Para Veri. Microrelato.
Estambul, 2019.
Yaman se permitió huir de su propia casa. De vez en cuando necesitaba sentirse libre de tanta carga y regalarse unas horas de egoísmo. Se había levantado a medio cenar dejando con sus miserias, celos y peleas a Ziyah, Iqbal, Kevser y Yalcin, y dando gracias por no haberse enamorado nunca.
Sólo cuando aparcó el mercedes ante la cabaña, fue consciente de dónde lo había llevado su conducción errática. Bajó del coche y caminó hacia la rústica puerta. En el mismo momento en el que metió la llave, la puerta se abrió hacia adentro apareciendo en el marco una mujer con un tronco en la mano.
– Si da un paso más le abro la cabeza – lo amenazó la ninfa de extraño acento.
– Si deja el tronco, no la denuncio por allanamiento – respondió Yaman, repasando rápidamente el cuerpo curvilíneo enfundado en un vestido de gala azul turquesa.
La ninfa abrió los ojos un poco menos asustada pero bastante más impresionada. Entendió que estaba ante el dueño de la cabaña y que era necesaria una explicación. Sólo que el aroma que le llegaba de aquel guerrero disfrazado de hombre de negocios la estaba aturdiendo. Era alto y con pinta de haber ganado más de una pelea cuerpo a cuerpo. Su negro pelo reflejaba la débil luz de la luna menguante y sus ojos oscuros brillaban como un mar anochecido. Cuando abrió del todo la puerta para dejarlo pasar y su cuerpo rozó el suyo se le escapó un gemido inesperado.
Yaman también notó la electricidad que generaron sólo con acercarse, pero él sí pudo callar el rugido que le recorrió el pecho. Una vez en medio del frío salón, giró para encarar a la hermosa okupa.
– ¿Y bien? – preguntó jugando con las llaves. O mantenía sus dedos ocupados o sus manos aferrarían a la desconocida para acercársela a su cuerpo hambriento.
– Verá… volvía de una fiesta en casa de un cliente cuando mi coche se ha parado. Mi móvil está sin batería y, cuando he empezado a congelarme, he bajado del coche y he visto esta cabaña. Sólo buscaba calor, un teléfono para llamar… – "Dios bendito, si me sigues mirando así acabaré ardiendo", pensó ella.
– ¿De dónde eres? – preguntó él dando un paso hacia ella.
– Soy española, he venido por negocios yo… volvía a mi hotel. Mañana he de tomar el avión de vuelta a España.
– ¿Sigues queriendo calor y un teléfono? – preguntó Yaman acercándose más a ella.
La mujer se tensó. No por miedo. Se tensó de deseo inesperado y loco por aquel desconocido que le iba subiendo la temperatura mientras se le acercaba.
– Sí – recordó responder en un susurro.
– ¿Por ese orden? – la pregunta ronca hizo que sus senos se tensaran y sus labios se abrieran en busca de aliento.
Era una locura, se dijo. Una locura que en aquel momento necesitaba como el respirar.
– Sí – asintió finalmente encomendándose al caprichoso destino que los había hecho coincidir en aquel lugar y en aquel momento.
Yaman mandó al infierno la responsabilidad, por segunda vez esa noche, y dio el paso que los dejó prácticamente respirándose. Sus manos fueron directas a la cintura de ella para rodearla y acercarla a su calor. Calor quería ella y calor tendría. Abrió sus grandes manos, las subió por su espalda cubierta de fino raso y las bajó lentamente hasta su trasero. La apretó contra su erección y pasó su lengua ardiente por el labio inferior de ella.
La española se derritió y se sujetó de sus fuertes hombros. Si ya la tenía medio loca, húmeda y apretando los muslos para frenar su excitación no quería pensar lo que vendría a continuación.
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La mujer atrapó la lengua masculina para enredar en ella la suya. Le metió los dedos por entre el oscuro cabello y giró la cara para facilitar el beso devorador. A los dos les volvió locos el sabor del otro, una especie de elixir exótico que se les subió a la cabeza acelerando lo salvaje del momento. Se comieron a besos mientras él colaba las manos bajo el corto vestido para acariciar y calentar las nalgas que el tanga dejaba al aire. Ella le sacó la chaqueta impaciente y le aflojó la corbata. Notaba sus manos amasando su trasero y las necesitaba en zonas más calientes. Logró abrirle la camisa y pegar sus senos al marcado pecho de él. Joder, parecía la estatua de un dios, pero hecho de un material nada frío.
Yaman la entendió y le pasó las manos por todo el cuerpo hasta llegar a los tirantes del vestido. Se los bajó de golpe y la besó con dulzura para contrarrestar el arrebato. El beso meloso abandonó los labios de la mujer, bajo por su cuello y aterrizó en un pezón. El regalo de su gemido lo recorrió entero y lo acicateó a chupar más fuerte aquellas cerezas maduras. No lograba saciarse.
Ella apenas recordaba ya su propio nombre pero quería más, más de él, por lo que le acabó de arrancar la camisa y fue directa a desabrochar su cinturón. Jugó con los dedos en sus duros abdominales, oyendo rugidos bajos, y finalmente coló su mano para rodear aquella maravilla grande y dura que vibraba impaciente.
A Yaman el placer lo llamaba e, impaciente, se subió a la ninfa española a la cintura y le arrancó el tanga. La besó con la boca abierta y se sacó del todo su sexo en llamas. Lo apoyó en la frontera del de ella y la miró un segundo fijamente para metérsela hasta el fondo. Ella lo mordió en respuesta y cruzó sus tobillos tras la firme espalda de Yaman. Lo quería más adentro y más rápido. El no la hizo rogar. La empotró una vez tras otra, tan desesperado como ella. La melodía del sexo los envolvió y ellos le pusieron letra a base de gritos y suspiros. Yaman entró y salió varias veces más, siguiendo las órdenes de ella, hasta aplastarla contra la puerta por última vez. Jadeos y besos húmedos celebraron el orgasmo más loco de sus vidas. Cuando fueron capaces de moverse, él la levó hasta el sofá, la tumbó y se acomodó a su lado. Una manta cubrió los restos de su pasión y su sueño hasta que, con la llegada del día, Yaman descubrió que amanecía solo en aquel sofá.


