María López Villarquide's Blog

November 2, 2025

Los domingos

Los domingos. Alauda Ruiz de Azúa, 2025

Libre albedrío

La toma de decisiones, esa capacidad del ser humano de configurar su propio camino vital haciendo una cosa u otra nunca es libre, aunque lo sea. No somos un lienzo en blanco salvo cuando somos bebés y no tenemos capacidad de discernir, contrastar ideas, valorar pros y contras. El adulto siempre está condicionado, aun cuando no advierte presiones y puede hacer lo que quiera; acabará haciendo aquello que decida de acuerdo con su criterio, el que ha desarrollado hasta ese punto de su vida.

Si digo todo esto como introducción al comentario de Los domingos es porque yo, con mi criterio, considero que esta película trata de eso, de la toma de decisiones y de aquellas personas que las toman, de su contexto y de los múltiples factores que condicionan ese contexto y consecuentemente, a esa persona.

Invito en este momento a que abandonen la sala quienes no hayan visto todavía esta película, porque voy a destriparla casi del todo.

Como decía, quien toma una decisión en esta historia es una niña de diecisiete años, menor de edad a efectos legales, madura de sobra de cara al contexto social y familiar en que se encuentra. Lo tiene claro y quiere ser monja de clausura pero habita un mundo que limita esa capacidad, porque requiere de la autorización de su padre. Aquí comienza la verdadera historia de Los domingos.

Si bien las personas somos responsables de nuestros propios actos, aquellos que efectivamente, decidimos, cuando se trata de tomar una decisión que afecte a aquella persona de la cual se es responsable, la cosa se complica. En el caso de Iñaki, padre de la protagonista de Los domingos, aquejado de preocupaciones económicas diversas, que a su hija le dé por ser monja a priori no parece que le preocupe demasiado (siempre y cuando no deba pagar por ello) pero la intervención de su hermana abre una nueva brecha en el conflicto.

Maite, la tía de Ainara, se opone a la iniciativa de su sobrina y añade una perspectiva contraria a la iglesia católica.

Partiendo de esta premisa, Los domingos podría haberse desarrollado con una trama maniquea que oscilara entre el mundo religioso y el ateo pintando cada uno de ellos con los rasgos más extremos, para facilitar al espectador la toma de una decisión que lo decante por uno u otro, pero si esta película me parece brillante es, precisamente, por no hacerlo.

Insisto en que quien decide en esta historia es una niña que depende de un adulto, una niña huérfana de una madre fanática religiosa, por lo que se intuye a partir de una línea de diálogo que puede pasar desapercibida. Una niña «con una herida», como dice uno de los personajes.

Se enfrentan, por tanto, dos mundos que pueden llevarse o no a Ainara: el de la Iglesia, representada por el cura joven y enrollado del colegio, guía y acompañante de la niña en su proceso de «discernimiento», quien la prepara para el momento definitivo en que recibirá «la llamada», y el de su tía Maite, reacia a permitir que a su sobrina adolescente le lave el cerebro una institución religiosa y la aparte de la infinidad de posibilidades que podría brindarle el resto de su vida si ingresa en un convento.

Pero Maite está en plena crisis vital, es infiel a su marido y está enfrentada a su hermano, porque la madre ha dejado su casa íntegramente en herencia al hijo «con la promesa de que la mitad fuera para ella», algo que finalmente no sucede.

Es este el único momento de la película, junto con un breve comentario de una de las monjas cuando Ainara va a visitarlas durante unos días, en que se menciona el peso del patriarcado: en la familia, donde es el hombre quien preside la mesa para tener la última palabra y quien hereda los bienes y en la iglesia, donde ellas se entregan a una vida de oración y renuncia por una institución misógina que claramente, las desplaza a un segundo plano. La monja en cuestión le dice a Ainara que a veces, hay «momentos difíciles porque Dios, al final, es como cualquier marido».

Y Ainara quiere ser monja, porque quiere llevar esa vida austera y privada de todo, porque esa vida de monja la apartaría de una familia que la daña con su incomprensión.

Para redondear la espléndida pintura de personajes, Los domingos incluye a la madre priora quien, en última instancia, decide si Ainara entra o no a formar parte del convento. Una figura autoritaria, seria, firme, dibujada a la perfección con una ambigüedad inquietante, que es sincera y manipuladora a partes iguales y que podrá aterrorizar o maravillar a cada espectador, según su criterio.

La secuencia final de Los domingos es una lección magistral de cine: los recursos visuales y musicales que acompañan toda la película regresan para un montaje paralelo perfecto en donde la trama desenlaza un camino, los objetivos de los personajes terminan en otro y el espectador lo recibe todo a la vez para decidir qué es lo que ha visto.

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Published on November 02, 2025 04:45

October 23, 2025

The Shards

The Shards, Bret Easton Ellis. London: Swift Press, 2023

Gossyp Boy

Hay varios motivos por los cuales encuentro esta novela sobrevalorada pero, el principal, creo que es que me he aburrido muchísimo con ella: a mí las críticas, pero es que los patrones repetitivos me cansan y creo que no leía algo tan monotemático en su estructura desde 50 sombras de Grey (sí, lo leí, estaba confusa y fue una época complicada).

Pero no es sólo este aspecto el que me ha disgustado del exitazo literario del autor de American Psycho de hace un par de veranos; tampoco me he creído el punto de vista de su narrador que permanentemente me sacaba de la («su») historia. El empeño por asumir una perspectiva «propia de escritor» me parece bien, queda claro que Bret personaje, todavía con la cara cubierta de espinillas y en permanente estado de efervescencia sexual, se cree «especial» por tener un manuscrito entre las manos a medio cocer (el de Less Than Zero, concretamente) y prodiga un conocimiento de aquello que sucede a su alrededor que está sugestionado por lo que él «cree» que sucede, un entramado complejo y lleno de conspiraciones, mentiras, dobles morales y secretos, una narración, vaya.

Pero no me puedo creer que hayan pasado cuarenta años y él recuerde todo tan bien, que no se le escape un detalle, un tema musical, una prenda de ropa… nada. Lo siento pero mi comprensión lectora rechaza contradicciones así. Sé que las hay peores pero es que me he tragado 594 páginas de ésta y es como lo siento.

Podría decirse que The Shards se apoya en el punto de vista «no digno de confianza» tan bien usado en clásicos como Wuthering Heights, el de aquél que narra, como personaje (intradiegético) condicionado por lo que cree que sabe, más que por lo que ha presenciado realmente (heterodiegético) porque lo que cuenta le ha llegado a él por terceros o, directamente, se lo inventa y con ello confunde al lector (extradiegético), un narrador como el que sostiene toda la estructura de Atonement, por ejemplo, pero no, porque llegados al final nos damos de morros contra una tramposa realidad.

Con veinte años leí American Psycho y me pareció una desquiciada maravilla. Ahora ya no sé si la desquiciada era yo a esa edad o si es cosa del autor que tiende siempre a un estilo similar o si, sencillamente, no era tan maravilloso.

El chisme como recurso está muy bien; el morbo que todo lo impregna, también, el tormento de una voz narradora que, en el privilegio de su existencia de «niño bien» tiene insatisfacciones, me encaja, pero hacer de todo eso un ladrillo interminable donde cada capítulo plantea el mismo escenario una y otra vez: sexo descrito a cincel perfeccionista, colocones de cocaína y pastillicas, torturas, animales despedazados… no es para mí.

Tal vez «ya no lo es» pero hubo un día en que sí lo fue. A saber.

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Published on October 23, 2025 22:07

October 2, 2025

Moon Tiger

Moon Tiger. Penelope Lively. New York: Graves Press, 1987

Bobina (in) finita

Encuentro reconfortante, para esos momentos en los que, a veces, no podemos evitar que otros nos hieran con sus comentarios, detenerse y recordar porque ¿Qué sabe esa persona de ti? Absolutamente nada.

Recordar quienes somos realmente, pararse y pensar en todo, absolutamente todo lo que hemos vivido hasta ese momento en el que esa persona que no nos conoce nos dice algo y nos hace daño.

Moon Tiger adopta este recurso para su personaje protagonista: la anciana Claudia Hampton, ingresada en una residencia, recibe las visitas de sus familiares y los cuidados de jóvenes enfermeras que toman sus comentarios por delirios propios de la edad. Sin embargo, lo que Claudia hace es evocar su vida y, con ella, acordarse del momento en que decidió que iba a escribir una «historia del mundo».

Corresponsal de guerra durante la primera batalla del Alamein y autora de novelas históricas, Claudia evoca momentos que parecen haber quedado fosilizados pese al paso de los años: todos se mezclan en un torbellino que vivirá sólo mientras ella permanezca en la habitación de esa residencia para recordarlo. El recuerdo de sí misma contrasta con aquel de quienes convivieron con ella y perfila a un personaje fascinante, sarcástico y brutalmente inteligente, de los que deberían convertirse en trilobites y conservarse en museos.

Igual que la ceniza del «moon tiger» que da título a la novela (mantenido para la versión en español, porque imagino que «kill-paff» quedaba un poco feo), la bobina de la vida se prende y se quema durante la noche, pasa y se transforma en humo que ahuyenta a los mosquitos, pero la ceniza permanece sobre la mesilla hasta que alguien la retira a la mañana siguiente, o deja de pensar en ella.

En una entrevista para el canal de Youtube The Booker Prizes (premio que ganó por este libro en 1987) la autora explica que la pluralidad de puntos de vista narrativos generó confusión y que hubo incluso una lectora que le escribió una carta para avisarle «¿es que ni usted ni los editores se han dado cuenta de que se repiten las escenas?». Efectivamente: porque la vida nos sucede a todos, puede que al mismo tiempo, pero contarla ya es cosa de cada uno.

Lo mejor para ahorrarse disgustos es pensar en cómo la hemos vivido, porque eso nos convierte en la persona que somos, algo que ni el más imbécil de nuestros interlocutores llegará a conocer jamás así que: que nos diga lo que quiera, porque no se ha enterado de nada.

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Published on October 02, 2025 08:56

September 21, 2025

WIFEDOM

WIFEDOM. Mrs. Orwell’s Invisible Life. Anna Funder. London: Penguin Random House, 2023

Distanciamiento

 En el último evento literario al que acudí hace aproximadamente una semana, una de las autoras en escena dijo algo así como que ella solo conseguía distanciarse de sus emociones y dejar de proyectarse a sí misma en sus textos cuando escribía en inglés. Semejante declaración me pareció, además de una soberana estupidez, de una pretenciosidad cósmica.

Desde ese día hasta hoy me ha dado tiempo de completar la lectura de WIFEDOM, por recomendación de una de las personas más sabias que tengo la suerte de conservar en mi vida y me reafirmo: el verdadero reto no está en la escritura sino en la lectura. Distanciarse, obviar información, eludir detalles, reinterpretar la historia que una conoce para contarla como una quiere no es complejo (partiendo, por supuesto, del hecho de que quien escriba sepa cómo hacerlo). Sin embargo, en leer más allá de lo que está escrito y entender “quién”, “cómo” y “por qué” es donde reside la auténtica dificultad de la literatura.

WIFEDOM no es la historia que Anna Funder “quiere creer que sucedió” y que desmiente la que todos conocemos. No es una revisión de la vida de George Orwell que persiga su “cancelación” por haber hecho de menos a su esposa, pese a lo mucho que ella lo ayudó a él en la escritura y edición de al menos dos de sus libros más conocidos (Animal Farm y 1984). Muy al contrario, se trata de una curiosísima pieza literaria en la cual la escritora comparte reflexiones muy íntimas con el lector, se compara con las dos figuras centrales de su trabajo de investigación (Eileen O’Shaughnessy y su esposo) al hilo de las biografías escritas por otros, los diarios y las cartas originales de ambos. Anna Funder recupera a Eileen y la vuelve visible en ese lugar de los textos de su esposo donde nunca había dejado de estar, aunque oculta.

Como persona que ha dedicado tiempo a investigar para sus propios textos y trabajos académicos me ha sorprendido encontrar una narradora que comparte con el lector todos sus archivos y carpetas, los despliega sobre la mesa y los explica de forma tan sencilla, cambiando el punto de vista, saltando del estilo directo al indirecto, jugando con las cursivas y los párrafos… parece fácil y, desde luego que el resultado lo es, lo puede comprender cualquiera, pero eso sólo es así porque ella nos ha desmenuzado el trabajo para que así sea.

En ningún momento de este ensayo se deja de valorar la obra de George Orwell: la autora, admiradora de su bibliografía, pone todo su empeño en que el lector tampoco lo haga, pero no se trata sólo de separar al autor (tenga o no dudosa moralidad) de su obra, sino de rastrear los dos caminos, el personal y el literario, para tender puentes entre ambos y volver a conectarlos porque a veces, la historia abre zanjas y los distancia para siempre.

Podría decirse que Anna Funder se esfuerza en escribir sobre algo que le afecta más personalmente de lo que ella quisiera para explicarlo con objetividad, clara y sencillamente.

Quizás sea posible distanciarse con éxito sin necesidad de cambiar de idioma.

Conviene, en cualquier caso, saber expresarse en la lengua que una escoge para hacerlo.

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Published on September 21, 2025 04:20

September 13, 2025

Moteros tranquilos, toros salvajes

Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambio Hollywood. Peter Biskind, trad. Daniel Najmías. Barcelona: Anagrama: 2004

The Way We Were

«Poco después del estreno de La guerra de las galaxias, Cocks estaba en casa del director Jeremy Kagan cuando llegó Harrison Ford, totalmente despeinado, con la camisa hecha jirones y aspecto de William Holden en Picnic. 《Por Dios, Harrison, ¿qué ha pasado?》, preguntó Cocks. 《Entré en Tower Records a comprarme un álbum y la gente se me echó encima.》»

En las últimas semanas he sabido que Steven Spielberg produce la adaptación al cine de Hamnet (con guión de la propia autora) una de mis novelas preferidas más recientes, una película que aun no se ha estrenado pero cuyo tráiler me pone de los nervios porque deforma, anticipa y tergiversa todo lo bueno y que convierte a la novela de Maggie O’Farrell en una obra de arte.

Sin embargo, ahora que he leído este ensayo de Peter Biskind que tenía pendiente desde el día en que conocí a Fran, creo que puedo relajarme un poco al respecto porque entiendo mejor lo que está pasando, lo que lleva sucediendo unos cincuenta años, lo que se conoce como «el nuevo Hollywood». Me explico.

Moteros tranquilos, toros salvajes se inicia con el terremoto de San Fernando que en 1971 sacudió la ciudad de Los Ángeles y escoge a un desconocido Martin Scorsese como personaje para comenzar la historia: un veinteañero recién llegado a la ciudad e ilusionado con una oportunidad de trabajo como montador en Warner Bros. La sacudida fue real y las réplicas llegan hasta el día de hoy. Este libro se dedica a describirlas como si se tratara de una novela y aunque todos los personajes son reales, la fábula está servida (al fin y al cabo es un libro que se recompone con testimonios de fuentes no siempre originales; hay mucho chisme).

La industria del cine en los Estados Unidos se dibuja al detalle, con información escabrosa y con un espíritu más bien centrado en los señores que en las señoras, eso es así (porque era así) y el resultado es adictivo. Entre Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) y Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) el autor tiende un ovillo de lana que teje con esmero, entrelazando y apretando más en unos puntos para aflojar en otros, regresando a por los cabos sueltos, sumando y restando hasta llegar al final y rematar. Se perfila a los grandes seductores y los más terribles villanos con la ligereza de una parodia en la que todo es excesivo (porque todo era excesivo) histriónico, desmesurado. Las fiestas eran orgías, la cocaína se regalaba en frascos, los porros y el alcohol eran la base de la pirámide nutricional y los presupuestos para los rodajes estaban ahí para desperdiciarse.

Luego llegaron los chicos buenos y dieron con la clave: ¿Acaso había que portarse bien y había que ser constante? Puede que sí, hasta cierto punto, pero sobre todo, para que la cosa funcionara había que mirar hacia la tele. George y Steven lo cambiaron todo y reventaron las taquillas dándole al público el entretenimiento que les faltaba, aunque no todo el mundo parecía estar de acuerdo.

«《…Se recibía un guión, se contrataba a un director, se contrataba a los actores, se hacía una película. De pronto empezaron a hacerlo a la inversa. Montaban el paquete antes de tener a punto el rodaje de una película, con lo cual el guión se convertía en el esclavo del proceso, al revés de lo que era habitual. Era una forma de hacer películas propia de holgazanes.》»

Mucho me he acordado de las lecciones de algunos profesores durante mis años de estudio de teoría del cine, en este país donde la titulitis sigue siendo una enfermedad incurable: La obsesión por títulos académicos en un contexto donde, la mitad (o más) de los profesores jamás ha trabajado en una producción o un rodaje reales, frente a lo que ocurre en EEUU:

«《En la escuela de cine no aprendí a hacer una película. Lo que se aprendía en la escuela de cine era a expresarse con imágenes y sonido. Pero aprender a hacer una película era algo totalmente distinto. Están la junta de producción, el calendario de rodaje. Hacer una película significa levantarse a las cinco de la mañana para llegar a tiempo al estudio, y también dar de comer a los actores y al equipo.》»

Moteros tranquilos, toros salvajes describe, efectivamente, a esa «generación que cambió Hollywood» y que lo convirtió en lo que es hoy día, con sus pros y sus contras. Una montaña rusa de ambiciones y e irresponsabilidades varias de la que alguno se salvó, dejando a otros tantos por el camino.

Cybil Shepherd como ninfa rompematrimonios durante el rodaje de The Last Picture Show (Peter Bogdanovich, 1971) machacada posteriormente por su falta de talento es un ejemplo de las contadas mujeres que aparecen en el libro, todas esposas, hijas, amantes o madres de los personajes centrales (directores, actores, productores…). Julie Christe arrasando con su personalidad y convicciones políticas (trabajaba para poder apoyar económicamente las causas que verdaderamente le interesaban y sí, se cansó de Warren Beatty). De entre todas, encuentro a mi ídola en la periodista especializada en crítica de cine Pauline Kael, que osó comparar Apocalypse Now con Pascualino Settebellezze de Lina Wertmuller (1975) y reprocharle a Coppola su falta de originalidad.

Un texto para aprender y sorprenderse que opino que no debe tomarse al pie de la letra porque incluye más ficción de la que quiere reconocer, que ilustra los pasos que se dieron hasta llegar a ese fenómeno terrible por el cual todos entendemos que el cine es poderosa industria multimillonaria cuando quiere y arte el resto del tiempo.

Hamnet será un éxito y Steven lo sabe. Lo que haya que sacrificar por el camino carece de importancia.

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Published on September 13, 2025 11:16

September 5, 2025

Madrid, Ext.

Madrid, Ext. (Juan Cavestany, 2025)

Volver (a empezar)

Septiembre es el mes en que se ponen a cero los cronómetros internos, se inician los buenos propósitos, los cursos, el estudio… es la vuelta al cole y también a las salas de cine, eriales durante el verano que con el inicio del otoño se vuelven a llenar de proyecciones interesantes. Durante la breve época en que yo di clases a un grupo de suizos, alumnos de español a quienes explicaba gramática a través de diálogos de películas en habla hispana, tuve ocasión de ver Gente en sitios (Juan Cavestany, 2013) y obsesionarme profundamente.

Han pasado los años y, aunque yo ya no ejerzo de profesora, con la llegada de septiembre regreso al estudio y también a ver estrenos de cine como Madrid, Ext.

Ayer, en la sala de los cines GOLEM de Madrid, Juan Cavestany y Guille Galván se sentaron a hablarnos de ese documental que acababa de proyectarse, esa sucesión de escenas entrañables de la vida de una ciudad por la cual pasan demasiadas personas que se acaban denominando a sí mismas «madrileñas» sin serlo en realidad, la ciudad que mejor acoge y de la cual cuesta tanto irse pese a dificultades inmobiliarias y laborales de todo tipo. Madrid es hostil pero arraiga en el hueso y no puede dejarse ir sin más.

Madrid, Ext. parece que se esfuerce en transmitir al espectador esa idea: por medio de secuencias sin a penas diálogo y sin voz narradora, presenta un estudio arqueológico de la ciudad y sus habitantes, como lo haría el conservador de un museo (y como, de hecho, hace una conservadora al arrancar la película) abre los cajones de la colección de locales, tiendas de barrio, bares, peluquerías… describe la historia de cada uno con el rostro de aquellos que sostienen su respectivo negocio desde hace décadas y asiste, también, al cierre, al traspaso, a la muerte.

El documental, que tiene como único hilo conductor la presencia de una mujer que se detiene y observa desde el subsuelo y desde las alturas de un edificio en construcción (estoy convencida de que Cavestany es un admirador profundo del cine de Roman Polanski y el corto Cuando los ángeles caen (Gdy spadaja anioly, 1959 también está ahí) emociona por la sencillez de su propuesta: una ciudad que no se apaga aunque se arranquen de cuajo sus letreros de neón, que acumula y no se deshace de nada.

La oda nostálgica propuesta por Madrid, Ext. completa su significación «moderna» con la banda sonora del miembro de Vetusta Morla, Guille Galván (escritor, compositor y guitarra del grupo) porque hay pocas cosas más apreciadas últimamente entre los jóvenes que un buen café de especialidad, es cierto, pero también el regreso a la barra del bar más viejuno y hediondo de la calle, ese que cualquier día cierra sus puerta por jubilación: pasarán los años pero Madrid Ext. preservará su recuerdo.

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Published on September 05, 2025 02:25

August 30, 2025

Las chicas

Las chicas. Emma Cline, trad. Inga Pellisa. Barcelona: Anagrama, 2016

What if…?

F. me cuenta la historia de la polémica derivada por la atribución de derechos de autor de esta novela inmediatamente después de que yo la termine. Yo acabo de cerrar el libro y exclamar ¡qué buena, jod…!» y entonces él levanta la cabeza de su lectura de Don DeLillo, me mira y me la cuenta y yo me parto de risa.

Pero independientemente de lo bizarra que es esa historia: qué buena es la que se cuenta en La chicas, demonios ¡qué buena!.

La rabia contenida de una narradora que es tan poco fiable como un político, que perfila sus recuerdos con la lima de sus propias frustraciones y rencores porque ¿qué hay peor para una niña que se está convirtiendo en adulta que verse forzada a serlo de golpe y sin elección? Eso piensa Evie aunque se equivoque porque ella sí tuvo elección, pero ni lo supo con catorce años ni tampoco lo sabe de adulta, cuando comienza a recordar lo sucedido e hilarlo como un cuento. Un cuento de terror.

En el presente, Evie adulta, en convivencia durante unos días con una pareja de adolescentes, evoca sus propias experiencias a esa edad, en el verano plagado de mosquitos de 1969, cuando se unió a una comuna hippie.

¿Qué hubiera pasado si las decisiones hubiesen sido otras? ¿Por qué la fascinación de Evie? ¿Y si no hubiera ido al parque en donde vio por primera vez a ese grupo de chicas? La novela se apoya en un dominio de la intradiégesis apabullante, tanto que al leerla no podemos evitar ir con ella y oler a rebaño, a sudor, a barro y a basura, asistir a sus rituales y sospechar, temer y amar con la misma entrega que ella.

Las chicas, igual que Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides / Sofia Coppola y algunos cuentos de J. D. Salinger es pura atmósfera y nostalgia norteamericana corrupta. Todo se idealiza en un escenario que en realidad es enfermizo y dañino, en el caso de la novela de Emma Cline, además: criminal.

Y luego está el hecho de que cuando se escribió, por lo visto, hubo plagio de archivos: la autora accedió al ordenador de su novio, también escritor, por medio de un programa espía y él la demandó pero tras el juicio, se cotejaron los textos y sólo había un par de frases que coincidían. Ella reconoció, sin embargo, que lo había hecho para cerciorarse de una infidelidad y con eso, sólo por eso, conmigo ha ganado todas las batallas, porque sólo una mente capaz de llevar a cabo tamaña empresa puede idear una historia así, donde la víctima, presa de una locura apasionada e inconsciente por el monstruo en lugar de denunciar, canaliza su rabia a cuchilladas contra quien menos lo merece.

Si hubiese sucedido de otra forma, me temo que no tendríamos historia.

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Published on August 30, 2025 01:42

August 26, 2025

Tardes de soledad

Tardes de soledad. Albert Serra, 2024

Baile de carácter

Existe un tipo de danza que se intercala en el repertorio de algunos de los más famosos ballets clásicos que abusa de la pantomima; en ella los bailarines gesticulan en exceso, van maquillados con los rasgos muy marcados y visten de colores estridentes para representar, bailando, lo que bien podría asemejarse a una pieza teatral. La danza de carácter aparece en ballets como Don Quijote, La Cenicienta, Petrushka y, sobre todo, La Fille mal gardée, entre otros muchos.

El espectador de este tipo de baile percibe,  gracias a ese exceso de todo y desde la lejanía de su butaca, lo que el bailarín ejecuta en el escenario envuelto en colores y muecas; si se le da la ocasión de verlo ampliado por el objetivo de una cámara todo le sorprenderá y sobrepasará.

El torero hace algo similar cuando ejecuta su danza ante un inocente animal justo antes de asesinarlo brutalmente, vitoreado por el público, jaleado por su cuadrilla. Es excesivo y, sin lugar a dudas: una práctica que no tiene explicación ni mucho menos, justificación, pero que sucede.

El toreo es una tradición arraigada y soportada por personas con las que considero que no tengo nada que ver y sin embargo, he visto Tardes de soledad por propia iniciativa y sin arrepentimiento.

Nadie que me conozca hubiera sospechado que me encerraría en una sala de cine a ver esta película. La violencia contra los animales «no me pega» y podría decirse que desprecio el mundo del toreo con profunda convicción. Imagino que a nadie le importa mi opinión personal al respecto pero aquí, en este texto, debo decir que Tardes de soledad me parece un magnífico documental y que me ha encantado.

Al hilo de las esas tardes de su joven protagonista, un torero que depende del halago de su séquito para trabajar (y vivir) el espectador asiste al enfrentamiento entre el hombre y el toro, el asesino torturador y el animal torturado hasta la muerte.

Albert Serra se acerca tanto a esa danza macabra con el zoom de su cámara que no es posible seguir la proyección sin apartar la vista en algún momento; amplifica tanto el audio que respiramos y sentimos la llegada de la muerte entre jadeos, para asistir al derrumbe del animal como espectáculo: Le clavan espadas, le cortan las orejas y lo arrastran por el tendido. Nada tiene sentido.

Sorprende el puro ritual que sostiene ese mundo del toreo alrededor de su dios, que es el torero. La devoción religiosa, la entrega «inconscientemente consciente» a la posibilidad de morir en cada corrida y la demostración de su «valía», su «coraje», su «superioridad» con posturas y actitudes perfectamente coreografíadas ante el «bicharraco». Albert Serra añade la música de un vals triste de Sibelius y de un cisne moribundo de Saint-Saëns y todo podría tener sentido.

Difícil de ver, pero merece la pena la denuncia.

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Published on August 26, 2025 06:16

August 25, 2025

La distancia que nos separa

La distancia que nos separa. Maggie O’Farrell, trad. Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Barcelona: Libros del Asteroide, 2024

Sisterhood (and romance)

Cuando una historia ambientada en el siglo XX pierde su sentido si se narra después de la llegada de internet hay algo que, inevitablemente, demanda un poquito más de esfuerzo por parte del lector.

La distancia que nos separa se publicó inicialmente en 2013, pero está ambientada mucho antes, en una época remota de esta época reciente durante la cual, para encontrar a alguien, no acudías a Google o a la IA sino que te batías en duelo con archivos y registros y pasabas con paciencia las páginas de las guía de teléfono, hacías llamadas y preguntabas por si se encontraba tal o cual persona «en casa» o «en el trabajo»… y si no la encontrabas, pues seguías buscando y no te rendías.

No ponías una reclamación a nadie.

No exigías una solución inmediata a tus ridículos problemas.

No te indignabas con la lentitud y la ineficacia de cualquier proceso.

Simplemente: continuabas.

Aunque con el estilo de Maggie O’Farrell de siempre, La distancia que nos separa carece de la magia de cualquiera de sus otras novelas: no hay momento de revelación final que erice la piel del lector y, pese a que sí se conectan y encajan en el desenlace historias inicialmente inconexas, para mí no es lo mismo.

En la historia de las hermanas Gilmore y de Jake hay un misterio que se huele desde el comienzo y, sobre todo, hay mucho amor pero del que pringa, del que cansa, de ese que se desata porque sí y arrasa con todo pase lo que pase (y pasan muchas cosas).

Cierro con ella mi colección de lecturas de la autora y quedo a la espera de una novedad inminente que me devuelva a la Maggie que yo más quiero. Paciencia.

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Published on August 25, 2025 08:46

August 13, 2025

La cresta de Ilión

La cresta de Ilión. Cristina Rivera Garza. Madrid, Tránsito: 2020

Verwandlung

No siempre es buena idea dejar que los comentarios de los otros influyan en nuestra toma de decisiones, pero es cierto que algunas son menos importantes que otras. La elección de las lecturas pertenece al primer grupo: no es relevante si nos equivocamos. Claramente es lo que me ha sucedido a mí con este libro.

Se trata de una narración extraña: no tan compleja por la forma en que está escrita sino por el sentido de aquello que quiere contar. Difícil es explicarla e igual de ambicioso es adentrarse en su lectura sin guía. En mi caso no la he tenido y la he echado de menos.

Quizás se trata de una historia de denuncia que se expone por medio de un cuento de terror y que transforma (igual que a Gregor Samsa en cucaracha, de manera irreversible) a los sujetos y sus acciones, a los lugares y también a los recuerdos que todos tienen de lo que ha sucedido en el pasado. Algo como la vida misma, en el fondo, pero con una pátina surrealista.

Un hombre recibe a dos mujeres, aunque sólo espera a una de ellas. Entre ambas se inicia una suerte de conspiración en contra de aquél, lo ningunean, se inventan un idioma propio y persiguen un relato, un manuscrito perdido de una de ellas, que es la autora Amparo Dávila .

El viaje desde ese punto de partida dominado por la mirada masculina hasta la incertidumbre y la pérdida como resultado de la toma de conciencia ante las múltiples amenazas que se ciernen sobre las mujeres (especialmente en el violento contexto mexicano desde donde se narra) lo transforma todo, lo convierte en otra cosa y hace que los géneros se diluyan y que las diferencias dejen de ser determinantes de nada.

La lectura es confusa. Las imágenes son una acumulación de sueños imposibles, muy expresivos todos ellos, capaces de despistar al lector de manera constante.

En el desenlace de esta historia sin argumento claro (o con demasiados argumentos anudados entre sí) una metáfora clara y limpia que se agradece y que remite al título mismo, de enorme belleza, por cierto.

No es para mí.

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Published on August 13, 2025 02:16