Una familia en Bruselas
Una familia en Bruselas de Chantal Akerman
Mi «puntuación»: 4/5
En Un lugar en Granada tenemos varias actividades relacionadas con los libros y la lectura que agrupamos bajo el título Lectores en Un lugar. Una de esas actividades (Lectores curiosos, curiosos lectores) consiste en elegir un tema y reunir a un grupo de lectores en torno a él. Cada participante debe aportar un libro que trate el tema seleccionado y durante la sesión hablar sobre él, leer en voz alta algún fragmento, compartir sus impresiones, recomendarlo (o no)… Se trata de ayudarnos unos a otros a descubrir nuevos autores.
Mi lectura de Una familia en Bruselas surge de una de esas sesiones de lectores curiosos. El poeta Gerardo Venteo Fernández fue, de nuevo, el recomendante.
Y ¿qué me encontré? Los pensamientos de una mujer (la madre de la autora) que acaba de perder a su marido; que llama por teléfono a sus hijas, que viven lejos; a la que de vez en cuando van a buscar en coche para visitar a familiares; que tiene un pasado del que no habla, en el que ni siquiera se permite pensar, pero que los lectores sí conocemos.
Cuando dices tengo que preparar la comida yo me siento bien y hasta me entra apetito pero cuando no dices nada y solo dices tengo que dejarte sin añadir nada más entonces me quedo ahí y pienso en ti o más bien no pienso me quedo ahí como si faltara un trozo de frase y es porque falta un trozo de frase.
(Sí, con solo unos pocos signos de puntuación, muy pocos, que te obligan a estar muy atento en la lectura pero que hacen más evidente el flujo de pensamientos que se van sucediendo unos a otros en nuestra conciencia sin signos de puntuación.)
Pensamientos repetidos contados a veces en tercera persona y a veces en primera persona, porque a veces son los pensamientos de la madre y a veces son los pensamientos de la hija que se confunden y se entremezclan (y hay que estar atentos a esas transiciones).
Alguien un amigo dijo, se ha ido igual que vivió de puntillas y mi hija de la Ménilmontant dijo de quién habla éste qué puntillas ni qué puntillas y luego no quiso discutir. Pero yo estoy segura de que en su cabeza discute. Este amigo siempre le dice yo conocía a tu padre antes que tú pero eso no son manera de conocerlo, mi padre no se dejaba conocer, yo tardé años en conocerlo un poquito y no fue en absoluto de puntillas.
Es mucho más fácil de leer de lo que parece, porque rápidamente se ve uno inmerso en ese río de pensamientos. Y es cortito (se lee en una tarde o dos). Y diría que es recomendable no solo leerlo sino releerlo.
(…) mi hija cuenta montones de anécdotas y no todas son verdaderas pero algunas sí que lo son y en general son anécdotas tristes no anécdotas de las que hacer reír, las que hacen reír también las cuenta cuando estamos juntas y cuando se acuerda y esas tampoco siempre son verdaderas pero a veces sí que lo son.
¡Qué buenas recomendaciones hace Gerardo!


