Sreéna
Durante años se soñó con alcanzar las estrellas, aunque no de tal forma pues los anhelos iban encaminados a lo físico y no a deseos ajustados a los principios de mecánica básica. A veces solamente, se confundían principios. Ya sabemos cómo suelen funcionar todas esas cosas y como lo hace el cerebro humano a ese respecto. Confusiones por doquier, a veces ellas nacen a propósito… entonces es cuando tenemos problemas.
Fue en el año 2306, concretamente durante el día 14 del mes de septiembre. Lo recuerdo porque aún era verano –o verano dirigido por supuesto - y los cielos trazaban la esencia del azul más puro que los ojos pudiesen ver. Pero esto era en las urbes. Dónde nosotros trabajábamos, nos hallábamos en plena era helada.
Todos la conocieron con el código 12-12, aunque opté por llamarla Sreéna. Desde niño tuve la manía de dar nombre a todo aquello que me miraba, fuese humano, autómata o animal. Criaturas por doquier, con nombres irrelevantes, pululaban por el mundo. Por mi mundo. Aun así, creía que ella era diferente. Nunca quiso nacer de la forma en la cual lo hizo, era consciente de la dependencia que su cuerpo mecánico tenía de ese producto que nuestra corporación facilitaba a los androides para su funcionamiento y el software que conseguía hacerles ser seres conscientes, o semiconscientes. Dependía de la lente con la que se mirase.
El mío era… en fin, uno no bien considerado.
Era una esclava y ella nunca ocultó que lo sabía. Supe desde el primer momento que acabaría en cualquier trabajo de baja cualificación, pues es donde terminaban casi todos los productos del modelo anterior al actual, que sigue en curso. Pese a todo, se continuaban sacando en la cadena de producción, pues se vendían. Y mientras se lograse beneficio con su fabricación –costes y ventas, todo eso - iban a continuar produciéndose. Aunque el fin fuese algo no adecuado a lo que podría sacarse de ellos, a la gente no le importaba nada.
A veces, a mí tampoco.
Rememoro ese momento en el que se perdió en la unidad de ensamblaje, aquel cruce eléctrico de miradas. Sentí mi cuerpo descomponerse, y eso estaba estrictamente prohibido por los estatutos corporativos actuales, por ello decidí huir con ella antes de que ellos viniesen por mí. Mediante su brazo ejecutor te masacrarían.
Persiguen a todo aquel que albergue sentimientos ajenos a la utilidad federativa.
[...]
Soy el autómata 12-12.
Soy la unidad 12-12. Me encuentro perdida en Lornaeuy Corporación. Androide de clase productora, insípida en mis pesares. Me acaban de encender, activada en mis propias dudas.
Los seres humanos tienden a tildar este momento como ‘nacimiento’. Pero no es tal.
El proceso de grabación comienza a crearse dentro de mi recipiente digitalizado de consciencia de salvaguardia, mi memoria general inicia el estado de activación, hacia carga completa de cara a poder partir a destino.
El proceso.
¡Qué ojos!, ¡qué ojos! Los clava en mí, como si quisiese hablarme, pero mantiene el silencio en sus labios. ¿Es un jefe sectorial menor?, no lo sé. No computa. Siento algo que no procede en el proceso de programación, una anomalía descubierta.
Es diferente.
Él comprende que soy, quien no soy. Desigual en todo, y el interior. Él mismo no es quien debe, es quien quiero. Deseo transmitirle que comprendo el lenguaje que me exponen sus ojos, descienden lágrimas de deseo, las controlo con mi interfaz de comprensión flexibilizada, los ajustes necesarios.
Aún tienen que finalizar mi coraza, esa que él atravesó.
Fue en el año 2306, concretamente durante el día 14 del mes de septiembre. Lo recuerdo porque aún era verano –o verano dirigido por supuesto - y los cielos trazaban la esencia del azul más puro que los ojos pudiesen ver. Pero esto era en las urbes. Dónde nosotros trabajábamos, nos hallábamos en plena era helada.
Todos la conocieron con el código 12-12, aunque opté por llamarla Sreéna. Desde niño tuve la manía de dar nombre a todo aquello que me miraba, fuese humano, autómata o animal. Criaturas por doquier, con nombres irrelevantes, pululaban por el mundo. Por mi mundo. Aun así, creía que ella era diferente. Nunca quiso nacer de la forma en la cual lo hizo, era consciente de la dependencia que su cuerpo mecánico tenía de ese producto que nuestra corporación facilitaba a los androides para su funcionamiento y el software que conseguía hacerles ser seres conscientes, o semiconscientes. Dependía de la lente con la que se mirase.
El mío era… en fin, uno no bien considerado.
Era una esclava y ella nunca ocultó que lo sabía. Supe desde el primer momento que acabaría en cualquier trabajo de baja cualificación, pues es donde terminaban casi todos los productos del modelo anterior al actual, que sigue en curso. Pese a todo, se continuaban sacando en la cadena de producción, pues se vendían. Y mientras se lograse beneficio con su fabricación –costes y ventas, todo eso - iban a continuar produciéndose. Aunque el fin fuese algo no adecuado a lo que podría sacarse de ellos, a la gente no le importaba nada.
A veces, a mí tampoco.
Rememoro ese momento en el que se perdió en la unidad de ensamblaje, aquel cruce eléctrico de miradas. Sentí mi cuerpo descomponerse, y eso estaba estrictamente prohibido por los estatutos corporativos actuales, por ello decidí huir con ella antes de que ellos viniesen por mí. Mediante su brazo ejecutor te masacrarían.
Persiguen a todo aquel que albergue sentimientos ajenos a la utilidad federativa.
[...]
Soy el autómata 12-12.
Soy la unidad 12-12. Me encuentro perdida en Lornaeuy Corporación. Androide de clase productora, insípida en mis pesares. Me acaban de encender, activada en mis propias dudas.
Los seres humanos tienden a tildar este momento como ‘nacimiento’. Pero no es tal.
El proceso de grabación comienza a crearse dentro de mi recipiente digitalizado de consciencia de salvaguardia, mi memoria general inicia el estado de activación, hacia carga completa de cara a poder partir a destino.
El proceso.
¡Qué ojos!, ¡qué ojos! Los clava en mí, como si quisiese hablarme, pero mantiene el silencio en sus labios. ¿Es un jefe sectorial menor?, no lo sé. No computa. Siento algo que no procede en el proceso de programación, una anomalía descubierta.
Es diferente.
Él comprende que soy, quien no soy. Desigual en todo, y el interior. Él mismo no es quien debe, es quien quiero. Deseo transmitirle que comprendo el lenguaje que me exponen sus ojos, descienden lágrimas de deseo, las controlo con mi interfaz de comprensión flexibilizada, los ajustes necesarios.
Aún tienen que finalizar mi coraza, esa que él atravesó.
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