Gradus ad Parnassum. Cómo triunfar en la literatura: manual de ascenso (y tropiezo) al Parnaso literario. Reseña.
«Y sin embargo, la crítica más torpe y peor argumentada puede hacer mucho daño. Quizás sepas que los rebuznos de dos borricos, montados por Dionisio y Sileno, pusieron en fuga al ejército de los Titanes, según cuenta Eratóstenes. También los escitas, temibles guerreros, fueron engañados —así lo refiere Heródoto— por los rebuznos de los asnos de Darío.
De la misma manera que vemos en las películas de romanos a los gladiadores decapitando figuras de paja y madera para perfeccionar sus habilidades de combate, muchos blogueros principiantes afilan sus embotadas espadas acometiendo las obras de escritores incautos como tú: verdadera carne de cañón, que no cuenta con el respaldo de una editorial importante que lo defienda. El aficionado que no tiene recursos para cazar leones y tigres se conforma con matar liebres. ¿No sabes que algunos niños disfrutan pisando hormigas o aplastando caracoles? También hay reseñadores bisoños que se lo pasan en grande destrozando libros de pequeña talla. La tarea es igual de sencilla en ambos casos: no se precisa ni fuerza ni inteligencia».
Esperemos que no sea el caso de esta reseña. Además, la gente que me sigue desde hace tiempo sabe que este blog nació de casualidad, ni siquiera con la idea de hacer reseñas, sino simplemente para poner en castellano unos pocos poemas del poeta quebequés Émile Nelligan, «el Rimbaud canadiense», una de mis obsesiones literarias más prolongadas a lo largo de los años.
Bien, vamos al tajo. ¿Ante qué nos encontramos en Gradus ad Parnassum, de Manuel Fernández Labrada? Pues ante dos cosas muy curiosas: un manual de literatura al uso (aunque en un sentido bien irónico y sarcástico), y un acto de imitación clásica. De hecho, los Gradus ad Parnassum de la historia eran libelos de ascenso o escalera hacia el Parnaso, donde se encontraban las musas. Con la llegada y ascenso al poder «de los del pez», estos se convirtieron casi en tratados de Teología, véase el de San Juan Clímaco, del que sabemos muy pocas cosas sobre su vida, pero del que se tiene constancia de un tratado místico que, aunque escrito en griego, se difundió en latín como Gradus ad Parnassum. Y de ahí en adelante.
Este libro escapa a ese sentido trascendente de la teología, pero no evade un cuestionamiento serio —más allá del tono de broma y chanza— del mundillo literario. Se centra en todas esas cosas que vemos en las redes y conocemos de tantos escritores incipientes, arrollándolo todo: analizando y desbrozando desde el uso de redes sociales, los cuadernos de notas, los diarios, el epistolario, los blogs, las dedicatorias, los manuscritos, la relación con los editores, las ferias del libro, los actos de presentación, los llamados «lectores beta» ,y todas esas cosas que forman hoy en día casi el esqueleto y el organigrama vital de tantos aspirantes a escritores. La mordacidad que utiliza Fernández Labrada en casi todas las páginas no es gratuita.
«Una de las muchas ventajas que entraña escribir un diario reside en el efecto terapéutico que puede obrar sobre la atormentada psique de un escritor sin éxito, al que quizás permita —aparte del desahogo anímico— acogerse a una suerte de justicia póstuma. Para ello, le bastará con ir dejando constancia en sus páginas de todas y cada una de las humillaciones, afrentas y abusos sufridos a lo largo de su carrera literaria: tanto las perpetradas por colegas, críticos y editores como por periodistas, traductores, lectores o instituciones (incluida la Academia Sueca); siempre con la confianza puesta en que su fama venidera oficiará de némesis ejecutora de una justa y anhelada venganza»
En realidad, aparte del tono jocoso y sarcástico (nunca del todo corrosivo, pues la prosa de Fernández Labrada es elegante), lo que viene a cuestionarse tras el primer barniz es qué clase de éxito literario se persigue hoy en día. Parece que hay más gente dispuesta a escribir que a leer, y se percibe —y se siente— un gran empobrecimiento de la prosa y del estilo. Si os fijáis con detenimiento, la mayoría de los libros parecen escritos por la misma clase de escritores. No es solo que falte una gran originalidad y que se promocione una literatura funcional, es que, desde talleres, youtubers y demás, se propaga un tipo de literatura sin riesgo formal y sin música propia. Se busca el impacto y no la inmersión.
Las editoriales también tienen su parte de responsabilidad en esto; e incluso añadiría que también los lectores. La mayoría no es que tenga un mínimo conocimiento de literatura (que eso se va adquiriendo con el tiempo), sino que considera la literatura como otro estímulo más, no un espacio para la reflexión y el conocimiento, la crítica y el deslumbramiento estético, sino un entretenimiento banal que no le suponga un gran esfuerzo. Piensan que lo elevado no es entretenido, cuando es precisamente lo contrario. La literatura española —y no solo la de los muchachos que tratan de publicar su primera obra (que son, por lo general, en los que se centra este libro)— vive un gran declive.
Así que, a medida que leía y releía este libro (una vez en PDF y otra en papel), me preguntaba si los libros más originales no son acaso los que están editando las pequeñas editoriales, que, en su deseo de destacar, distanciarse y ofrecer algo diferente, están sirviendo de sostén y lanzadera para un buen número de autores que escriben y perciben la literatura con mayor hondura y respeto. Saben que este mundillo es, en gran parte, una pantomima; que casi todo está corrupto, y no solo entre los que empiezan. Que los premios importantes —la gran mayoría de ellos— ya están dados de antemano; que hay editores que no leen nada y que editan libros como rosquillas. Las ganas de aparentar y de destacar llevan a muchos a considerar la literatura como un peldaño en la escalera social, y eso se come la independencia creativa de buena parte de los escritores.
Y luego, entre los escritores, hay gente que considera esto de escribir como un enfrentamiento, cuando en verdad el escritor de raza pasa de todo eso: ya tiene bastante con la guerra interna y despiadada de hacer germinar su propia obra. Aquí no hay que competir con nadie, porque el auténtico talento no piensa en ese tipo de cosas: bebe y se proyecta en un arco, se edifica en silencio y en ruinas, sabe que escribir y vivir ya es de por sí un auténtico fracaso. El escritor que vive inmerso en la creación de su obra no tiene tiempo más que para contemplar sus raíces. Va a la contra de la búsqueda del éxito fácil y del lenguaje banal. Los escritores que aparecen en la radio y en la tele, por lo general, los que acceden a los medios, no tienen nada o casi nada que aportar a la literatura, pero sí al debate político, a los chascarrillos y al peloteo y a la teatralización de la cultura. Y es más, casi nunca hablan de literatura, porque en realidad muy poco saben de esto. «El éxito es casi siempre fruto de un malentendido», como dijo Cioran y como Fernández Labrada nos recuerda. Y entonces este libro adquiere otro sentido más profundo: tras esa capa de humor y sarcasmo, comienza a adivinarse una profunda crítica a la banalidad de la literatura actual. Como si todo este mundillo no fuese otra cosa que una gran impostura.
Lástima que solo se centre en los escritores primerizos y no en los grandes prebostes y en el sistema económico de producción desaforada que alimenta este tipo de cosas, porque esto está lleno de necios por todas partes, y yo aprecio las mismas idioteces (solo que a otro nivel de exposición y repercusión) tanto en los muchachos que están empezando como en aquellos que se pasean por los grandes medios.
«Iniciaré este capítulo recomendando encarecidamente al autor principiante que no se presente a ningún concurso literario, dada la gran dificultad que entraña ganarlos, la frustración que provoca perderlos y el escaso prestigio que la figura de ganador reporta entre los entendidos, que la consideran una credencial casi tan grosera como la de vender muchos libros».
O:
«A los autores que se publicaban sus propias obras, Swift los comparaba con una parturienta que pretendiera dar a luz con sus propios medios».
O sobre las reseñas:
«Piensa, además, que si hoy en día la mayoría de las editoriales, tanto veteranas como de reciente creación, tienen cerrado su buzón de manuscritos, con mayor motivo lo mantendrán clausurado los reseñadores y blogueros importantes. Nadie ignora que resulta mucho más trabajoso leer un libro y escribirle un comentario inteligente que hojear un original y remitir la nota formularia de rechazo (en el mejor de los casos). ¿Qué haces, pues, imprudente, enviando tu libro a todo el mundo?»
Espero que Manuel no se haya arrepentido de mandarme su libro, aunque fue algo gracioso, porque cuando contactó conmigo yo ya me lo había leído en plena ola de calor de agosto, justo al poco de anunciarse su publicación. Ahora lo he vuelto a releer en formato físico para esta reseña y vuelvo a confirmar que es un libro ameno e interesante, con dosis de originalidad (hasta la bibliografía, los proverbios y un glosario de autores son inventados) y, sobre todo, yo diría que hasta necesario. Porque, más allá del sarcasmo y del humor que tiene, toca temas de los que la mayoría de autores suelen pasar (supongo que para no meterse en berenjenales); y porque, más allá de su propio mensaje, siempre es agradable toparse con una prosa elegante y pulida, de alguien que sabe lo que está haciendo. Alguien con quien se puede estar de acuerdo o no, pero que tiene un criterio cimentado y una vocación y un respeto por la literatura que germina en silencio y en el esfuerzo de pulir sin prisa, y que es nutricia de la tradición lectora.
Hasta otra.
Autor: Manuel Fernández Labrada.
Editorial: Ápeiron Ediciones.


