo. Macondo, su pueblo, era entonces una aldea…». Aún tengo que pulirla, pero ¿qué les parece como arranque para una novela?

Gabriel apagó la computadora, se fue a la cocina, abrió la refrigeradora, destapó una Modelo Especial y fue a tomársela a uno de los sillones del patio, amplio y con una zona protegida de la lluvia, como casi todas las casas de la colonia Lomas de Chapultepec. Agradeció estar solo; Mercedes había salido con unas amigas y, por ser él último del mes, la empleada doméstica tenía libre el fin de semana y se habría ido a ver a sus hijos y a su madre en Huixquilucan.

La noche cayó pronto. Tras dos horas, cuatro chelas y seis intercambios de audios con otros tantos amigos vía WhatsApp, a Gabriel se le volvió a pasar por la cabeza Twitter, y la vanidad lo llevó a ir a su despacho y encender la computadora; quería leer en una pantalla digna las respuestas a su tuit. Para separar el grano de la paja, fue a la cajita de búsqueda, escribió su usuario, @GabrielGarcíaM, y luego pulsó la pestaña ‘Más reciente’.

Lo primero que leyó fue: «Porque estas en un pais que no es el tuyo? A lo mejor en tu pais te moris de hambre. Ve a escribir chayote a Colombia. Terrorista de mierda».

Gabriel llevaba más de cuatro años radicado en Ciudad de México. Se había integrado tanto en su país de adopción que empezaba a considerarlo parte de su intimidad y hasta de su alma, sin que ello supusiera renunciar a su colombianidad.

«Terrorista pendejo, anda a joder a tu país», le escribió un fulano. «Si no te gusta México, malparido colombiano 🤷 Bien puedes irte a chingar a tu madre a tu país 🤷», se desahogó una mengana. «MI SUEÑO ES QUE EL GOBIERNO TE SAQUE A PATADAS DEL EL PAIS Y QUE TE ENVIE PARA COLOMBIA RATA», le gritó un zutano. «Claro, tus neuronas colombianas no dieron el ancho en el país de los narcos y te tuviste que rebuscar para sobrevivir en México!», le espetó perengano.

Entre las más de 40 respuestas a su tuit, había alguna que otra felicitación o sugerencia de mejora honesta. Una joven, desde una cuenta verificada y parece que con la mejor de sus intenciones, se atrevió a agregarle dosquetrés párrafos más al incipiente relato, a saber si apoyada en una inteligencia artificial. Pero en ese momento Gabriel sólo tenía ojos para el torrente orquestado de insultos, calumnias y difamaciones.


🤣😅🤡 Esa novela ya la conocemos, García. Se más creativo. Aunque te cueste.🤡😅🤣
No nos interesan tu fábulas derrotistas anda a chayotiar a Colombia aquí no te queremos por metido!!
¿Y vos crees que sos periodista? Eso es más jodido En fin, hombreesss

🤦🏻 porqué #Colombia siempre manda lo peor a MEXICO 🤷🏻‍♂️ 👀
Tu Madre Hijo de Puta Ve a tu Colombia natal y trata de arreglar las mierdas que tenéis ahí. Y deja de reventar las pelotas con tus escritos pedorros. HDP
Largate para Colombia corrupto periodista mediocre el hambre te esta haciendo delirar ya no tienes el dinero 💰 que te hacian llegar las FARC Colombianito basura 🤮

🥱🥱🥱 aburris no tenes nada bueno ni coherente q hablar la verdad disque periodista….tus maestros de seguro se están retorciendo en sus tumbas
Como escritor eres #mediocre y #desconocido
Gabriel García. Usted es un sólo payaso patético medio-cre Corrupto perverso bufón muñeco de ventrílocuo lameletrinas lametraseros sirvienta doméstica parásito lacayo frustradito fanatizado fracasado incapaz. Poco a poco lacras escorias malvivientes alimañas irán desapareciendo
Aburrime 🥱, injerencista FRUSTRADO 😖 Y FRACASADO 😬

Como si en medio de un sueño extraño sonara de repente un viaje despertador de campana doble, el golpe seco de la puerta de la casa sacó a Gabriel del pozo al que lo había arrojado el odio que supuraban las respuestas a su tuit. Era Mercedes, que regresaba de su café con bríos renovados. Gabriel optó por esconder su tristeza y sonreía mientras asentía a las historias vacías sobre sus amigas que, apoyada contra el marco de la puerta, su mujer le contaba.

Gabriel apenas habló en lo poco que quedaba de aquel domingo. Se acostó temprano y se durmió rápidamente.

Al día siguiente empezaba septiembre, un septiembre que resultó extraño y denso. Sumando todo lo que escribió desganado en la primera quincena, Gabriel apenas agregó 500 palabras nuevas al capítulo 11 de su novela.

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Published on August 31, 2025 17:48

August 17, 2025

1.º de junio de 2019

Miles de los salvadoreños que se han acercado este 1.º de junio a la plaza General Gerardo Barrios de San Salvador se están teniendo que conformar con ver a su nuevo presidente, Nayib Bukele, en una pantalla de televisión. Casi media plaza, la mitad más cercana a la tarima instalada frente al Palacio Nacional, estaba reservada — y resguardada — para mujeres y hombres vestidos con traje y corbata, tacones y vistosos sombreros. Todos están sentados. En la otra mitad, a no menos de 50 metros de distancia, estamos los demás, de pie, y con visibilidad sólo para los que se amontonan en las primeras filas. La mayoría, pues, nos estamos teniendo que resignar a ver la toma de posesión en las pantallas gigantes instaladas lejos del palacio. Pero algunos se han rebuscado.

En la plaza Barrios hay palos. Unos metros detrás de la estatua del caballo hay unas áreas engramadas; sobre ellas, unos árboles de fuego de distintos tamaños, que aún conservan algunas flores rojas en sus ramas. Se dice que el árbol de fuego es uno de los más coloridos y hermosos del mundo.

Hay quien ha visto en esos árboles la posibilidad de ver al presidente Bukele. Primero se ha subido un joven al palo más cercano a la estatua, uno de unos cinco o seis metros de altura y algo maltratado, con pocas hojas. Luego otro y otro y otro y otro más, hasta siete personas — todos hombres — encaramadas y satisfechas por su logro. Son las ocho y media, aún queda media hora para el inicio previsto de la ceremonia.

«El palo de fuego no resiste mucho», me dice Hugo Armando, un agricultor llegado desde Ilobasco con su camiseta celeste. Él está sentado a la sombra que da otro árbol de fuego; este sí, alto y frondoso y floreado. «Si siguen subiendo más, alguna rama se va a quebrar», remata.

El primer palo se ha copado de seres humanos. Pero el sendero de la rebeldía ya se ha abierto.

José Alberto Martínez, de 65 años, se ha subido a un pequeño palo que apenas le ha permitido ganar un metro de altura. La multitud se está organizando para trepar al árbol de fuego más grande. Alguien presta sus hombros y, en un chasquido, las figuras humanas comienzan a subir y a subir.

Un hombre trajeado de algún equipo de seguridad se acerca malencarado y pide que se bajen. Nadie le hace caso. Se va con cara de pocos amigos.

Dentro de una hora y media, Bukele dará su primer discurso con la banda de presidente de la República cruzada en el pecho. «El Salvador puede cambiar — dirá — , debemos decidir nosotros mismos que vamos a sacar nuestro país adelante».

La gente encaramada sobre el más grande de los árboles hace que caigan semillas, hojas, ramas. Al poco, se acerca directo un grupo de tres soldados con sus tres fusiles M-16, seguramente enviados por el hombre trajeado al que nadie le ha hecho caso. Apelando al peligro en el que se encuentran, pero con buenas formas, los militares logran que desalojen los tres árboles.

https://medium.com/media/e96f2fb458ceca1c3cb07f9dd5f53f1a/href

Con la misión cumplida, los soldados se retiran con un dejo de satisfacción. Pero apenas se pierden entre la multitud, el primero de los árboles de fuego comienza de nuevo a llenarse de hombres; varios de ellos, los mismos que han sido forzados a bajar.

En varios pasajes de su discurso, el presidente Bukele apelará explícitamente a la colaboración del pueblo para poder llevar a cabo los cambios y mejoras prometidos. Dirá: «La única forma en que de verdad podremos salir adelante es que cada uno de ustedes decida hacer lo que le toca hacer; que los 10 millones de salvadoreños empujemos hacia un solo lado».

Los mismos tres soldados regresan unos quince minutos después. Al sexagenario José Alberto, llegado desde la colonia Valle del Sol, de Apopa, y trabaja como mensajero en el Centro Histórico, uno de los militares lo baja chineado. «Los soldados tienen razón; a veces uno es atrevido, pero tienen la razón», me dice José Alberto.

Los nueve niños y jóvenes que se han encaramado esta vez al primero de los palos comienzan a descender raudos, percatados de que el tono de los militares del Comando Zeus ahora es menos amigable: «¡Bajen, que no quiero llevármelos detenidos!».

«Si por suerte no se quebró alguna rama y cayeron», me susurra al oído Hugo Armando, el agricultor.

Esta vez, los militares aguantan un rato más junto a los árboles de fuego. José Antonio Renderos, de 66 años, aprovecha la tensa calma para recoger una docena de latas de Salva Cola y Kolashanpan que están tiradas por el suelo, regaladas entre los asistentes minutos antes, al costado poniente de la plaza. Con 30 hace una libra, y por esa libra de aluminio le pagan dos coras ($0.50). Pero él sólo recoge las latas; los plásticos y los papeles ahí quedan.

«Debemos de decidir nosotros mismos que debemos dejar de matarnos, debemos de decidir nosotros mismos que dejemos de botar basura en la calle», dirá el presidente Bukele en su discurso, cuando la plaza Barrios ya esté llena de basura, a pesar de los incontables basureros.

Lo de dejar de matarnos seguramente costará un poco más.

Este texto es una versión actualizada de la crónica publicada el 1 de junio de 2019 en el periódico digital El Faro, bajo el título ‘Mirar a Nayib desde un árbol de fuego’.

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Published on August 17, 2025 18:35

July 30, 2025

Focorgojos

Ahora que está tan de moda, le pregunté a una inteligencia artificial por qué los bukelistas llaman «gorgojos» a los antibukelistas y por qué los antibukelistas llaman «focas» a los bukelistas. Me respondió con una parrafada larga de la que me quedo con esta frase: «En la política salvadoreña reciente, los términos ‘gorgojos’ y ‘focas’ son insultos coloquiales usados por los seguidores y detractores del presidente Nayib Bukele para desacreditar al otro grupo».

Pero, ¿qué pasa con los que, por la razón que sea, no nos sentimos cómodos en ninguno de los dos bandos? Visto lo arraigado que está en El Salvador eso de «conmigo o contra mí», ¿estamos condenados a que los unos nos llamen «gorgojos» y los otros «focas» cada vez que abramos la boca si lo que expresamos no se alinea al milímetro con las narrativas que defienden para endiosar o demonizar a Bukele? Mi vasta experiencia personal en redes sociales así lo indica.

Imagen digital generada por Gemini

Apelando a algo tan básico como que es imposible ser foca y gorgojo a la vez, me atrevo a sugerir un nuevo insulto: «focorgojo». Y como creador del neologismo —no encontré ni una referencia en X ni en Google— , aquí va un decálogo de elementos que definirían a un focorgojo.

Sos focorgojo si decís que Bukele violó la Constitución para ser reelegido, pero también decís que, hoy por hoy, seguramente siga siendo el presidente con mayor respaldo entre sus gobernados.

Sos un focorgojo si publicás una obviedad como que Bukele también negoció con los líderes de la MS-13 y el Barrio 18, pero ipso facto matizás que fue una negociación distinta, con más garrote que zanahoria, y que desembocó en la práctica desarticulación de esas estructuras criminales.

Sos focorgojo, por supuestísimo, si tuiteás que el Gobierno de Bukele viola los derechos humanos de forma sistemática y ha encarcelado a miles de inocentes durante el régimen de excepción; pero también tuiteás que durante el quinquenio de Salvador Sánchez Cerén, la Policía y la Fuerza Armada asesinaron a sangre fría a cientos de presuntos pandilleros en supuestos enfrentamientos, en lugar de llevarlos ante la justicia.

Un focorgojo reconoce que los homicidios, los feminicidios, las desapariciones y las extorsiones están en mínimos históricos, pero sabe que el oficialismo maquilla a la baja los informes oficiales y que, en 2023 y 2024, Canadá ha sido el país con la tasa de homicidios más baja del hemisferio occidental, diga lo que diga Bukele y su barra brava de opinión sincronizada.

Sos focorgojo de manual si afirmás que hay áreas en las que la Administración Bukele ha tenido un buen desempeño, como el turismo, y hay otras áreas en las que ha habido una involución, como el transporte público en las ciudades.

Focorgojo nacido focorgojo y que morirá focorgojo si creés que los agromercados han servido para controlar los precios de las frutas y verduras y creés que benefician el bolsillo de los salvadoreños más necesitados, pero a la vez creés que el coste la vida sigue siendo ofensivamente alto en El Salvador.

Sos focorgojo si sentís, por ejemplo, que desde 2019 ha mejorado el abastecimiento de agua potable en tu casa, pero ha empeorado la recolección de basura en tu colonia. O viceversa.

Si pensás que el bukelismo gasta mucho más de lo que debería en propaganda y fuegos de artificio, pero a la vez pensás que entre todo lo que se perifonea hay logros concretos y medibles que amplios sectores sociales agradecen… ¡focorgojo incorregible!

Si estás convencido de que Bukele finiquitó el Estado de derecho, la democracia y la separación de poderes, pero luego alzás tu mano para apuntar que esos conceptos nunca —nunca— significaron nada para millones de salvadoreños sometidos por las maras o por la pobreza… ¡Focorgojo al cubo!

Y si estás harto de la nauseabunda polarización que generan el bukelismo y el antibukelismo, sos focorgojo y además basura. ¡Peor que la basura! Mil veces maldito, focorgojo.

Hasta aquí un primer boceto de lo que podríamos llamar el decálogo del focorgojo, al que, por supuesto, le faltan infinidad de variables. No es tan sencillo como redactar una columna, ni hay que cumplirlas todas y cada una, pero espero que se entienda a dónde quiero llegar.

Sé que esta sociedad tiende a la polarización con demasiada facilidad: ¿Barça o Madrid?, ¿católico o evangélico?, ¿bukelista o antibukelista? Yo soy de la Real Sociedad, ateo y quiero creer que entre el bukelismo y el antibukelismo existe algo, aunque a primera vista no lo parezca. Y ojalá hubiera menos calumnias, difamaciones, amenazas e insultos entre los salvadoreños, pero, si van a seguir así, insultando al que no piense como ustedes, a mí, por lo menos, no me llamen foca ni gorgojo. Llámenme focorgojo.

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Published on July 30, 2025 17:42

July 25, 2025

Yo violada

A Magaly Peña la violaron no menos de 15 pandilleros durante más de tres horas, pero eso quizá sea lo menos importante de esta historia.

La conocí hace más de un año, cuando ella acababa de cumplir 19. Vivía —aún vive— en una ciudad del área metropolitana de San Salvador llamada Ilopango, en una colonia periférica con fuerte presencia de maras; del Barrio 18-Sureños, en concreto, aunque con el paso del tiempo comprendí que son circunstanciales cuestiones como qué pandilla lo hizo, si los violadores fueron seis, 12 o 24, o en qué municipio sucedió; comprendí que lo que le pasó a Magaly tiene ya muy poco de extraordinario en un país como El Salvador; comprendí que hasta podría considerarse una afortunada.

Imagen digital generada por Gemini

«De la escuela me fueron a sacar los pandilleros y me violaron», me abofeteó Magaly una mañana de julio de 2010, cuando chateábamos en el Messenger. «Pero mi familia no sabe nada por que amenazaron con acerles daño si decia algo», escribió. «Se supone que uno de ellos estaba cumpliendo años y me querian de regalo», escribió. «Se imagina mas de 18 hombres con una sola mujer???????», escribió. «Eso solo demuestra que son y seran unos perros muertos de hambre para toda su maldita vida», escribió.

Magaly y yo no éramos amigos entonces, apenas conocidos. Todavía no logro entender por qué decidió contármelo. Sospecho que sólo quería desahogarse. De hecho, transcurrido ya más de un año de la violación, ni su madre ni su padrastro ni sus hermanos conocen lo que le ocurrió. Tampoco la Policía Nacional Civil ni la Fiscalía General de la República ni la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos ni el Ministerio de Salud.

Cuando me lo soltó en el Messenger habían pasado sólo tres semanas, y las secuelas estaban en plena ebullición. Quizá por eso me impactó tanto la frialdad con la que se expresó en aquel chat: «Ya cerre eso como un capitulo de mi vida que se fue y paso».

Nos vimos en repetidas ocasiones en los meses siguientes, y cada vez la hallé más atrincherada en la idea de que lo mejor era no remover lo pasado. «Mire —me dijo en una ocasión que quedamos para almorzar— , no sé cómo decirle… Tal vez usted me comprende, porque a mí nadie me entiende. Digamos que le pasa algo que a usted no le gusta, pero hay personas que se encierran en eso, personas que… púchica, que me pasó esto y sólo quejándose pasan. Vaya, yo no. A mí me pasó esto y va, amanece, amanece y ahora ya no es ayer. No me entiende, ¿va?»

Cuesta siquiera intentar entenderla.

A Magaly la violaron no menos de 15 pandilleros durante más de tres horas y tuvo que callar, pero en vidas como la suya no es algo tan estridente.

En otra ocasión fuimos con su hermano menor al zoológico, a echar la mañana sin mayores pretensiones. Me dijo que, dos meses atrás, una tía del padrastro había ido como penitente al cerro Las Pavas para agradecer a la virgen de Fátima por sacarla de la cárcel, después de haber pasado unos días encarcelada por consentir las reiteradas violaciones de su marido hacia su nieta, una niña de 14 años con discapacidad intelectual. Magaly me lo contó como quien recita la lista de la compra, sin la más mínima expresión de extrañeza en su rostro; tampoco en el de su hermano, a quien a cada rato le pedía que corroborara su relato. ¿Va, Guille?, le decía, ¿va, Guille?

—¿Hay en el mundo algún lugar que te gustaría visitar? —pregunté a Magaly en otro de nuestros encuentros.

—Donde sí quisiera ir, aunque ya no se puede porque lo cerraron, es al teleférico del cerro San Jacinto. Fui una tan sola vez de pequeña, con mi abuela y mi tía; yo tenía como siete años. ¿Y sabe qué nos pasó? Que se fue la luz y quedamos en la góndola a mitad de camino.

Mientras me contaba que su mundo termina en San Jacinto, a pocos kilómetros de la colonia en la que vive, Magaly sonreía.

—Fíjese que yo desde que tengo como seis años sueño que me estoy quemando en mi casa —dijo inmediatamente después de recordar su viaje en el teleférico.

Siempre sonreía.

***

—Magaly, ¿por qué crees que ocurrió?

—Lo de violar bichas es un regalo que los muchachos le hacen a uno de ellos, pero, como se supone que es una fiesta, todos tienen que disfrutarlo.

—¿Pero por qué a vos?

—Mi pecado supuestamente era que yo, como 15 días antes, cuando estaban violando a otra…

—Pera, pera, repíteme eso…

—Sí, como dos semanas antes habían violado a otra bicha en la colonia. La cuestión es que… yo no sé cómo supieron, pero la Policía hizo un operativo y, aunque nunca dieron con la casa, creyeron que yo les había avisado. Eso porque dos días antes, en la escuela, iba pasando cuando escuché, ¿va? Porque usted sabe que a veces uno sin querer escucha cosas, y yo iba saliendo.

—Dentro de tu escuela…

—Ajá, estaban hablando en una esquinita, y no recuerdo qué estaba haciendo yo, barriendo creo, y lo que oí fue que iban a hacer eso a una bicha, que se lo merecía…

—¿A alguna de tu grado?

—No sé si de mi grado, pero de la escuela. Yo iba pasando… ni atención… lo escuché porque estaba ahí. Y pasó que el día que la violaron la andaba buscando la Policía.

***

La mañana del día de la violación Magaly salió para comprar en la tienda. Era miércoles. Un grupo de pandilleros se le acercó, la rodearon y le dijeron que se preparara, que en la tarde la llamarían. Ese coro de voces infanto-adolescentes, casi todas conocidas, algunas de compañeros de aula, representaba la máxima autoridad en la colonia: el Barrio 18-Sureños. Y ella mejor que nadie sabía que, escuchada la sentencia, poco o nada se podía hacer. En las horas siguientes actuó como una condenada a muerte que asume con resignación su condición.

Magaly es una joven bien parecida. Salvo por su estatura — apenas supera el metro y medio — , está en las antípodas del estereotipo de una mujer salvadoreña. Su piel es lechosa; su cara, de facciones angulosas, con una nariz respingona pero bien conjuntada con el rostro; el pelo lo tiene oscuro, largo y liso, y le cubre una cicatriz en el cuero cabelludo del tamaño de un centavo que le dejó un ácido que la cayó de niña. Está muy delgada, apenas supera las 90 libras de peso, y no es para nada voluptuosa.

La primera vez que la vi fue a mediados de marzo de 2010, durante una actividad del Ministerio de Educación que me llevó a Ilopango. Tenía que amarrar un contacto en la zona para el seguimiento, y ella fue la elegida. Nunca sospeché que esa joven menuda y dicharachera tuviera 19 años, condicionado quizá por el hecho de que estábamos en una escuela en la que sólo se estudia hasta noveno grado.

La tarde del día de la violación, Magaly llegó a esa escuela, como todos los días. Lo hizo poco antes de la una y acompañada por Vanessa, su hermana pequeña. Se despidieron y cada quien se dirigió a su aula. Hablando estaba con una amiga cuando un compañero de clases — un pandillero — se le acercó para entregarle un celular. Te llaman, le dijo.

—Ajá, ¿con que vos sos la puta que nos puso el dedo? — preguntó una voz sonora y amenazante — . Mirá, pues ahorita los homeboys se quieren dar el taco.

—¿Conmigo? ¿Y por qué?

—No te hagás la maje, que bien sabés. Vos los pateaste cuando se llevaron a la morrita aquella. Ellos te van a decir…

—Pero no tengo nada que hablar con ellos.

No dudó de que se trataba de la persona que desde la cárcel lleva palabra sobre los pandilleros de su colonia, de su escuela, pero se atrevió a cortar la llamada. El teléfono volvió a sonar de nuevo.

—¡No me volvás a colgar, peeeerra! Vos sabés lo que te va a pasar si no…

—Fíjese, pero yo no tengo nada que ver con ustedes — consumió Magaly su último suspiro de valentía — , así que deje de molestarme.

—Es que aquí no es lo que vos decís, sino lo que los homeboys dicen. Ahora mismo vas a ir a donde te lleven y vas a pasar una hora con cinco de ellos.

—Pero yo no puedo hacer eso, ando con mi hermana pequeña.

—Es que no es lo que vos querrás, es que lo tenés que hacer. Si no vas, van a ir a sacarte de la escuela.

Y colgó.

Magaly y su hermana Vanessa tienen una relación especial. Se llevan 10 años, pero cuando están juntas es evidente la complicidad. En una ocasión, Magaly me contó un incidente que tuvo con su pelo. Se lo quería alisar y, como a falta de dinero lo que toca es improvisar, pidió a Vanessa que usara una plancha para ropa y una toalla, sentada ella de espaldas a una mesa y con la cabellera extendida. No midieron bien los tiempos, y el pelo resintió ligeramente el exceso de calor. No paraba de sonreír mientras me lo contaba.

Pese a esta relación, la de Magaly no es el mejor ejemplo de familia integrada. Cuando la violaron vivía en una casa diminuta con Vanessa, con Guille — el hermano, 12 años — , con su madre y con el compañero de esta, que salen al amanecer y regresan al anochecer. Pero cuando le pregunté por cuántos hermanos tenía, respondió que eran nueve en total, menores que ella la mayoría, de diferentes padres y repartidos en distintas casas, incluido uno que, recién nacido, su madre se lo regaló a un hermano, para que lo asentara como propio, y que ahora vive en Estados Unidos. Es la suerte que hubiese querido tener yo, me dijo un día Magaly. En otra ocasión le pregunté por su padre biológico. Creo que vive en San Martín, pero a él no lo veo, me respondió.

Magaly es casi como una madre para sus dos hermanos menores, sobre todo para Vanessa, y no parece incomodarle ese rol. Quizá por eso, cuando el día de la violación la voz amenazante le ordenó salir de la escuela, lo primero que hizo fue pensar en ella. No podía dejarla sola.

Salieron las dos de la escuela, y afuera había un grupito de pandilleros que comenzaron a caminar delante. Al llegar al pasaje donde estaba la destroyer, la casa que usan como punto de reunión, le dijeron que Vanessa no podía llegar y, con toda la naturalidad del mundo, la hermana de uno de los pandilleros se ofreció a cuidarla para mientras. Magaly le entregó su celular, y ahí se separaron. No tuvo que recorrer mucho más para llegar a la destroyer. Eran pocos los pandilleros cuando entró, cuatro o cinco, pero casi todos rostros conocidos, casi todos más jóvenes, compañeros de la escuela algunos. Le indicaron un cuarto: «Metete ahí y quitate la ropa, que ya vamos a llegar».

En la habitación no había nadie, solo un gran XV3 pintado en la pared y un colchón grande tirado en el suelo, sin sábanas. Ella misma se desvistió. Se quitó los tenis blancos con dibujitos de calaveras que calzaba, los calcetines, la blusa verde, la camiseta de algodón, los jeans y el calzón. Todo lo amontonó en una esquina. Se sentó en el colchón y se acurrucó.

Magaly no es de las que se congrega con asiduidad pero sí es creyente, lee la Biblia con sus hermanos antes de dormir, y quizá en ese momento pensó en su dios. «Yo seguido hablo con él, porque sé que me oye y me entiende», me dijo en otra ocasión. Al menos esta vez a su dios le valió madre su suerte. Al poco entró el primero de sus violadores.

***

Mauricio Quirós es el nombre que daré a la persona que desde hace nueve años es el director de la escuela en la que estudiaba Magaly. Me costó semanas que se sentara a platicar sobre lo que sucedía — sobre lo que aún sucede — en el centro educativo que dirige; al final aceptó hacerlo sin grabadora, bajo estricta condición de confidencialidad y en un lugar público y alejado de Ilopango.

Su vida no debe de ser fácil: trabaja en una zona controlada por la 18 y vive en una colonia asediada por la Mara Salvatrucha (MS-13), a dos rutas de buses de distancia. Sin embargo, cuando se convenció de que yo conocía al detalle el caso de Magaly, fue como un libro abierto, como si con esa plática quisiera de alguna manera compensar su silencio cómplice.

«Siempre me ha gustado tener buena relación con los alumnos; sólo así uno se da cuenta de tantas cosas, pero lo único que uno puede hacer aquí es callar», me dijo Mauricio, quien supo de la violación a los pocos días.

Ella dejó de asistir a clases, su profesora de noveno grado lo reportó y, primero por teléfono y después en el despacho, Magaly confirmó a Mauricio lo sucedido. «Es una indignación… saber que le han hecho eso a una joven que he visto crecer… pero… ¿qué puede hacer uno?», me dijo. Las respuestas se me amontonan, quizá porque responder resulta sencillo cuando se desconoce qué implica vivir bajo el yugo de las pandillas.

El Salvador es un país muy violento: somos poco más de seis millones de personas y en 2010 hubo casi 4 000 asesinatos, de los que la Policía Nacional Civil atribuye al menos la mitad a las maras. Naciones Unidas habla de epidemia de violencia si en un año se superan los 10 homicidios por cada 100 000 habitantes, siendo siete el promedio mundial. Marruecos, España y Japón están abajo de uno; Argentina y Estados Unidos rondan los cinco; y el México de cárteles y narcos se dispara hasta los 22. En El Salvador, la tasa en 2010 fue de 64.

Pero la violencia que caracteriza a la sociedad salvadoreña no es sólo una cuestión de números. El Salvador es un país en el que en las tiendas te sirven a través de una reja, un país en el que te cachean al entrar en un banco, un país en el que te disparan por negarte a dar un teléfono celular en un robo, un país en el que te recomiendan sin rubor que si atropellas a alguien lo mejor es huir, un país en el que hay más guardas de seguridad privados que policías, un país en el que se denuncia sólo una fracción de lo que sucede y se judicializa sólo una fracción de lo que se denuncia, un país en el que los profesores saben que sus alumnas son violadas salvajemente y lo más que hacen es ayudarlas a pasar el grado.

—Pero usted conoce a los pandilleros que la violaron — le dije a Mauricio.

—Claro, a casi todos, y créame que me repugna cuando los veo.

Mauricio no sólo confirmó la violación de Magaly, sino que me habló de otras, antes y después.

Todos los maestros saben o intuyen lo que sucede. Todos callan. Todos temen. En escuelas como la que él dirige, los pandilleros violan sistemáticamente. La excusa de turno aparece más temprano que tarde. Tampoco importa si se es gorda, flaca, alta o baja. En el cuadro que me pintó sólo se libran las protegidas de la pandilla: la hermana de, la novia de, la hija de.

Esto ocurre y ni siquiera es algo que se trata de ocultar. Durante la plática, me contó que ha visto a pandilleros que en los pasillos o en el patio señalan a niñas de nueve o 10 años y comentan obscenidades. «Desde el momento en el que van teniendo curvas, ya puede ser que las violen», me dijo.

En las reuniones de directores convocadas por el ministerio, Mauricio no reporta nada. En nueve años no ha sabido de nadie que denuncie lo que él cree que es, con mayor o menor intensidad, algo habitual en todas las escuelas ubicadas en zonas con fuerte presencia de maras. Tiene su propia teoría para explicar ese silencio: «Cada director tendrá su escenario, seguro, pero harán lo mismo que yo: callar».

***

Entró el primero de sus violadores. Nunca supo si era el palabrero o el cumpleañero. Se quitó la calzoneta, le ordenó tumbarse boca arriba y abrirse de piernas, y comenzó a violarla, a pelo, y Magaly lloró, con la cabeza volteada hasta casi desencajarla del cuello para intentar evitar los besos y las lengüetadas, y quizá pensó en la hora eterna y maldita que tenía por delante, una hora de dolor rabia sangre impotencia saliva asco tortura vergas resignación, resignación infinita ante lo que se asume como inevitable, cuando se ha conocido tanta mierda que una violación tumultuaria forma parte del guion, algo que puede pasar, que de hecho estuvo a punto de pasarle cuando tenía 10 años, la edad de Vanessa, cuando vivían en un mesón en Mejicanos, y un hombre aprovechaba las ausencias de su madre para tocarla y obligarla a tocarle a él, hasta que un día le mordió la mano, se defendió, aunque hacer algo así en la violación no era siquiera opción, moriría ahí mismo, la destazarían, porque el Barrio 18-Sureños viola destaza asesina descuartiza mata, y por eso no gritó, aunque sabía que estaba en una casa en un pasaje en una colonia populosa, a primera hora de la tarde, mientras los vecinos veían HBO o telenovelas o National Geographic, y Magaly llorando, y sólo cuando se le disparaban los decibeles de su llanto, el violador le decía que callara, puta, que callara… hasta que él se fue y se fue, pero al poco vino uno; no, dos, y la violaron a la vez, sin importarles la sangre, y le decían: ponete así, hacele así… y entró un tercero con un teléfono, lo puso cerca de la boca de Magaly, y le dijo: ahora chillá, gemí, perra, que te oiga, y quizá en una cárcel salvadoreña alguien tirado sobre un catre se masturbaba con ese dolor, ese dolor interminable, porque al terminar uno, empezaba otro, y luego el otro, y luego el otro…

—Mirá —se atrevió a encararse al que creyó que era el sexto — , el que habló por teléfono dijo que sólo iban a ser cinco y una hora.

—Pero él no está aquí ahorita — le respondió — , así que no estés pidiendo gustos. Abrite, pues.

Más llanto, más semen juvenil, y el dolor cada vez más agudo, y uno y otro y otro más, y dos al mismo tiempo, y tres, y vuelta, y vuelta, y hasta un grupito que se sentó en el suelo de la habitación, mirando, riendo, grabando y tomando fotos con el celular, jugando, violadores mareros pandilleros de 12 años — 12 — , de 14, de 18… hasta que apareció uno al que le dio asco el sudor ajeno, la sangre, y pidió a Magaly que se fuera a bañar rápido, que bebiera un poco de agua, que dejara de llorar, uno que le preguntó si le estaba gustando la fiesta, y luego a empezar de nuevo, y a llorar de nuevo, el undécimo, o el octavo, o el decimocuarto… ¿cómo saberlo? Más de uno repitió, porque tiempo hubo para humillar un cuerpo hasta la saciedad, sodomizarlo vejarlo ultrajarlo malograrlo envejecerlo, marcarlo de por vida, y el hilito de sangre que no cesaba, y las lágrimas y los ojos rojos siempre acuosos hinchados resignados… hasta que al fin terminó, cuando todos, donde todos incluye a pandilleros y a aspirantes, se cansaron de penetrarla, de darle nalgadas, de montarla, y su dios, el dios al que reza cada noche con sus hermanos, a saber dónde putas estaba ese día.

—Puya, mirá esta maldita cómo está sangrando — le dijo un pandillero a otro, riendo, mientras Magaly intentaba recomponerse — . Ganas dan de picarla, vos.

—Callate, vos, que nos vamos a echar un huevo encima. Además, ¿que no mirás que la bicha estaba virga?

Como pudo, Magaly se vistió y salió de la habitación. Serían las cuatro y media de la tarde. La despedida fue una frase: si abrís la boca, iremos a tirar una granada en tu casa.

Cojeaba y los ojos siempre acuosos hinchados resignados. Así la vio su hermana cuando salió del pasaje. Pero Vanessa es niña todavía, 10 años, se ve niña. Le reclamó de forma airada la interminable espera, sin sospechar siquiera, y Magaly prefirió no decirle nada. Ahorita no me hablés que me duele mucho la cabeza, respondió. También le dijo que se había torcido un tobillo. Caminaron hasta la casa. Guille abrió la puerta. También él preguntó, más consciente a sus 12 años de lo que podía haber pasado, pero respetó las ganas de silencio de Magaly. Fue al baño. Se duchó largo, se restregó bien por el asco. Tomó un par de diazepam y se encerró en su cuarto, que no era suyo sino de los tres hermanos.

—Díganle a mi mamá que estoy enferma, que no vaya a molestar — fue lo último que dijo el día de la violación.

Le costó, pero al rato cayó profundamente dormida.

***

La sicología forense es la herramienta que permite traducir una evaluación sicológica al lenguaje legal que se maneja en los juzgados. El trabajo de un sicólogo forense consiste pues en tratar tanto con víctimas como con victimarios; los escucha, los analiza, los evalúa y los interpreta. Marcelino Díaz es sicólogo forense en El Salvador. Trabaja desde 1993 en el Instituto de Medicina Legal.

Por su despacho de dos por dos metros han pasado violadas y violadores, incontables ya. La segunda vez que me recibió, cuando le saqué el tema, alzó de detrás de la mesa una gran bolsa blanca llena de peluches. Me explicó que se los pide a sus alumnos de la universidad, para romper el hielo cuando evalúa a niñas violadas, algo que ocurre con demasiada frecuencia.

—Una de las cosas que he logrado entender de las pandillas — me dijo Marcelino, también un convencido de que las maras son responsables directas de buena parte de la violencia que embadurna el país — es que ellos se creen diferentes; a los demás nos dicen civiles. Se consideran con el derecho a hacer lo que les da la gana y por la impunidad que hay, hoy pueden tomar a la mujer que se les antoja.

La historia de Magaly era un drama infinito, pero en singular. No fue hasta que hablé con Marcelino cuando comprendí que es un fenómeno generalizado, que no es exclusivo de la 18 o de la Mara Salvatrucha; comprendí que las violaciones tumultuarias no son algo extraordinario en El Salvador; comprendí que Magaly hasta podría considerarse una afortunada.

—Con los años — me dijo — , las violaciones de los pandilleros han ido cambiando, especialmente en conductas sádicas. Lo último de lo que he tenido conocimiento es que toman a una joven, la desnudan, alguno se pone entre las piernas para violarla, otros la levantan, le agarran las piernas y, cuando la están violando, uno más le clava un puñal en la espalda, para que ella se mueva. Es una conducta totalmente sádica, bestial… no tiene nombre.

Las pláticas con Marcelino resultaron una sucesión de titulares, cada cual más cruel y desesperanzador: «Los pandilleros tienen un odio tremendo a la mujer, por la destrucción de cuerpos que hacen»; «las denuncias son sólo la punta del iceberg de todas las violaciones que hay»; «hay niños de 12 y 13 años que ya son violadores»; «las están prefiriendo de 14 o 15 años, son las que más aparecen muertas»; «el sistema educativo es un fracaso, pero parece que nadie lo quiere señalar»; «no le veo solución al problema de las pandillas».

Le esbocé lo vivido por Magaly y mencioné su aparente fortaleza emocional. Marcelino respondió que cuando se crece en un ambiente de amenaza constante, como lo es una colonia controlada por pandilleros, una violación no genera tanto trauma porque se asume que la alternativa es la muerte. Es cuestión de sobrevivencia, me dijo.

—¿Y cómo calificaría la actitud de la sociedad salvadoreña ante lo que ocurre en el país? — pregunté.

—La violencia está casi invisibilizada. ¿Cuántos medios de comunicación cuentan aquí la verdad? Casi ninguno, porque responden a grupos normativos que prefieren vender El Salvador como el país de la sonrisa. Y no sólo invisibilizada; también está naturalizada. No es natural que se descuartice a niños o a niñas, que maten a la abuelita, pero aquí todo eso se ha naturalizado. Yo creo que los salvadoreños tenemos adicción a la muerte.

Adicción a la muerte, dijo.

***

Cayó profundamente dormida. A la mañana siguiente, los dolores en todo el cuerpo y una leve hemorragia vaginal le confirmaron que no había sido una pesadilla. En las horas que pasó despierta en la cama, hasta que su madre y su padrastro se fueron, Magaly se reafirmó en lo que desde el día anterior era ya una convicción: trataría de sobrellevarlo sola. Tomada la decisión, y confiada en que los dolores se irían solos, emergieron las tres preocupaciones principales: un posible embarazo, el sida y la pérdida del año escolar. La posibilidad de denunciar ni siquiera la consideró. «Yo creo en un dios que todo lo sabe y todo lo puede, y él tarda pero nunca olvida», me respondió cuando le exigí un porqué.

De los tres problemas, el de las clases es el que primero se solucionó. Dejó pasar unos días y, primero por teléfono y luego en persona, Magaly contó lo sucedido a su maestra y luego al director. Entre los tres improvisaron una manera de pasar el grado haciendo las tareas en casa, sin asistir a la escuela donde el encuentro con sus violadores era inevitable. Y no sólo con los violadores.

—Mirá — le dijo un compañero una vez que llegó a arreglar su situación — , dicen que aquellos tuvieron fiesta. ¿Cuándo me va a tocar a mí?

Disipar la duda del VIH tomó más tiempo, pero lo cierto es que esta posibilidad nunca llegó a atormentarla porque palidecía ante lo que Magaly consideraba la preocupación mayor: el embarazo.

Para poder dimensionar su aflicción, hay que conocer un poco mejor a su madre. «Yo hace dos años no existía», me dijo en una ocasión Magaly. Se refería a que hasta poco antes de cumplir los 18 no estaba asentada en ningún lado, por lo que no tenía ni partida de nacimiento ni ningún otro documento. Su hermana Vanessa aún está en esa situación. Para la madre no son cuestiones relevantes, mucho menos para el padrastro, por quien Magaly siente una profunda animadversión.

Hace más de una década, el Estado quitó a la madre la tutela de sus hijos, y Magaly tuvo que pasar seis oscuros meses en un centro del Instituto Salvadoreño de Protección al Menor. El último hijo, el noveno, la madre lo regaló a un hermano para que él lo asentara como propio. Sin embargo, Magaly siente hacia ella una rara mezcla de respeto, cariño y temor que, para bien o para mal, ha marcado su manera de ser. «Yo no soy nadie para juzgar a mi nana», me dijo otra vez.

En su casa se vive una férrea dictadura en la que la única opción para los hijos es obedecer. Bajo ninguna condición se puede salir después de anochecer, por lo que la adolescencia de Magaly siempre estuvo carente de fiestas, de bailes, de borracheras, de noviazgos, de vida social. Una vez le pregunté cuál de sus cumpleaños recordaba más. «El de los 15 años», respondió. «¿Y cómo fue la fiesta?», insistí. «¿Cuál fiesta? — me dijo — . Si nadie se acordó, por eso nunca se me olvida. Nadie… ni mi mamá».

En estas circunstancias familiares Magaly hizo frente a las secuelas de su violación. Primero calló. A los dos días la tuvo que ver una médica por primera vez, y le detectó una fuerte inflamación en la matriz, además del sangrado que duraría semanas. Unos antibióticos y para casa.

Magaly comenzó a tomar cualquier cosa que le dijeron que podría tener propiedades abortivas o curativas: agua de canela, agua de chichipince, hierba del toro, orégano… Su hermano Guille, el único de la casa que lo sabe, se convirtió en su aliado. El leve sangrado nunca cesó; los dolores se incrementaron. Su madre comenzó a interesarse y hasta la llevó a un doctor de confianza, al que Magaly le contó todo a cambio de que no dijera nada a su madre. La refirieron al Hospital de Maternidad, en San Salvador. Tenía la convicción absoluta de que uno de sus violadores la había embarazado.

En esas vueltas estaba cuando aquella mañana de inicios de julio me contó por el Messenger que la habían violado. Quizá sólo quería desahogarse, quizá sólo quería ayuda.

Yo le compartí el caso a un amigo, que a su vez buscó a una conocida de un colectivo de mujeres de esos que supuestamente tratan de ayudar a abortar a víctimas como Magaly, a pesar de ser El Salvador un país en el que el aborto está estrictamente prohibido. Ese intento naufragó porque los requisitos eran de imposible cumplimiento para un joven humilde, sola y asustada. La ayuda ofrecida, además, nunca fue más allá de una asesoría telefónica.

«La vida es hermosa», inició Magaly otro chat 18 días después de haberme dicho que una clica entera de la 18-Sureños la había violado. «Me duele un poco pero estoy bien, siento como si estoy pariendo no se que sea eso», escribió. «Solo tengo que comprar unos antivioticos para que no alla infección», escribió. «Unas amoxicilina 500 me dijeron que es bueno», escribió. «Si, me desangraron de ambos lados fui al hospital y me hicieron una radigrafia en la parte de pelvis no podia detener la sangre mi mami cree que fue la ulcera que me queria reventar», escribió. «Estuve tres dias en el hospital», escribió.

Las pruebas de VIH, además, salieron negativas.

A Magaly siempre le ha gustado mirarse en un espejo que hay en el baño de la casa y hablar en voz alta con su reflejo. Quizá esa noche en la que sus tres problemas se solucionaron se miró fijamente a los ojos, se quiso engañar a sí misma y se dijo: gracias a dios, todo ha pasado.

***

—Vanessa tiene ya 10 años y podría sucederle lo mismo. ¿No deberías contárselo?

—El problema es que ella es bien bocona y se lo diría a mi mamá. Lo que hago es aconsejarle.

—¿Y a tu madre? Magaly, han pasado ocho meses y había amenazas de los pandilleros; creo que entendería que en su día no le dijeras nada. ¿Por qué no te sientas con ella y le cuentas?

—No, mejor no. Es que mi mamá no es de razones…

—¿Pero cuál es el temor?

—No sé. Diría que algo habría hecho, o que me pasó por andar con gente que no debo… A saber.

—¿Y a tu padrastro?

—¡Peor! Es que… a ver… mi casa no es así como usted piensa. Si algún día yo salgo embarazada, me echan. Ya me lo han dicho.

***

En los últimos meses he quedado tantas veces con Magaly que me he propuesto que el de hoy sea el último encuentro antes de sentarme a escribir esta crónica. Sé más de ella que de mi propia hermana.

Es sábado en la tarde, y la cita esta vez es en una pastelería del centro comercial Metrocentro. Magaly, que ya ha cumplido los 19 años, se presenta con unos jeans ajustados coronados por un grueso cincho, una blusa blanca de botones y unos zapatos de medio tacón. Luce bonita, demasiado quizá para la ocasión, como si viniera de una discoteca. Sólo los cuadernos que carga bajo el brazo respaldan su discurso de que viene del instituto en el que cursa primer año de bachillerato en la modalidad a distancia. En su colonia no podía estudiar, pero se inscribió en un centro de San Salvador y asiste los sábados. «Si dios me lo permite, quiero llegar a la universidad», me dijo otro día.

Mi idea es hablar lo mínimo sobre la violación, pero ella saca el tema: dos pandilleros violaron hace pocos días a Patty, una joven de la colonia de la que ya me había hablado antes. Como todas y cada una las desgracias que le ocurren, esta también la cuenta sin la más mínima expresión de extrañeza en su rostro. En vidas como la suya cosas así no son algo estridente.

Su vida ha cambiado desde la violación. Cuando está en la colonia, no sale de casa, y el contacto con sus violadores es casi nulo. Hace un par de semanas vio a dos de ellos por televisión, cuando fueron presentados tras ser detenidos en un operativo de la Policía Nacional Civil. Supo también de otro al que lo asesinaron. Magaly lo llama justicia divina, y está convencida de que, más temprano que tarde, le llegará a todos los que participaron en el trencito.

En su casa nadie sabe nada de la violación; sólo Guille, que ya tiene 13 años. La férrea disciplina que impone la madre al menos ha servido para alejarlo de la pandilla. Magaly me dice que hace unas semanas logró que su hermano le jurara que nunca diría nada a su mamá. Lo hizo después de que una noche en la que habían discutido Guille jugara con fuego. «Mami, ¿recuerda aquella vez que la Magaly dijo que estaba enferma y que no la molestáramos?». Magaly se le quedó mirando. Guille se rio e improvisó una respuesta falsa.

Siento que Magaly sigue siendo en muchos aspectos una niña, una niña a la que violaron no menos de 15 pandilleros durante más de tres horas y tuvo que callar. Nadie lo diría si la viera aquí y ahora, sonriente como casi siempre. Hay confianza, y le comento que esta tarde se ve especialmente bonita. Se ruboriza.

—Es que… ¿le puedo contar algo? — me dice.

—A ver.

—No sé… Es que… me da pena…

—Me has contado toda su vida, Magaly.

Pues es que estos jeans me costaron solo dos dólares. Es que… es ropa usada. En Navidad vamos con mi mamá y la compramos en un local que se llama Santa Lucía; queda por ahí, por Simán centro.

(Aclaración: Los nombres de la mayoría de las personas que aparecen en este relato se han modificado para proteger su vida; también algunos lugares y otros detalles que podrían resultar comprometedores)

¿Te gusta el periodismo de largo aliento? Esta pieza titulada ‘Yo violada’ forma parte de mi libro Made in El Salvador, obra que recopila 16 de las mejores crónicas y perfiles que he firmado en mi carrera. Está a la venta en Amazon, tanto en formato impreso como en formato eBook.

Si vives en El Salvador, puedo hacértelo llegar con dedicatoria y autografiado a través de Correos de El Salvador. Pregunta sin compromiso en mi cuenta de Twitter/X ; mi DM está abierto.

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Published on July 25, 2025 18:09

July 24, 2025

La plaza Palestina de San Salvador

El 21 de enero de 2004 se inauguró la plaza Palestina en la exclusiva colonia Escalón de San Salvador, financiada con aportaciones en materiales o metálico de la comunidad árabe-palestina radicada en el país. La placa de agradecimientos exhibe la mayoría de los apellidos de origen árabe más renombrados de la sociedad salvadoreña: Hasbún, Saca, Handal, Bukele, Simán, Safie, Kattán, Nasser…

Foto: Roberto Valencia

La plaza Palestina se encuentra a menos de 200 metros de la plaza Estado de Israel y su principal reclamo visual es un gran mapa plateado de la «Palestina histórica».

Ese mapa avivó la polémica: el embajador de Israel en El Salvador protestó airadamente y la noticia fue recogida por los medios de comunicación israelíes. Pero aquella controversia fue solo un preludio de lo que ocurriría año y medio después, cuando se inauguró la plaza Yasser Arafat, con busto incluido, en un extremo de la avenida Jerusalén de San Salvador, financiada también por prominentes palestinos.

Cuesta hallar elementos que permitan afirmar que los 65 000 descendientes de palestinos que se estima que viven en El Salvador forman una misma comunidad. Uno de esos tenues hilos es el irresoluble conflicto político que se gesta a 12 000 kilómetros de distancia. «Sin duda, el apoyo al Estado de Palestina es un elemento de cohesión», afirma con rotundidad el historiador Pedro Escalante.

Decía Günter Grass que la patria es algo de lo que sólo te das cuenta cuando la pierdes. Oriente Medio también encontró un espacio para sus batallas milenarias en las plazas de San Salvador.

🔥 ¿Te gusta el periodismo narrativo? Este texto es un fragmento de una crónica de más de 5000 palabras titulada ‘Los turcos y el olor de la berenjena’, que es una de las 16 crónicas y perfiles que integran mi libro Made in El Salvador 📘. Está a la venta en Amazon, tanto en formato impreso como en formato eBook.

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Published on July 24, 2025 09:05

July 10, 2025

Yo extorsionado

Taenia solium es un parásito, la solitaria, un gusano en las tripas de un humano. Le roba sus nutrientes. Lo depaupera sin matarlo. Su hábitat predilecto son las paredes internas de un segmento del intestino delgado llamado yeyuno. Al aparato digestivo la larva accede encapsulada, en carne de cerdo ingerida cruda o poco cocinada. Los ácidos gástricos la liberan. Libre, la minúscula cabeza —corona de ganchos, cuatro ventosas, forma de pera— se aferra como anzuelo al paladar del pescado. Luego se dedica a hurtar, una cuota suficiente para la buena vida pero sin arriesgar la del incauto. La lombriz crece y crece y crece, blanca y plana como un tallarín, hasta regarse medio metro, un metro, de ahí dos tres cinco… hasta seis metros, siete. Cientos de centímetros parasitarios, prosperados a base de nutrimentos ajenos durante semanas, meses, años. La literatura médica habla de ejemplares que sobreviven hasta una década en las entrañas de sus víctimas, impotentes y resignadas.

En El Salvador, un país que no aprecia la carne de cerdo sobremanera, la solitaria afecta con frecuencia limitada, una incidencia en todo caso inferior a la que tienen otros parásitos… como los extorsionistas.

—Uno se termina haciendo del ojo pacho —dice Ulices, extorsionado.

—¿Por qué? ¿Resignación?

—Resignación. ¡Esa es la palabra! Nosotros les damos 180 dólares al mes, pero eso no es lo peor, la verdad. Lo peor es el sentimiento de impotencia que uno tiene. Nada nos costaría zampar a cuatro vigilantes, ¿veá? Si quisiera darles lucha, les diera lucha. Pero tengo dos hijos pequeños, esposa… Como somos dos socios, al final son 90 dólares por cabeza, que es lo que me cuesta una buena cena. No vale la pena. ¿Poner en riesgo a mi familia por una cena?

Ulices paga la cuota, mantiene a los parásitos. Pandilleros de la 18 facción Revolucionarios en su caso. Lo ha hecho durante más de tres años. Se reconoce como un renteado. Uno más. Uno entre decenas de miles.

***

I. Lainfestación.

Conviene explicitar de entrada que Ulices no es alguien achicopalado, de naturaleza sumisa; al contrario, es de los que tratan de caminar cabeza erguida por la vida.

Imagen digital generada por Leonardo.AI

—Me formaron para ser muy aventado —dice— ; aventado y desconfiado. Todo lo que pueda hacer yo, lo hago yo.

Esa concepción de la existencia cristalizó de diferentes maneras: Ulices sobrelleva su condición de renteado en silencio, sin contárselo a casi nadie; Ulices suele cargar una Glock 9 mm, registrada a su nombre; Ulices cree que el dinero está para ser invertido y multiplicado, y el cómo no es lo más relevante.

A finales de 2011 se le apareció la oportunidad de convertirse en dueño de un billar. Un amigo que terminaría de diputado en la Asamblea lo había adquirido meses atrás, pero preocupaciones mayores no le permitían dedicarle el tiempo necesario, y le propuso arrendárselo.

Ubicado en la llamada Zona Real, en las inmediaciones del Hotel Real InterContinental, el billar era, entre los locales de su estirpe, uno de los de mayor abolengo, con más de tres décadas. Antes de dar el sí, acordaron que durante cuatro días podrían auscultar el negocio con acceso absoluto, y comprobó que se facturaban en torno a 140 dólares diarios brutos. Como abría los siete días, eran 4,200 dólares al mes, y eso con el piloto automático.

—Ordenándolo un poco, mi socio y yo vimos que sí había de dónde sacar lucro —dice Ulices.

El acuerdo entre los amigos fue 1,800 dólares mensuales de alquiler por el local más 400 por las mesas de billar. En los días siguientes hubo que invertir arriba de 5 000 en remodelar la cocina, pintarlo, adquirir mobiliario, decorarlo, arreglar los aires, los baños…

Le entraron sin saber que el billar estaba parasitado.

Ulices tenía entonces 27 años, los mismos que su socio, quien también es su primo y confidente. Ambos son fundadores-propietarios de una vigorosa empresa de mercadeo y publicidad, con ganancias estratosféricas en comparación con las del salvadoreño promedio. Graduado en la Universidad José Matías Delgado, Ulices vive en una urbanización de la zona sur de la capital en la que no hay casas abajo de los 100 000 dólares, su garaje se lo disputan un pick-up, dos sedanes, un importado de lujo y una vespa del 86, dispone de motorista, el fútbol en el Estadio Cuscatlán lo ve desde palco, ha sido candidato a diputado suplente en las elecciones de 2015, se divierte en la exclusiva colonia San Benito, y en una cena con su esposa gasta 90 dólares sin cargo de conciencia.

—La decisión no fue sencilla, porque nunca había estado en un business así, y si asumí el reto es porque me gustan los negocios. Pero mi esposa nunca estuvo de acuerdo. Nunca.

El billar tenía cinco empleados, incluido el vigilante. Fueron ellos quienes, traspaso consumado, le dijeron que unos pandilleros de la 18 se presentaban todos los sábados en la noche, como Don Francisco, pero para cobrar la renta: 50 dólares en monedas.

Aventado y desconfiado, en su primer sábado, Ulices dijo al vigilante que en esta ocasión él y su socio entregarían la plata. Caída la noche, se presentaron dos jóvenes: uno de unos 18 años; y el otro, de unos 24. Como siempre, se dirigieron al vigilante por lo suyo, pero este les explicó que había nuevos encargados y que querían platicar.

—Nosotros de entrada habíamos dicho: paguemos, ¿para qué confrontar? Pero queríamos hablar.

Por lo que pudiera pasar, Ulices dejó su Glock 9 mm en la oficina. Salieron él y su primo al parqueo, con el vigilante y su escopeta de escuderos. Se presentaron como los administradores y dijeron que un inexistente patrón les había pedido conocer las condiciones. La conversación inició tensa pero amistosa.

—¿Cómo funciona esto de la renta?

—Nosotros brindamos servicios de seguridad —el menos joven tomó la palabra, y por su forma de expresarse, sus gestos, a Ulices no le quedó duda de que eran mareros— . Ustedes tienen nuestro teléfono. Si llega otra pandilla a cobrar, les dicen que están con los Revolucionarios de la 29, y si hay problema, nosotros nos encargamos. Igual si tienen un problema con un bolo o alguien que llega a asaltar. Sólo nos llaman. A la hora de cualquier desvergue, su vigilante no tiene que ensuciarse las manos.

El pago de la renta también incluía el compromiso de que ningún homie llegaría al billar como cliente, conscientes de que su sola presencia perjudica al negocio.

La plática, de unos 10 minutos, sólo se tensó en el tramo final, cuando Ulices se atrevió a comentar que estaban arrancando y que creían que 50 dólares era demasiado.

—Quizá sintió como que no queríamos colaborar, y ahí se puso más serio: lo conveniente es que sigan apoyando, que rápido nos ubicaban, que podían averiguar quién era el dueño… un tono más amenazante.

Ulices pidió calma: la idea era seguir apoyando. Entregaron los 50 dólares en monedas, con la sugerencia de que hablara con quien tuviera que hablar para revisar la cuota. El Chiquitito se despidió con una petición: la próxima cuota, en billetes de 20 y 10, que ahora mejor así. La pareja de pandilleros caminó cuadra y media, y subieron en un Honda Civic negro que los esperaba con el motor encendido.

Aún no lo sabía, pero aquel pandillero diminuto y altanero del que nunca conocerá su nombre, el que aparentaba unos 24, era uno de los palabreros en la libre de la facción Revolucionarios del Barrio 18; en concreto, del grupo que tiene su cancha en la comunidad 29 de Agosto de San Salvador.

Al siguiente sábado el encuentro fue más breve. Los mareros llamaron antes para decir que se presentarían a las 5 de la tarde. Llegaron Chiquitito y el otro chamaco, esta vez acompañados de una joven que evidenciaba un nerviosismo desmedido. Ulices y su primo salieron al parqueo, chocaron las manos como cheros de toda la vida, y los tres billetes cambiaron de dueño. Ulices alcanzó a preguntar si había planteado lo de la revisión de la cuota. Chiquitito respondió lacónico: un no y una advertencia de que eso no dependía de él. Por todo, un minuto.

—Cuando se iban, yo le dije: resolveme. Algo serio, ¿veá? Y me dijo: ahí le aviso.

Con ligeras variantes el patrón se repitió el tercer, cuarto, sexto sábados, el séptimo. Y cuando los renteados ya se habían resignado a que nada cambiaría, Chiquitito telefoneó al vigilante un día a mitad de semana y pidió hablar con Ulices.

Mirá, bato —le dijo Chiquitito— , hemos visto que ustedes están en la disposición de colaborar, así que vamos a cambiar las cosas. Mucho nos arriesgamos al llegar todos los sábados, y ahora el modo de entrega será una vez al mes, entre el 14 y el 16. Acordate —le dijo Ulices— que en un negocio así el flujo es diario, y para mí juntar la plata de un solo… Mirá —le dijo Chiquitito— , ese es tu problema. Yo necesito que lo hagamos una vez al mes, pero te vamos a ayudar: y el pago mensual será de 180 dólares, no de 200. Vaya —le dijo Ulices— , está bueno, pero cuando vengás a cobrar, avisame un día antes, no me vayás a caer de sorpresa, que no haya dinero en caja, y vayás a encachimbarte, ¿veá? Está bueno —le dijo Chiquitito.

Sería enero o febrero de 2012, en vísperas de la Tregua que acordaron el gobierno del presidente Mauricio Funes y las pandillas Mara Salvatrucha, Barrio 18-Sureños y Barrio 18-Revolucionarios.

El cambio en las condiciones de pago supuso el inicio de laestabilidad.

***

Cada día del año 2014 siete salvadoreños tuvieron el valor de denunciar a sus parásitos ante la PNC. El nombre de 2480 valientes quedó inscrito en un reporte policial. Como curiosidad, se denuncia más en los departamentos de Santa Ana, Morazán, San Miguel y Sonsonate, aunque resulta imposible determinar si es porque el delito está más extendido, porque las instituciones estatales son más solventes, o porque sus ciudadanos están menos resignados que el resto de los salvadoreños.

Sea como fuere, cualquier reporte oficial de datos siempre será un espejismo de la realidad de un delito del que expertos y profanos señalan que tiene un subregistro brutal y creciente. Así, mientras la conciencia colectiva está convencida de que extorsionados y extorsionistas son cada vez más en El Salvador, las cifras policiales aseguran lo contrario: 4528 fueron las denuncias recibidas en 2009; 3296 en 2011; y 2785 en 2013. La tendencia es similar en los registros de la Fiscalía General de la República.

Saber cuántas personas pagan la renta es una quimera, como aspirar a contar los zompopos de mayo. Se respira en el ambiente lo desbocado que está este delito que, incluso con el subregistro y la impunidad, es el segundo que a más personas mantiene encarceladas, solo superado por el homicidio. De una encuesta de la Universidad Centroamericana realizada a finales de 2014 se infiere que 163 000 adultos —163 000 familias— pagaron algún tipo de extorsión durante ese año.

Para explicar el descenso en las denuncias, está muy extendida la creencia de que el delito se ha naturalizado, como si cada vez más y más salvadoreños se resignaran a vivir con su Taenia solium, con su solitaria.

***

II. Laestabilidad.

Uno sabe que no tendría que pagar por parquear el carro en la vía pública, fuera de un restaurante o de un hospital, pero por lo general se paga sin rechistar —incluso tarifas fijas, de hasta dos dólares, canceladas por adelantado— al autoproclamado administrador de la cuadra. La razón de ese pago, socialmente tolerado, no difiere tanto de la razón por la que Ulices y su socio se resignaron a pagar la renta.

Superada la incertidumbre de lainfestación, los 180 dólares acordados se incorporaban cada mes al libro de contabilidad con la misma naturalidad que se anotaban los pagos por la energía eléctrica, por el agua o por el wifi.

Que el negocio despegara con tino sin duda ayudó a pasar el mal trago. La remodelación sedujo. El trato y las promociones mejoraron. Se introdujo un servicio de comidas. Se ajustaron los precios al alza. Se apostó por un cliente con mayor poder adquisitivo, que pagara gustoso la exclusividad de las dos mesas de billar VIP, aisladas y con aire acondicionado.

—Cuando lo tomamos, llegaba mucho joven de 17 a 20 años y de aspecto… digamos… no amigable, que además pagaban una hora de billar y se tomaban una cerveza cada uno, ¿veá?

El perfil de la clientela cambió. En pocas semanas, de los 140 dólares por noche de caja se saltó a 350, con un par de días fuertes en la semana, en los que se ingresaban de 800 a 900 dólares. Esos números facilitaron acostumbrarse a la solitaria, pero la opción de denunciar su condición de la renteados estaba totalmente descartada mucho antes de que la bonanza.

Ulices es amigo de un exdirector de la PNC y tiene muy buena relación con un influyente comisionado. A ambos los consultó más como amigo que como víctima. El primero le respondió que, hasta no tener claro quiénes estaban detrás, no dejara de pagar, y le sugirió que desconfiara de los empleados. El segundo de entrada le recomendó interponer la denuncia, pero con tal desesperanza que Ulices lo asumió como una invitación tácita a no hacerlo.

—Pagar a unos mareros va contra mis principios, yo estoy totalmente en contra, ¿me entendés? —dice Ulices— . Pero si no lo denunciamos es porque la PNC es una institución que no iba a cambiar la situación ni a brindarnos seguridad. La cuota… era manejable; y la relación que estábamos teniendo con ellos, dentro de lo que cabe, era armoniosa. Entonces, lo terminamos viendo como un mal necesario y punto.

En aquellos días se destapó la Tregua, con las insólitas peticiones de perdón a la sociedad que pandilleros como el Sirra o Viejo Lyn hicieron en los medios de comunicación, aunque lo que más pesó a la hora de que Ulices se resignara a laestabilidad no fue la fe en ese oscuro proceso, sino el hecho de tener una familia.

—Mis hijos nunca han puesto un pie en el billar. Mi esposa, dos o tres veces lo más, y siempre de día.

—¿Su familia sabía que pagaba renta?

—Mis hijos son pequeños. Mi esposa no estaba al tanto porque nunca lo permití. A ver, con mi esposa tengo confianza, platicamos de todo, pero desde que yo entré en el billar… no sé… lo hice… como sabiendo que no es quizá la forma más correcta de hacer plata… no sé si me captás… como que no es lo moralmente correcto, pues. Por eso siempre mantuve lejos a mi familia.

—¿Pero ella sabía que pagaban renta?

—Algo sabía, pero no los detalles. Lo manejé como que era parte del negocio y que nunca hubo amenazas ni nada.

—¿Quién lo sabía, aparte de su socio?

—Mi papá sí, porque por un tiempo llegaba a apoyarnos al local. Y amigos… tal vez dos o tres personas de confianza. Pero es que yo soy así, desconfiado. No sé, quizá la misma política me ha enseñado a ser sigiloso, mucho más en este tema, porque nunca sabés de dónde te puede venir el… la verdad es que a casi nadie le dije.

Laestabilidad se prolongó por casi tres años. Chiquitito siempre fue el principal interlocutor, con transacciones en el parqueo que se consumaban en segundos. El tercer sábado de cada mes terminó fijado como el día de pago. Los 180 dólares al mes, inamovibles. La pandilla nunca pidió aguinaldos ni bonos ni nada por el estilo; lo más parecido, alguna petición de colaboración adicional para un entierro o para pagar abogados, pero bastaba responderles que no podían para que ni siquiera insistieran.

Si bien parasitaria, la relación se naturalizó.

—Un amigo, uno de esos pocos que sabían, abrió un bar cerca —dice Ulices— . Y como él intuía que le iban a caer, primero me buscó. Yo le hice el contacto, para que empezara bien desde un inicio. Y ya, platicaron y arrancaron. Fue para simplificarle la vida.

Si la premisa era no complicarse, los años de laestabilidad resultaron llevaderos.

El problema es que los parásitos de Ulices eran pandilleros, un grupo violento, armado para la guerra y dispuesto a todo para retener su cuota de nutrientes. Y cuando en la segunda mitad de 2014 la estrella del billar empezó a apagarse, la cosa se puso fea.

—Tuve que ir a su comunidad a darles una plata —dice Ulices.

Para entonces, laestabilidad estaba dando paso a lacapitulación.

***

Los datos-balances-encuestas no parecen la herramienta idónea para dimensionar el fenómeno de las extorsiones y su impacto en el comercio. Quizá las opiniones.

Existe un Consejo Nacional de la Pequeña Empresa de El Salvador, que los pocos que lo conocen lo conocen como Conapes. La personería jurídica la ganaron en 1990 y es la heredera de asociaciones similares que operaron antes y durante la guerra civil. Aseguran sus dirigentes que tienen registrados más de 11 000 comercios y empresas pequeñas, con unos 20–30 empleados en promedio. Su presidente se llama Ernesto Vilanova y es dueño de un hotelito en la zona costera. Su vicepresidente se llama Ricardo Sosa, y es consultor en temas de seguridad. Desde hace varios años —los dos coinciden en el diagnóstico— la renta es la preocupación reinante entre los agremiados de Conapes.

“Las extorsiones se han convertido en un modus vivendi en El Salvador”, dice Vilanova. “Es el negocio del siglo XXI”, dice Sosa. “Hoy, el 90 % de los pequeños empresarios pagan renta, y el problema ya se hizo crónico; es muy difícil que vaya a retroceder”, dice Vilanova. “En los noventa lo más lucrativo para el crimen organizado eran los secuestros y, cuando el Estado apretó, se pasó a las extorsiones”, dice Sosa. “Yo en mi hotel tengo que dar comida y cervezas a los pandilleros de la zona; dinero aún no”, dice Vilanova. “También nos consta que existen oportunistas y aprovechados que, sin ser pandilleros, extorsionan en nombre de las pandillas”, dice Sosa. “Tuvimos un caso de un pequeño empresario extorsionado por cuatro policías”, dice Vilanova. “Nosotros jamás les aconsejamos que sigan pagando, pero el problema es que acuden cuando están con el agua al cuello”, dice Sosa.

Después de la entrevista, Vilanova y Sosa se despiden, pero no se van. Se sientan a otra mesa del local. Han quedado con el propietario de una floristería de San Salvador que los ha citado porque ya no alcanza a pagar la renta que le exigen. Quiere consejo.

***

III. Lacapitulación.

El billar comenzó a perder brillo tras la Semana Santa de 2014. Ulices todavía no le halla explicación, atrincherado en que ni el trato ni las promociones variaron, y tampoco se había abierto cerca algún negocio similar que pudiera robarle clientela. Pero que pasó, pasó: los cierres de caja devinieron menos felices noche tras noche. Las ganancias en mayo bajaron respecto a las de abril; las de junio lograron que extrañaran las de mayo; y las de julio… en julio dejó de haber ganancias. Para agosto los números rojos parecían insostenibles.

—Había días que cerrábamos con 60 dólares de caja —dice Ulices.

La inversión se había concebido para garantizar un flujo diario de dinero, no para convertirse en un lastre de la economía familiar, y en septiembre los problemas de liquidez afloraron. Se despidió a dos personas que apoyaban en la cocina y en la limpieza, se hicieron ajustes para apretarse el cincho, y por último, quizá amparados en la relación cordial con sus parásitos durante laestabilidad, se optó por retrasar el pago de los 180 dólares.

—Creo que fue septiembre que nos tardamos con la cuota. El día que llamaron para avisar que pasarían les expliqué que el negocio estaba malo. Ok, me dijo, ¿cuándo me lo vas a dar? Espero que la otra semana, le dije.

Cuatro o cinco días después, volvieron a telefonear, y Ulices respondió que todavía no tenían la plata. Chiquitito esta vez no salió tan comprensivo; que si no seás tonto, que si no te pongás en ese plan, que si te hemos ayudado. Ulices se animó a pedir algo más de tiempo. Voy a hablar con los de arriba y te informo, escuchó en un tono que interpretó amenazante.

—Me llamó al día siguiente, que ya había hablado con no sé quién, y que teníamos dos días para cancelar; si no, iban a tirarnos una granada —dice Ulices— . Yo le dije: mirá, si te ponés en esa actitud, cuelgo, porque no es así tampoco. Hemos tenido una relación pacífica, y ahora que el negocio va mal… La onda es que le colgué. Como a los 10 minutos me estaba hablando el jefe de él, no sé si desde alguna cárcel, como para tranquilizarme, diciéndome que me calmara, que quizá el otro había agarrado la cosa por donde no era. Bien al suave, pero también quería que pagáramos. Al final acordamos. Y de los 180, por el retraso, nos subieron a 230 dólares, ni recuerdo qué excusa me puso.

Ante el cariz violento que estaba tomando la relación, Ulices y su primo decidieron pagar sin condiciones, ganar tiempo. Lo hicieron a pesar de que, también como desquite por la demora, los pandilleros exigieron que tenían que ir a dejar la plata a la 29, su cancha.

La comunidad 29 de Agosto queda sobre el bulevar Venezuela. A una cuadra del punto de referencia que les dieron, la llantería y taller Doño, en el cruce del bulevar con la calle que baja del mercado Central. Aventado y desconfiado (“Todo lo que pueda hacer yo, lo hago yo”), decidieron ir en persona a los dominios de Chiquitito.

Los dos socios, el administrador del billar y el motorista de Ulices se subieron en el sedán del primo después de la hora de almuerzo y se plantaron en la 29 de Agosto. Ulices iba con 230 dólares en un sobre, su Glock 9 mm en el cincho y un teléfono en la mano. Su primo, con una pequeña Whalter PPK .22 recortada. Al ingresar por el pasaje indicado, marcó para reportarse.

La desconfianza era mutua. ¡Bajen los vidrios! ¿Por qué vienen tantos? Era evidente que Chiquitito los observaba desde alguna altura. Sigan hasta el tope —les dijo— ; den la vuelta; regresen; paren junto a la tiendita; esperen, que va a caerles alguien. Pasaron segundos eternos, un minuto, dos… nadie se acercaba. Ulices llamó con tono de ultimátum. Al poco un hombre con un niño de unos ocho años de la mano, como si fuera su hijo, caminaron hacia ellos. Agarró el sobre, se lo echó a una bolsa, se alejaron. Los cuatro intrusos encendieron el carro y escaparon del bajomundo, aliviados.

Escrito así, en menos de un minuto se digiere, pero quizá sea el párrafo más angustioso en la historia de vida de Ulices.

—Como a los 10 minutos me llamó para confirmar que el pago estaba completo.

Faltaban tres semanas para el siguiente, y Ulices le dijo que lo más probable es que volverían a tener problemas.

—Y ahí empezó de nuevo: ya venís con babosadas, que-paquí-que-pallá. Y siguió con amenazas: que conocían ese carro negro, las placas, y que yo tenía otro así, y otro más así, y un pick-up. Y todo verídico. Hasta me dijo: tenés uno sin placas, y cabal, porque lo acababa de traer.

—¿Los carros con los que usted llegaba a trabajar?

—Sí, pero también sabían del carro de mi esposa, que nunca se acercaba al negocio. Y lo sabían. Eran datos que no tenían por qué tenerlos. Que supieran el de mi esposa me terminó de asustar. Echamos a uno de los vigilantes, por la desconfianza, y al otro lo sentamos para interrogarlo.

No hubo tiempo para mucho más. Con las cuentas del billar en rojo y ante lo que Ulices sintió como una amenaza directa a lo más sagrado, su familia, aquel dinero que entregaron en la 29 de Agosto fueron los últimos nutrientes para sus parásitos.

—Ir a la comunidad fue una locura; por tonto quizá lo hice —dice Ulices— . Y eso nunca se lo conté a mi esposa.

—Ella se enterará cuando lea este artículo.

—Me tocará decirle que es la creatividad del periodista.

***

Para Ulices, el billar era un business prescindible en el que se embarcó para disponer de ingresos adicionales y para probarse en un mundo desconocido. Cerrarlo fue una contrariedad, no una crisis.

—Pero hoy… ya te digo… no podría dejar de tener inversiones en algún comercio, por lo del flujo diario.

No habían pasado ni tres meses cuando se le apareció otra oportunidad. Un conocido que andaba necesitado de dinero ofreció a precio de cachada dos carretones de venta de comida. Ulices y su primo valoraron, intuyeron y aceptaron. Dejarlos nítidos les costó la mitad de lo que vale uno nuevo. El negocio no es muy exigente: pagar un jornal de subsistencia a alguien, garantizar que tenga comida para vender, poco más. A cambio, una entrada de dólares modesta pero constante.

Como la inversión fue pequeña y el rubro menos absorbente, con otro amigo adquirió cuatro carretones más. En un chasquido Ulices se ha convertido en copropietario de una flotilla de seis.

—Arrancamos y… ¿me creés que ya tengo los seis renteados? —dice Ulices— . Te estoy hablando de que habrán pasado 10 días, lo más, y eso que están regados por toda la ciudad. Empezaron a llegar a pedir comida, pero se nos comían cinco panes, y salía peor, así que le dije al empleado: mejor negociá y pagá.

Está pagando de tres a seis dólares semanales por carretón, unos 100 dólares mensuales. Cree que los parásitos también son pandilleros, pero certeza no tiene, e incluso desconfía de alguno de sus empleados. Las cantidades, de momento, no le quitan el sueño. Los carretones han resultado ser un buen negocio. No se atreve a decir si seguirá invirtiendo y ampliando su flotilla, pero de algo sí está convencido: tampoco lo denunciará.

(Aclaración: el nombre del protagonista de este relato se ha modificado para proteger su vida)

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Published on July 10, 2025 09:12