Inteligencia
De tiempo para acá, no sé si al lector le ocurra lo mismo, me sorprende de sobremanera el uso del adjetivo “inteligente” a cuanta cosa se cruza al paso: cepillos de dientes, teléfonos o detergentes.
(Queda la duda de si tales inteligencias son compatibles con quienes las consumimos, a más bien resulta que entre más inteligente el detergente, más torpe se volverá uno).
Y bien que acudiendo a la etimología de la palabra tenemos que viene del latín “inter” y “legere”, que sería algo así como “entreleer” o, mejor dicho, “leer entre líneas”.
O, como decía el fragmento del presocrático Heráclito de Éfeso (en versión del filólogo zamorano A. García Calvo). “De todos cuantos he oído razones, ninguno llega a tanto como a reconocer que lo inteligente está separado de todas las cosas”. (DK 22 B 108)
Y así pues tenemos, que la inteligencia no puede estar en cosa alguna. No quiere decir dar respuestas adecuadas a estímulos evidentes, sino saber “no-estar” en una cosa ni en la otra, sino entre ellas. Por tanto no puede haber una inteligencia personal, pues no puede estar en mi conciencia (mucho menos en un detergente), sino del revés y separada: entre líneas, entre cosas. Lo mismo que decíamos, por cierto, de lo público y de la lengua.
La conclusión de esto es crucial. No es solo que sea imposible puntuar, calificar o determinar la inteligencia de cada cual. Diríamos, en todo caso, “este hombre tiene es capaz de estorbar lo menos posible a la aparición de la inteligencia”. Pero, en forma alguna, podríamos atribuir a la persona la “posesión” de la inteligencia o la razón.
Luego, nada más imposible que “tener razón”.
Pero más importante que esto es que, de igual manera que la ciudad se construye en tensión con la casa y la lengua se habla siempre en contra de la conciencia (pues ella misma no sabe, ni tiene por qué saber, cómo funciona a la par que se ve que funciona); la inteligencia existe a pesar del individuo y su conciencia. (Que al fin, nosotros mismos no somos más que un caso de cosa, lo mismo que los detergentes o los teléfonos celulares). Y, finalmente, que es gracias a que uno se quite de en medio (sus opiniones personales y puntos de vista individuales) que se haga carne, como dijo el otro, el Verbo (el lógos), la inteligencia en los labios de alguno.
(Queda la duda de si tales inteligencias son compatibles con quienes las consumimos, a más bien resulta que entre más inteligente el detergente, más torpe se volverá uno).
Y bien que acudiendo a la etimología de la palabra tenemos que viene del latín “inter” y “legere”, que sería algo así como “entreleer” o, mejor dicho, “leer entre líneas”.
O, como decía el fragmento del presocrático Heráclito de Éfeso (en versión del filólogo zamorano A. García Calvo). “De todos cuantos he oído razones, ninguno llega a tanto como a reconocer que lo inteligente está separado de todas las cosas”. (DK 22 B 108)
Y así pues tenemos, que la inteligencia no puede estar en cosa alguna. No quiere decir dar respuestas adecuadas a estímulos evidentes, sino saber “no-estar” en una cosa ni en la otra, sino entre ellas. Por tanto no puede haber una inteligencia personal, pues no puede estar en mi conciencia (mucho menos en un detergente), sino del revés y separada: entre líneas, entre cosas. Lo mismo que decíamos, por cierto, de lo público y de la lengua.
La conclusión de esto es crucial. No es solo que sea imposible puntuar, calificar o determinar la inteligencia de cada cual. Diríamos, en todo caso, “este hombre tiene es capaz de estorbar lo menos posible a la aparición de la inteligencia”. Pero, en forma alguna, podríamos atribuir a la persona la “posesión” de la inteligencia o la razón.
Luego, nada más imposible que “tener razón”.
Pero más importante que esto es que, de igual manera que la ciudad se construye en tensión con la casa y la lengua se habla siempre en contra de la conciencia (pues ella misma no sabe, ni tiene por qué saber, cómo funciona a la par que se ve que funciona); la inteligencia existe a pesar del individuo y su conciencia. (Que al fin, nosotros mismos no somos más que un caso de cosa, lo mismo que los detergentes o los teléfonos celulares). Y, finalmente, que es gracias a que uno se quite de en medio (sus opiniones personales y puntos de vista individuales) que se haga carne, como dijo el otro, el Verbo (el lógos), la inteligencia en los labios de alguno.
Published on November 05, 2014 11:17
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