Rubén Ortiz > Recent Status Updates

Nadie que no sea puta puede entender la hermandad de las mujeres que viven del sudor de sus coños y es mejor así. Si existiera un mundo de putas, pues entonces tal vez sería un mejor mundo, y eso a nadie le conviene. Ni a los narcos, ni a los miltares, ni a las viejas roñosas que se persignan, ni a los morbosos que se levantan cada mañana a contemplar cadáveres, ni a los policías sin respuestas.

Hay algo muy peligroso, y es cogerle miedo a las palabras. Entonces dejas de decirlas, y se quedan dentro de ti como un pelo mal arrancado que se convierte en forúnculo.

Creo que roto este primer momento, estamos hablando dos adultas. En aquel momento yo era la adulta y tú la niña. Y, ¿qué palabras le pone una niña a todo lo que vive?

¿Se puede releer un mensaje que consta de una sola palabra? ¿Puede decirse que alguien relee una y otra vez una sola palabra, como si fuera necesario posar la vista en ella, como si fuera imposible nada más que recordarla? Parece que se puede, porque eso es lo que Gonzalo hace ahora: relee cincuenta, cien, doscientas veces la palabra ok.

Pru sonríe, le acepta la piteada y aunque sabe que al volver a fumar, después de tantos años, va a toser y le va a parecer horrible, igual se sorprende de lo mal que resulta el experimento. Tose como tuberculosa, Rita trata de ayudarla, le da unos inútiles golpecitos en la espalda. Pru se toma un trago largo de cola de mono, a falta de agua.

-¿Y la gente se separa mucho en Chiloé?
-No mucho, pero a veces quieres vivir más cerca de tus hijos o de tus nietos, y entonces te consigues un terreno y te llevas la casa. Y es bueno saber que tu casa no está pegada a la tierra. Que sirve para la tierra y también para el mar. Es bueno que la casa tenga patas, todas las casas deberían tener patas.
-Es hermoso -dice Pru, verdaderamente conmovida.

Llega la comida y en efecto es como si un director gritara ¡acción!
—¿A qué vas a postular, finalmente? ¿Qué vas a estudiar? —León se siente ridículo al pronunciar estas frases. Se siente ridículo pero también orgulloso, porque suena como un padre, los padres siempre preguntan esas cosas.

«Y si no conoces los nombres de los árboles, te los inventas», pensó esa noche, sombríamente, mientras chupaba con destreza la entrepierna de Carla.

Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.
Es una idea perfecta e imposible, pero igual, durante todos esos años, Carla generalmente quería estar exactamente donde estaba. También Gonzalo. Y también Vicente, sobre todo Vicente quería estar exactamente donde estaba…

-Quiero verte -dijo Gonzalo, por enésima vez, hacia el final de la conversación, obligado al todo o nada.
-Yo no quiero verte pero quiero que me lo metas por el culo -dijo ella, con placentera vulgaridad-. Y para que me lo metas por el culo tenemos que vernos.

¡ALTO! ¿¡Pero entonces por qué narices me estoy rayando!?

No tiene gracia que nos burlemos de sus sentimientos; burlémonos mejor del poema, de sus rñimas obvias o mediocres, de su sensiblería, de su involuntaria comicidad, pero no subestimemos su dolor, que era verdadero.

—Has entrado en mi casa —dijo— como en mi vida: por la puerta de atrás.
No sabría decir si se trataba de un halago o de un insulto, pero me gustó la frase y yo, frente a las frases que me gustan, pierdo el norte.

y hablábamos de la vida como si supiéramos lo que era la vida. Hablábamos de ella para averiguarlo porque no sabíamos nada, pobres, tampoco ahora, sin que el saber que no sabemos sirva de coartada para este aturdimiento. Me doy cuenta de que hablo por él al suponer que él tampoco sabe. Si le preguntaras por mí, tal vez haría un gesto de compasión que podría tratarse de un gesto de piedad hacia sí mismo.

Él abrió los brazos y me abrazó muy tiernamente.
—No llores, hijo. Si sigues siendo un niño tan sensible, vas a tener mucho por lo que llorar en la vida...
—Yo no quería, Papá... Yo no quería decir... aquello.
— Ya lo sé. Ya lo sé. No me he enfadado, porque en el fondo tenías razón.
Me acarició un poco más.

Un día, Iulian escribe SI TIENES MOTIVOS en un cartel que dice SONRÍE, justo al final del túnel de la experiencia. Al cabo de unas horas, una de las gobernantas manda a Elisa a borrarlo.

Hay palabras que te esconden y otras que te en-tregan. Las palabras son como una extremidad del cuerpo. Pueden agarrarte o darte un golpe o acariciarte. Y la chica con las suyas me sometió a la senectud sin pensárselo. Pasa lo mismo con las demás extremidades.

De la misma forma que es sumamente complicado disimular la vejez, también creo que aparentarla no es tarea para ti. Estás chocha, no hay más. Y esta vetustez tuya se afila con el tiempo. Se endurece y corta todo lo que tiene cerca. Se perfecciona sola. No tienes que esforzarte en que cada día duela más. Va puliéndose cada dia, dotándote de más y más pliegues como hojas de acero.

Y recordé mi adolescencia como una mesa puesta para una sola persona. Después de vivir una infancia que saltó tanto a la vista, a la vista de mi padre y, después, a la de mi madre, tuve una juventu que no llamó la atención de nadie. Ni a mi madre llamé la atención. Ni a mi padre, que dejó de llamar.