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Nadie puede redimirnos, aunque de todas formas sigamos esperando que las personas que queremos lo hagan

La paciencia es una responsabilidad adulta. En la espera nos hacemos grandes frente a la incertidumbre y podemos descansar de las preguntas, de su infinita insatisfacción.

pero desde el principio decidió que no iba a hacerse responsable de los bajones anímicos de Cal. No es que sean frecuentes en él, pero Sean, su marido, era un hombre dado a los altibajos y cometió el error de pensar que aquello era un problema que ella debía solucionar. El hecho de que Cal nunca espere que lo haga es una de las muchas cosas que valora de él. No tiene la menor intención de estropearlo.

Dios dice que el dolor de un hombre es el de cualquiera. Todo lo que me rodea es mío y a la vez no, todo conserva la memoria de mi sosiego y de mis males y estos son parecidos, o lo serán, a los de ella. Somos la misma carne, pero en nuestras diferencias resguardamos nuestra identidad. Es lo que nos salva de desaparecer en la voluntad de los otros.

Una creación confusa.

Todo en el interior de estas paredes tiene una historia que solo yo conozco. Es una casa vieja que guarda sus propios rumores y que por las noches se ensancha y toma las dimensiones de la imaginación.

Cuidar puede ser una forma envenenada de pedir que nos cuiden.

le canté la canción que unos poetas escribieron después de ver una pintura de Guayasamín llamada El origen: un tema hermoso, hermoso, en donde alguien pide que le entierren en una vasija de barro, es decir, en el vientre materno.

Volcán El Altar, provincia de Chimborazo.

Uno nunca le hace caso a lo que debería. Uno quiere equivocarse para tener algo que contar, para bailarle encima al error.

Y al error le bailamos.

Cal no se fía de los adultos que sonríen como niños—.

French, Tana. El cazador (AdN Editorial Grupo Anaya) (p. 32). AdN Editorial Grupo Anaya. Edición de Kindle.

Aprendan esto: para el horror no hay un fondo.

Hay belleza en lo caído, dicen, belleza en lo ruinoso.

Lo que quería era escapar, pero escapar no era un sitio en donde poder quedarse. La huida va hacia lo incierto como la yeguada bajo la tormenta: si uno quiere sobrevivir debe encontrar un refugio, un punto en el que guarecerse.

Nada cambiará, pensé, tendremos miedo toda la vida y punto.

Lo que quería era escapar, pero escapar no era un sitio en donde poder quedarse. La huida va hacia lo incierto como la yeguada bajo la tormenta: si uno quiere sobrevivir debe encontrar un refugio, un punto en el que guarecerse.

En horas de balaceras nos cubrimos los oídos y dibujamos alrededor de las grietas y de los agujeros de las balas.

y yo pensé que nada cambiaría nunca: que siempre tendríamos miedo de los narcos, de los militares, de los policías, de las autodefensas barriales, de la pobreza, de la impunidad, de la indiferencia, de las erupciones volcánicas, de los terremotos y de las inundaciones, es decir, del cielo y de la tierra por igual.

Bajamos y subimos los brazos, hicimos muecas y expresiones que pretendían recrear un ritual y, entre el humo de la fiesta, fuimos jóvenes porque nos atrevimos a quitarle el peso a la muerte.

07.30 Salgo a la calle dispuesto a correr seis millas. Mañana, siete; pasado, ocho, y así sucesivamente.

07.32 Paso por delante de una panadería. Me compro una coca de piñones y me la voy comiendo mientras regreso a casa. Que corra otro.

Un médico le decía a la enfermera, con el ceño fruncido, que los aparatos del hospital parecían haberse vuelto locos esta mañana. Al parecer, los enfermos de la UVI estaban bailando la lambada y en la pantalla del scanner salía Luis Mariano cantando Maitechu mía