Todo cae: los días se desgranan
sin remedio, los muros del olvido
se quiebran tras la niebla, el vendaval
arrastra los retazos que decanta
el pensamiento: versos malogrados,
notas a pie de página, tragedias
y dichas inconclusas, elegías
escritas a destiempo, los discursos
de los aún memoriosos. Es aquí,
en la arena insondable, donde empieza
el más absurdo anhelo: el Edén,
la patria nunca vista, el arrebato
generoso de un padre doblemente
desgraciado, la sed de glorias imposibles.
Aquí, entre los vestigios, unas manos
ansiosas son capaces de horadar
los médanos y hallar el eje eterno.
¿Podrían describirlo los ojos, las palabras,
el canto que el espíritu imagina?
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