No quiero perdonar ni sanar, quiero rascarme para no olvidar

Una cicatriz aparece cuando la piel se desgarra, se rompe, se quema o se raspa; en ese sentido, se trata de una reintegración anatómica del cuerpo lastimado. Las células curativas detectan la posibilidad de una infección y se ponen a trabajar para restaurar la superficie epidérmica. Es de suma importancia no dejar que las inclemencias del mundo exterior toquen a la carne viva.

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Intenté escribir desde el recuerdo pero cuando has contado frente a tantos tribunales públicos y privados, el hartazgo puede consumirte hasta el punto de sentir cómo se quiebran los dientes cada vez que repasas las imágenes de la A g r e s i ó n.

Cuando ponía la frase m i a g r e s o r, en la computadora, comenzaba a sentir el escozor en los brazos y las piernas. En cada intento, el cuerpo me hacía saber que ya no quería seguir ligada a su figura, a su nombre, a su influencia y a lo que me hizo. Sin embargo, su figura, su nombre y lo que me hizo echó cicatrices en mi cuerpo, aquí, en la boca del estómago donde el fuego aparece cada vez que su voz atraviesa las calles de Cuernavaca para llegar a mí, recordándome la razón por la cual la comida del VIPS me hace vomitar desde hace 10 años.

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Una cicatriz también es el resultado de una caída, la intromisión de un cuerpo extraño o un simple conjunto de palabras retorcidas. Las últimas son las más difíciles de identificar porque no dejan un rastro visible en la epidermis. Es un proceso realmente interesante para la ciencia médica, aunque nos tiene consternadas, porque llega a las partes más profundas del cuerpo sin pasar visiblemente por la piel: no la atraviesa, ni la corta. Simplemente sale de un cuerpo agresor y llega a tal profundidad que afecta a los filamentos nerviosos y envía señales al cerebro, que son interpretadas como la presencia de un intruso que se alimenta de la energía de otras células.

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Intenté escribir desde la rabia, desde las ganas de entrar a su oficina y gritarle eres un pendejo, cómo te atreves a decir que tienes pruebas para desmentirme. ¿Quieres que me abra aquí el pecho?, ¿quieres ver toda la miseria que se ha impregnado en cada parte de mi piel después de cómo me hablaste, de cómo me tocaste, de cómo aniquilaste cada parte de mi vida durante el tiempo que trabajé para ti?

Ese fuego rabioso no me dejaba vivir y me quemaba las puntas de los dedos y por eso cada catorce de febrero me la pasaba rascándome los brazos: para no sentirlo, para no recordar que estaba ahí, en cada potencial encuentro a la vuelta de la esquina de esta infernal primavera que habitamos los dos. Curiosamente, fue justo en primavera cuando el fuego salió de mi cuerpo, de la barranca de los recuerdos a los que pocas veces quiero volver.

¿Qué gané con eso?

Absolutamente nada.

Absolutamente todo.

Otra cicatriz más en el cuerpo

que quiero rascar hasta sangrar.

Hasta desaparecer.

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A falta de un nombre científico, de momento hemos caracterizado a este tipo de heridas como difusas, pues aunque se sabe su origen no hemos podido describir la manera en que afectan al paciente sin dejar una marca visible. Esto es de suma importancia porque interviene directamente en la respuesta curativa. Las células de la epidermis no ubican la zona herida y se revuelven en su búsqueda para localizar el origen e iniciar el proceso resolutivo de curación. Por eso se inquietan, corren por el flujo sanguíneo, estimulando las terminales nerviosas que generan una comezón incesante. En últimos estudios se ha encontrado una importante correlación con otras patologías dermatológicas sin saber si se trata de una consecuencia o la causa. Lo que es claro es que el objetivo es crear un mecanismo donde el mismo cuerpo pueda generar una herida tangible de la herida difusa y activar el proceso de curación y, por lo tanto, de la aparición de la cicatriz.

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Intenté escribir desde el resentimiento pero eso me hizo hacer memoria. ¿De dónde vino el primer escozor?, ¿fue producto de la picadura de un mosquito o el roce de una planta?, ¿el roce con un gusano o el contacto con tela sintética?

Por supuesto que se sabe muy bien de dónde vino, pero la información se esconde porque implica detonar una nueva secuencia de imágenes dolorosas, ahora desde el baño de un kinder. Afuera, un patio caluroso, el agua evaporándose de la alberquita donde una vez metiste los pies y extendiste tu toalla favorita del Rey León. La misma sensación de asco en el cuerpo que genera la urgencia de rascar, como si los dedos fueran una goma de borrar no sólo para quitar la A g r e s i ó n, también tu propia existencia. Volverte pequeñas partículas de ti, impregnarte en el piso y que el viento caluroso te lleve a los árboles, al agua de la alberquita: a donde sea que las garras de los pequeños a g r e s o r e s no puedan alcanzarte.

Ojalá no tuvieras que contar esta historia una vez más.

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Las heridas difusas muchas veces se relacionan con uno de los trastornos dermatológicos más comunes en México y que en muchos casos puede manifestarse desde la infancia. La dermatitis atópica es una enfermedad inmunoalérgica con detonantes fisiológicos y emocionales. Los científicos Brecq y Jacquet utilizaron el término neurodermatitis por la relación directa entre la comezón, los trastornos de ansiedad, afectaciones en el sueño y la presencia de la depresión, en los casos más graves. Se trata, pues, de una serie de condiciones dérmicas que pueden generar (o ser causadas) por un desequilibrio en el sistema nervioso. En estos casos, además de la comezón intensa, la piel puede agrietarse, resecarse o generar unas manchas extrañas que dejan la piel enrojecida y pueden tener puntos blancos.

Dado su alta capacidad de esparsión, una de las primeras indicaciones en el consultorio es pedir a las pacientes que no se rasquen, ya que pueden aumentar la inflamación de la piel y dejar cicatrices sumamente visibles.

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La conversación del profesor se tornó un poco extraña y es difícil imaginar cómo pasaron de las multiplicaciones de tres cifras a platicar sobre fantasmas desollados en la Nissan que está en Chipitlán.

Su frase de arranque fue así: ¿sabían que en este cerrito despellejaban gente? Era para Xipe Totec, un dios azteca asociado con la renovación de los montes. Entonces, ahí donde ahora venden coches, se desollaban a personas para alimentar a Xipe Totec y que renovara la tierra. Algunos niños no entendieron la palabra desollar y preguntaron qué era eso. El profesor contestó: como cuando despellejas un pollo. Y siguió con otro tema.

Te distraes de la clase mientras miras tus brazos. Ya casi no tiene ronchas gracias al ritual de cremas con corticoides, jabones sin aroma y protector solar. Además, ayer iniciaste un tratamiento con una nueva crema que fueron a comprar en una tienda muy extraña del Centro, que olía a lavanda, amizcle y amoníaco. Pero mira, ya es la hora de la salida. Hoy te toca esperar a Mamá debajo de una palmera marchita que deja pasar el sol, mientras te comes la última paletita de limón. Entonces aparece un piquete en la mejilla. Ahora dos cerca del codo. Se suman tres cerca de la nariz. Se multiplican en oleadas y ahora están en los pómulos, el antebrazo y las muñecas. Te rascas pero ahora duele mucho, la piel parece querer abrirse, descarnarse. Entonces sientes la mano de Mamá en tu hombro adolorido y ven unas gotitas de sangre en la blusita blanca. Van corriendo a la tienda para mojar tu suéter y todo el camino lo vas presionando sobre la piel para aliviar un poco el ardor.

Tres días después, ves unos pedacitos de piel muerta sobre la almohada. Le dijeron a Mamá que la crema no era el problema, sino que a la boticaria y a la dermatóloga se les olvidó decir que después de la primera aplicación se debe evitar todo contacto con el sol, al menos por dos días, y posteriormente cubrir la piel totalmente hasta terminar el tratamiento.

Pasan dos semanas en las que vas dejando pedacitos de piel por donde vas. El sacrificio a Xipe Totec parece consumado y la dermatitis te deja por un tiempo. También se fueron las pesadillas donde aparecías de nuevo en el baño del kinder. No volviste a saber de la comezón hasta esa tarde, dieciséis años después, en el que un hombre afuera de Metro Insurgentes la trajo de nuevo. Pero no cualquier comezón. Esa que no se cansa, la que no se esfuma, la que deja cicatrices.

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Las heridas difusas y la dermatitis atópica pueden definirse como alteraciones psicofisiológicas y en México todavía se carece de protocolos claros para su atención, pues en muchos casos no se consideran las incidencias psicológicas y emocionales de los padecimientos dermatológicos o se tratan como si fuera cosa de la voluntad de las pacientes; aunque claramente tienen serias afectaciones en la funcionalidad del sistema nervioso central. Como si no fuera suficiente, en casos graves puede causar episodios depresivos y la aparición de cicatrices que empeoran el estado de ánimo de las pacientes.

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Pero no te violó, dicen. Sólo fueron unas palabras. Una broma. Un chacoteo. Un coqueteo torpe. Un malentendido. Nomás necesitan arreglar sus diferencias.

Pero no te violaron, dicen. Sólo era un juego. Al que tú accediste. Con todo y que te arrastraron por el patio de la escuela y por eso tenías las rodillas sucias. Sólo necesitas aprender a comportarte, a no llevarte así con los niños. Por eso vamos a poner este sellito de mala conducta.

Oye, ¿por qué te rascas tanto los brazos?

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En los últimos estudios clínicos hemos puesto mucha atención en los mecanismos que activan las células inflamatorias ya que son clave para las respuestas que generan estos dos padecimientos. Lo que generalmente sucede es que los episodios de ansiedad alteran la barrera de la piel y aumenta el cortisol. Entonces, la herida difusa pasa a ser incomodidad, luego se vuelve prurito, luego puede volverse herida física y finalmente cicatriz.

Si no avanzamos en los estudios para entender cómo funciona las heridas difusas, si no podemos bloquear a los generadores de estas heridas, las pacientes quedarán a merced de estresores nerviosos, que también dejan cicatrices químicas en el organismo, que se van acumulando hasta el punto de generar fatiga y una profunda sensación de desamparo. Por eso se incentiva a los médicos a que, en el consultorio, ayuden a las pacientes a crear un entorno para recuperar la calma, reducir la comezón y evitar la aparición de las cicatrices sin invalidar el episodio de agresión, pues evadirlo puede complicar los síntomas. Hasta ahora, este protocolo no se ha logrado diseñar con éxito y cada médico aplica una aproximación personal que, en la mayoría de los casos, no tiene buenos resultados.

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¿Le gusta esta cicatriz, que es suya? ¡Pues evite que su memoria la haga espuma!

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El trabajo De Factores biológicos y psicológicos de la dermatitis atópica (junio 2011) de Alicia Salamanca Sanabria y Nohelia Heit Ramirez fue fundamental para nosotras, al momento de correlacionar la dermatitis atópica con las heridas difusas.

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Published on February 13, 2023 20:52
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