Colonizador

Saldada mi deuda con la sociedad, tras permanecer en prisión criogénica durante década y media, al fin era libre para continuar con mi búsqueda y retomar la vida justo en el punto en el cual la había dejado. En aquellas profundas minas –al norte de las Grandes Industrias- el mineral que se extraía era altamente corrosivo, por tanto debía de ocultar mi piel y, sobre todo, el tatuaje de mí nunca. Era muy consciente de que los Nio’ms no confiaban en los seres humanos desde antes incluso de las Guerras Negras, y menos aún en los operarios de las minas. Fama bien ganada, pues no dejaba de ser un empleo muy útil para renegados y deudores con la sociedad. A fin de cuenta, allí nadie pedía explicaciones, ni de procedencia ni de lo que en realidad se estaba buscando. Era un nido para los fugitivos de sistemas fronterizos que permanecían en guerra con el Central, traidores a la vista del gobierno, pero escondidos en sus propias entrañas.


Por eso, si alguien conocía la existencia de alguna cura era, de manera inequívoca, el Nio’m más ruin y mezquino de todos los que tuve la desgracia de conocer y con los que trataba diariamente en mi trabajo, Minkler ‘El apostador’. Lo más seguro es que ni me permitiesen la entrada en aquel tugurio, pero, aunque llevase años sin luchar me encontraba preparado para volver a llevar mis puños al rostro de quien se interpusiera. Necesitaba la cura. Sin ella, era hombre muerto; sin ella mi viaje sería inútil.


Así que, acepté a regañadientes.


El borde cortante de la armazón central se hallaba clavado en el suelo. Dos de las bandejas que cercaban, permanecían en vilo mientras la superficie de ambas estaban ya cubiertas de las pisadas fijas de las botas de gala. Los pies que las calzaban, permanecían inmóviles con los talones alineados y las puntas separadas en un perfecto ángulo de cincuenta grados. Las piernas rectas, sostenían los cuerpos encajados en monos de color grisáceo. Las manos desnudas, se cruzaban a la altura de la pelvis, mientras que los ojos estaban perdidos en el horizonte entre la propia formación. En silencio.


Silencio que fue quebrado por pasos acompasados y risas espontáneas. Observó las marciales hileras de ambos lados. Sonriendo para sí. Terminó abrazando al coronel, que le animó a que bajase sin precauciones por la superficie de aquel suelo resbaladizo.


Un gesto.


A una simple señal de su coronel, las estatuas que adornaban su paseo flexionaron sus cuerpos en un pronunciado acto de reverencia y respeto al solemne invitado que les abandonaba, al fin. Tocó el suelo y sus pasos enfilaron hacia la izquierda, no sin esfuerzo ya que debía de erguirse sobre la punta de sus pies. Dolía. Apretó las manos de todos aquellos que ejercieron el respeto máximo.


- Gracias, gracias, gracias. Gracias, gracias… -repetía en un proceso interminable, como un autómata.


No esperaba ninguna respuesta. Las palabras continuaban fluyendo antes de que nadie pudiera devolver las mismas. Y aunque no flotarían en el olvido, muchos continuaron una y otra vez el ritual.


- Es una lástima que el destino tenga que unirnos en estas circunstancias, ¡Hasta pronto a todos!


Un último gesto de afecto y retrocedió dejándole sobre el suelo firme del planeta. Nada reparaba en que sus ojos buscasen ya una salida de allí.


El colonizador primario alejó su figura varias decenas de metros, los suficientes para que el campo magnético de la nave espacial no le alcanzase. Y allí se quedó, estático, observando la elevación hasta ser un tibio punto negro contra el intenso color naranja del imponente cielo. Como partían vertiginosos, hacia su punto de origen: La Tierra.
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Published on May 26, 2016 00:47 Tags: acto, colonizador, coronel, deuda, naranja, nave, planeta, sociedad, tierra
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