Tardes de soledad

Tardes de soledad. Albert Serra, 2024

Baile de carácter

Existe un tipo de danza que se intercala en el repertorio de algunos de los más famosos ballets clásicos que abusa de la pantomima; en ella los bailarines gesticulan en exceso, van maquillados con los rasgos muy marcados y visten de colores estridentes para representar, bailando, lo que bien podría asemejarse a una pieza teatral. La danza de carácter aparece en ballets como Don Quijote, La Cenicienta, Petrushka y, sobre todo, La Fille mal gardée, entre otros muchos.

El espectador de este tipo de baile percibe,  gracias a ese exceso de todo y desde la lejanía de su butaca, lo que el bailarín ejecuta en el escenario envuelto en colores y muecas; si se le da la ocasión de verlo ampliado por el objetivo de una cámara todo le sorprenderá y sobrepasará.

El torero hace algo similar cuando ejecuta su danza ante un inocente animal justo antes de asesinarlo brutalmente, vitoreado por el público, jaleado por su cuadrilla. Es excesivo y, sin lugar a dudas: una práctica que no tiene explicación ni mucho menos, justificación, pero que sucede.

El toreo es una tradición arraigada y soportada por personas con las que considero que no tengo nada que ver y sin embargo, he visto Tardes de soledad por propia iniciativa y sin arrepentimiento.

Nadie que me conozca hubiera sospechado que me encerraría en una sala de cine a ver esta película. La violencia contra los animales «no me pega» y podría decirse que desprecio el mundo del toreo con profunda convicción. Imagino que a nadie le importa mi opinión personal al respecto pero aquí, en este texto, debo decir que Tardes de soledad me parece un magnífico documental y que me ha encantado.

Al hilo de las esas tardes de su joven protagonista, un torero que depende del halago de su séquito para trabajar (y vivir) el espectador asiste al enfrentamiento entre el hombre y el toro, el asesino torturador y el animal torturado hasta la muerte.

Albert Serra se acerca tanto a esa danza macabra con el zoom de su cámara que no es posible seguir la proyección sin apartar la vista en algún momento; amplifica tanto el audio que respiramos y sentimos la llegada de la muerte entre jadeos, para asistir al derrumbe del animal como espectáculo: Le clavan espadas, le cortan las orejas y lo arrastran por el tendido. Nada tiene sentido.

Sorprende el puro ritual que sostiene ese mundo del toreo alrededor de su dios, que es el torero. La devoción religiosa, la entrega «inconscientemente consciente» a la posibilidad de morir en cada corrida y la demostración de su «valía», su «coraje», su «superioridad» con posturas y actitudes perfectamente coreografíadas ante el «bicharraco». Albert Serra añade la música de un vals triste de Sibelius y de un cisne moribundo de Saint-Saëns y todo podría tener sentido.

Difícil de ver, pero merece la pena la denuncia.

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Published on August 26, 2025 06:16
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