Marea Lunar
La Luna resplandecía en lo más alto del firmamento, radiante y majestuosa, en claro contraste con la lobreguez que rodeaba su silueta. Esa que, aquella noche, amenazaba con abrazarnos a todos nosotros. Diferente, tal vez más cruda. La muchedumbre se iba mezclando en las calles desde que inició el crepúsculo del fin y el principio, mirándola expectantes, sabedores de que algo iba a ocurrir ante sus ojos. Días atrás se desataron los rumores que, a medida que se acercaba el evento, fueron tomando cuerpo entre la población. Quizás la mayoría pensase en ellos como cuentos infantiles, pero otros tantos los creyeron a pies juntillas. Yo, era uno de esos.
Y entonces…. Todos pudimos advertir como la Luna comenzó a temblar. Hubo murmullos, la sorpresa se volvió protagonista casi única, el temor a mí me comenzó a conquistar y algunas manos se fueron uniendo a otras en una especie de vigilia. Yo tomé la de la persona que tenía a mi izquierda, no recuerdo más que el fuerte apretón que ambos realizamos para evitar el recelo. Lo admito, mi valentía se perdió. La intensidad de los temblores aumentó notablemente, al igual que el tamaño de la Luna. En pocos segundos, era el doble de grande respecto a su forma habitual y fue en ese momento cuando, ante los ojos atónitos de millones de personas, la Luna se escindió en dos mitades idénticas y perfectamente cilíndricas. Una junto a la otra, en un cielo nuevo, gobernando cada noche.
- Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual. –Lo dije como quien no escuchaba nada, dándome la vuelta y dejando a mi espalda la enorme caída que existía desde la ciudad flotante en la que ahora vivíamos. Abajo, muy abajo, las violentas mareas agitaban cada centímetro de un planeta devastado.
La Tierra ya no hacía honor alguno a su nombre y nosotros, pues... nosotros simplemente, persistimos. Flotando.
Y entonces…. Todos pudimos advertir como la Luna comenzó a temblar. Hubo murmullos, la sorpresa se volvió protagonista casi única, el temor a mí me comenzó a conquistar y algunas manos se fueron uniendo a otras en una especie de vigilia. Yo tomé la de la persona que tenía a mi izquierda, no recuerdo más que el fuerte apretón que ambos realizamos para evitar el recelo. Lo admito, mi valentía se perdió. La intensidad de los temblores aumentó notablemente, al igual que el tamaño de la Luna. En pocos segundos, era el doble de grande respecto a su forma habitual y fue en ese momento cuando, ante los ojos atónitos de millones de personas, la Luna se escindió en dos mitades idénticas y perfectamente cilíndricas. Una junto a la otra, en un cielo nuevo, gobernando cada noche.
- Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual. –Lo dije como quien no escuchaba nada, dándome la vuelta y dejando a mi espalda la enorme caída que existía desde la ciudad flotante en la que ahora vivíamos. Abajo, muy abajo, las violentas mareas agitaban cada centímetro de un planeta devastado.
La Tierra ya no hacía honor alguno a su nombre y nosotros, pues... nosotros simplemente, persistimos. Flotando.
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