que et vagi bé
Siempre me he imaginado a Barcelona como una especie de mujer con cabeza de leona y tripas de metal. He escrito sobre ella varias veces como si se tratase de la relación más pasional y abusiva que he tenido… y seguramente haya sido así. La miro y la adoro, y la pienso y la maldigo.
Durante los últimos años vi mi nombre escrito en billetes de avión que me ubicaban en un lado y me exigían en el otro. Mordí sus grietas, vacilé en su orilla. Escogí su bando, gélido y cálido, árido y húmedo, eternamente líquido. Su bochorno eléctrico, su lluvia de barro, su viento salado. Sus golpes, sus abrazos.
Llegué escapando y abrí los ojos. Cambié. Crecí –mi corazón también. Me fui a contarlo y volví enseguida, esta vez sin saber a lo que venía. Comencé a hundirme y a perderme. Disfruté del verano antes de que cayese el invierno más largo. Descubrí el fondo y lo exploré a sabiendas de que volvería a visitarlo. Creé nido, me rodeé de familia y peleé por el sueño más frágil. Me sumergí en sus días, su lengua, sus calles, sus luchas. La vi destrozada y valiente, y dura, y amable. Y cuando más me costaba, llegó mi compañera de combate, catalana de nacimiento y gallega por adopción, peluda, testaruda y con las mismas garras felinas capaces de sacarme a flote.
En Barcelona fumé más, bebí más, lloré más. Dejé de respirar y quise desaparecer. Pero en Barcelona amé como nunca. Y aprendí a amar. Y aprendí. Sobre todo, aprendí. Que todo pasa pero que mientras no pasa, duele, y ese dolor es personal y relativamente transferible. Y que las cosas vienen como quieren y las tomamos como podemos. Y que a veces van bien y otras como la mierda y que no todos los sentimientos ni sensaciones responden a algo. Aprendí a ver, a mirar, a alzar la voz, a respetarme (o, más bien, aprendí que debo respetarme). Aprendí a luchar y a estar triste. Y que todo es un flujo, que nunca nada es siempre. Seguramente el lugar que más vida me ha quitado es el sitio en el que más he vivido.
Escribo esto desde una habitación pálida y con eco. En el pasillo se amontonan cajas de cartón con mis últimos cinco años. No tienen código postal, sólo hay ideas, planes B, C, Z. La ventana está abierta buscando que corra un poco de aire. La ciudad ruge tenuemente, y los semáforos en rojo dejan breves silencios para oír a la gente disfrutando del verano. Mi cabeza se vuelve melodramática y te pienso, Barcelona, como si jamás vaya a verte otra vez. Como si esto fuese un final de verdad y estuvieses cortando conmigo y no me dejases volver a pisarte y atragantarme con tus calles. Como si no fuese a volver jamás a los Verdi, a tomar una caña a la terraza de abajo o a hacer un par de recados por el centro que me quiten toda la mañana. Como si nunca más pueda volver a sentir cómo se va a atenuar el calor en las noches tormentosas de septiembre. Y lo bonita que te pones en otoño, con ese frío postizo y ese sol de refilón que cae sobre los capós de los coches y los balcones del Eixample. Y cómo llega el invierno de un día para otro como un jeringuillazo, y cómo lo compensas con el breve pero intenso sol de febrero. Y la energía que me quita tu primavera y su olor a asfalto mojado y mis tentativas de empezar a alargar las noches contigo, leve y llovida. Y la humedad ardiente de estos meses de sudor y noches largas, cuando hace calor.
Te encontraré en todas partes… y te encontraré a faltar.
Soy una melodramática. Siempre lo he sido y tú me has empeorado.Me has vuelto loca –guiño, guiño.Me has martirizado y bendecido.
No me quiero ir, pero lo estoy haciendo.Y en alguna parte de mí creo que no me quieres echar, pero lo estás haciendo.
Cómo te odio y cómo te quiero, cabrona.
Que et vagi bé.
I fins aviat.
PD. Al sus habitantes, todos los seres vivos con los que comparto vida o trabajos o planes o proyectos: mi centro de operaciones tiene que desplazarse inevitablemente. Mi situación sumada a la situación del alquiler ha desembocado en esto. Se trata de un cambio logístico un poco demoledor, pero seguiré viniendo y estando aquí. Hay un vínculo sentimental inevitable, no sólo con la ciudad sino con todas las personas con las que comparto vida, proyectos, trabajo y cervezas. No será lo mismo, pero no será para tanto. Ho prometo.
Durante los últimos años vi mi nombre escrito en billetes de avión que me ubicaban en un lado y me exigían en el otro. Mordí sus grietas, vacilé en su orilla. Escogí su bando, gélido y cálido, árido y húmedo, eternamente líquido. Su bochorno eléctrico, su lluvia de barro, su viento salado. Sus golpes, sus abrazos.
Llegué escapando y abrí los ojos. Cambié. Crecí –mi corazón también. Me fui a contarlo y volví enseguida, esta vez sin saber a lo que venía. Comencé a hundirme y a perderme. Disfruté del verano antes de que cayese el invierno más largo. Descubrí el fondo y lo exploré a sabiendas de que volvería a visitarlo. Creé nido, me rodeé de familia y peleé por el sueño más frágil. Me sumergí en sus días, su lengua, sus calles, sus luchas. La vi destrozada y valiente, y dura, y amable. Y cuando más me costaba, llegó mi compañera de combate, catalana de nacimiento y gallega por adopción, peluda, testaruda y con las mismas garras felinas capaces de sacarme a flote.
En Barcelona fumé más, bebí más, lloré más. Dejé de respirar y quise desaparecer. Pero en Barcelona amé como nunca. Y aprendí a amar. Y aprendí. Sobre todo, aprendí. Que todo pasa pero que mientras no pasa, duele, y ese dolor es personal y relativamente transferible. Y que las cosas vienen como quieren y las tomamos como podemos. Y que a veces van bien y otras como la mierda y que no todos los sentimientos ni sensaciones responden a algo. Aprendí a ver, a mirar, a alzar la voz, a respetarme (o, más bien, aprendí que debo respetarme). Aprendí a luchar y a estar triste. Y que todo es un flujo, que nunca nada es siempre. Seguramente el lugar que más vida me ha quitado es el sitio en el que más he vivido.
Escribo esto desde una habitación pálida y con eco. En el pasillo se amontonan cajas de cartón con mis últimos cinco años. No tienen código postal, sólo hay ideas, planes B, C, Z. La ventana está abierta buscando que corra un poco de aire. La ciudad ruge tenuemente, y los semáforos en rojo dejan breves silencios para oír a la gente disfrutando del verano. Mi cabeza se vuelve melodramática y te pienso, Barcelona, como si jamás vaya a verte otra vez. Como si esto fuese un final de verdad y estuvieses cortando conmigo y no me dejases volver a pisarte y atragantarme con tus calles. Como si no fuese a volver jamás a los Verdi, a tomar una caña a la terraza de abajo o a hacer un par de recados por el centro que me quiten toda la mañana. Como si nunca más pueda volver a sentir cómo se va a atenuar el calor en las noches tormentosas de septiembre. Y lo bonita que te pones en otoño, con ese frío postizo y ese sol de refilón que cae sobre los capós de los coches y los balcones del Eixample. Y cómo llega el invierno de un día para otro como un jeringuillazo, y cómo lo compensas con el breve pero intenso sol de febrero. Y la energía que me quita tu primavera y su olor a asfalto mojado y mis tentativas de empezar a alargar las noches contigo, leve y llovida. Y la humedad ardiente de estos meses de sudor y noches largas, cuando hace calor.
Te encontraré en todas partes… y te encontraré a faltar.
Soy una melodramática. Siempre lo he sido y tú me has empeorado.Me has vuelto loca –guiño, guiño.Me has martirizado y bendecido.
No me quiero ir, pero lo estoy haciendo.Y en alguna parte de mí creo que no me quieres echar, pero lo estás haciendo.
Cómo te odio y cómo te quiero, cabrona.
Que et vagi bé.
I fins aviat.
PD. Al sus habitantes, todos los seres vivos con los que comparto vida o trabajos o planes o proyectos: mi centro de operaciones tiene que desplazarse inevitablemente. Mi situación sumada a la situación del alquiler ha desembocado en esto. Se trata de un cambio logístico un poco demoledor, pero seguiré viniendo y estando aquí. Hay un vínculo sentimental inevitable, no sólo con la ciudad sino con todas las personas con las que comparto vida, proyectos, trabajo y cervezas. No será lo mismo, pero no será para tanto. Ho prometo.
Published on August 27, 2018 15:00
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