Sapere aude

A finales del siglo XVIII un periódico alemán (vea usted lo divertidos que se lo pasaban sin mundiales) propuso una pregunta a sus lectores: ¿Qué es ilustración?
Una de las respuestas más interesantes fue la de Kant:
«La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración».
De este párrafo se desprenden dos cuestiones (que acaso parecen estar en contradicción): 1) que hay una suerte de peligro en el hecho de servirse del entendimiento y 2) que ese entendimiento es propio de uno.
La afirmación del filósofo alemán va precisamente contra lo que habíamos estado diciendo en las dos anteriores columnas, apoyándose en Heráclito y Averroes/Aristóteles, a saber, que el entendimiento está separado.
Kant dice que no. Que es lo propio de uno. Quizá lo más propio, entendiéndose que su libre uso es precisamente lo que nos hará ser nosotros mismos (y no sirviéndonos del entendimiento de cualquier otro).
Hemos de detenernos un momento en la primera de las cuestiones: que el pensar pueda revestir algo de peligro. Que solo pueda ser el fruto de un atrevimiento. Cosa que va contra la idea divulgada de que pensar, discutir o hablar (que se parecen bastante) son contrapuestas a hacer. O dicho más fácil: mientras se piensa, no se está haciendo nada y por tanto nada nos puede pasar ni poner en peligro.La demora en que nos sume la pregunta es sin fin. Claro que tendríamos que preguntarnos si el saperde la fórmula ilustrada se puede equiparar con reflexión, pensamiento, saber y ciencia. ¿Querrá decir simplemente “atrévete a saber” como equivalente “atrévete a tomar una licenciatura o un postgrado”, es decir, “atrévete a ser odontólogo”? ¿O más bien se trata de otro tipo de saber?
La ciencia, se ve, es un saber computable, medible, aprovechable. Es un caso de cosa. Lo mismo que se posee un televisor o un periódico en la mano, se posee el conocimiento para usar un programa informático, tener buena ortografía o extraer un diente. Ese saber se puede adquirir, poseer, desarrollar y está claro que pertenece a los sujetos. No al común.
Ese saber no puede tampoco comportar ningún riesgo. Porque puede ser mío. Al contrario, más bien ofrecerá beneficios.

¿Qué será pues ese saber riesgoso? ¿Qué será eso que se haya del otro lado de mí pensamiento y que comporta un peligro? ¿Necesariamente será un tipo de pensar y saber que me transforme? ¿Qué me haga pasar de un estado mental a otro? Kant lo llama mayoría de edad. ¿Pero qué será eso de la oposición entre niño-adulto? 
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Published on November 22, 2014 11:09
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Artefactos

Alejandro Vázquez Ortiz
Máquinas contra la Realidad.
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