Luz nunca ha sido una mujer corriente…
Retales de un día de trabajo…
Luz Martín nunca había sido una mujer corriente. Primera de su promoción en la facultad, había terminado cum laude su doctorado en tiempo récord sólo para acabar por decantarse hacia una especialización distinta a la elegida en un primer momento. Así se había convertido en una prestigiosa especialista en historia de las religiones, aunque, para asombro o escándalo de muchos de sus compañeros, era total, completa y absolutamente atea, sin que ni un minúsculo ápice de duda ensombreciera esa convicción, de la que además estaba notablemente orgullosa. Quizás por eso sorprendió tanto en los círculos académicos en los que solía moverse que un buen día abandonara toda investigación en curso para casarse por la iglesia con un enfant terrible de la burguesía catalana. De esta manera, Luz Martín, la reputada profesora con fama de ambiciosa y algo prepotente, sorprendió a propios y extraños al abandonar la primera línea de combate en las duras trincheras de la investigación académica.
Igual de sorprendente o más que su precipitada fuga romántica en pleno apogeo de su carrera, lo fue su reaparición diez años después. Se decía que el aristócrata bohemio por el que todo lo había abandonado, incluso su ateísmo, había muerto, dejándole a ella una enorme herencia compuesta por un enorme patrimonio, numerosas deudas y poco o ningún efectivo. En lo que no había consenso era en la causa de la muerte, pues unos decían que el excéntrico marido había sido asesinado, otros que había fallecido un extraño accidente y unos pocos que todo había sido a causa de una temprana enfermedad hereditaria. De lo que no cabía duda alguna en los círculos académicos era de que ella en algún momento había perdido la cabeza, primero a causa de la muerte de su joven esposo, después por haber sido testigo, o quizás partícipe, de los horribles asesinatos de Salamanca, donde había muerto, entre otros doctores y técnicos, su colega y amigo Alfonso Vázquez. Claro que las investigaciones policiales jamás la señalaron como culpable de nada y supuestamente ella ni siquiera había estado presente en el sótano donde tuvieron lugar las violentas muertes. Y aunque se decía que Luz había perdido la memoria, al parecer su falta de recuerdos no se debía al trauma de haber presenciado aquellas muertes, sino a un accidente de coche que, justamente, había sufrido mientras sus compañeros morían asesinados en un sótano mugriento. De la supuesta locura a causa de la muerte de su marido nada se dijo durante las investigaciones salmantinas, pero todos sabían que ella había dejado de tomar la medicación antes de viajar a Salamanca. Claro que, tampoco nadie entendía qué hacía ella en aquella investigación cuando, supuestamente, se había retirado de la primera línea. Seguramente, decían los que la habían conocido durante su época de estudiante en Madrid, Alfonso Vázquez la había invitado, ambos eran uña y carne y era lógico pensar que esa relación de amistad se hubiera reanudado con más fuerza tras la muerte temprana del marido de Luz.
En cualquiera caso, después de los asesinatos de Salamanca, Luz había vuelto a desaparecer del terrero académico,
aunque no se sabía si por los supuestos problemas de memoria derivados de ese accidente de coche que tuvo lugar mientras sus colegas morían en el sótano de la universidad, si porque realmente había padecido algún trastorno mental que obligara a una retirada –o quizás incluso a un ingreso hospitalario-, o si porque sencillamente había padecido demasiadas desgracias seguidas como para seguir en la brecha. Fuera como fuera, el entorno académico de su especialidad, estaba más que satisfecho con su desaparición.
Precisamente por eso sorprendió tanto que un buen día su nombre apareciera entre los aspirantes al puesto más anhelado del momento para cualquier especialista en el campo de la arqueología, la etnografía, la prehistoria y, sobre todo, la historia de las religiones. Aunque, por supuesto, después de tanto tiempo fuera de juego nadie hubiera apostado ni un céntimo por ella. Al fin y al cabo, ya se sabe, en ese mundillo si no publicas no eres nadie y mucho menos consigues puestos como aquel. Y esto era así para cualquiera, pero, como ya hemos dicho, Luz Martín no era una mujer corriente.


