La sombra
La luz penetrante de la luna llena cubría el campo al que la noche no abandonaba, sumido en un sueño de 12 horas antes de volver a la vida. Coronando, como Rey si corona, un caserón se imponía en medio de la tenebrosa luz blanquecina, esperando. Esperando sin saber conscientemente el qué. Ladeando la casa por la derecha, dando a la parte de las dos habitaciones principales, el corral, con dos perros labradores allí atados dando protección a uno de sus pocos sustentos alimenticios y económicos.
Sus habitantes dormían. Permanecían no tan ajenos a la vida exterior, pero en la noche sus ojos se cerraban para intentar sumirse en un profundo sueño del que cada 29 de mayo, despertaban de forma abrupta.
Los perros, trastornados, comenzaron a ladrar de forma psicótica. Sus colas escondidas entre las patas, no parecían indicar el temor que los enfurecidos ladridos emitían resonando con un terrible eco en las paredes del caserón. Los cuatro ojos que dormitaban en aquellas habitaciones, se abrieron. Los canes seguían ladrando, mientras algo se deslizaba… flotaba, emanaba; salía de la nada como el mismo aire sin ser aire.
Aquello comenzó a rondar entre los galpones del caserón, un susurro ‘suuh suuh’ acompasaba sus hipnóticos movimientos ‘suuh suuh’. Los ojos abiertos, pero nadie se acercaba a las ventanas, nadie salía de su cama, nadie se dejaba de cubrir son sus edredones. La eterna creencia infante de que ello nos cuida de todo mal.
Lastimero, arrastrando unas penurias que rozaban el llanto, un llanto acompañado de un eco de ultratumba comenzó a resonar por los pasillos, por los dos cuartos, por cada rincón de la casa.
Durante la mañana siguiente, cuando todos habían vuelto a sus labores, nadie hablaba. Las miradas rehuían las unas a las otras, los gritos que acompañaban la faena no eran protagonistas, el silencio tomó cuerpo y optaron por lo de siempre, no hablar. El secreto ya era suficiente.
A las puertas del corral, unos huesos sobresalían de la tierra, mordisqueados y ajados.
Sus habitantes dormían. Permanecían no tan ajenos a la vida exterior, pero en la noche sus ojos se cerraban para intentar sumirse en un profundo sueño del que cada 29 de mayo, despertaban de forma abrupta.
Los perros, trastornados, comenzaron a ladrar de forma psicótica. Sus colas escondidas entre las patas, no parecían indicar el temor que los enfurecidos ladridos emitían resonando con un terrible eco en las paredes del caserón. Los cuatro ojos que dormitaban en aquellas habitaciones, se abrieron. Los canes seguían ladrando, mientras algo se deslizaba… flotaba, emanaba; salía de la nada como el mismo aire sin ser aire.
Aquello comenzó a rondar entre los galpones del caserón, un susurro ‘suuh suuh’ acompasaba sus hipnóticos movimientos ‘suuh suuh’. Los ojos abiertos, pero nadie se acercaba a las ventanas, nadie salía de su cama, nadie se dejaba de cubrir son sus edredones. La eterna creencia infante de que ello nos cuida de todo mal.
Lastimero, arrastrando unas penurias que rozaban el llanto, un llanto acompañado de un eco de ultratumba comenzó a resonar por los pasillos, por los dos cuartos, por cada rincón de la casa.
Durante la mañana siguiente, cuando todos habían vuelto a sus labores, nadie hablaba. Las miradas rehuían las unas a las otras, los gritos que acompañaban la faena no eran protagonistas, el silencio tomó cuerpo y optaron por lo de siempre, no hablar. El secreto ya era suficiente.
A las puertas del corral, unos huesos sobresalían de la tierra, mordisqueados y ajados.
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