Las chicas
Las chicas. Emma Cline, trad. Inga Pellisa. Barcelona: Anagrama, 2016
What if…?F. me cuenta la historia de la polémica derivada por la atribución de derechos de autor de esta novela inmediatamente después de que yo la termine. Yo acabo de cerrar el libro y exclamar ¡qué buena, jod…!» y entonces él levanta la cabeza de su lectura de Don DeLillo, me mira y me la cuenta y yo me parto de risa.
Pero independientemente de lo bizarra que es esa historia: qué buena es la que se cuenta en La chicas, demonios ¡qué buena!.
La rabia contenida de una narradora que es tan poco fiable como un político, que perfila sus recuerdos con la lima de sus propias frustraciones y rencores porque ¿qué hay peor para una niña que se está convirtiendo en adulta que verse forzada a serlo de golpe y sin elección? Eso piensa Evie aunque se equivoque porque ella sí tuvo elección, pero ni lo supo con catorce años ni tampoco lo sabe de adulta, cuando comienza a recordar lo sucedido e hilarlo como un cuento. Un cuento de terror.
En el presente, Evie adulta, en convivencia durante unos días con una pareja de adolescentes, evoca sus propias experiencias a esa edad, en el verano plagado de mosquitos de 1969, cuando se unió a una comuna hippie.
¿Qué hubiera pasado si las decisiones hubiesen sido otras? ¿Por qué la fascinación de Evie? ¿Y si no hubiera ido al parque en donde vio por primera vez a ese grupo de chicas? La novela se apoya en un dominio de la intradiégesis apabullante, tanto que al leerla no podemos evitar ir con ella y oler a rebaño, a sudor, a barro y a basura, asistir a sus rituales y sospechar, temer y amar con la misma entrega que ella.
Las chicas, igual que Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides / Sofia Coppola y algunos cuentos de J. D. Salinger es pura atmósfera y nostalgia norteamericana corrupta. Todo se idealiza en un escenario que en realidad es enfermizo y dañino, en el caso de la novela de Emma Cline, además: criminal.
Y luego está el hecho de que cuando se escribió, por lo visto, hubo plagio de archivos: la autora accedió al ordenador de su novio, también escritor, por medio de un programa espía y él la demandó pero tras el juicio, se cotejaron los textos y sólo había un par de frases que coincidían. Ella reconoció, sin embargo, que lo había hecho para cerciorarse de una infidelidad y con eso, sólo por eso, conmigo ha ganado todas las batallas, porque sólo una mente capaz de llevar a cabo tamaña empresa puede idear una historia así, donde la víctima, presa de una locura apasionada e inconsciente por el monstruo en lugar de denunciar, canaliza su rabia a cuchilladas contra quien menos lo merece.
Si hubiese sucedido de otra forma, me temo que no tendríamos historia.


