Stardance
«Stardance», de Spider y Jeanne Robinson (1979), surgió de la expansión de la novela corta homónima («Danza estelar»), ganadora de los premios Hugo, Nebula y Locus en 1978, que narra la historia de Shara, una bailarina cuya carrera no puede desarrollarse en la Tierra y que para cumplir sus anhelos artísticos crea la disciplina de baile en gravedad cero… justo a tiempo de servir como medio de comunicación del primer contacto con una inteligencia extraterrestre a principios del siglo XXI.
La carrera de Spider Robinson se inició con sus primeras ventas profesionales en 1973, una serie de cuentos que se inscribirían en su serie más longeva, la del bar de Callahan (diez libros, entre novelas y antologías, publicados entre 1977 y 2003). Esta irrupción le valió en 1974 el premio John W. Campbell a mejor nuevo autor. Su primera novela fue «Telempath» (1977), ampliación de su novela corta ganadora también del Hugo «Por cualquier otro nombre».
A todo ello se unen otras tres novelas de la serie del «Asesino de mentes» (siendo la primera, de 1982, el único de sus libros traducido al español), junto con otras tres novelas independientes, una de las cuales, «Variable star» (2006), es una colaboración póstuma con Robert A. Heinlein, que fue su modelo y mentor, así como varias antologías propias.
Robinson ganó un tercer Hugo, de relato corto, en 1983 por «Elefantes melancólicos», así como un segundo Locus en 1977 en la categoría de corta vida de mejor crítico.
Vamos por partes. La novela corta surge claramente de la influencia de Jeanne Robinson (bailarina y coreógrafa) y gira en torno a la pasión, el impulso creador y la expresión corporal como fuerzas innovadoras, capaces de enfrentar cualquier obstáculo y sacrificarlo todo por un ideal imposible. El narrador es un camarógrafo, platónicamente enamorado de Shara, que lo sacrifica todo con tal de ayudarla a cumplir un sueño que le está vedado en la Tierra (no por falta de talento, sino por exceso de altura, en una disciplina dominada por compañías de baile que precisan de cierta uniformidad corporal).
Los obstáculos son múltiples, no siendo el menor de ellos el elitista acceso al espacio. Con determinación y sacrificios (y no me refiero solo a los derivados del trabajo extenuante), Shara cumple su sueño y empieza a crear todo un nuevo lenguaje artístico, hasta que al fin su propia vida está en juego (porque los Robinson no entendían muy bien cómo afecta la gravedad cero al cuerpo humano, interpretando la atrofia muscular y esquelética que se apreciaba en algunos astronautas como adaptaciones irreversibles a un nuevo medio). Nada, sin embargo, puede interponerse en su camino y eso, a la postre supone una tremenda suerte para la Tierra en un momento de necesidad extrema.
«Danza estelar» es una novela corta que se toma su tiempo para construir sus personajes, te hace creer en el baile en caída libre y asciende poética y empáticamente hacia un clímax tan poderoso como satisfactorio. ¿El problema? Que una vez conquistados tantos parabienes, la tentación de continuarla debió de ser irresistible.
La impresión que tengo es que las dos partes siguientes las escribió Spider Robinson casi en solitario (en ellas no se aprecia el mismo amor incondicional hacia el baile), y que su objetivo final era corregir un pequeño fallo con la conclusión de la novela corta: que no se daba mucho a continuaciones. Así, los dos tercios finales de «Stardance», la novela, se leen casi como un remake del fragmento original, añadiendo más personajes (lo cual diluye su importancia) y retocando aquí y allá cosillas para dejarlo todo encarrilado hacia una trilogía (que, de hecho, poco menos que se anuncia en el propio texto, aunque tardó tres lustros en concretarse).
En el proceso la pasión creadora pura de Shara se ve filtrada a través de una visión heinleniana de la excelencia individual (no tan absolutista como la original, todo hay que decirlo), estableciéndose paralelismos claros con «Forastero en tierra extraña» (y, en general, todo el Heinlein de su segunda época).
Las dificultades aparentemente insuperables que son la esencia del conflicto en la primera parte, desaparecen ahora de un plumazo gracias a los ingentes beneficios obtenidos a través de la comercialización de la danza estelar de Shara, su obra maestra. El camarógrafo funda pues una empresa junto con la hermana de la malograda artista (que, además, es una antigua amante) y, tras reclutar a una serie de personajes igual de maravillosos que ellos mismos, ponen en funcionamiento la primera troupe de danza en cero g… justo a tiempo para poder salir al encuentro de los alienígenas de la primera parte, que han retornado por sorpresa al Sistema Solar, aunque sus intenciones quizás no sean las mismas.
El gran problema, y lo que de verdad diferencia ambas variaciones sobre un mismo tema, son los insufribles personajes perfectos heinlenianos, modelados hasta el menor detalle siguiendo el modelo del maestro (hasta el punto de recrear el esquema de la doble pareja madura/joven heinlenita, a la que, de acuerdo con los nuevos desarrollos sociales, se suma una pareja gay para formar la gran y poliamorosa familia ampliada heinlenita. A ello le añadimos un poco de mística, idiosincrásica y levemente antigubernamental contracultura setentera y otro tanto de hard aeroespacial bastante bien resuelto y ya tenemos «Stardance», una novela que, sin ser desdeñable, es mucho menos interesante que la semilla de la que surge.
La serie de Stardance consiste además en otras dos novelas, publicadas más de una década después, «Starseed» (1991) y «Starmind» (1995), que abundan en la idea de la elevación de la humanidad hacia una nueva forma de existencia libre de las constricciones planetarias. La trilogía constituye la única colaboración literaria entre Spider Robinson y su mujer; y también las únicas piezas de ficción (al menos fantástica) atribuidas a esta última. Jeanne intentó desarrollar de verdad la danza en caída libre, pero la explosión del Challenger echó por tierra sus esfuerzos en ese sentido.
Pese a disfrutar de una recepción algo más fría que el texto original, la novela llegó a ser finalista en 1980 del premio Locus (cuarto lugar en novela de ciencia ficción), por detrás de «Titán» de John Varley (la ganadora), «Jem» de Frederik Pohl y «Las fuentes del paraíso» de Arthur C. Clarke, y justo por delante de «En alas de la canción» de Thomas M. Disch, lo cual no supone en absoluto mala compañía.


