Acción mejor que palabras
Hoy hace una semana que empecé el Proyecto Zarcillo y ha sido el mejor día de escritura, tanto en cantidad como en calidad. Al fin parece que la historia va saliendo, porque confieso que los primeros días se atascó y hasta me hizo dudar de las posibilidades que tenía. Simplemente había errado el tipo de narrador y el punto de vista, ahora ya está arreglado y parece que al fin la narración fluye con facilidad -¡y el alivio que supone!-.
Precisamente porque hoy ha sido el mejor día de escritura desde que inicié esta nueva historia, he podido comprender que yo no escribo por número de palabras, aunque en ocasiones necesite saber la extensión requerida para adaptar la narración al espacio disponible. No, yo escribo por escenas, o, incluso mejor, por fragmentos, trozos o unidades de acción -o de contenido, si escribo no ficción-, que pueden contener más de una escena -o epígrafe, si es no ficción.
De hecho, no solo es que no escriba por número de palabras, sino que fijarme un objetivo cuantitativo de ese tipo puede llegar a bloquearme. Ojo, no digo que no me vaya bien tener una idea de la extensión que debe tener una escena o unidad de acción en concreto, o incluso un capítulo o la historia entera. No, lo que digo es que a la hora de sentarme a escribir me es mucho más útil y, lo que es más importante, productivo, escribir fijándome en la acción que en la extensión.
Por ejemplo, esta noche cuando me ponga a escribir lo haré para llevar a mi personaje del punto A de la historia, donde lo he dejado ahora, al punto B. Que realice ese recorrido puede llevarme desde diez minutos a varias horas, incluso días, según la complicación de la historia. Del mismo modo, eso puede ocupar un párrafo o varias páginas, pueden ser diez o mil palabras o, quién sabe, muchas más. Y para realizar ese recorrido mi personaje puede necesitar una única escena, varias de ellas o hasta algunos capítulos. Todo depende de la historia.
Incluso me ha ocurrido que la unidad de acción más tonta, como, por ejemplo, que mi protagonista vaya a ver un monumento determinado en la ciudad que visita, acaba desdoblándose cuando me pongo a escribirla y, para mi sorpresa, me descubre que, en realidad, contiene varias escenas, que acabo escribiendo del tirón porque, así de terca soy, me he propuesto llevar al prota del punto A, su hotel, al B, el monumento. Claro que eso implica que…
A1: Se asea en su habitación de hotel y se cambia de ropa.
A2: Baja al hall y se hace con algunos folletos en recepción.
A3: Decide desayunar en la cafetería del hotel antes de salir para ojear los folletos y planear su excursión.
A4: Un misterioso desconocido le ofrece interesantes indicaciones sobre qué es mejor visitar y acaba quedando con él para almorzar.
B1: Mi prota va a visitar el monumento de la discordia, antes de ir a almorzar con el desconocido misterioso.
B2: Se caen bien y mantienen una conversación interesante sobre las catedrales, dios, los ángeles y la investigación de ella.
B3…
…
Y así es como el propósito «hoy voy a escribir que Luz va a visitar la catedral» acaba convirtiéndose en unas veinte páginas, que es casi todo un capítulo de la novela a la que pertenece ese fragmento.
En cambio, si simplemente me hubiera propuesto escribir mil palabras -o dos mil, o lo que fuera-, seguramente jamás habría acabado de escribir esa novela. Y es muy probable que tampoco lo hubiera hecho si por todo objetivo me hubiera fijado una escena al día.
Así que no, definitivamente yo no escribo por escenas ni por número de palabras, escribo por unidades de acción. Y sí, es posible que eso provoque que me cueste más llevar el blog al día porque me quede enganchada escribiendo mi trozo de historia de turno. Pero, qué queréis que os diga, el blog es un medio, no un fin.
De momento, me conformo con sentir que mi historia avanza y que, -¡al fin!- mi bloqueo de escritora parece estar quedando atrás. ¡Esperemos que la buena racha dure!
[image error]


