Arslan
El año 2009 se le concedió la distinción de Author Emerita a M. J. (Mary Jane) Engh, una autora que, de hecho, apenas cuenta con cuatro novelas y una docena de relatos publicados a lo largo de una veintena de años. La motivación de la distinción, de hecho, radica en una sola de sus novelas, la primera que publicó, «Arslan» (1976), que por alguna razón cuenta con numerosos y eminentes valedores, aunque sinceramente la base de ese prestigio se me escapa por completo.
Arslan es el nombre de un joven general del Turquestán que en el plazo de pocos meses logra de algún modo conquistar el mundo, o al menos las partes militarmente significativas del mismo. Nuestra perspectiva, sin embargo, es bastante limitada, pues inicialmente se circunscribe al pequeño pueblo de Kraftsville, perdido en mitad de Illinois, adonde un día llegan las tropas de Arslan, con el dictador a la cabeza, para en vez de continuar la marcha hacia algún lugar más relevante, asentarse allí y establecer una especie de puesto de mando para seguir coordinando la conquista global.
Nada más llegar, las tropas toman de rehenes a los niños de la escuela, establecen un toque de queda y proceden a desarmar a la población. No contento con eso, en una extraña e innecesaria celebración de la victoria, el propio general procede a violar a una niña y luego a un niño (frente a toda su tropa y a la madre de este último) y una vez ultimado el desarme distribuye a sus soldados por las casas del pueblo, bajo la amenaza de exterminio de toda la familia si alguno es asesinado, y él mismo se aloja en la vivienda de Franklin Bond, el director del colegio.
Las indignidades se suceden, con el rapto y exilio de todos los adolescentes del pueblo y la creación de un campamento militar ocupado por jóvenes rusos, así como un prostíbulo público con chicas igualmente extranjeras (de lo que se deduce que esos mismos serán los destinos de los adolescentes del pueblo). A partir de ahí, y con la ayuda renuente de Bond, Arslan pone en marcha su política de aislamiento total y autoabastecimiento local, cortando toda comunicación con los condados vecinos y desmantelando poco a poco la tecnología disponible hasta niveles propios del siglo XIX.
Supuestamente, esa es la misma política seguida no solo en el resto de los Estados Unidos, sino en todo el mundo, porque la intención confesa de Arslan es combatir la superpoblación, así como la destrucción medioambiental producida por la expansión industrial asociada a ella. Y en caso de no ser suficiente o de no conseguir el dominio absoluto, todavía tiene un plan B, que consistiría en la esterilización forzosa de toda la raza humana.
«Arslan» es descrita a menudo como una poderosa obra de política ficción, pero a mí se me hace muy cuesta arriba considerarla así, porque la historia no tiene ni pies ni cabeza. Algo más adelante trata de explicar, sin mucho éxito, cómo se llevó a cabo la conquista relámpago del mundo, pero incluso obviando ese detalle, la pasividad ovejuna de los habitantes de Kraftsville (por no entrar en el resto de los EE.UU., un país en el que hay más armas que habitantes, si bien no homogéneamente distribuidas) es ridícula. Engh, de hecho, arrebata su agencia a casi todo el mundo (especialmente a las mujeres, que apenas son siquiera nombradas) y la circunscribe a tres personajes (o dos y medio): Arslan, Bond y Hunt Morgan, el niño al que viola Arslan el primer día, que acaba convirtiéndose, ante el rechazo de su familia y amigos, en el amante (casi mascota) del general.
La filosofía de Arslan es «primero la violación y luego la seducción», y se supone que eso es lo que tenemos que sentir también como lectores: primero rechazo visceral y luego, poco a poco y a nuestro pesar, fascinación por el personaje y sus metas descabelladas. No sé cómo se percibían en los setenta algunos de los temas sobre los que gira la novela (reducidos al mínimo, la deconstrucción del poder heteropatriarcal y la masculinidad tradicional, representados por Franklin Bond, con algo de alarmismo sobrepoblacional para darle contexto), pero aceptar lo de la «seducción» implica fuertes dosis de masoquismo (bordeando en el auto odio), cuando no un Síndrome de Estocolmo de caballo.
Por añadidura, si se analiza detenidamente el planteamiento, no es difícil comprobar que se alimenta precisamente de la xenofobia (y la homofobia) que supuestamente pretende combatir. Por un lado, espolea el miedo hacia el Peligro Amarillo, mostrando de hecho a todos los extranjeros (salvo a Arslan, que es el único complejo) como asesinos deshumanizados, y luego está la cuestión del niño al que una violación transforma en homosexual y que crece para ser corrompido y amar a su agresor (la niña violada justo antes, así como todas las mujeres de las que se abusa después, desaparecen de la novela en cuestión de unos pocos párrafos… si llega; porque al parecer, palabras de la novela, no mías, esa experiencia no hace de menos a una mujer como si ocurre con un hombre).
Apenas un lustro después de la publicación de la novela, durante la era Reagan, proliferaron las fantasías de rebelión ante una invasión extranjera de suelo estadounidense («Amanecer rojo», «Invasión USA»…). «Arslan» parece ser una fantasía de sumisión, una especie de castigo contra el poder establecido, pero que en vez conducir a un revolución apoya un involución, una auténtica autoinmolación por supuestos pecados sociales e industriales, y justifica irónicamente la fobia hacia lo diferente, recurriendo a esos mismos diferentes (rusos, asiáticos, homosexuales o bisexuales) para infligir la humillación. No suelen gustarme las fantasías de poder, porque suelen ser particularmente egocéntricas, pero hay algo especialmente deplorable en una fantasía de castigo cuyo único fin parece ser el que todos pierdan.
En 1989 fue publicada por primera vez en el Reino Unido bajo el título «A wind from Bukhara». Ese mismo 1976, y en muchas menos páginas, Robert Silverberg realizó una disección magistral del poder absoluto (también de un dictador mundial asiático) y de las ambigüedades y contradicciones morales del colaboracionismo forzado en «Sadrac en el horno«, un libro que tiene la valentía que le falta a «Arslan» de asumir, en la persona de su protagonista, las consecuencias éticas de sus actos.


