Deryni rising (Deryni: el resurgir)
Tras la profunda huella cultural que dejaron las primeras publicaciones económicas de «El señor de los anillos» en los EE.UU. (la pirata de ACE y posteriormente la oficial de Ballantine), la literatura de fantasía recibió un fortísimo impulso que hizo que empezara a separarse claramente de la ciencia ficción, a cuya sombra se había desarrollado desde la época del pulp.
Precisamente a partir de edición de Ballantine, nació en 1969 una de las colecciones más míticas de la historia de la fantasía, la Adult Fantasy Series (que retroactivamente englobó varios libros de o sobre Tolkien, así como la reedición de la trilogía de Gormenghast, cuatro libros de E. R. Eddison y otros títulos sueltos). El encargado de seleccionar as obras que se irían añadiendo fue Lin Carter y la selección final de sesenta y cinco títulos (más dieciocho previos) se constituyó como un primer canon de la fantasía «clásica» (que se completaría posteriormente a través de la Newcastle Forgotten Fantasy Library).
Hubo también novelas originales de la colección, pero muy pocas, y de entre ellas las únicas firmadas por un autor novel fueron las que conformaron la primera trilogía de Deriny, de Katherine Kurtz, que en virtud a esa distinción se convirtió en una de las primeras muestras de fantasía épica moderna post-Tolkien (lejos todavía de las copias más o menos descaradas que se impondrían unos años después). «Deryni: el resurgir» («Deryni rising», 1970) trata sobre la problemática sucesión del joven príncipe Kelson al trono de los Once Reinos, tras el asesinato mágico de su padre, para lo cual deberá abrazar su herencia y poder deryni, tradicionalmente denunciados por la iglesia como blasfemos tras la caída de una dinastía deryni siglos antes.
Hoy en día no parece algo excesivamente imaginativo. Podría considerarse la típica fantasía épica medievaloide, con cuarto y mitad de intrigas palaciegas y un worldbuilding, al menos en esta primera entrega, no excesivamente desarrollado. Es lo que tienen los precursores, que sus innovaciones aparentan ser lugares comunes ante los ojos de lectores muy posteriores. El caso es que de típica no tenía nada, y fue precisamente esa ambientación medieval (que ha llevado a algunos críticos a considerarla precursora de la fantasía histórica, aunque en realidad los paralelismos con la plena edad media británica no pasan de inspiración) la que la distinguió inicialmente.
En realidad, sorprende lo bien que aguanta el tipo pese a su carácter pionero. Sin la obsesión por la desmesura que caracteriza muchas de propuestas posteriores, «Denyri: el resurgir» se desarrolla (salvo un pequeño prólogo) en apenas dos días, con la acción circunscrita a la parte noble de una ciudad (Rhemuth) y no más de dos docenas de personajes directamente implicados. Pese a esas limitaciones, o quizás gracias a ellas, el ritmo es vivo y las apuestas claras.
En el día en que el príncipe Kelson alcance su mayoría de edad (a los catorce años), será coronado monarca de Gwynedd, uno de los once reinos. Existe, sin embargo, otro aspirante al trono, la hechicera deryni Charissa (que es quien urdió el plan para matar a Brion Haldane, el padre de Kelson), y si antes del enfrentamiento el joven no logra activar sus poderes deryni (una característica de los Haldane, pese a no ser de esa estirpe), su derrota es segura.
El problema es que su propia madre, una ferviente cristiana, se opone a ello, hasta el punto de intentar sentenciar a muerte a Alaric Morgan, el mejor amigo de Brion y el único deryni (medio deryni en realidad) que se muestra abiertamente como tal en la corte. Salvarlo será solo el primero de los problemas a los que se enfrentan, porque disponen de muy pocas horas para descubrir y ejecutar el ritual de transferencia del legado Haldane, y no solo se enfrentan a la oposición de la regente y de la poderosa iglesia (aunque Duncan McLain, confesor y tutor de Kelson, es también secretamente deryni), sino también a la traición de aquellos que se han vendido a Charissa.
No creo que la trama vaya a volarle a nadie la cabeza, pero la historia tampoco se percibe anticuada en lo más mínimo y resulta perfectamente adecuada. Destacaría especialmente el equilibrio entre preparación e inmadurez de Kelson, de modo que «Deryni: el resurgir» no cae nunca, pese a la edad de su protagonista, en las trampas de la fantasía juvenil.
Por supuesto, hay cosillas que no terminan de cuadrar, como la cuestión de qué esperanzas de usurpar el reino tiene realmente Charissa dada la violenta animadversión del pueblo de Gwynedd ante cualquier sospecha incluso de tener trazas de sangre deryni (algo que tiene su paralelismo histórico con el antisemitismo de muchas sociedades medievales). De igual modo, los poderes deryni nunca terminan de quedar claros, y eso le resta, pese a su espectacularidad, algo de intriga al duelo final. En cualquier caso, son cuestiones menores que no deberían pesar en demasía a la hora de valorar una obra que no necesita tirar de galones pioneros para reclamar un lugar destacado dentro del campo de la fantasía épica.
Esta trilogía Deryni original (Las crónicas de los Deryni) se completó con «Deryni: Jaque mate» (1973) y «Deryni: la grandeza» (1973). Con el correr de los años, la serie Deryni se extendió por otros trece libros, quedando estructurada en cinco trilogías y un volumen independiente, además de un par de tomos relacionados y diversos relatos, con ciclos que se organizan tanto en secuelas como precuelas de las crónicas (ambientadas entre los años 1120 y 1121).
«Deryni: el resurgir» obtuvo la categoría de finalista en la primera edición del Mythopoeic Award, perdiendo ante «La cueva de cristal», el inicio de la saga artúrica de Mary Stweart. Los otros finalistas fueron nada menos que Lloyd Alexander con «The marvelous misadventures of Sebastian», que ese año ganó el National Book Award a libro juvenil, y Roger Zelazny con «Los nueve príncipes de Ámbar«, la primera entrega de las Crónicas de Ámbar. Se encuentra incluida, además, entre las mejores novelas de fantasía de todos los tiempos, en las encuestas de Locus de 1987 y 1998.
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