Stendhal en la Magdalena
Nervios antes de un concierto. Estás en una sala con la Escolanía calentando voces y terminando de ajustar el vestuario. Llega el momento: nos llaman y bajamos por una escalera estrecha que nos lleva a la sacristía. El equipo de producción lo tiene todo listo. Cruzas un pasillo y esperas a que llamen a tu cuerda. Escuchas: ¡Tenores! y te entra un latigazo de nervios desde los pies hasta el cuello. Avanzas en la oscuridad y te deslumbra la luz y la majestuosidad de la Iglesia de la Magdalena. Un shock por esos los techos, pinturas, decoraciones… y entonces ves el retablo principal mientras subes los escalones para colocarte en tu sitio. Te das la vuelta para ponerte cara al público y ves desde el crucero, la nave central que culmina en una vidriera hermosísima. Paralizado, no ves al público, no sabes dónde estás ni qué tienes que hacer.
Reconozco con vergüenza que no recuerdo haber visitado antes la Iglesia de la Magdalena. Imperdonable. Miles de veces pasando por la puerta, decenas de personas que me recomendaban verla y ¡no atesoro en la mente el momento haberla visto! Porque si ése fuera el caso, tendrían memoria de ello.
Me fueron volviendo los sentidos poco a poco y ya escuchaba una suite orquestal de Bach en un órgano, que era la música que estaba amenizando al público mientras se colocaban mis cincuenta compañeros escolanos. Empiezo a ver al público, que llena los bancos de la iglesia, unos turistas que deambulan por las capilla laterales, nuestro organista, el director, los compañeros de cuerda a mi lado. Y, de repente, empieza a hablar detrás mia la presentadora, a la que han puesto un atril precioso. ¡Vuelvo a la realidad! Ya sé dónde estoy y a qué he venido. Me recompongo mientras ella nos habla del significado del Corpus Christi y consigo tener la mente de nuevo en el concierto que tenemos que dar. Me ha dado un pequeño «stendhalazo barroco». Gracias a Dios de que era leve y me he podido recuperar a tiempo para cantar la primera pieza: Ave Verum Corpus de Mozart.
(Después cantamos Locus Iste de Anton Bruckner)
LOCUS ISTE A DEO FACTUS EST,
INAESTIMABILE SACRAMENTUM,
IRREPREHENSIBILIS EST.
Este lugar fue hecho por Dios,
un sacramento de valor incalculable,
libre de todo defecto.


