Sergio Mars's Blog
November 8, 2025
Presentación de «Nucleogénesis/Déuteros», con Víctor Conde
El pasado jueves emitimos en directo en Rescepto IndaTube una presentación del nuevo libro de Víctor Conde, «Nucleogénesis/Déuteros» (Apache Libros, 2025), y aprovechamos para hablar de su carrera, su visión de la literatura y muchas cosas más. Aquí podéis ver el vídeo grabado del evento:
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
El teatro secreto (2008)Crónicas del Multivero (2010)Los relojes de Alestes (2010)Oniromante (2011)October 22, 2025
¡Vivir!
Tras diez años viviendo en los EE.UU., habiendo emigrado baja falsas pretensiones de la Rusia Soviética, Ayn Rand había cumplido por fin en 1936 su sueño de convertirse en autora publicada (aunque ya había vendido previamente algún que otro guion de cine y teatro) gracias a «Los que vivimos», un recuento semiautobiográfico de sus experiencias en su país de nacimiento tras la revolución bolchevique. Pese a una recepción inicial pobre, este logro la animó a abordar su siguiente trabajo, que sería una distopía futurista donde se plasmaría su filosofía, con la intención de venderla en el mercado de las revistas de género.
Al final, sin embargo, probó primero a instancias de su agente la ruta editorial tradicional, pero solo logró que aceptaran la novela corta en el Reino Unido, donde fue publicada en 1938 con críticas correctas pero resultados económicos igualmente limitados. Posteriores intentos de entrar en el mercado americano (ya fueran libros o revistas) fracasaron, hasta que a raíz del éxito de «El manantial» (1943), «¡Vivir!» («Anthem») vio la luz en los EE.UU. una edición revisada en un sello independiente gestionado por unos amigos. Por último, en 1953, llegó por fin al mercado pulp en el que sería el último número de Famous Fantastic Mysteries, reimpresa junto con «La metamorfosis» de Kafka.
La novela corta sigue la vida de un joven, Igualdad 7-2521, en una sociedad futura en la que han triunfado las ideas colectivistas y todo se rige, en teoría, bajo la guía de la más estricta equidad, hasta el punto de que no existen pronombres para destacar la individualidad, sino que todo es un nosotros, vosotros o ellos. Ya desde su infancia, a Igualdad 7-2521 le cuesta adaptarse a la estricta ortodoxia que rige a la colectividad y sus numerosas preguntas, nacidas de un anhelo genuino por aprender, le granjean fama de problemático.
Quizás por ello el consejo de Vocaciones le asigna al cumplir los veintiún años a la Casa de los Barrenderos, en vez de concederle su sueño de convertirse en aquello para lo que se siente especialmente preparado (una idea herética en sí misma, el considerarse superior en algo a los demás), que es ser un Estudioso. Pese a ese golpe, Igualdad 7-2521 trata de aceptar la decisión del Estado y amoldarse a su destino, hasta que dos acontecimientos lo ponen de nuevo en curso de colisión contra él: primero, conoce a una mujer, Libertad 5-3000, por la que se siente atraído (otra herejía, pues toda interacción hombre-mujer es un acto aséptico y programado); segundo, descubre un viejo refugio de los Tiempos Innominados, repleto de tecnología antigua que se propone investigar.
Como muchos de los héroes randianos posteriores, Igualdad 7-2521 es un espíritu libre, oprimido y limitado en sus capacidades naturales por una mediocre sociedad opresora, dispuesta a cualquier cosa por ahogar su brillantez bajo la masa indiferenciada de los inferiores. Claro que en «¡Vivir!» (o «Himno» en ediciones más recientes) cualquier leve asomo de insinuación o «sutileza» que puedan tener títulos como «El manantial» o «La rebelión de Atlas» destacan por su ausencia. Desde la elección de los nombres a la propia descripción de las instituciones del estado totalitario en el que se desarrolla la historia, todo grita desaforadamente la tesis de la novela corta, dejando nulo espacio para la interpretación del lector).
Eso sí, he de reconocer que la esperaba peor, más panfletaria (que lo es, pero solo en los dos capítulos finales, quizás también los más modificados en 1946). El caso es que «¡Vivir!» antecede por varios años la concreción del objetivismo randiano, así que en ella plasmó más bien su base ideológica, que por entonces tenía más que ver con el rechazo absoluto y frontal (me atrevería a añadir incluso que patológico) hacia el colectivismo (lo que la llevó a exaltar el individualismo y de ahí a desarrollar su tesis… o justificación, en pro del «egoísmo racional»).
A nivel literario, «¡Vivir!» es un texto bastante pobre y, sobre todo, un plagio más que evidente de «Nosotros» de Zamiatin (publicada en Nueva York en 1924). La gran diferencia entre ambas (aparte de tono y estilo) es la brutal falta de indefinición de la distopía de Rand (que, pese a ambientarse en un supuesto futuro, no hace gala de una sola invención anticipativa), así como su involuntariamente paródica descripción de su protagonista, Igualdad 7-2521, que por momentos se me antoja un Ignatius Reilly adelantado a su tiempo, enfrentado a su propia Conjura de los Necios (tal y como posiblemente se veía Rand a sí misma, en lucha contra un mundo que no reconocía su genialidad).
No quisiera, sin embargo, negarle todo mérito anticipativo, porque quizás «¡Vivir!» constituya la primera obra literaria sustentada sobre la hipótesis del Relativismo Lingüístico, al centrarse buena parte de la obra en la imposibilidad por parte de Igualdad 7-2521 y Libertad 5-3000 (a la que rebautiza como «la Dorada») de expresar sus ideas y sentimientos al carecer de pronombres individuales (constituyendo, además, el culmen filosófico de la obra el descubrimiento en antiguos escritos prerrevolucionarios de la palabra «yo»). Cabe señalar, además, que en 1938 Benjamin Whorf todavía no había entrado en escena para configurar lo que hoy incorrectamente conocemos como hipótesis Sapir-Whorf (Edward Sapir nunca quiso llegar tan lejos), así que cabe en lo posible que esto fuera una idea original de Rand.
Con el paso del tiempo, y al popularizarse las ideas de Ayn Rand, sobre todo entre cierto sector de la población estadounidense, la novela corta fue adquiriendo cada vez más fama, obteniendo con el paso de los años una relevancia de la que ni de cerca disfrutó en sus comienzos. Así, en 1987 fue inducida (para sorpresa de nadie) en el Salón de la Fama del premio Prometheus y en 2013 obtuvo una nominación al premio retroHugo (para obras publicadas setenta y cinco años antes), que sin embargo recayó en John W. Campbell por «¿Quién anda ahí?» (la obra en que se basan las películas «El enigma de otro mundo» y «La cosa»).
Otras opiniones:
En Lo que yo LeoDe José Luis en Libros de CíbolaDe Antonio Sarabia en Brújula NoticiasoAdquiere este libro a través de Amazon.es
October 14, 2025
Stardance
«Stardance», de Spider y Jeanne Robinson (1979), surgió de la expansión de la novela corta homónima («Danza estelar»), ganadora de los premios Hugo, Nebula y Locus en 1978, que narra la historia de Shara, una bailarina cuya carrera no puede desarrollarse en la Tierra y que para cumplir sus anhelos artísticos crea la disciplina de baile en gravedad cero… justo a tiempo de servir como medio de comunicación del primer contacto con una inteligencia extraterrestre a principios del siglo XXI.
La carrera de Spider Robinson se inició con sus primeras ventas profesionales en 1973, una serie de cuentos que se inscribirían en su serie más longeva, la del bar de Callahan (diez libros, entre novelas y antologías, publicados entre 1977 y 2003). Esta irrupción le valió en 1974 el premio John W. Campbell a mejor nuevo autor. Su primera novela fue «Telempath» (1977), ampliación de su novela corta ganadora también del Hugo «Por cualquier otro nombre».
A todo ello se unen otras tres novelas de la serie del «Asesino de mentes» (siendo la primera, de 1982, el único de sus libros traducido al español), junto con otras tres novelas independientes, una de las cuales, «Variable star» (2006), es una colaboración póstuma con Robert A. Heinlein, que fue su modelo y mentor, así como varias antologías propias.
Robinson ganó un tercer Hugo, de relato corto, en 1983 por «Elefantes melancólicos», así como un segundo Locus en 1977 en la categoría de corta vida de mejor crítico.
Vamos por partes. La novela corta surge claramente de la influencia de Jeanne Robinson (bailarina y coreógrafa) y gira en torno a la pasión, el impulso creador y la expresión corporal como fuerzas innovadoras, capaces de enfrentar cualquier obstáculo y sacrificarlo todo por un ideal imposible. El narrador es un camarógrafo, platónicamente enamorado de Shara, que lo sacrifica todo con tal de ayudarla a cumplir un sueño que le está vedado en la Tierra (no por falta de talento, sino por exceso de altura, en una disciplina dominada por compañías de baile que precisan de cierta uniformidad corporal).
Los obstáculos son múltiples, no siendo el menor de ellos el elitista acceso al espacio. Con determinación y sacrificios (y no me refiero solo a los derivados del trabajo extenuante), Shara cumple su sueño y empieza a crear todo un nuevo lenguaje artístico, hasta que al fin su propia vida está en juego (porque los Robinson no entendían muy bien cómo afecta la gravedad cero al cuerpo humano, interpretando la atrofia muscular y esquelética que se apreciaba en algunos astronautas como adaptaciones irreversibles a un nuevo medio). Nada, sin embargo, puede interponerse en su camino y eso, a la postre supone una tremenda suerte para la Tierra en un momento de necesidad extrema.
«Danza estelar» es una novela corta que se toma su tiempo para construir sus personajes, te hace creer en el baile en caída libre y asciende poética y empáticamente hacia un clímax tan poderoso como satisfactorio. ¿El problema? Que una vez conquistados tantos parabienes, la tentación de continuarla debió de ser irresistible.
La impresión que tengo es que las dos partes siguientes las escribió Spider Robinson casi en solitario (en ellas no se aprecia el mismo amor incondicional hacia el baile), y que su objetivo final era corregir un pequeño fallo con la conclusión de la novela corta: que no se daba mucho a continuaciones. Así, los dos tercios finales de «Stardance», la novela, se leen casi como un remake del fragmento original, añadiendo más personajes (lo cual diluye su importancia) y retocando aquí y allá cosillas para dejarlo todo encarrilado hacia una trilogía (que, de hecho, poco menos que se anuncia en el propio texto, aunque tardó tres lustros en concretarse).
En el proceso la pasión creadora pura de Shara se ve filtrada a través de una visión heinleniana de la excelencia individual (no tan absolutista como la original, todo hay que decirlo), estableciéndose paralelismos claros con «Forastero en tierra extraña» (y, en general, todo el Heinlein de su segunda época).
Las dificultades aparentemente insuperables que son la esencia del conflicto en la primera parte, desaparecen ahora de un plumazo gracias a los ingentes beneficios obtenidos a través de la comercialización de la danza estelar de Shara, su obra maestra. El camarógrafo funda pues una empresa junto con la hermana de la malograda artista (que, además, es una antigua amante) y, tras reclutar a una serie de personajes igual de maravillosos que ellos mismos, ponen en funcionamiento la primera troupe de danza en cero g… justo a tiempo para poder salir al encuentro de los alienígenas de la primera parte, que han retornado por sorpresa al Sistema Solar, aunque sus intenciones quizás no sean las mismas.
El gran problema, y lo que de verdad diferencia ambas variaciones sobre un mismo tema, son los insufribles personajes perfectos heinlenianos, modelados hasta el menor detalle siguiendo el modelo del maestro (hasta el punto de recrear el esquema de la doble pareja madura/joven heinlenita, a la que, de acuerdo con los nuevos desarrollos sociales, se suma una pareja gay para formar la gran y poliamorosa familia ampliada heinlenita. A ello le añadimos un poco de mística, idiosincrásica y levemente antigubernamental contracultura setentera y otro tanto de hard aeroespacial bastante bien resuelto y ya tenemos «Stardance», una novela que, sin ser desdeñable, es mucho menos interesante que la semilla de la que surge.
La serie de Stardance consiste además en otras dos novelas, publicadas más de una década después, «Starseed» (1991) y «Starmind» (1995), que abundan en la idea de la elevación de la humanidad hacia una nueva forma de existencia libre de las constricciones planetarias. La trilogía constituye la única colaboración literaria entre Spider Robinson y su mujer; y también las únicas piezas de ficción (al menos fantástica) atribuidas a esta última. Jeanne intentó desarrollar de verdad la danza en caída libre, pero la explosión del Challenger echó por tierra sus esfuerzos en ese sentido.
Pese a disfrutar de una recepción algo más fría que el texto original, la novela llegó a ser finalista en 1980 del premio Locus (cuarto lugar en novela de ciencia ficción), por detrás de «Titán» de John Varley (la ganadora), «Jem» de Frederik Pohl y «Las fuentes del paraíso» de Arthur C. Clarke, y justo por delante de «En alas de la canción» de Thomas M. Disch, lo cual no supone en absoluto mala compañía.
October 7, 2025
Rescepto Indatube
Pues ya está, tras años amagando con dar el salto a YouTube, por fin lo he hecho y ya tenéis disponible el primer vídeo del canal Rescepto IndaTube. Se trata de mi reseña de «Arcología», la última novela de Juan Miguel Aguilera, publicada por Reino de Cordelia este mismo año.
Es solo mi primer intento (y, de hecho, aprendí a utilizar el programa de edición la semana pasada, así que aún me queda muchísimo por aprender), pero ya están presentes las que quiero que sean las señas de identidad del canal, que procurará combinar crítica literaria con historia del género fantástico y pequeños (o no tan pequeños) consejos de escritura.
Mi intención es ir alternando diversos formatos. Ahí tenéis el primero: reseñas de libros recientes de género fantástico (que, quizás más adelante, combine con un club de lectura online). Desearía grabar también monográficos sobre distintos autores destacados, así como videoensayos más extensos acerca de obras singulares de la historia de la ciencia ficción, la fantasía y el terror u otros temas relacionados con la narrativa fantástica (sin excluir necesariamente medios alternativos como el cine o los videojuegos).
Con el tiempo, desearía ir reuniendo también una comunidad de aficionados al fantástico, que me permitiría (Patreon mediante) ampliar el enfoque para incluir también presentaciones online y charlas con autores y editores, reportajes sobre eventos y… bueno, realmente no he llegado a pensar tan lejos, porque solo esto, en condiciones ideales, ya va a costar bastante, pero en principio no me cierro a nada.
¿Supone esto el cierre definitivo del blog?
¡No!
Ya no es solo el tiempo y el esfuerzo que he dedicado durante casi diecinueve años a Rescepto Indablog, sino que de verdad aún pienso que los blogs tienen su lugar en el ecosistema de la divulgación por internet. Cuando menos, pretendo aprovechar este repositorio de más de mil reseñas para complementar los vídeos (como podéis comprobar si acudís a la página de YouTube, en la descripción del vídeo he incluido enlaces a las reseñas de muchos de los libros que menciono en la crítica). Eso sí, posiblemente a medio y largo plazo (a corto plazo lo tengo cubierto por un tiempo) reduzca el ritmo de actualizaciones, porque ocuparme a la vez de ambos canales va a exigir muchísimo trabajo.
No es, pues, un cambio de rumbo, sino una ampliación de operaciones, que busca conectar mejor con las tendencias actuales, y me encantaría que me siguierais también en esta aventura. Os invito, pues, a ver la videorreseña, así como a suscribiros al canal y darle a la campanita para recibir las actualizaciones, y si os parece bien, cualquier megusta, comentario o recomendación serán más que bienvenidos y ayudarán enormemente a que el canal empiece con buen pie y encuentre pronto la senda del crecimiento.
¡Muchas gracias por anticipado!
September 30, 2025
Ammonite
«Ammonite» (1993) fue la primera novela publicada por Nicola Griffith, recientemente reconocida como la última Gran Maestra por parte de la SFWA. Trata sobre un misterio biológico, una colonia perdida y recientemente recontactada (un escenario que retrotrae necesariamente el ciclo Hainish de Ursula K. Le Guin), donde un virus provocó en el lejano y ya ni siquiera legendario pasado la muerte de muchas mujeres y de todos los hombres. Tras la recolonización por parte de una expedición militar, la Compañía (la típica megacorporación ultracapitalista) se encuentra con un grave problema, pues no puede permitir que la epidemia se extienda más allá de Jeep (que así se llama el planeta), ni tampoco perder la inversión que ya ha efectuado.
Será tarea de una antropóloga del SEC (una especie de consultor ético para asentamientos) el tratar de desvelar los misterios de Jeep (incluyendo cómo se siguen reproduciendo las nativas, dado que su población es desde hace siglos exclusivamente femenina), bajo la amenaza de una cuarentena perpetua (no solo para las nativas, sino también para lo que queda del destacamento de exploración)… o de la destrucción, si el virus se muestra particularmente resistente y existe la menor posibilidad de que salga del planeta.
La novela levantó en su momento bastante polvareda, llegando a ser finalista de los premios Arthur C. Clarke (fue derrotada por «Vurt«, de Jeff Noon) y BSFA (perdiendo ante «Aztec century», de Christopher Evans), al tiempo que ganaba el James Tiptree Jr. y el primer premio Lambda (en ciencia ficción/fantasía lésbica) de los cuatro con que cuenta Griffith. Desde entonces, además, ha conservado su estatus como pionera, siendo a menudo citada como influencia por muchas de las escritoras punteras actuales.
En el epílogo, la autora comenta que no quería escribir ni una utopía ni una distopía sobre sociedades monogenéricas (característicamente, todo mujeres), sino una historia rica en personajes de personalidades y moralidad diversa, para demostrar que una mujer podía desempeñar cualquier papel dentro de una historia. Hasta ahí, conseguido… más o menos, con diversos personajes que abarcan desde el arquetipo de sabias sanadoras hasta el de salvajes vengativas sedientas de sangre. Sin embargo, ese mismo propósito de plasmar cómo una mujer podía ser tan diversa y compleja como cualquier hombre se da de bruces con la categorización subyacente de rasgos masculinos (a evitar) y femeninos (a potenciar), que da como resultado a dos protagonistas (una oficial militar y una antropóloga) masiva e increíblemente incompetentes en lo que se supone que son sus respectivos trabajos.
Esto último resulta especialmente dañino para la trama, que se centra de forma casi exclusiva en ellas dos, mientras se enfrentan a sus desafíos personales. En el caso de la antropóloga, tenemos un viaje de exploración que aborda sin apenas preparación, a la búsqueda de su predecesora, y que la lleva a contactar, no siempre en buenos términos, con distintas culturas autóctonas (comerciantes, guerreras-cazadoras, pescadoras…). Por supuesto, acaba cayendo en la indigenización (por eso del misticismo, de encontrarse a sí misma y superar sus traumas internos), descuidando por completo sus deberes para con sus coterráneas hasta que ya es casi demasiado tarde para hacer algo.
La comandante en funciones (al ser la oficial superviviente de mayor graduación), por su parte, ha de enfrentarse al doble desafío de gestionar una fuerza de avanzadilla colonizadora que ha perdido de golpe y porrazo dos tercios de su contingente humano (aunque, curiosamente, el problema parece ser puramente logístico, pues el esperable trauma ante la pérdida, no solo impersonal, sino también en algún caso de amigos o parejas, parece ausente por completo); y de enfrentarse a la traición entre sus filas (con quitacolumnistas que responden directamente ante la Compañía, saltándose toda la cadena de mando y poniendo en peligro la subsistencia de la propia colonia).
Otros personajes secundarios, liberados del peso de tener que cargar con el punto de vista, sí que consiguen mostrar una personalidad más diversa y trabajada. Por desgracia, su participación no basta para elevar el interés del conjunto, porque en última instancia la imagen que tenemos de ellas está mediatizada por las perspectivas estrechas que nos permite la voz narrativa. Todo ello configura una narración frustrante. Griffith parece estar evitando de forma premeditada cualquier actuación que pueda ser considerada excesivamente «masculina» por parte de sus protagonistas, haciéndolas caer así, quizás por sobrecompensación, en una indecisión crónica que bordea la incapacidad criminal.
Para terminar de echar a perder el componente épico, nunca llega a mostrar una amenaza existencial sobre la civilización comerciante y la colonia terrestre lo bastante seria (de nuevo, un ejército moderno mínimamente competente, pese a la conveniente desactivación de su tecnología por los fenómenos atmosféricos de Jeep, no debería experimentar el menor problema, ni por medios, ni por preparación, para eliminar a una horda poco menos que de la edad de piedra, por muy fanatizada que esté, desplazada además de su hábitat natural en las montañas).
Si a todo esto añadimos que el misterio que se apuntaba inicialmente como clave en la historia (cómo se reproduce una sociedad de solo mujeres y en qué consiste exactamente el virus que ha matado a todos los hombres y a una de cada cinco mujeres extraplanetarias) se soluciona mediante una explicación más mística que científica, y que entre medias se echa a perder también el único elemento realmente sugerente de la historia (la intervención soslayada de los antiguos habitantes inteligentes oriundos del planeta y sus posibles descendientes actuales)… pues mal vamos.
He de reconocer que las historias de colonos abandonados por siglos en un planeta y que han revertido a cierto tipo de sociedad arcaica no suelen atraerme mucho, pero cuando además se entremezclan en el asunto nociones malentendidas de Rousseau y filosofía New Age (que, básicamente, acaba justificando el reiki), apaga y vámonos. Por añadidura, la novela deja tantos flecos sueltos que parece evidente que había planeada una secuela que nunca llegó a escribirse.
September 23, 2025
The demon in the mirror
Andrew J. Offutt, un autor, fallecido en 2013, fue conocido sobre todo por su espada y brujería, en la línea de (y a menudo como homenaje directo a) Robert E. Howard.
Aparte de unos cuentos primerizos, su carrera empezó realmente a mediados de los años sesenta, orientada inicialmente hacia la ciencia ficción, pero redirigida pronto hacia la fantasía heroica, desarrollada principalmente en las décadas de 1970 y 1980. En su seno, por ejemplo, participó activamente en el escenario compartido del Mundo de Ladrones, escribió tres pastiches de Conan (entre los que destaca «Conan y la espada de Skelos») y seis sobre el héroe irlandés Cormac Mac Art, así como un par de trilogías propias, la de War of the gods in Earth y la de War of the wizards (con Richard K. Lyon). A esto se le suman en principio un puñado de novelas independientes y ya solo cabría hablar de su labor como editor de la serie de antologías de fantasía heroica Swords Against Darkness (cinco entre 1977 y 1979) o su servicio como noveno presidente de la SFWA entre 1976 y 1978. ¿O no?
Porque lo cierto es que el grueso de la producción de Offutt se centró en otro mercado, el erótico, bajo seudónimos como John Cleve, Turk Winter y así hasta doce más, que le llevaron a publicar más de cuatrocientas novelas y novelas cortas eróticas en unos cuarenta años de profesión. Esta actividad se mantuvo en secreto hasta su muerte y a efectos de lo que nos ocupa, cabría mencionar la intersección con el fantástico en series como Spaceways (ciencia ficción erótica), en la que publicó diecinueve novelas en catorce años, o la tetralogía histórico-erótica de The Crusader, ambas bajo el seudónimo de John Cleve.
La historia de «Demon in the mirror», primera entrega de la trilogía War of the wizards, sin embargo, empieza con otra persona, Richard K. Lyon, un escritor amateur que había intentado publicar por su cuenta lo que básicamente era un fanfiction sobre Valeria, la pirata de la Hermandad Roja de Robert E. Howard coprotagonista de «Clavos rojos«. Tras pasarle el manuscrito a Offutt, este le propuso reescribir la novela por completo y repartirse los derechos. Así nació Tiana de Reme, hija ilegítima de un duque y adoptiva de un capitán pirata que, al jubilarse, le traspasa el mando de su barco (aunque luego le pica la nostalgia y vuelve como primer oficial).
Estructuralmente, «The demon in the mirror» (1978) es una novela totalmente episódica, hasta el punto de constituir poco más que un fix-up, aunque las historias nunca vieron una publicación previa independiente. La historia arranca con el navío de Tiana abordando un buque que transporta un tesoro mágico. Tras superar las trampas que lo protegen y al intentar vender su botín en la cercana ciudad a donde iba dirigido el navío, la capitana pirata se encuentra metida en una misión desesperada por recuperar las partes desmembradas del poderoso mago Larramed, pues sin reconstituirlo y matarlo definitivamente, su hermanastro, asesinado por el hechicero, no podrá descansar en paz.
Buena parte del resto del libro se ocupa en describir cómo Tiana por un lado y su tripulación al mando de su padre adoptivo por el otro, viven diversas aventuras, repletas de magia, exotismo y criaturas monstruosas, para recuperar los miembros cercenados y dispersos de Larramed (su cabeza, su torso, piernas, brazos y mano… pues la otra ya la transportaba el primer navío).
Si bien el primer encuentro con Tiana no resulta muy esperanzador, pues el estilo peca un tanto de las sobreexplicaciones de Srague de Camp y Lin Carter, pronto se resarce con historias tan imaginativas como dinámicas, que involucran desde un aquelarre de monjas vampiras que sirven a un murciélago gigante, hasta unas antiguas ruinas habitadas por lagartos gigantes y hechizadas por guerreros-sombra que albergan un inmenso huevo de fénix, pasando por jardines encantados (que recuerdan uno de los cuentos de Zothique de Clark Ashton Smith), jinetes de la tormenta, tumbas reales cuajadas de gemas, islas doblemente embrujadas, hombres-cuervo y príncipes desesperados por reclutar ayuda para salvar su ciudad.
Ciertamente, nada de todo esto es un prodigio de estilo, por mucho que los autores se esfuercen por dotar a su prosa de un tono exótico, pero cumplen de sobra con lo que se espera de una aventura de espada y brujería, e incluso me atrevería a decir que están por encima de la media del género. Eso sí, pese a contar con una protagonista femenina, el punto de vista es desvergonzadamente masculino, con Tiana aprovechando cualquier ocasión para admirarse en los espejos y alardear de lo macizorra que está (nada que ver con la Jirel de Joiry de Catherine L. Moore, y sí mucho más con la Sonja la Roja reimaginada para el cómic por Roy Thomas y reintrepretada con su famoso bikini de malla por Esteban Maroto).
Lo que termina de elevar la propuesta es que, pese a esta naturaleza episódica que he descrito, que al principio parece limitarse a la recuperación del fragmento de cuerpo de turno, poco a poco la historia va entrelazando pistas y, hacia el final, ya tenemos una imagen clara de quién fue Larramed, qué es lo que busca el contratador con su cuerpo y cuál era la motivación real de Tiana. Del mismo modo, a la hora de resolver todo el conflicto (que no es sino el principio de una lucha por la supremacía entre magos, como sugiere el título general de la trilogía), los autores logran atarlo todo con cierta habilidad, lo que acaba por aportar la muy necesitada sensación de cohesión al conjunto y deja al lector satisfecho. No es poca cosa, en un género que no siempre es capaz de aportar ese mínimo de coherencia interna en medio de las más o menos inverosímiles hazañas de sus protagonistas.
La trilogía, cofirmada siempre por Lyon y Offutt, se completó en 1980 con «The eyes of Sarsis» y 1981 con «Web of the spider». Ambos autores colaborarían una vez más en la novela de ciencia ficción «Rails across the galaxy» (1982) y en un puñado de relatos, pero más o menos por esas fechas Andrew J. Offutt empezó a volcarse de lleno en su otra carrera literaria y dejó por completo de publicar fantasía o ciencia ficción no erótica.
September 16, 2025
Walk to the end of the world (Caminando hacia el fin del mundo)
Suzy McKee Charnas fue una autora cuyo debut en 1974 con «Walk to the end of the world» («Caminando hacia el fin del mundo»), supuso todo un hito dentro de la ciencia ficción feminista. Por desgracia, el resto de su producción nunca llegó a rayar a la misma altura, lo que no le impidió ganar un premio Nebula de novela corta en 1981 por «Unicorn tapestry» (parte luego del fix-up «El tapiz del vampiro», también finalista) y un Hugo de relato en 1990 por «Boobs»).
«Caminando hacia el fin del mundo» fue concebida inicialmente como una sátira política, pero a lo largo de su escritura acabó derivando hacia una de las distopías feministas más extremas (lo que le ha valido alguna que otra polémica), que cementó su posición como una de las grandes voces del género (aunque su fama ha ido menguando con los años). He de reconocer que la sinopsis no me atraía demasiado, en parte por lo flojas que me han parecido otras novelas aparentemente similares (como «El cuento de la criada«), pero sobre todo porque ninguna de las sinopsis que había leído eran capaces de plasmar la riqueza de la historia, que trasciende la etiqueta de distopía feminista, ya que el mundo que nos presenta (Holdfast, una pequeña franja fértil en medio de un mundo arruinado) alberga una sociedad enferma y retorcida, más allá de cualquier esperanza.
«Caminando hacia el fin del mundo» es una historia postapocalíptica, en la que las tensiones de su época (finales de los sesenta, principios de los setenta), proyectadas más allá de un cataclismo antropogénico nunca explicado (una guerra quizás, o una debacle ecológica mundial), han creado una sociedad absoluta y totalmente disfuncional, modelada por desequilibros de poder que han conducido no solo a un machismo exacerbado (hasta extremos que rara vez, si alguna, se han visto plasmados), sino también a una gerontocracia opresiva y a una deshumanización general que convierte la existencia en una parodia, evidentemente condenada al fracaso.
Todo ello surge de que los únicos supervivientes, refugiados durante generaciones en búnqueres subterráneos, son descendientes de ricachones ultraconservadores, que achacaron la destrucción a la feminización de la sociedad, a la lucha por los derechos civiles de los no-hombres y a los movimientos contestatarios juveniles (todos esos hippies pidiendo paz, amor e igualdad) y, por ende, demonizaron todo lo femenino, hasta el extremo de cosificar a las mujeres como seres irracionales lamentablemente necesarios para la reproducción y decidieron que el impulso natural de los hijos es hacia la destrucción de sus padres. Esas fueron las razones por las que, al emerger a un territorio yermo en el que el único alimento disponible es un alga (que se nutre de la contaminación), crean una civilización que odia a las mujeres y oprime a los jóvenes, al tiempo que niega los vínculos familiares.
La genialidad de la autora es presentárnoslo todo a través de visiones parciales y lógicamente subjetivas, por medio de las cuales no siempre resulta evidente captar hasta qué punto las contradicciones internas han tensionado la viabilidad de un sistema que ya de inicio nos resulta deleznable. Aun más, el desarrollo se nos presenta de forma bastante clara como adscrito a una narrativa heroica de búsqueda y rebelión, pero no para de tropezar con esa misma disfuncionalidad, desafiando nuestras expectativas de redención con giros no por sorprendentes menos lógicos… a posteriori.
El camino al que se refiere el título es el que toman un capitán de rovers (hombres especialmente criados como brutos sin apenas cerebro) que se niega a ser promovido a senior (algo impensable), un proscrito que sobrevive como darkdreamer (proveedor de droga) en el yermo y su antiguo compañero de rebelión, al que se castigó haciéndolo comandante de Endpath (el lugar al que acuden los seniors a morir cuando están cansados de la vida). Lo que acaba moviendo a todos es encontrar al padre de este último (algo inusitado el que sea conocido), lo que los lleva por todo el Holdfast en una búsqueda de sentido, o quizás meramente de rebelión y alternativa.
Es un tópico bien establecido: la sociedad opresiva, la iluminación del héroe y el camino hacia la subversión de los cimientos del sistema. Por todo ello, el auténtico mensaje, cuando finalmente se nos revela, es infinitamente más poderoso que en la mayoría (si no todas) las utopías/distopías feministas de Segunda Ola. El Holdfast, con su organización social brutal, inmovilista y patológicamente anti-fem (cuyas fuerzas apenas les dan para sobrevivir), con su catástrofe ecológica en ciernes y la tensión creciente en la juventud oprimida, no está maduro para el cambio, sino para la destrucción.
En medio de las atrocidades más evidentes, que nos remueven y nos hacen anhelar una revolución reparadora, este mensaje, repleto de sutilezas, puede pasar inicialmente desapercibido, por lo que una vez expuesto nos permite reevaluarlo todo bajo una nueva y terrible luz y darnos cuenta de nuestra ingenuidad. Hay circunstancias que no pueden ser reconducidas, caminos que solo pueden conducir al fin del mundo. A veces, para rectificar, primero hay que dejar que todo se derrumbe (o, más bien, aguantar hasta ahí, porque no hay nada que pueda hacerse, ni para prevenir, ni para evitar ese destino).
Una pequeña obra maestra que, me temo, ha sido bastante malinterpretada (y, por lo que he leído por ahí, no en menor grado maltratada por la traducción existente) .Lo único que podría recriminarle es precisamente los dos momentos (el primero en una especie de prólogo y el segundo en el cambio de un capítulo) en el que la narración entra en modo expositivo puro, planteando de forma explícita cuestiones que hubieran funcionado mejor integradas de forma implícita en la narración, para que las fuéramos descubriendo poco a poco. Aunque quizás esto quepa achacárselo a necesidades circunstanciales de la época en que se publicó (a tal efecto, yo recomendaría a cualquiera que abordara la lectura prescindir del prólogo por completo y sumergirse de pleno sin preparación de ningún tipo en el Holdfast).
En 1978, Charnas publicó una secuela, «Motherlines» (bajo otro sello, pues el original se mostró reticente a tratar las, por otra parte lógicas en un ambiente tan misógino, relaciones homosexuales entre los hombres del Holdfast). Ambos títulos recibieron el premio James Tiptree Jr. de forma retrospectiva. Muchos años después, en 1994, la autora dio continuación a las Crónicas del Holdfast con «Furies» y completó el proceso de transformación social con «The conqueror’s child» (1999, ganadora del premio James Tiptree Jr.). En su conjunto, la serie fue inducida en 2003 en el salón de la fama del premio Gaylactic Spectrum. Pringle incluyó «Caminando hacia el fin del mundo» en su lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción.
Otras opiniones:
De Mario Amadas en CDe Francisco Javier Súñer en El Sitio de Ciencia FicciónJuly 15, 2025
Bears discover fire and other stories
Terry Bisson fue un autor, fallecido a principios de 2024, que publicó cuatro novelas no especialmente reconocidas en los años ochenta, antes de iniciar una distinguida carrera en el campo de la narración breve, impulsada por el éxito de «Bears discover fire», tan solo su segundo relato, que le valió en 1991 los premios Hugo, Nebula y Theodore Sturgeon. Junto con estos relatos, que produjo a un ritmo constante durante casi treinta años (especialmente para Asimov’s, Omni y Playboy en su etapa más aclamada), siguió publicando ocasionalmente alguna que otra novela y, cada vez más a menudo, novelizaciones de películas de ciencia ficción bajo seudónimo. A los premios para «Bears discover fire», se les unió el Nebula de relato por «macs» (1998).
Su primera antología llevó precisamente por título «Bears discover fire and other stories» (1993) y cabe señalar que no se trata exactamente de la que aquí publicó Runas en 2007 como «Cuando los osos descubrieron el fuego», sino que esa era una selección de historias de «Bears discover fire» e «In the upper room and other likely stories», su segunda antología, del año 2000. Lo que aquí reseño es la edición estadounidense, y por eso no he añadido en el título la traducción, como suele ser mi costumbre al reseñar libros que he leído en inglés.
La antología se abre precisamente con «Bears discover fire» («Cuando los osos descubrieron el fuego»), publicado originalmente en el número de agosto de 1990 de la Asimov’s, y lo cierto es que no comprendo el porqué de los premios. La premisa anunciada en el título, que de repente empiezan a avistarse osos llevando antorchas y celebrando reuniones nocturnas en la mediana de las autopistas, no tiene absolutamente nada que ver con la trama, que gira más bien en torno a la vejez y la muerte, con una perspectiva bucólica en la que el componente fantástico tan solo aporta cierto halo de irrealidad. En un tono similar, aunque aun menos fantástico, se desarrolla «The two janets» (Asimov’s 1990), sobre una joven que se va de su pueblo (el mismo donde vivía Bisson) para triunfar en la industria editorial, solo para enterarse por una amiga que un montón de autores famosos han empezado a mudarse precisamente al lugar que ha abandonado.
Más estupefacción me produce «They’re made out of meat» («Son todo carne», Omni 1991), no tanto por sí mismo como por el hecho de que fue finalista del premio Nebula con una historia que tan apenas hubiera considerado válida cincuenta años antes (extraterrestres mecánicos escandalizados con la carnosidad humana). Mucho más imaginativa se me antoja «Over flat mountain» («Omni, 1990… que de hecho fue su primer cuento publicado), que sigue a un camionero por el paso que se ha formado al replegarse todos los montes Apalaches en una única meseta titánica. No hay explicación alguna, pero al menos evoca imágenes exóticas.
De los cuatro siguientes, «Press Ann» (nominado al Hugo), «The coon suit» y «Next» son chistes breves, de los que solo el primero (sobre un cajero automático que parece poseer el poder de conceder cualquier petición) tiene algo de gracia (además, está escrito exclusivamente en forma de diálogo, algo que de vez en cuando hacía Bisson). «The coon suit» vuelve a carecer de elementos fantásticos y vuelve al ambiente rural, aunque ahora con un tono de humor negro, mientras que «Next» trata sobre la imposible burocracia a la que se enfrenta una pareja negra para obtener un certificado de boda. El irónico motivo pudo parecer muy incisivo en 1992, pero me temo que el paso del tiempo y la evolución de las sensibilidades no le ha hecho ningún favor. De esta tendencia humorística se desmarca «George», el único cuento escrito específicamente para la antología, sobre el inaceptable futuro que un médico ve para un niño que se le presenta como autista, siendo en realidad el siguiente paso en la evolución humana. Tan pedante como poco ético, por mucho que busque justificarse.
La cosa cambia por fin con «Necronauts» («Necronautas», Plaboy 1993), una versión un tanto más malsana de la película «Línea mortal» (1990), sobre un pintor ciego contratado para participar en un experimento sobre vivencias más allá de la muerte. Empieza lento, pero poco a poco coge ritmo, y su longitud casi de novela corta le permite un desarrollo más profundo que las anécdotas en que se basan el resto de relatos de la antología. Al tema ya de por sí morboso, se le añade una relación sexual con ecos de necrofilia, casi echada a perder por la necesidad de mantenerla marginalmente sexi para contentar al público de la revista. Fue finalista del premio Nebula a relato largo que ganó David Gerrold con «El niño marciano».
La verdad es que no tengo mucho que decir de los próximos relatos. Recuerdo vagamente que «Are there any questions?» va sobre la maravillosa opción de utilizar la basura como materia prima para la creación de terreno edificable (la ironía, si la hay, se me escapa). «Two guys from the future» («Dos chicos del futuro») es la historia de un par de viajeros en el tiempo, encargados de adquirir obras de arte para salvarlas de un futuro e impreciso holocausto… que se resuelve como un mal chiste (supongo) sobre paradojas temporales. «Canción auténtica de Old Earth» («Canción auténtica de la antigua Tierra) retorna al sentimentalismo bucólico, con la Tierra reducida a un parque de atracciones anticuado. Por su parte, tanto «The toxic donut» como «Partial people» son sátiras a medio construir, poco más que bosquejos, que apenas conllevan fuerza.
«Carl’s Lawn & Garden» (Omni, 1992) arranca mucho mejor. Nos describe un mundo en el que apenas quedan plantas y Carl gestiona un negocio que se encarga principalmente de mantener simulacros de jardín. Imaginativo y elocuente… hasta que el autor siente la necesidad de olvidarse de la sutileza y recalcar el mensaje ecologista con una alegoría burda. Hay dos microcuentos de los que no recuerdo absolutamente nada: «The message» y «By permit only». Cierran el volumen dos cuentos largos (casi novelas cortas). «England underway» es el más destacado, sobre un inglés de edad avanzada que se niega a salir de su pueblo, casi de su cuartucho, ni siquiera para visitar a su familia al otro lado del Atlántico, aplicándosele entonces el dicho de que si Mahoma no va a la montaña… la montaña llevará a Mahoma. Una idea interesante que no termina de llegar a ningún lado, lo cual no previno que fuera finalista de Hugo, Nebula y World Fantasy. Por último, «The shadow knows», con de nuevo un protagonista de edad avanzada, en este caso un antiguo astronauta, al que vuelve a reclutar para tratar con una ¿sonda? alienígena, portadora al parecer de un mensaje misterioso (incluso después de haber sido transmitido).
No creo que haga falta especificar que no es una antología que me haya impresionado mucho. Bisson posee un estilo elegante, pero a sus cuentos (incluyendo el que le dio fama) les falta en mi opinión sustancia. Demasiado a menudo son chistes elongados o tall tales con apenas pinceladas fantásticas, que intentan emular sin éxito el realismo mágico (carentes sin embargo de la crítica social que le es tan fundamental). Supongo que es una forma de narrar que resuena con las sensibilidades estadounidenses, gracias sobre todo a la influencia de talleres como el Clarion, pero a mí su falta de profundidad me deja totalmente frío.
Otras opiniones (de la compilación española de igual título):
De Francisco José Súñer en El Sitio de Ciencia FicciónDe José Antonio del Valle en StardustDe Julián Díez en CDe Enric Quílez en El Mundo de YarhelJuly 8, 2025
Deryni rising (Deryni: el resurgir)
Tras la profunda huella cultural que dejaron las primeras publicaciones económicas de «El señor de los anillos» en los EE.UU. (la pirata de ACE y posteriormente la oficial de Ballantine), la literatura de fantasía recibió un fortísimo impulso que hizo que empezara a separarse claramente de la ciencia ficción, a cuya sombra se había desarrollado desde la época del pulp.
Precisamente a partir de edición de Ballantine, nació en 1969 una de las colecciones más míticas de la historia de la fantasía, la Adult Fantasy Series (que retroactivamente englobó varios libros de o sobre Tolkien, así como la reedición de la trilogía de Gormenghast, cuatro libros de E. R. Eddison y otros títulos sueltos). El encargado de seleccionar as obras que se irían añadiendo fue Lin Carter y la selección final de sesenta y cinco títulos (más dieciocho previos) se constituyó como un primer canon de la fantasía «clásica» (que se completaría posteriormente a través de la Newcastle Forgotten Fantasy Library).
Hubo también novelas originales de la colección, pero muy pocas, y de entre ellas las únicas firmadas por un autor novel fueron las que conformaron la primera trilogía de Deriny, de Katherine Kurtz, que en virtud a esa distinción se convirtió en una de las primeras muestras de fantasía épica moderna post-Tolkien (lejos todavía de las copias más o menos descaradas que se impondrían unos años después). «Deryni: el resurgir» («Deryni rising», 1970) trata sobre la problemática sucesión del joven príncipe Kelson al trono de los Once Reinos, tras el asesinato mágico de su padre, para lo cual deberá abrazar su herencia y poder deryni, tradicionalmente denunciados por la iglesia como blasfemos tras la caída de una dinastía deryni siglos antes.
Hoy en día no parece algo excesivamente imaginativo. Podría considerarse la típica fantasía épica medievaloide, con cuarto y mitad de intrigas palaciegas y un worldbuilding, al menos en esta primera entrega, no excesivamente desarrollado. Es lo que tienen los precursores, que sus innovaciones aparentan ser lugares comunes ante los ojos de lectores muy posteriores. El caso es que de típica no tenía nada, y fue precisamente esa ambientación medieval (que ha llevado a algunos críticos a considerarla precursora de la fantasía histórica, aunque en realidad los paralelismos con la plena edad media británica no pasan de inspiración) la que la distinguió inicialmente.
En realidad, sorprende lo bien que aguanta el tipo pese a su carácter pionero. Sin la obsesión por la desmesura que caracteriza muchas de propuestas posteriores, «Denyri: el resurgir» se desarrolla (salvo un pequeño prólogo) en apenas dos días, con la acción circunscrita a la parte noble de una ciudad (Rhemuth) y no más de dos docenas de personajes directamente implicados. Pese a esas limitaciones, o quizás gracias a ellas, el ritmo es vivo y las apuestas claras.
En el día en que el príncipe Kelson alcance su mayoría de edad (a los catorce años), será coronado monarca de Gwynedd, uno de los once reinos. Existe, sin embargo, otro aspirante al trono, la hechicera deryni Charissa (que es quien urdió el plan para matar a Brion Haldane, el padre de Kelson), y si antes del enfrentamiento el joven no logra activar sus poderes deryni (una característica de los Haldane, pese a no ser de esa estirpe), su derrota es segura.
El problema es que su propia madre, una ferviente cristiana, se opone a ello, hasta el punto de intentar sentenciar a muerte a Alaric Morgan, el mejor amigo de Brion y el único deryni (medio deryni en realidad) que se muestra abiertamente como tal en la corte. Salvarlo será solo el primero de los problemas a los que se enfrentan, porque disponen de muy pocas horas para descubrir y ejecutar el ritual de transferencia del legado Haldane, y no solo se enfrentan a la oposición de la regente y de la poderosa iglesia (aunque Duncan McLain, confesor y tutor de Kelson, es también secretamente deryni), sino también a la traición de aquellos que se han vendido a Charissa.
No creo que la trama vaya a volarle a nadie la cabeza, pero la historia tampoco se percibe anticuada en lo más mínimo y resulta perfectamente adecuada. Destacaría especialmente el equilibrio entre preparación e inmadurez de Kelson, de modo que «Deryni: el resurgir» no cae nunca, pese a la edad de su protagonista, en las trampas de la fantasía juvenil.
Por supuesto, hay cosillas que no terminan de cuadrar, como la cuestión de qué esperanzas de usurpar el reino tiene realmente Charissa dada la violenta animadversión del pueblo de Gwynedd ante cualquier sospecha incluso de tener trazas de sangre deryni (algo que tiene su paralelismo histórico con el antisemitismo de muchas sociedades medievales). De igual modo, los poderes deryni nunca terminan de quedar claros, y eso le resta, pese a su espectacularidad, algo de intriga al duelo final. En cualquier caso, son cuestiones menores que no deberían pesar en demasía a la hora de valorar una obra que no necesita tirar de galones pioneros para reclamar un lugar destacado dentro del campo de la fantasía épica.
Esta trilogía Deryni original (Las crónicas de los Deryni) se completó con «Deryni: Jaque mate» (1973) y «Deryni: la grandeza» (1973). Con el correr de los años, la serie Deryni se extendió por otros trece libros, quedando estructurada en cinco trilogías y un volumen independiente, además de un par de tomos relacionados y diversos relatos, con ciclos que se organizan tanto en secuelas como precuelas de las crónicas (ambientadas entre los años 1120 y 1121).
«Deryni: el resurgir» obtuvo la categoría de finalista en la primera edición del Mythopoeic Award, perdiendo ante «La cueva de cristal», el inicio de la saga artúrica de Mary Stweart. Los otros finalistas fueron nada menos que Lloyd Alexander con «The marvelous misadventures of Sebastian», que ese año ganó el National Book Award a libro juvenil, y Roger Zelazny con «Los nueve príncipes de Ámbar«, la primera entrega de las Crónicas de Ámbar. Se encuentra incluida, además, entre las mejores novelas de fantasía de todos los tiempos, en las encuestas de Locus de 1987 y 1998.
Otras opiniones:
De Khardan en Los HacedoresJuly 1, 2025
Psicosis
La carrera de Robert Bloch es curiosa. La inició en el horror cósmico, como miembro más joven del círculo de Lovecraft, y durante los años 30, 40 y 50 realizó el recorrido habitual por las revistas pulp de terror (Weird Tales, Unknown) y ciencia ficción, siendo tan prolífico como inconsecuente. Su relevancia radica en el giro que fue dándole a su producción de terror, al ir despojándola de elementos sobrenaturales para centrarse más en la maldad humana, mostrando por ejemplo un fijación recurrente en personajes como Jack el Destripador o el marqués de Sade. Fruto de ello llegó su primera novela, «The scarf» (1947), con su primer asesino en serie.
No era exactamente una novedad, pues es una tradición que se remontaba al menos hasta las räuber novels o novelas de bandoleros del romanticismo alemán, y que en el contexto de los penny dreadfuls decimonónicos dio lugar a los géneros del true crime y la Newgate novel, pero sí que le dio un enfoque nuevo al integrar en el estudio de la acción criminal la psicología moderna (se sostiene, sin embargo, que el auténtico precursor del horror psicológico fue Edgar Allan Poe, y no podemos olvidarnos de «Crimen y castigo», de Fiódor Dostoyevski, 1867). Así, abrió un camino que más tarde transitarían autores como Richard Matheson (este sin abandonar el componente fantástico), Ira Levin y Thomas Tryon con los super éxitos de «La semilla del diablo» y «El otro«, Stephen King y Robert McCammon en algunos de sus bestsellers y, por supuesto, Thomas Harris con «El silencio de los corderos».
1959 fue el año pivotal de su carrera, pues publicó su único premio Hugo, el relato «Tren al infierno», y su quinta novela: «Psicosis» («Psycho»).
Por supuesto, todos sabemos de Norman Bates gracias a la película de Alfred Hitchcock (1960), y aunque la novela no fue inicialmente tan exitosa, su asociación con esa obra maestra no solo impulsó la carrera de Bloch (sobre todo como guionista), sino que decantó definitivamente su producción hacia ese tipo de horror psicológico realista (que poco a poco ha ido distanciándose de los géneros fantásticos para integrarse más bien en el thriller o el noir, a medida que los lectores han ido aceptando, e incluso exigiendo, cada vez más la plasmación cruda de los crímenes). «Psicosis», la novela, es uno de esos casos en los que hace falta comprender toda esta evolución histórica para poder apreciar su relevancia, dado que Bloch no era precisamente un fino estilista.
A grandes rasgos, la película de Hitchcock sigue bastante al pie de la letra la trama de la novela, que no es muy extensa, con lo que me ahorro la descripción de la misma. Existen detalles adicionales aquí y allá, como un exploración más profunda de los motivos, anhelos y miedos de Mary Craine, la secretaria ladrona que acaba muriendo en la ducha del motel Bates, pero salvo una cuestión que comentaré más adelante no son relevantes para el desarrollo de la historia y la caracterización de los personajes. De hecho, se puede afirmar sin ninguna duda que todos los hallazgos argumentales, desde jugar a presentar a la primera víctima como la protagonista antes de deshacerse brutalmente de ella a las primeras de cambio, hasta el famoso giro final, ya estaban presentes en la novela de Bloch.
¿Por qué entonces arrastra cierta fama, en mi opinión totalmente inmerecida, de mediocridad? Bueno, diría que por dos motivos principales. El primero es que fue un pionero, vadeando por terrenos desconocidos e inexplorados que con posterioridad otros muchos autores (como los mencionados anteriormente) seguirían, llegando más lejos y con mayor intensidad de lo que podía permitirse Bloch a finales de los años cincuenta (de hecho, la novela no fue ni mucho menos un éxito hasta después de que se estrenara su adaptación, pues era un producto totalmente de nicho). El segundo, que al contrario que él, Hitchcock sí que era un genio de la narrativa (visual en su caso), con lo que cada plano, cada secuencia de la película lograba sacarle el máximo partido a la historia. En una comparación con una obra maestra, siempre sales perdiendo.
Si no es una joya literaria y la adaptación replica de forma bastante fiel la trama, ¿sigue valiendo la pena leerla? Diría que sí, por dos motivos. El primero, que sigue siendo una buena historia, breve, por añadidura, y que por esas dos virtudes resulta entretenida, aunque ya sepas cómo va a terminar todo y el cine te haya destripado la sorpresa final hace sesenta y cinco años. Lo más relevante, sin embargo, para los aficionados al fantástico es lo que Hitchcock no quiso incluir, porque al provenir del campo de la literatura pulp de género, Robert Bloch jugó con la ambigüedad de que la asesina pudiera realmente ser la madre de Norman Bates, resucitada por medio de algún ritual esotérico por su desquiciado hijo.
En 1960 el gran público estaba preparado para descartar definitivamente el código Hays (la autocensura impuesta por los estudios cinematográficos desde finales de los años treinta), que «Psicosis», la película, contribuyó a dejar obsoleto, pero pedirles además que aceptarán la posibilidad de lo sobrenatural hubiera sido demasiado. En la novela, sin embargo, sigue presente, y aunque ya a nadie sorprenderá la resolución de la disyuntiva, sigue estando presente para conferirle ese sutil sabor, extraño y diferente, que sigue siendo efectivo a poco que nos dejemos llevar.
Bloch apenas cobró una pequeña cantidad por los derechos cinematográficos y fue ignorado por completo durante la escritura del guion, pero el éxito de la película le permitió postularse y hacer carrera en Hollywood como el autor de «Psicosis». También dirigió su carrera literaria de forma casi exclusiva hacia ese nuevo tipo de terror más realista (aunque aún publicó algunos textos, incluida una novela, en la línea del horror lovecraftiano).
En 1982 escribió una continuación, «Psicosis 2», ambientada en el mundillo de Hollywood que tan bien conocía por entonces Bloch y con un interesante juego metaficticio, que fue de nuevo ignorada por los productores de la secuela cinematográfica de 1983 (de mucho menor interés) y las subsiguientes entregas de la serie. En 1990, Robert Bloch completó la trilogía literaria con «La mansión Bates».
Otras opiniones:
De Santiago Villalba en Lector de Mil HistoriasDe Izas en Un Libro al DíaDe Isabel del Río en La Odisea del Cuentista

