Alejandro Vázquez Ortiz's Blog: Artefactos
January 12, 2015
De la libre expresi��n, la contradicci��n y el #Jesuischarlie
Con los asuntos sangrantes de estos hombrecillos, sirvientes de Dios y sus ideas, viene a parecer, a algunos, las contradicciones aparentes de la libre expresi��n tan defendida en los occidentes.
No hay contradicci��n alguna en que un hombre que denosta una revistilla de s��tira de los Dioses del tercer mundo (que los Dioses del Primero, ya se ve, que pocos se atreven a satirizarlo de buena gana), ahora se eche las manos a la cabeza y defienda la libre expresi��n de esa revista a publicar las obscenidades que le venga en gana.
No es solo por el hecho, que salta a la vista que no es lo mismo, que una cosa es pedir -m��s o menos educadamente- el cierre o censura de una portada o revista, a entrar a metralla limpia a barrer la vida en aras de la idea. No es lo mismo. Pero no es eso lo que suprime la contradicci��n.
La contradicci��n se elimina, precisamente, porque la censura y la s��tira, en occidente, siempre caen del lado de la libre expresi��n. Y es precisamente esta idea de la libre expresi��n lo que hace que una cosa y la otra puedan convivir en armon��a sin mayor alteraci��n del orden que unas cuantos rapapolvos de leguleyos. No cambia, no ha cambiado ni cambiar�� jam��s nada con la libre expresi��n.
Y as�� queda descubierto el horror: que si bien del lado de los sirvientes de Al��, la ejecuci��n del servicio de la Idea deja cad��veres a su paso; ac��, bajo el imperio de la libre expresi��n, lo que hay es una aridez terrible en donde cada enunciado es despojado de su sentido y reducido a la emisi��n empobrecida del idiotismo de turno.
As�� es como Occidente protege a sus Dioses. El mecanismo, al menos a m��, me parece claro. La libre expresi��n licuifica cualquier discurso. Lo reduce a la opini��n. Lo banaliza. No es capaz de producir absolutamente nada. Quiz�� por eso parezca tan sorprendente que un mont��n de locos servidores de otra Idea entren a acribillar a unos pobres moneros.
Pero, ��no es precisamente la amenaza a la libre expresi��n la que podr��a, eso s��, llevar a Occidente a las armas? ��No es la defensa de esa aridez del discurso, donde cada cual puede decir lo que quiera bajo la condici��n de que no signifique nada?
Si el Tercer Mundo y sus Dioses quema libros; ac��, se limitan a despejarlos de su sentido. A licuarlos y escupirlos como un detrito de opiniones en donde el cruce de sentidos opuestos no implica ninguna contradicci��n.
Published on January 12, 2015 11:26
De la libre expresión, la contradicción y el #Jesuischarlie
Con los asuntos sangrantes de estos hombrecillos, sirvientes de Dios y sus ideas, viene a parecer, a algunos, las contradicciones aparentes de la libre expresión tan defendida en los occidentes.
No hay contradicción alguna en que un hombre que denosta una revistilla de sátira de los Dioses del tercer mundo (que los Dioses del Primero, ya se ve, que pocos se atreven a satirizarlo de buena gana), ahora se eche las manos a la cabeza y defienda la libre expresión de esa revista a publicar las obscenidades que le venga en gana.
No es solo por el hecho, que salta a la vista que no es lo mismo, que una cosa es pedir -más o menos educadamente- el cierre o censura de una portada o revista, a entrar a metralla limpia a barrer la vida en aras de la idea. No es lo mismo. Pero no es eso lo que suprime la contradicción.
La contradicción se elimina, precisamente, porque la censura y la sátira, en occidente, siempre caen del lado de la libre expresión. Y es precisamente esta idea de la libre expresión lo que hace que una cosa y la otra puedan convivir en armonía sin mayor alteración del orden que unas cuantos rapapolvos de leguleyos. No cambia, no ha cambiado ni cambiará jamás nada con la libre expresión.
Y así queda descubierto el horror: que si bien del lado de los sirvientes de Alá, la ejecución del servicio de la Idea deja cadáveres a su paso; acá, bajo el imperio de la libre expresión, lo que hay es una aridez terrible en donde cada enunciado es despojado de su sentido y reducido a la emisión empobrecida del idiotismo de turno.
Así es como Occidente protege a sus Dioses. El mecanismo, al menos a mí, me parece claro. La libre expresión licuifica cualquier discurso. Lo reduce a la opinión. Lo banaliza. No es capaz de producir absolutamente nada. Quizá por eso parezca tan sorprendente que un montón de locos servidores de otra Idea entren a acribillar a unos pobres moneros.
Pero, ¿no es precisamente la amenaza a la libre expresión la que podría, eso sí, llevar a Occidente a las armas? ¿No es la defensa de esa aridez del discurso, donde cada cual puede decir lo que quiera bajo la condición de que no signifique nada?
Si el Tercer Mundo y sus Dioses quema libros; acá, se limitan a despejarlos de su sentido. A licuarlos y escupirlos como un detrito de opiniones en donde el cruce de sentidos opuestos no implica ninguna contradicción.
Published on January 12, 2015 11:26
December 11, 2014
��Feliz d��a del banquero!
No parece ser ninguna casualidad que el d��a del banquero y el de la Sant��sima V��rgen de Guadalupe sean el mismo. Es m��s, ya podr��amos borrar la diferencia entre uno y otro caso y pues llamarlo sin m��s Bancomer admirabilis o Santa Patrona de todos los Banortes. Y bueno, que es que, yo ya ven��a un rato barruntando esto de que los Bancos cada vez m��s parecen iglesias (y las iglesias, bancos), as�� que ya para que seguir confundiendo a la pe��a de que son dos cosas distintas. Un solo Dios tripartito.
Rituales, fe, castigos, mandas que aunque pareciera que solo se trata de un negocio de meter y sacar dinero, pero la cosa tiene su escatolog��a. Y un husmo de mareo y de v��mito me da siempre que tengo que entrar a uno de esos templos de fe. (Curioso caso que en Grecia misma, sin haberse perdido en tejemanejes de las derivaciones etimol��gicas, al "cr��dito bancario" lo llaman con el mismo significante que "fe", esto es pistis). La propia reforma del pagano (otra divertida coincidencia de los caprichos de la lengua, que es el no-cristiano y al final, el que paga), que tiene que aceptar y comprender las jergas molestas y especializadas que si amortizaci��n, que si egreso degrabable, que si impuesto inflacionario para PyMES y cr��dito revolvente quincenal, gravamen sobre el IPC de anualidad cero, etc.; y a trav��s de esa molienda y remolienda le van metiendo al pagano, la misma idea al fin que la Iglesia Santa Romana, que estar bien con ellos es por nuestro propio bien.
Am��n de todas esas peligrosas controversias teol��gicas de anta��o, como al de la predestinaci��n en el s. IX (de Godescalco de Orbais) o la del intelecto separado en el s. XIII (de Sigerio de Barbante), que lo que se encontraba en juego era, ni m��s ni menos, que el peso e importancia del Sujeto (del creyente, del cuentahabiente, por decirlo en t��rminos contempor��neos) y el empe��o de la ortodoxia de R��bano Mauro o Santo Tom��s de Aquino era precisamente salvaguardar las almas y su libertad. Libertad ��nicamente para hacer lo mandado, lo hecho.
Con el banco, lo mismo. La cosa fundamental es hacer creer al personal que cuando hablan del dinero, est��n hablando de usted. Esto es el sujeto mismo es ya puro dinero. Precisamente la desaparici��n del comercio se puede ver en que ya uno mismo es la ��nica mercanc��a que se puede comprar y vender. (Pues uno mismo es ya su dinero puro). Y al final, cualquiera de nosotros, a rega��adientes como uno, o lleno de fe y creencia en la salvaci��n de su alma, hace la cola en banco, como antiguamente las hileras de pecadores ante los confesionarios. Y el tr��mite, nada gratuito del movimiento dierario, se hace precisamente para el bien individual (y sumando esos bienes individuales, la banca deduce los parabienes nacionales, mundiales y universales).
O tambi��n podemos rastrear esta cambio (para ser lo mismo), del paso de la celebraci��n del santoral cat��lico a la celebraci��n del onom��stico personal. Pues el cumplea��os feliz es la fiesta m��xima y perfecta del sistema capitalista: la celebraci��n del individuo y el recordatorio perpetuo de su muerte. Una memorabilia vac��a que colma de sentido solo en nivel personal.
Y sin embargo, ��nada m��s imposible que tener dinero! Si es precisamente para el Estado (y la Banca, que con las reformas hacendarias cada vez se vuelve menos distinguible el uno del otro) que se mantienen las cuentas. Es precisamente para el estado que contamos el dinero que entra y sale y se produce. Pues el dinero (no solo su residuo material de cupron��quel y papelitos morados, sino el n��mero mismo que representa la enormidad del PIB) es del Estado y siempre del Estado (o de la Banca, o de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) y su ser y moverse es s��lo para ��l.
Porque, aunque ese ya sea otro tema y se nos descubra un ven��reo de reflexiones todav��a por hacer y precisar, el dinero (y usted y yo mismo, claro esta, que ya dedujimos que solo somos puro dinero) convive con una dial��ctica contradictoria entre su moverse (moverse para multiplicarse) y su ser contado. Porque para contarlo hay que detenerlo. Para que se multiplique, tiene que moverse. Y as��, se podr��a enunciar un principio de indeterminaci��n del Dinero, tal y como Werner Heisenberg enunci�� la indeterminaci��n de las subpart��culas at��micas, es decir: que mientras el dinero se est�� multiplicando, no se puede contar; y a la inversa, mientras se cuenta, no se puede estar multiplicando.
Esta dial��ctica (tan parecida a tantos milagros teol��gicos, como la de la de la hermosa figura de la esfera sin centro, primera definici��n de Dios del libro de los veinticuatro fil��sofos) produce la indeterminaci��n suma del Sumo Bien.
Feliz d��a del banquero.
Rituales, fe, castigos, mandas que aunque pareciera que solo se trata de un negocio de meter y sacar dinero, pero la cosa tiene su escatolog��a. Y un husmo de mareo y de v��mito me da siempre que tengo que entrar a uno de esos templos de fe. (Curioso caso que en Grecia misma, sin haberse perdido en tejemanejes de las derivaciones etimol��gicas, al "cr��dito bancario" lo llaman con el mismo significante que "fe", esto es pistis). La propia reforma del pagano (otra divertida coincidencia de los caprichos de la lengua, que es el no-cristiano y al final, el que paga), que tiene que aceptar y comprender las jergas molestas y especializadas que si amortizaci��n, que si egreso degrabable, que si impuesto inflacionario para PyMES y cr��dito revolvente quincenal, gravamen sobre el IPC de anualidad cero, etc.; y a trav��s de esa molienda y remolienda le van metiendo al pagano, la misma idea al fin que la Iglesia Santa Romana, que estar bien con ellos es por nuestro propio bien.
Am��n de todas esas peligrosas controversias teol��gicas de anta��o, como al de la predestinaci��n en el s. IX (de Godescalco de Orbais) o la del intelecto separado en el s. XIII (de Sigerio de Barbante), que lo que se encontraba en juego era, ni m��s ni menos, que el peso e importancia del Sujeto (del creyente, del cuentahabiente, por decirlo en t��rminos contempor��neos) y el empe��o de la ortodoxia de R��bano Mauro o Santo Tom��s de Aquino era precisamente salvaguardar las almas y su libertad. Libertad ��nicamente para hacer lo mandado, lo hecho.
Con el banco, lo mismo. La cosa fundamental es hacer creer al personal que cuando hablan del dinero, est��n hablando de usted. Esto es el sujeto mismo es ya puro dinero. Precisamente la desaparici��n del comercio se puede ver en que ya uno mismo es la ��nica mercanc��a que se puede comprar y vender. (Pues uno mismo es ya su dinero puro). Y al final, cualquiera de nosotros, a rega��adientes como uno, o lleno de fe y creencia en la salvaci��n de su alma, hace la cola en banco, como antiguamente las hileras de pecadores ante los confesionarios. Y el tr��mite, nada gratuito del movimiento dierario, se hace precisamente para el bien individual (y sumando esos bienes individuales, la banca deduce los parabienes nacionales, mundiales y universales).
O tambi��n podemos rastrear esta cambio (para ser lo mismo), del paso de la celebraci��n del santoral cat��lico a la celebraci��n del onom��stico personal. Pues el cumplea��os feliz es la fiesta m��xima y perfecta del sistema capitalista: la celebraci��n del individuo y el recordatorio perpetuo de su muerte. Una memorabilia vac��a que colma de sentido solo en nivel personal.
Y sin embargo, ��nada m��s imposible que tener dinero! Si es precisamente para el Estado (y la Banca, que con las reformas hacendarias cada vez se vuelve menos distinguible el uno del otro) que se mantienen las cuentas. Es precisamente para el estado que contamos el dinero que entra y sale y se produce. Pues el dinero (no solo su residuo material de cupron��quel y papelitos morados, sino el n��mero mismo que representa la enormidad del PIB) es del Estado y siempre del Estado (o de la Banca, o de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) y su ser y moverse es s��lo para ��l.
Porque, aunque ese ya sea otro tema y se nos descubra un ven��reo de reflexiones todav��a por hacer y precisar, el dinero (y usted y yo mismo, claro esta, que ya dedujimos que solo somos puro dinero) convive con una dial��ctica contradictoria entre su moverse (moverse para multiplicarse) y su ser contado. Porque para contarlo hay que detenerlo. Para que se multiplique, tiene que moverse. Y as��, se podr��a enunciar un principio de indeterminaci��n del Dinero, tal y como Werner Heisenberg enunci�� la indeterminaci��n de las subpart��culas at��micas, es decir: que mientras el dinero se est�� multiplicando, no se puede contar; y a la inversa, mientras se cuenta, no se puede estar multiplicando.
Esta dial��ctica (tan parecida a tantos milagros teol��gicos, como la de la de la hermosa figura de la esfera sin centro, primera definici��n de Dios del libro de los veinticuatro fil��sofos) produce la indeterminaci��n suma del Sumo Bien.
Feliz d��a del banquero.
Published on December 11, 2014 13:29
¡Feliz día del banquero!
No parece ser ninguna casualidad que el día del banquero y el de la Santísima Vírgen de Guadalupe sean el mismo. Es más, ya podríamos borrar la diferencia entre uno y otro caso y pues llamarlo sin más Bancomer admirabilis o Santa Patrona de todos los Banortes. Y bueno, que es que, yo ya venía un rato barruntando esto de que los Bancos cada vez más parecen iglesias (y las iglesias, bancos), así que ya para que seguir confundiendo a la peña de que son dos cosas distintas. Un solo Dios tripartito.
Rituales, fe, castigos, mandas que aunque pareciera que solo se trata de un negocio de meter y sacar dinero, pero la cosa tiene su escatología. Y un husmo de mareo y de vómito me da siempre que tengo que entrar a uno de esos templos de fe. (Curioso caso que en Grecia misma, sin haberse perdido en tejemanejes de las derivaciones etimológicas, al "crédito bancario" lo llaman con el mismo significante que "fe", esto es pistis). La propia reforma del pagano (otra divertida coincidencia de los caprichos de la lengua, que es el no-cristiano y al final, el que paga), que tiene que aceptar y comprender las jergas molestas y especializadas que si amortización, que si egreso degrabable, que si impuesto inflacionario para PyMES y crédito revolvente quincenal, gravamen sobre el IPC de anualidad cero, etc.; y a través de esa molienda y remolienda le van metiendo al pagano, la misma idea al fin que la Iglesia Santa Romana, que estar bien con ellos es por nuestro propio bien.
Amén de todas esas peligrosas controversias teológicas de antaño, como al de la predestinación en el s. IX (de Godescalco de Orbais) o la del intelecto separado en el s. XIII (de Sigerio de Barbante), que lo que se encontraba en juego era, ni más ni menos, que el peso e importancia del Sujeto (del creyente, del cuentahabiente, por decirlo en términos contemporáneos) y el empeño de la ortodoxia de Rábano Mauro o Santo Tomás de Aquino era precisamente salvaguardar las almas y su libertad. Libertad únicamente para hacer lo mandado, lo hecho.
Con el banco, lo mismo. La cosa fundamental es hacer creer al personal que cuando hablan del dinero, están hablando de usted. Esto es el sujeto mismo es ya puro dinero. Precisamente la desaparición del comercio se puede ver en que ya uno mismo es la única mercancía que se puede comprar y vender. (Pues uno mismo es ya su dinero puro). Y al final, cualquiera de nosotros, a regañadientes como uno, o lleno de fe y creencia en la salvación de su alma, hace la cola en banco, como antiguamente las hileras de pecadores ante los confesionarios. Y el trámite, nada gratuito del movimiento dierario, se hace precisamente para el bien individual (y sumando esos bienes individuales, la banca deduce los parabienes nacionales, mundiales y universales).
O también podemos rastrear esta cambio (para ser lo mismo), del paso de la celebración del santoral católico a la celebración del onomástico personal. Pues el cumpleaños feliz es la fiesta máxima y perfecta del sistema capitalista: la celebración del individuo y el recordatorio perpetuo de su muerte. Una memorabilia vacía que colma de sentido solo en nivel personal.
Y sin embargo, ¡nada más imposible que tener dinero! Si es precisamente para el Estado (y la Banca, que con las reformas hacendarias cada vez se vuelve menos distinguible el uno del otro) que se mantienen las cuentas. Es precisamente para el estado que contamos el dinero que entra y sale y se produce. Pues el dinero (no solo su residuo material de cuproníquel y papelitos morados, sino el número mismo que representa la enormidad del PIB) es del Estado y siempre del Estado (o de la Banca, o de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) y su ser y moverse es sólo para él.
Porque, aunque ese ya sea otro tema y se nos descubra un venéreo de reflexiones todavía por hacer y precisar, el dinero (y usted y yo mismo, claro esta, que ya dedujimos que solo somos puro dinero) convive con una dialéctica contradictoria entre su moverse (moverse para multiplicarse) y su ser contado. Porque para contarlo hay que detenerlo. Para que se multiplique, tiene que moverse. Y así, se podría enunciar un principio de indeterminación del Dinero, tal y como Werner Heisenberg enunció la indeterminación de las subpartículas atómicas, es decir: que mientras el dinero se está multiplicando, no se puede contar; y a la inversa, mientras se cuenta, no se puede estar multiplicando.
Esta dialéctica (tan parecida a tantos milagros teológicos, como la de la de la hermosa figura de la esfera sin centro, primera definición de Dios del libro de los veinticuatro filósofos) produce la indeterminación suma del Sumo Bien.
Feliz día del banquero.
Rituales, fe, castigos, mandas que aunque pareciera que solo se trata de un negocio de meter y sacar dinero, pero la cosa tiene su escatología. Y un husmo de mareo y de vómito me da siempre que tengo que entrar a uno de esos templos de fe. (Curioso caso que en Grecia misma, sin haberse perdido en tejemanejes de las derivaciones etimológicas, al "crédito bancario" lo llaman con el mismo significante que "fe", esto es pistis). La propia reforma del pagano (otra divertida coincidencia de los caprichos de la lengua, que es el no-cristiano y al final, el que paga), que tiene que aceptar y comprender las jergas molestas y especializadas que si amortización, que si egreso degrabable, que si impuesto inflacionario para PyMES y crédito revolvente quincenal, gravamen sobre el IPC de anualidad cero, etc.; y a través de esa molienda y remolienda le van metiendo al pagano, la misma idea al fin que la Iglesia Santa Romana, que estar bien con ellos es por nuestro propio bien.
Amén de todas esas peligrosas controversias teológicas de antaño, como al de la predestinación en el s. IX (de Godescalco de Orbais) o la del intelecto separado en el s. XIII (de Sigerio de Barbante), que lo que se encontraba en juego era, ni más ni menos, que el peso e importancia del Sujeto (del creyente, del cuentahabiente, por decirlo en términos contemporáneos) y el empeño de la ortodoxia de Rábano Mauro o Santo Tomás de Aquino era precisamente salvaguardar las almas y su libertad. Libertad únicamente para hacer lo mandado, lo hecho.
Con el banco, lo mismo. La cosa fundamental es hacer creer al personal que cuando hablan del dinero, están hablando de usted. Esto es el sujeto mismo es ya puro dinero. Precisamente la desaparición del comercio se puede ver en que ya uno mismo es la única mercancía que se puede comprar y vender. (Pues uno mismo es ya su dinero puro). Y al final, cualquiera de nosotros, a regañadientes como uno, o lleno de fe y creencia en la salvación de su alma, hace la cola en banco, como antiguamente las hileras de pecadores ante los confesionarios. Y el trámite, nada gratuito del movimiento dierario, se hace precisamente para el bien individual (y sumando esos bienes individuales, la banca deduce los parabienes nacionales, mundiales y universales).
O también podemos rastrear esta cambio (para ser lo mismo), del paso de la celebración del santoral católico a la celebración del onomástico personal. Pues el cumpleaños feliz es la fiesta máxima y perfecta del sistema capitalista: la celebración del individuo y el recordatorio perpetuo de su muerte. Una memorabilia vacía que colma de sentido solo en nivel personal.
Y sin embargo, ¡nada más imposible que tener dinero! Si es precisamente para el Estado (y la Banca, que con las reformas hacendarias cada vez se vuelve menos distinguible el uno del otro) que se mantienen las cuentas. Es precisamente para el estado que contamos el dinero que entra y sale y se produce. Pues el dinero (no solo su residuo material de cuproníquel y papelitos morados, sino el número mismo que representa la enormidad del PIB) es del Estado y siempre del Estado (o de la Banca, o de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) y su ser y moverse es sólo para él.
Porque, aunque ese ya sea otro tema y se nos descubra un venéreo de reflexiones todavía por hacer y precisar, el dinero (y usted y yo mismo, claro esta, que ya dedujimos que solo somos puro dinero) convive con una dialéctica contradictoria entre su moverse (moverse para multiplicarse) y su ser contado. Porque para contarlo hay que detenerlo. Para que se multiplique, tiene que moverse. Y así, se podría enunciar un principio de indeterminación del Dinero, tal y como Werner Heisenberg enunció la indeterminación de las subpartículas atómicas, es decir: que mientras el dinero se está multiplicando, no se puede contar; y a la inversa, mientras se cuenta, no se puede estar multiplicando.
Esta dialéctica (tan parecida a tantos milagros teológicos, como la de la de la hermosa figura de la esfera sin centro, primera definición de Dios del libro de los veinticuatro filósofos) produce la indeterminación suma del Sumo Bien.
Feliz día del banquero.
Published on December 11, 2014 13:29
November 22, 2014
Sapere aude
A finales del siglo XVIII un periódico alemán (vea usted lo divertidos que se lo pasaban sin mundiales) propuso una pregunta a sus lectores: ¿Qué es ilustración?
Una de las respuestas más interesantes fue la de Kant:
«La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración».
De este párrafo se desprenden dos cuestiones (que acaso parecen estar en contradicción): 1) que hay una suerte de peligro en el hecho de servirse del entendimiento y 2) que ese entendimiento es propio de uno.
La afirmación del filósofo alemán va precisamente contra lo que habíamos estado diciendo en las dos anteriores columnas, apoyándose en Heráclito y Averroes/Aristóteles, a saber, que el entendimiento está separado.
Kant dice que no. Que es lo propio de uno. Quizá lo más propio, entendiéndose que su libre uso es precisamente lo que nos hará ser nosotros mismos (y no sirviéndonos del entendimiento de cualquier otro).
Hemos de detenernos un momento en la primera de las cuestiones: que el pensar pueda revestir algo de peligro. Que solo pueda ser el fruto de un atrevimiento. Cosa que va contra la idea divulgada de que pensar, discutir o hablar (que se parecen bastante) son contrapuestas a hacer. O dicho más fácil: mientras se piensa, no se está haciendo nada y por tanto nada nos puede pasar ni poner en peligro.La demora en que nos sume la pregunta es sin fin. Claro que tendríamos que preguntarnos si el saperde la fórmula ilustrada se puede equiparar con reflexión, pensamiento, saber y ciencia. ¿Querrá decir simplemente “atrévete a saber” como equivalente “atrévete a tomar una licenciatura o un postgrado”, es decir, “atrévete a ser odontólogo”? ¿O más bien se trata de otro tipo de saber?
La ciencia, se ve, es un saber computable, medible, aprovechable. Es un caso de cosa. Lo mismo que se posee un televisor o un periódico en la mano, se posee el conocimiento para usar un programa informático, tener buena ortografía o extraer un diente. Ese saber se puede adquirir, poseer, desarrollar y está claro que pertenece a los sujetos. No al común.
Ese saber no puede tampoco comportar ningún riesgo. Porque puede ser mío. Al contrario, más bien ofrecerá beneficios.
¿Qué será pues ese saber riesgoso? ¿Qué será eso que se haya del otro lado de mí pensamiento y que comporta un peligro? ¿Necesariamente será un tipo de pensar y saber que me transforme? ¿Qué me haga pasar de un estado mental a otro? Kant lo llama mayoría de edad. ¿Pero qué será eso de la oposición entre niño-adulto?
Una de las respuestas más interesantes fue la de Kant:
«La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración».
De este párrafo se desprenden dos cuestiones (que acaso parecen estar en contradicción): 1) que hay una suerte de peligro en el hecho de servirse del entendimiento y 2) que ese entendimiento es propio de uno.
La afirmación del filósofo alemán va precisamente contra lo que habíamos estado diciendo en las dos anteriores columnas, apoyándose en Heráclito y Averroes/Aristóteles, a saber, que el entendimiento está separado.
Kant dice que no. Que es lo propio de uno. Quizá lo más propio, entendiéndose que su libre uso es precisamente lo que nos hará ser nosotros mismos (y no sirviéndonos del entendimiento de cualquier otro).
Hemos de detenernos un momento en la primera de las cuestiones: que el pensar pueda revestir algo de peligro. Que solo pueda ser el fruto de un atrevimiento. Cosa que va contra la idea divulgada de que pensar, discutir o hablar (que se parecen bastante) son contrapuestas a hacer. O dicho más fácil: mientras se piensa, no se está haciendo nada y por tanto nada nos puede pasar ni poner en peligro.La demora en que nos sume la pregunta es sin fin. Claro que tendríamos que preguntarnos si el saperde la fórmula ilustrada se puede equiparar con reflexión, pensamiento, saber y ciencia. ¿Querrá decir simplemente “atrévete a saber” como equivalente “atrévete a tomar una licenciatura o un postgrado”, es decir, “atrévete a ser odontólogo”? ¿O más bien se trata de otro tipo de saber?
La ciencia, se ve, es un saber computable, medible, aprovechable. Es un caso de cosa. Lo mismo que se posee un televisor o un periódico en la mano, se posee el conocimiento para usar un programa informático, tener buena ortografía o extraer un diente. Ese saber se puede adquirir, poseer, desarrollar y está claro que pertenece a los sujetos. No al común.
Ese saber no puede tampoco comportar ningún riesgo. Porque puede ser mío. Al contrario, más bien ofrecerá beneficios.
¿Qué será pues ese saber riesgoso? ¿Qué será eso que se haya del otro lado de mí pensamiento y que comporta un peligro? ¿Necesariamente será un tipo de pensar y saber que me transforme? ¿Qué me haga pasar de un estado mental a otro? Kant lo llama mayoría de edad. ¿Pero qué será eso de la oposición entre niño-adulto?
Published on November 22, 2014 11:09
November 12, 2014
De otras separaciones de la inteligencia
La modernidad, entendida como empresa del pensamiento “ilustrado” debe mucho a la controversia del siglo XIII de la separación del intelecto material.
Acaso no exista un pasaje de la filosofía que más comentado que el famoso capítulo 5 del libro III del De anima de Aristóteles:
«Así pues, existe un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas y otro capaz de hacerlas todas; este último es a manera de una disposición habitual como, por ejemplo, la luz: también la luz hace en cierto modo de los colores en potencia colores en acto. Y tal intelecto es separable, sin mezcla e impasible, siendo como es acto por su propia entidad. Y es que siempre es más excelso el agente que el paciente, el principio que la materia».
Cuando este texto llegó a occidente en el siglo XIII a través del Tafsîr o Gran comentario al De anima por parte de Averroes (a través de la escuela de traductores de Toledo y recibido con gran entusiasmo en las escuelas catedralicias /universidades de París) suscitó de forma inmediata expectación, interés y herejías.
Lo que se deducía de la lectura de Averroes era que existía un intelecto material separado de las almas individuales. Incorruptible, sin mezcla e impasible.
El averroísmo parisiense, con Sigerio de Barvante a la cabeza, tuvo que ser refutado de inmediato. De esa controversia nace el texto de Santo Tomás de Aquino titulado: De la unidad del intelecto contra los averroístas.
De entre los detalles curiosos de esta controversia: 1) es la primera vez que se postula algo tan novedoso como la teoría de la doble verdad, que ciencia y religión tenían razón a la vez aunque se contradecían; y 2) la fundación de la Sorbona para leer los textos prohibidos de Aristóteles.
Claro que lo que había en juego era mucho más que una teoría psicológica extravagante traída desde la Grecia antigua a través de un tamiz árabe. En el tablero se encontraba el sujeto mismo y todo el sistema axiológico del cristianismo.
Si el intelecto material está separado de mí, ¿qué se puede esperar de la persona? ¿Qué es el alma? O bien, ¿qué es ese residuo sustancial que nuestros psicólogos desubliman con el término “el yo” (sustantivando un pronombre vacío de significado)?
Y ahora vemos que lo que empezó dudando de la inteligencia de los detergentes nos ha llevado a dudar de los fundamentos de nosotros mismos. Porque, tal parece, en la medida en que nos atrevamos (diría Kant) a servirnos de la razón nos acercamos a un abismo no poco peligroso:
Que todo lo bueno del razonar está precisamente fuera de uno. La inteligencia será permanentemente esquiva y líquida, y sin embargo, común y pública. Para nadie y para cualquiera.
Acaso no exista un pasaje de la filosofía que más comentado que el famoso capítulo 5 del libro III del De anima de Aristóteles:
«Así pues, existe un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas y otro capaz de hacerlas todas; este último es a manera de una disposición habitual como, por ejemplo, la luz: también la luz hace en cierto modo de los colores en potencia colores en acto. Y tal intelecto es separable, sin mezcla e impasible, siendo como es acto por su propia entidad. Y es que siempre es más excelso el agente que el paciente, el principio que la materia».
Cuando este texto llegó a occidente en el siglo XIII a través del Tafsîr o Gran comentario al De anima por parte de Averroes (a través de la escuela de traductores de Toledo y recibido con gran entusiasmo en las escuelas catedralicias /universidades de París) suscitó de forma inmediata expectación, interés y herejías.
Lo que se deducía de la lectura de Averroes era que existía un intelecto material separado de las almas individuales. Incorruptible, sin mezcla e impasible.
El averroísmo parisiense, con Sigerio de Barvante a la cabeza, tuvo que ser refutado de inmediato. De esa controversia nace el texto de Santo Tomás de Aquino titulado: De la unidad del intelecto contra los averroístas.
De entre los detalles curiosos de esta controversia: 1) es la primera vez que se postula algo tan novedoso como la teoría de la doble verdad, que ciencia y religión tenían razón a la vez aunque se contradecían; y 2) la fundación de la Sorbona para leer los textos prohibidos de Aristóteles.
Claro que lo que había en juego era mucho más que una teoría psicológica extravagante traída desde la Grecia antigua a través de un tamiz árabe. En el tablero se encontraba el sujeto mismo y todo el sistema axiológico del cristianismo.
Si el intelecto material está separado de mí, ¿qué se puede esperar de la persona? ¿Qué es el alma? O bien, ¿qué es ese residuo sustancial que nuestros psicólogos desubliman con el término “el yo” (sustantivando un pronombre vacío de significado)?
Y ahora vemos que lo que empezó dudando de la inteligencia de los detergentes nos ha llevado a dudar de los fundamentos de nosotros mismos. Porque, tal parece, en la medida en que nos atrevamos (diría Kant) a servirnos de la razón nos acercamos a un abismo no poco peligroso:
Que todo lo bueno del razonar está precisamente fuera de uno. La inteligencia será permanentemente esquiva y líquida, y sin embargo, común y pública. Para nadie y para cualquiera.
Published on November 12, 2014 12:18
November 5, 2014
Inteligencia
De tiempo para acá, no sé si al lector le ocurra lo mismo, me sorprende de sobremanera el uso del adjetivo “inteligente” a cuanta cosa se cruza al paso: cepillos de dientes, teléfonos o detergentes.
(Queda la duda de si tales inteligencias son compatibles con quienes las consumimos, a más bien resulta que entre más inteligente el detergente, más torpe se volverá uno).
Y bien que acudiendo a la etimología de la palabra tenemos que viene del latín “inter” y “legere”, que sería algo así como “entreleer” o, mejor dicho, “leer entre líneas”.
O, como decía el fragmento del presocrático Heráclito de Éfeso (en versión del filólogo zamorano A. García Calvo). “De todos cuantos he oído razones, ninguno llega a tanto como a reconocer que lo inteligente está separado de todas las cosas”. (DK 22 B 108)
Y así pues tenemos, que la inteligencia no puede estar en cosa alguna. No quiere decir dar respuestas adecuadas a estímulos evidentes, sino saber “no-estar” en una cosa ni en la otra, sino entre ellas. Por tanto no puede haber una inteligencia personal, pues no puede estar en mi conciencia (mucho menos en un detergente), sino del revés y separada: entre líneas, entre cosas. Lo mismo que decíamos, por cierto, de lo público y de la lengua.
La conclusión de esto es crucial. No es solo que sea imposible puntuar, calificar o determinar la inteligencia de cada cual. Diríamos, en todo caso, “este hombre tiene es capaz de estorbar lo menos posible a la aparición de la inteligencia”. Pero, en forma alguna, podríamos atribuir a la persona la “posesión” de la inteligencia o la razón.
Luego, nada más imposible que “tener razón”.
Pero más importante que esto es que, de igual manera que la ciudad se construye en tensión con la casa y la lengua se habla siempre en contra de la conciencia (pues ella misma no sabe, ni tiene por qué saber, cómo funciona a la par que se ve que funciona); la inteligencia existe a pesar del individuo y su conciencia. (Que al fin, nosotros mismos no somos más que un caso de cosa, lo mismo que los detergentes o los teléfonos celulares). Y, finalmente, que es gracias a que uno se quite de en medio (sus opiniones personales y puntos de vista individuales) que se haga carne, como dijo el otro, el Verbo (el lógos), la inteligencia en los labios de alguno.
(Queda la duda de si tales inteligencias son compatibles con quienes las consumimos, a más bien resulta que entre más inteligente el detergente, más torpe se volverá uno).
Y bien que acudiendo a la etimología de la palabra tenemos que viene del latín “inter” y “legere”, que sería algo así como “entreleer” o, mejor dicho, “leer entre líneas”.
O, como decía el fragmento del presocrático Heráclito de Éfeso (en versión del filólogo zamorano A. García Calvo). “De todos cuantos he oído razones, ninguno llega a tanto como a reconocer que lo inteligente está separado de todas las cosas”. (DK 22 B 108)
Y así pues tenemos, que la inteligencia no puede estar en cosa alguna. No quiere decir dar respuestas adecuadas a estímulos evidentes, sino saber “no-estar” en una cosa ni en la otra, sino entre ellas. Por tanto no puede haber una inteligencia personal, pues no puede estar en mi conciencia (mucho menos en un detergente), sino del revés y separada: entre líneas, entre cosas. Lo mismo que decíamos, por cierto, de lo público y de la lengua.
La conclusión de esto es crucial. No es solo que sea imposible puntuar, calificar o determinar la inteligencia de cada cual. Diríamos, en todo caso, “este hombre tiene es capaz de estorbar lo menos posible a la aparición de la inteligencia”. Pero, en forma alguna, podríamos atribuir a la persona la “posesión” de la inteligencia o la razón.
Luego, nada más imposible que “tener razón”.
Pero más importante que esto es que, de igual manera que la ciudad se construye en tensión con la casa y la lengua se habla siempre en contra de la conciencia (pues ella misma no sabe, ni tiene por qué saber, cómo funciona a la par que se ve que funciona); la inteligencia existe a pesar del individuo y su conciencia. (Que al fin, nosotros mismos no somos más que un caso de cosa, lo mismo que los detergentes o los teléfonos celulares). Y, finalmente, que es gracias a que uno se quite de en medio (sus opiniones personales y puntos de vista individuales) que se haga carne, como dijo el otro, el Verbo (el lógos), la inteligencia en los labios de alguno.
Published on November 05, 2014 11:17
October 30, 2014
Lengua
La lengua es el espacio público por excelencia. Del orden y principio de la lengua ocurre lo mismo que con la ciudad. Se ordena sin principio desde una forma de tribunal común, completamente ajeno a la voluntad individual.
Es verdad que en lo más superficial de los idiomas (los vocabularios semánticos, es decir, las palabras con significado) se pueden trocar unas por otras según la voluntad de cualquiera. Y así decir, en jerga populachera o culterana, lo que se quiera decir utilizando cualquier otra palabra.
Y aún nos puede llegar hasta aquí el reclamo de Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas (§ 18): «Si quieres decir que no son por ello completos, pregúntate si nuestro lenguaje es completo ―si lo era antes de incorporarle el simbolismo químico y la notación infinitesimal, pues éstos son, por así decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. (¿Y con cuántas casas o calles comienza una ciudad a ser ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes».
Esa reforma posible de la lengua, la creación de lenguajes artificiales (como el esperanto) o de los formales como los símbolos químicos o los lenguajes de la lógica de primer orden: son posibles. Pertenecen al reino en donde podemos nosotros reformar, cual arquitectos, la lengua.
Pero las palabras que propiamente no tienen significado, sino que son índices gramaticales, tales como el orden mismo de la palabras o los morfemas, y por supuesto, más hondo aún que cualquier idioma (carnalidad de la lengua) las apreciaciones prosódicas y entonativas de frase.
(Que hace, por ejemplo, que sin saber absolutamente nada de turco o japonés o euskera, podamos saber, sin embargo, cuándo se está formulando una pregunta o lanzando un vocativo).
Eso es intocable. Eso es lo verdaderamente público.
Cuando hay algo por debajo del uso de la conciencia individual (ese aparto de la lengua que funciona perfectamente bien gracias a que no se sabe cómo es que funciona) y que crea a la vez un lugar en donde uno puede hablar con el vecino.
En esta maravillosa máquina no manda nadie. Ni usted, ni yo, ni siquiera la RAE ni demás academias. Que a ellas, no les queda más que hacer pequeñas codas sobre la que (aparentemente) es la cosa más superficial del idioma (aunque, estrictamente, no pertenece a él) que es la escritura.
¡Aún así, reconocen la dificultad de poder dictaminar reglas sobre el uso de las tildes! Como se vio el caso con el abandono del uso de acento ortográfico sobre la palabra “sólo”.
Esa máquina dulce de la lengua es el lugar que habitamos, la primera ciudad. Sin ella, la inteligencia y, por tanto, lo público sería imposible.
Es verdad que en lo más superficial de los idiomas (los vocabularios semánticos, es decir, las palabras con significado) se pueden trocar unas por otras según la voluntad de cualquiera. Y así decir, en jerga populachera o culterana, lo que se quiera decir utilizando cualquier otra palabra.
Y aún nos puede llegar hasta aquí el reclamo de Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas (§ 18): «Si quieres decir que no son por ello completos, pregúntate si nuestro lenguaje es completo ―si lo era antes de incorporarle el simbolismo químico y la notación infinitesimal, pues éstos son, por así decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. (¿Y con cuántas casas o calles comienza una ciudad a ser ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes».
Esa reforma posible de la lengua, la creación de lenguajes artificiales (como el esperanto) o de los formales como los símbolos químicos o los lenguajes de la lógica de primer orden: son posibles. Pertenecen al reino en donde podemos nosotros reformar, cual arquitectos, la lengua.
Pero las palabras que propiamente no tienen significado, sino que son índices gramaticales, tales como el orden mismo de la palabras o los morfemas, y por supuesto, más hondo aún que cualquier idioma (carnalidad de la lengua) las apreciaciones prosódicas y entonativas de frase.
(Que hace, por ejemplo, que sin saber absolutamente nada de turco o japonés o euskera, podamos saber, sin embargo, cuándo se está formulando una pregunta o lanzando un vocativo).
Eso es intocable. Eso es lo verdaderamente público.
Cuando hay algo por debajo del uso de la conciencia individual (ese aparto de la lengua que funciona perfectamente bien gracias a que no se sabe cómo es que funciona) y que crea a la vez un lugar en donde uno puede hablar con el vecino.
En esta maravillosa máquina no manda nadie. Ni usted, ni yo, ni siquiera la RAE ni demás academias. Que a ellas, no les queda más que hacer pequeñas codas sobre la que (aparentemente) es la cosa más superficial del idioma (aunque, estrictamente, no pertenece a él) que es la escritura.
¡Aún así, reconocen la dificultad de poder dictaminar reglas sobre el uso de las tildes! Como se vio el caso con el abandono del uso de acento ortográfico sobre la palabra “sólo”.
Esa máquina dulce de la lengua es el lugar que habitamos, la primera ciudad. Sin ella, la inteligencia y, por tanto, lo público sería imposible.
Published on October 30, 2014 15:26
September 21, 2014
Ciudad y casa
Nunca se insistirá lo suficiente en la oposición de la ciudad contra la casa. Una buena ciudad se construye sin principio ni fin.
Aristóteles reclamó a Platón (Pol. II, 1, 1261a) el entender la ciudad (pólis) como una mera aglomeración de casas (oikós).
«Sin embargo, es evidente que al avanzar en este sentido y hacerse más unitaria, ya no será ciudad. Pues la ciudad es por su naturaleza una cierta pluralidad, y al hacerse más una, de ciudad se convertirá en casa, y de casa en hombre, ya que podríamos afirmar que la casa es más unitaria que la ciudad y el individuo más que la casa. De modo que aunque alguien fuera capaz de hacer esto, no debería hacerlo, porque destruiría la ciudad».
Arquitectura es el arte de la construcción. Pero no el mero arte de la fabricación de casas, tal y como podría resultar serlo la albañilería, sino el arte de la construcción a partir de un principio (entendido como origen rector), a partir de un arché que rige el desarrollo y Verdad de lo construido.
La urbanización es lo contrario de la arquitectura. O, mejor dicho, su fin es el opuesto. Mientras que el arquitecto crea a partir de un principio (arché) y para un fin. El arquitecto domina la construcción. La urbanización no tiene principio. No tiene, ni siquiera, múltiples principios. O, si se quiere, tiene un principio público.
Claro que ello nos lleva a considerar lo público en abstracto. Y preguntarnos ¿de qué forma puede lo público tener principio y cómo se puede entender? Alguno diría que el principio de lo público se haya en la suma de las voluntades individuales.
Pero, como dijo Antonio Machado en la boca de Juan de Mairena: «Por muchas vueltas que doy ―decía Mairena― no hallo manera de sumar individuos». La suma de los individuos, lo mismo que la aglomeración de casas, no crean lo público.
Más bien debería decirse que la ciudad es lo que está entre las casas. Lo que se construye entre los individuos. A veces en tensión misma. El espacio público que es a la misma vez de nadie y de cualquiera.
El buen hacer de la ciudad se verá siempre como una tensión armónica entre lo privado y lo público. Reconocer la falta de principio de lo público, en la doble significación de sentido (fuerza y dirección), es reconocer su preeminencia. Es decir, que lo público es precisamente lo más importante porque está ahí para ser habitado y por ello mismo no requiere de sentido, principio ni fin.
Published on September 21, 2014 12:41
March 31, 2014
Del nacimiento del mundo y de m�� mismo
o que yo pueda asesinar un d��aen mi alma, al despertar, esa personaque me hizo el mundo mientras yo dorm��a.
(A. Machado)
Cuando me top��, la primera vez, con estos versitos en un librillo de Machado me qued�� hechizado. Se trata, como despu��s reconocer��a A. Garc��a Calvo, del terceto de un soneto incompleto. Pero lo que me fascin��, era el rev��s de la cosa que funcionaba como una bisagra de un lado y el otro, teniendo siempre sentido y siendo siempre el mismo.
Porque, dada cierta ambig��edad gramatical en la composici��n queda la duda de s�� lo que se quiere es i) asesinar a la persona que hizo el mundo mientras yo dorm��a, o ii) en el desdoblamiento, hablar de s�� mismo, y desear el asesinato de esa persona (que soy yo) y que el mundo hizo para m�� mientras yo dorm��a.
Y en ello me devanaba el seso: ��cu��l posibilidad era o cu��l era la correcta? Y sin parar mucho en conclusiones pod��a suponer que ambas eran buenas y v��lidas. Hasta que me di cuenta que son una y la misma posibilidad. Pues esa persona que hizo el mundo fui "Yo".
Hace poco, una ni��a de una decena y media de a��os dio con una f��rmula m��gica que me fascin�� y no dejo de pensarla y decirla como un conjuro o mantra. Acert�� a formular en un lenguaje tan llano y simple algo que yo andaba buscando a tientas en mis enrevesadas proposiciones y guerreo. Dijo: "No quiero tener noticias de m��, de esto que soy". Razonamiento m��s limpio y demoledor no vi antes. Y yo que alguna vez la llev�� de la mano a las clases de piano y m��sica, me sent�� como un ni��o descubriendo una verdad milenaria de su boca.
��No quiero tener noticias de m��!
El mundo este (que no es mas que la pura noticia del mundo, porque ya se sabe que plantas, cosas, materia, tierra viva y los gusanillos ciegos que en ella pululan no se puede saber nunca demasiado qu�� son sino por la noticia que de ellos se tenga) y yo mismo como parte del mundo (como caso de cosa) en nada me distingo de ��l. Soy el mundo, gracias a m�� existe (no por el viejo solo ipse de los latinos, sino porque yo creo en ��l y creyendo en ��l, teniendo fe en que existe es como me aseguro de que yo mismo existo y soy parte de ��l). La persona que me hizo el mundo mientras yo dorm��a es precisamente yo. Edipo al cuadrado.
Y por ello quer��a yo traer esto de la noticia de m��. Del rehuir a aparecer en ese lenguaje ideado de la fotograf��a y de la noticia. Que mi nombre, que ni es m��o ni me pertenece ni nombra nada de veras de ac�� del otro lado de ese (meta)lenguaje de la Realidad, lo digan como dicen un nombre vac��o, sin identidad, sin sustancia.
Porque escaquearme de m�� mismo y del mundo se logra en la guerra de no dejar de hacer cosas, sin enterarse mucho de lo que se hace. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, que no sepa yo que tengo manos. Que no sepa nada de m��. ��Ah, bendita la boca que lo dijo con tanta claridad! ��No tener noticia de m��!
Claro que eso no es quedarse sin recuerdos, ni masa, ni ��nimos, ni lenguaje ni nada. Es simplemente negarse a convertir esos recuerdos, este cuerpo, estos ��nimos y este lenguaje en serviles al mundo y su Realidad. Convertirlos en Historia, en Cuerpo Ejercitado, Fe para el futuro y Ciencia.
Una rebeli��n tan furibunda y alegre. Ah, ��claro! Solo pod��a hab��rsele ocurrido a una ni��a de 15 a��os.
Ah, y luego, cunado tiempo despu��s de leer los versitos de Machado, me enter�� de que Garc��a Calvo, precisamente a estos, les hab��a compuesto el resto del soneto para dejarlo como:
[Que ya no puedo m��s tal vez me digo,cansado de esta guerra que en mi pechomuevo contra m�� mismo, y doy por hechoque soy yo el que no puedo y yo el que sigo.
Pero ��se no soy yo, y con mi enemigovivir no quiero sobre el mismo techo,cielo falso, que ��l pinta (me sospecho)para que yo aqu�� muera al par consigo.
No: que alguien me arranque esta coronaque me pusieron cuando a��n crec��ay ya contra las sienes se me encona,]
o que yo pueda asesinar un d��aen mi alma, al despertar, esa personaque me hizo el mundo mientras yo dorm��a.
(A. Garc��a Calvo - A. Machado)
Acaso baste con no saber demasiado de m�� mismo para que el mundo y Alejandro se mueran a la par de una estocada de desesperanza. ��De firme y alegre desesperanza!
Published on March 31, 2014 16:15
Artefactos
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