En defensa de Aménabar

En defensa de Aménabar

Recuerdo una conversación nocturna con una irlandesa en la que discutimos la libertad con que los ingleses tratan a sus ídolos literarios. Mientras ella especulaba sobre la sexualidad de Shakespeare y Cervantes, yo pensaba en lo que decía Joyce: lo envidiable no es el autor, sino el público que supo escucharlo. Quería llevar la charla hacia esa declaración joyciana, donde se afirmaba que lo verdaderamente digno de envidia era el público del Globe; pero mi interlocutora prefería detenerse en la posible (o no) homosexualidad de ambos escritores. Le respondí que eso no importaba lo más mínimo, aunque puestos a repartir papeletas por sodomía, el inglés llevaba más boletos.

La conversación derivó luego hacia otros temas y autores.

Lo traigo a colación porque fue, si mal no recuerdo, la primera vez que escuché hablar sobre la posible homosexualidad de Cervantes. En nuestros días, la cuestión de la sexualidad y de lo que ocurrió en Argel sigue provocando debate, y es bueno que así sea, porque cada siglo malinterpreta a los grandes autores a su antojo. Todos tienen —y no tienen— razón.

Ahora bien, la cantidad de críticas que estoy oyendo sobre la película de Aménabar merece una reflexión. ¿Está en su derecho Alejandro de hablar de la sexualidad de Cervantes? Por supuesto; es más, es su puñetera obligación como creador. Toda película, todo libro, todo cuadro, toda composición musical es un acto ideológico; el problema está en que una obra se convierta en panfleto. Pero como algunos solo ven “panfletos” en un lado del tablero y no en el otro, aquí estamos para recordarles unos cuantos.

Ben-Hur: extraordinaria película, una de las pocas que consigue que yo pueda sentarme al mediodía en el sofá sin quedarme dormido. Panfleto. Basta con ver cómo tratan a los remeros romanos, encadenados a esos barcos como si fueran galeotes españoles. Pues no: ni en Roma ni en Cartago los marineros eran esclavos, sino hombres libres (y en Cartago, muchos pertenecían a la «alta aristocracia» de sus grandes familias). De la invención de ese tipo de barcos tan curiosos que salen en la peli hablamos otro día, pero ya os aviso que quien los diseñó debería haber sido premiado con el ingreso a prisión. Y eso sin entrar en las ramificaciones cristianas y deformaciones interesadas que la novela original ya arrastraba, aunque estas últimas se podrían disculpar por fidelidad a la fuente literaria.

Parthénope : esa película que todos alaban por su belleza visual y su misticismo fotográfico contiene solo un par de diálogos verdaderamente geniales —los que protagoniza Gary Oldman como Cheever—. El resto es un panfleto onanista y masculino. Hermoso, sí, pero panfleto. Una visión puramente masculina; aunque en apariencia diversa, apenas hay universo femenino.

Y podría seguir: las dos películas de Gladiator , en las que solo un par de minutos tienen un pase. El resto es un panfleto de superficialidad que haría sonrojar a cualquier romano, marcomano o íbero auténtico. Hasta la primera batalla en el bosque —lo más logrado— es una ofensa. Negocio y rentabilidad son los pilares de estas dos propuestas cinematográficas a los que el talento creativo les importa un bledo.

Estamos rodeados de basura creadora por todas partes. Libros situados en la Guerra Civil Española que no son más que panfletos franquistas camuflados; otros tantos, panfletos republicanos de ensalzación; y luego están los que ni siquiera se molestan en disimular y te insultan directamente, sin anestesia. Estos últimos casi siempre se convierten en éxitos de ventas.

Recuerdo también dos películas sobre Shakespeare que son pura bazofia desde el punto de vista histórico: Shakespeare in Love, que tiene de rigor lo que yo de astronauta; y Anonymous, algo más conseguida en forma, pero profundamente panfletaria y clasista, como si Shakespeare no pudiera haber sido otra cosa que miembro de una clase acomodada. Pero yo no veo que los ingleses se molesten mucho por eso. Entienden —o al menos toleran— que cada creador, cada época, cada contexto histórico reinterpreta a los grandes genios a su antojo. Y lo hacen con total libertad.

¿Para cuándo un director español que se atreva a llevar al cine al Quevedo más pendenciero? A ver si luego podéis declamar sus sonetos de amor con la misma pasión.

Hay que ser valientes, señores. Hay que crear lo que se te antoje, y de la forma que se te antoje. Si levantas ampollas en la moral (y no haces bazofia de true crime), es que vas por buen camino.

La diferencia no va a estar en el tema tratado ni en la sexualidad, que es irrelevante. Está en la calidad del trabajo final.

Por eso —y sin que sirva de precedente en este blog, dedicado en exclusiva a los libros—, defendemos la libertad creadora e ideológica de Aménabar para hacer el Cervantes que le dé la gana. Lo único que no le perdonaremos es que no lo haga bien.

Como Joyce, sigo envidiando a ese público inglés del Globe (y de otros teatros anteriores), capaz de ver y disfrutar tantas obras de Shakespeare y del adorable Christopher Marlowe. ¿Está el público español actual capacitado para ver, ya sea en cine, teatro, exposición o libro, un actual Tito Andrónico o una Matanza de París? Por supuesto que no. Es un público cateto y domesticado en comparación con el inglés de aquella época.

De ahí que propuestas como la de Aménabar no solo sean valientes, sino necesarias. Sin conocer aún el resultado final, ya ha sido más temerario que la mayoría del cine español de los últimos años. Algo es algo.

Hasta otra.

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Published on September 15, 2025 01:22
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