TERRATRÈMOL

Me siento morir. No porque esté perdiendo la vida, sino porque todo lo que constituía el ritual de estar-viviendo agoniza irremisiblemente.

Había una liturgia aprendida a la que llamaba estar-viviendo. Cada día uno, dos o tres abrazos, uno, dos o tres empellones en filas de bancos, supermercados, parques o aceras. Ese olor a humano desconocido, ese humus casi espiritual del prójimo en el bus, tomar del brazo a una anciana anónima para emprender juntos la travesía hacia el otro extremo de la calle, una aglomeración en la municipalidad, el pleito por la mejor piña en la feria del agricultor. Era el rito de la cercanía, de lo humano-yo y de lo humano-otro que no temían acercarse, olerse y sonreirse, incluso ayudarse, contarse la vida y granjearse el milagro, ahora tan lejano, de engendrar amistades nuevas y súbitas.

No estoy perdiendo la vida. Estoy perdiendo la costumbre de estar-viviendo como antaño. Ahí están los hijos, ya no recuerdan muy bien cómo era eso de juntarse con otros, sudar corriendo tras una pelota, conjurar historias, urdir travesuras, confabularse en las mentiras y pasarse el helado unos a otros… sin temor.

Una cosa resume mi nostalgia: el ya vago recuerdo de la carcajada gregaria que revolucionaba todas las ataduras en una mesa, con una botella de vino, una cerveza, una pizza, un café o vaso de agua fresca y la distensión en pandilla.

¿Quiénes seremos mañana? ¿Cómo será ese estar-viviendo nuevo que está naciendo hoy? Esa nueva criatura aún se me figura inhóspita, agreste, mustia, lúgubre. Pero calma, apenas está asomando, como cuando amanece y no sabemos si el día nuevo traerá angustias o alegrías, lluvias o veranos nuevos. Y por eso guardo esperanza.

Allá afuera nada ha cambiado. Ahí siguen las montañas, las nubes, las aves, los árboles y el viento. La lluvia sigue siendo lluvia pero nosotros ya no estamos. No somos más como antes. Nuestro nombre es el mismo, pero mutamos como Gregorio Samsa. Si, es una sensación similar. Un día amanecimos irreconocibles. Y no nos gusta, pero es irremediable. Pasará el estupor y nos acostumbraremos.

Hace años, en Sant Cugat del Vallés, un anciano sentado en una banca verde de un parque me contó la historia de su vida. La escribiré. Me contó como era la guerra y lo resumió: Terratrèmol – me dijo- cuando se mueve la Tierra para nunca volver a ser igual.

Una parte de mí es optimista. Tengo fe. No en un mundo como el de ayer, pero tampoco en un mundo peor. Es como cuando acaba el terremoto y ya la noche no es la misma, queda como suspirando o en suspenso. Algo ha cambiado, aunque sepamos que pronto cantará un gallo lejano anunciando el nuevo día. Ya no tiembla, no sabemos hasta cuando, pero algo sigue tiritándonos por dentro. Y es ese tremor el que vaticina el goce intenso de saberse, aún hoy, inocente del nuevo mundo y a la expectativa de lo que vendrá.

Sobrevivir abriendo los brazos.
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Published on September 03, 2020 07:58
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message 1: by Jose (new)

Jose Chacón Gracias!


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