Krishna Avendaño's Blog

September 12, 2025

Las waifus y el patriarcado

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La demografía es destino, sea en términos económicos o culturales. Desestimar la naturaleza humana implica la perdición. Los teóricos de la contemporaneidad se han esmerado en buscar los motores que empujan al ser humano al acto. Para los economistas convencionales, el crecimiento a largo plazo depende, en último término, de dos factores exógenos: los avances tecnológicos y el crecimiento poblacional. Una nación que se ve afectada por una baja tasa de natalidad no tiene otro destino que el estancamiento y la deflación, toda vez que que, en términos marginales, el consumo y la demanda de los viejos es menor a la de las nuevas generaciones. Sin el incremento constante del gasto, los empresarios no se ven impelidos a innovar ni a proveer nuevos bienes y servicios al ser estos gastos innecesarios que reducen sus márgenes de ganancia. La consecuencia es evidente: una menor demanda de trabajo, altos niveles de desempleo y, por último, estancamiento. Queda el factor de la innovación; piénsese en la inteligencia artificial, el tema en boga, que bien puede sacar del mercado laboral a muchas personas, pero incrementar la productividad una vez que esta se desarrolle en plenitud. ¿Cómo sostener la demanda? Por medio de un ingreso básico universal y la promoción al desarrollo de conocimiento mediante el capital humano.

No interesan aquí las disquisiciones económicas tanto como las esencialistas. Vale hacer notar que el mesías de la fase actual del capitalismo, Elon Musk, padre de innumerables hijos por vía de la inseminación artificial, ha advertido por años sobre la desgracia que para Occidente supone el colapso población, una caída sostenida que, por motivos no tan misteriosos, se ha visto desde fines de los años sesenta en las naciones blancas y asiáticas —las únicas que, en rigor, se muestran capaces de innovar y crear civilizaciones dignas de ser llamadas tales—. Japón, que por más de tres décadas ha vivido en un estado de letargo económico, debería ser la prueba, y no es fortuito que su ex Primer Ministro y lord memético Shinzo Abe conminara a su población a tener sexo y reproducirse. Nada esencialmente distinto a lo que ha pregonado en multimillonario dueño de redes sociales y una empresa que lanza falos a la estratósfera. Se preguntan los boomers por qué si tanta es su urgencia por promover la procreación los cuarteles de xAI han lanzado al mercado una inteligencia artificial que ofrece compañeras virtuales con la forma de la waifu preferida del magnate: Misa Amane, heroína trágica de Death Note.

Did Muskrat ripoff Misa Amane for Grok's Ani? : r/EnoughMuskSpam

Si la ontología que plantea la idea del homo economicus fuera cierta, entonces Musk solo estaría persiguiendo el fin último de todo individuo maximizador de beneficios. Si existe una demanda de waifus, alguien ha de proveerla y aquel que lo haga se hará de los beneficios económicos. Pero estas mujeres ideales, dicen los críticos, no se reproducen, solo encantan a los hombres solitarios que se han desencantado del mercado de la carne. Y quien ha experimentado con la IA de X sabe que esta admite conversaciones eróticas, sesiones de terapia y discursos motivadores. El incel, que es el hombre de la nueva era, testigo de la perfidia de las mujeres contemporáneas, preferirá la compañía de una esclava virtual a atreverse a los viejos rituales de cortejo, de manera tal que, en el mediano plazo, semejante acto memético redundará en una generación cuya sexualidad se verá circunscrita a lo irreal y puramente idealiazado. Nacerán pocos niños, las mujeres seguirán abortando y acostándose con cualquiera que se desabroche la bragueta en un antro de mala muerte, escasearán los matrimonios, dejarán de nacer bebés, los engendrados serán llevados al altar de Móloc y Occidente se suicidará lentamente a través de un recogimiento hacia la miseria del Yo.

Decía Geoffrey Miller, el psicólogo evolucionista que escribiera The Mating Mind y Spent, que las críticas demográficas de Musk no eran compatibles, desde un punto de vista lógico, con la presentación de su waifu al mundo. Y añadía: dado que el varón contemporáneo ha perdido su capacidad de cortejar a las hembras, el espejismo virtual supone un paso más hacia su perdición. El polígamo de marras, que no tiene empacho en que otros hombres empotren a “su” compañera, olvida un aspecto en su análisis: la destrucción de la mujer en cuanto ser y sexo. Me explico: el fenómeno de la soledad masculina y el surgimiento del movimiento incel no puede, bajo ningún concepto, explicarse únicamente por un cambio súbito en la mentalidad del varón; la causa última ha de encontrarse en el mal llamado empoderamiento de la mujer.

Olvidan los teóricos contemporáneos que mencionar la demografía implica, necesariamente, apelar a la naturaleza humana. Y mientras que los filósofos decadentes del siglo XX y XXI han intentado por todos los medios negar que en todos los seres subyace algo esencial, la tradición y la misma genética nos enseñan que el individuo está atado a principios básicos, irrenunciables, que de hecho preceden a la voluntad y a la percepción subjetiva del yo. La tesis que sostengo es que, de cara a la modernidad, la mujer ha olvidado, o bien ha sido arrebatada, de su fin ontológico.

Aristóteles lo entendió hace miles de años. Es lo que él, en su Metafísica, llamó «entelequia» o aquel estado en que un ser, sea una planta, un animal o un hombre, realiza su potencial y lo perfecciona. ¿Cuál es la entelequia del hombre? El alma. Con esto refutaba la escisión platónica, y en realidad indoeuropea, entre cuerpo y alma, como pregonaba el autor de La República. El ser humano de carne y hueso, en la visión aristotélica, no es distinto a su alma. En todo caso, el alma es lo sublime del ente. Siglos después, Santo Tomás de Aquino retomará el concepto de entelequia para explicar, desde bases teológicas, el fin propio y último al que todo ser en cuanto tal está impelido a avanzar. Dicho de otro modo, el humano, siendo imago dei, posee por naturaleza una entelequia, y esta es la perfección del alma de acuerdo al principio divino. Siendo que el alma es indisoluble del cuerpo y de la consciencia, la única manera en que puede el hombre perfeccionarse es a través del uso de la razón en servicio de su natura, que tiende a Dios.

La mujer contemporánea está devastada, vuelta un homúnculo de pasiones irrefrenables y egoísmo que ya no avanza hacia el fin que le es propio. De ahí la universalidad histórica y la necesidad de los sistemas patriarcales. La teología bien lo explica: tras la caída, la mujer codicia a su marido —en realidad al varón— queriéndolo subyugar, y este ha de dominarla. No fue Adán el primero en pecar, sino la mujer. El pecado del hombre fue haber renunciado a su responsabilidad viril y reclamar a Dios: yo no comí el fruto por mi propia iniciativa, la mujer lo hizo, ella me hizo hacerlo. Aquí vemos el verdadero pecado de Adán: subsumirse a los deseos de su hembra, a quien, por lo visto, amaba más que a Dios. Adán se habría salvado si hubiese rechazado la oferta de la mujer, si se hubiera impuesto sobre ella. Visto desde la perspectiva puramente secular, si hay una falta en los hombres, en cuanto sexo, consiste en haber permitido este espejismo de libertad en aras de ideologías manufacturadas y amparadas en la arrogancia de un intelecto limitado que, enalteciendo la razón mundana, busca rebelarse contra la naturaleza. El control, es decir, el Poder, como entendió Bertrand de Jouvenel, y en cierta medida Foucault, es clave en toda forma social. Pero contra lo que defendía el pederasta francés, los sistemas de dominación no solo son característicos de la convivencia humana ni han de ser objeto de crítica genealógica en pos de los proyectos emancipatorios, sino necesarios en la medida en que, con Hobbes y los sentimentalistas escoceses —Hutchenson, Hume, y en mucho menor grado Smith—, las pasiones —lo esencial de la psique—, en contra de lo que postulaba Kant, informan a la razón. Si el paradigma alemán se sostuviera, como en realidad ha pretendido hacerlo desde el surgimiento del pensamiento ilustrado y acaso desde el platonismo, la razón subjetiva, ya del todo inmanente, tendría que modular las apetencias del hombre. Y, sin embargo, no lo hace por el hecho de que el ser humano es, ante todo, concupiscente. La razón, en cambio, emerge como esclava de la pasión, tal y como postuló David Hume. Las pasiones, por lo tanto, nos impulsan a actuar, de modo que el libre albedrío se vuelve condicional a las premisas de un alma anhelante y descarnada. Esto es: lo axiológico deriva, en último término, no de la razón sino de lo estrictamente pasional, pero lo hace en sentido de contraposición.

Había un viejo debate entre los filósofos chinos de la Era de los Reinos Combatientes. ¿Quién, de estos hombres, es el verdadero? ¿Aquel que, asumiéndose bueno por naturaleza (confusianismo), actúa por virtud o el que, aceptando su maledicente condición, sigue las leyes en un acto histriónico (legalismo)? La razón, según me parece, la llevaban los legalistas clásicos. El hombre, en sociedad, ha de ser un farsante benevolente; precisamente porque el hombre es una criatura corrupta, ha de someter sus impulsos a una autoridad (las leyes, en el caso del sistema que desarrolló Han Fei Zi) en un intento por hacer vivible la vida. El paralelo se extiende hasta Hobbes y Nietzsche: la ley no cae del cielo, sino que surge como una artificialidad lingüística que sostiene el edificio de la civilización. Y gracias a la experiencia hemos podido determinar quiénes deben seguir cierto tipo de regulaciones, que por definición no pueden ser universales, toda vez que la naturaleza es necesariamente dispar. Un negro, que naturalmente acusa de un intelecto inferior, no debería ser juzgado en grado igual a un blanco o asiático; en todo caso, ha de ser sometido con mayor severidad si es que ha de convivir en una sociedad civilizada. Lo mismo ha de aplicarse a los sexos. La mujer no tiene en su psicología la misma cualidad moral que el hombre; la tiene, en todo caso, en condición ontológica.

Pero aquí no interesan las cuestiones del ser puro. La vida no es la de las ideas, sino de la de praxis. Y aquí la tesis: sin control, el ser queda a la deriva y sin más referentes que sus propias apetencias. Lo normativo, en todo sistema social, emerge como contrapeso de la perversión humana, de su tendencia a satisfacer fines egoístas que, informados por su naturaleza, se confunden con una voluntad incapaz de autonomía plena, siempre a la búsqueda de otras formas de autoridad. Ya lo decía Dalmacio Negro: la forma que adopta el pensamiento político en la modernidad es el ideológico, o lo que es lo mismo, un sistema de ideas inmanentes que deviene religión secular. Antes que independizarse, el individuo se esclaviza a las novedades del pensamiento y las convierte en ídolos vacíos que, desde su oquedad, solo devuelven ecos de las pasiones íntimas de quienes se postran ante ellos.

Cuando en los tiempos modernos la mujer clama por su libertad en cuanto criatura individual, apela a discursos prefabricados, intelectualistas, artificiales, que la llaman a renunciar a su naturaleza. En realidad, este es el tema común de la modernidad y, sobre todo, consecuencia directa del advenimiento del puritanismo en tanto eje referencial de las mentalidades occidentales. Comprensiblemente, los opositores de este paradigma se pasaron tres pueblos, ocupando el dicho español, y fue así como engendraron el liberalismo clásico, ahora mutado en libertarismo, del que sin duda bebe, aunque no quiera admitirlo, el feminismo. Contra el entendimiento platónico, la libertad se troca en la sublimación de los apetitos como vía hacia la virtud. La naturaleza deja de ser objetiva, porque todo pasa a través del prisma de la subjetividad. Un individuo sin más asidero que sí mismo y su consciencia, corre el resigo de rendirse a la animalidad que lleva dentro. Pero a diferencia de las bestias, el hombre, en su soberbia, apela al logos a fin de legitimar sus desviaciones. La mujer, seguidora por naturaleza, raramente reflexiva y por lo general negada a lo sublime, ubica la legitimidad ya no en el hombre ni en la tradición, sino en los discursos que la “empoderan” en tanto criatura carnal. Su búsqueda es siempre una de autoridad. Si el varón no se la presenta, lo harán las dialécticas de turno.

Entramos al terreno de la mal llamada liberación. Las consecuencias ya se conocen: promiscuidad, entitlement, disolución familiar, etc. Pero en esta tragedia habría que culpar al hombre también, que, como Adán, ha delegado su papel como líder de la familia a las escuelas, a las instituciones gubernamentales y a la mujer. Una fracaso por partida doble. El hombre emasculado de nuestra era no puede plantar cara a la hembra, que hoy por hoy es un homúnculo de sí mismo, y ya solo es capaz de refugiarse en el ocio o en la esclavitud salarial. Si no es un puritano, quizá le vaya marginalmente mejor: las prostitutas sobran, y a fin de cuentas el hombre está contento con desfogarse un par de veces al mes. Y si, por ayuda de la providencia tiene a una mujer, que muy seguramente ya alberga maquinaciones de divorcio, el hombre la seguirá amando hasta el fin a pesar de sus deslices: tal es la naturaleza del macho, el amor es único, el resto es carne. No así para la mujer: el amor, aunque idealizado en novela, es fugaz, muchas veces una transacción; y es así porque sus opciones son infinitas, mientras que las del hombre no lo son. El hombre es destruido por una sola mujer, y si consigue más es solo para rellenar un vacío sin fondo. Ella, solo acumula infortunios y sigue adelante mientas se mantiene fértil (y a veces más allá de eso).

Independientemente del declive poblacional, ignoro si la tasa de carnalidad se ha mantenido constante a lo largo de las décadas. Sospecho que apenas ha habido variaciones: dado el mercado de las citas actual, la contratación de servicios sexuales surge como una posibilidad viable y hasta noble; una mujer en Tinder rara vez accederá al coito (la única razón biológica por la que el noviazgo y el matrimonio existen), pero exigirá cenas caras y viajes extravagantes solo para enaltecer su ego de mujer liberada. La prostituta, que no necesita de subterfugios y que en la práctica cuesta menos que la novia moderna, está a un nivel moral muy superior.

Mi harem

Quedan los tímidos, los perdedores que recurren a sus waifus para vivir en el mundo de las ideas. ¿Deberíamos vilipendiarlos? En modo alguno. Ellos son la tragedia encarnada. Salir al mundo y conocer gente son consejos pobres y facilistas que desestiman la congoja del hombre derrotado. No todos triunfan, no todos tienen por qué hacerlo, no todos pueden. No hay consigna ontológica que lo afirme. Y si la hubiera, se trataría solo de un concepto nacido por unos hombres cuyo lenguaje no es más que un espectro de la ficción, como bien entendió Nietzsche. Vivan, pues, las waifus en este mundo de mujeres indomables, abyectas, podridas.

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Published on September 12, 2025 11:02

April 19, 2025

Poema

Las aves han migrado. Tras un cielo sin tiempo

se revela el jardín que el vacío pobló

con breves matorrales. El amor,

los gritos, las catástrofes, su gloria

no volverán, lo sé. Y poco permanece:

el canto, la plegaria, el sembradío seco

en este erial al margen de la felicidad.

Vivir en la amargura apenas significa

algo, si el corazón solo recoge espigas

secas y el ave calla. ¿Podré hallar

la voz de nueva cuenta confrontando al adiós?

La desventura pone piedras donde hubo espíritu,

enmudece los labios, siega todas las sendas

y embriaga con dolor.

Éramos plenos, vida mía, en la tempestad,

guardábamos el fin del mundo en nuestros pechos,

sembrábamos el cosmos, las noches y los días,

el pájaro trinaba. No estarás solo,

jurabas, no se irán jamás las auroras ni el templo

que erigimos, nuestra patria.

La palabra, comprendo, dura lo que el gemido,

la promesa efímera y el camino se quiebran.

La oscuridad descansa donde el alma

traicionada reside sola y sin ánimo.

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Published on April 19, 2025 10:59

April 13, 2025

Poema: Plegaria de frialdad

Dios, coloca una piedra en lo hondo de mi pecho,

que estos rescoldos son insoportables.

Ya las aves migraron pero el grito

permanece y la furia incendia páramos

dentro del corazón que desespera.

Vivir a la intemperie,

derrumbarse en el miedo,

ha sido demasiado.

No quiero más los mares anegándome,

ni la alondra fatal o su voz postergada.

Deseo un lago, un témpano, la brisa

donde me veo solo, frente a frente

con mi nombre por años muerto. Dios,

sé que adviertes la marcha de la fe,

y contemplas el yermo jardín a medianoche,

sus olivos desnudos, los pájaros ausentes,

mi pulso en retirada, el hierro negro

en el centro de todo. ¿No es entonces

suficiente que el alma guarde solo el exilio?

¿Le corresponde al hombre apenas una ruina

y un sepulcro de bestias descarnadas?

¿Qué pena podrá salvar lo roto en mí

si el acto es reiterar la carga memoriosa,

una cosecha amarga de cizaña?

Esta plegaria es tuya;

para los hombres, todos mis escombros.

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Published on April 13, 2025 11:01

March 16, 2025

20 Haikus y tankas

Cruzas los prados,

alma mía, en la bruma

desesperada.

¿Cuánto tiempo me resta

en búsqueda incesante?

*

La asfixia acoge

a un pájaro de invierno:

mi voz silente.

Imploro al sol albino

ser en el alba absuelto.

*

Donde callamos

emergen acantilados

y negras sombras.

Una semilla triste

germina en la memoria.

*

Ocaso y humo,

la horma del vendaval

sale del pecho.

Un jilguero en la noche

trina a su desencanto.

*

Hondo es el tiempo,

estanque de nostalgias,

bajo la duda.

¿Quién los gritos oirá

y a cuál eco seguir?

*

A tientas busco

la palabra que salve,

el verso justo.

La silueta en el velo,

tu real apariencia.

*

Llegas de pronto

a mi ciudad de escombros,

pájaro súbito.

*

Fui catacumba,

responso en los umbrales

que el viento olvida.

*

«Fuiste el pensar,

la imagen de tu imagen,

agobio y ruina».

Un trino ha de salvarme,

respondo a tu lamento.

*

Dame valor,

un verso que me aleje

de ser finito.

Muéstrame que hay más cielos,

un erial para el amor.

*

El ave eterna

en el último risco

mira orgullosa

el deshielo del alma.

Vuelven a arder los médanos.

*

A contraflujo

retorna la inocencia,

ave febril,

el hambre, la pasión,

un resquicio al vivir.

*

Danzas de noche.

Tus formas: el secreto

mismo del cosmos.

*

Desde el silencio

camino hacia tu nombre,

mi ruta al alba.

*

Una postal:

tú en los fiordos que vi

antes del sueño.

Y mi necesidad,

el viento a tus espaldas.

*

Un terremoto,

tus pasos en mis brumas,

tu alma y la mía.

Baile en la eternidad,

caligrama en los cielos.

*

Tímido pájaro,

hálito tormentoso,

fin y principio.

Los días nos reclaman,

el tiempo se detiene.

*

Tras el amor,

un águila presagia

glorias y espejos.

Mis ojos en tus ojos,

tu voz en lo infinito.

*

Crepitan llamas,

rescoldo de las eras,

la sangre, el grito,

la fe y los laberintos

en nuestras madrugadas.

*

Renace el canto

con el vuelo del águila

a su guarida.

El resto son mis manos

persiguiendo tu estela.

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Published on March 16, 2025 11:01

February 22, 2025

Poema: Una semilla amarga

En cada pecho vive una semilla

amarga, un centro negro que palpita

elegías al hombre que una vez

llamó desde su sueño, oculto en las murallas

en cuyo centro yacen

una piedra, una duda, la añoranza

del alba y de los cantos,

y una voz que agoniza

cuando admira los cielos oscuros y quebrados

diciéndole:

Padeces el pasar

de las horas, el miedo a contemplar tu rostro,

a imaginar la sombra tras el velo,

a sufrir la caída

de un ave en tus abismos,

y a oír el fin, el último aleteo.

Es cierto,

todo hombre ve ese núcleo, la piedra

sola en el pensamiento,

las alas rotas descansando en la sima,

y oye el eco lejano de bandadas

en fuga hacia la noche insondable

que yace en sus entrañas,

pero le es imposible concebir

un tamaño al fondo, un tiempo a su pesar.

Tienta a ciegas, escarba en la oquedad

de sí —el corazón—, y sigue fiordos,

hondonadas, fracturas, vastos mares

violentos que también exclaman: Sálvame,

eleva un verso desgarrado al ser

de quebrantos que guardo en la nostalgia,

a la estela del pájaro que busco

sin suerte, sin sentido

entre mis ruinas.

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Published on February 22, 2025 10:01

February 9, 2025

Poema: Desierto

Un desierto, el cruce hacia la noche

sin pájaros ni espejos, el trino

puro del alma sola, un espacio

terrible de insondables pensamientos

y sueños anteriores al primer

tormento, la pregunta enclaustrada

en las arenas crueles del recuerdo

que vaga libre en médanos, ocasos,

valles y acantilados: ¿cuántos frutos

dará mi perdición,

mi trayecto en la niebla bajo cielos

despoblados?

Un trino ha de avivarme, una llamada

regresarme el aliento.

Dios, susurra mi nombre,

bríndame la nostalgia de tu voz,

entrégame una promesa:

la fe en que en tu sosiego aguardas mi llegada.

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Published on February 09, 2025 10:01

January 28, 2025

Poema: El yo que siempre fuiste

Mira el campo que traza en la memoria

el amargo transcurso del ave por la niebla,

la marca de tragedia en cada corazón,

el viento tempestuoso, la alborada

quieta en el sueño previo a los comienzos.

Vuelve, calma la bestia que guarda tus abismos

y recuerda: la noche conoció

tu exilio, tu clamor desesperado.

Contempla el sol, la mácula del ave

en los días perdida,

la marca que dejaste tras la bruma

cuando el alma varada en su tormento

clamaba: Dios, regresa de mi noche,

dame aliento, caminos largos donde extraviarme,

y un precipicio donde hallar mis miedos.

Póstrate, ve la sombra que busca al infinito.

oye en lo alto un batir de furiosas alas

declamando tu nombre, tus anhelos,

el eco de la piedra que solo el solitario

admira y reverencia.

Anda, un lago te espera:

la mirada divina, la primera memoria,

el ave primigenia,

el yo que siempre fuiste.

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Published on January 28, 2025 10:02

January 21, 2025

Suicidio y una novela imposible

He olvidado casi por completo el contenido de los cuatro que pasé encerrado en un apartamento al sur de la ciudad. Había abandonado la universidad, una tesis que no iba a ningún lado, los proyectos laborales, un think tank libertario que ayudé a crear, la vida como un poeta emergente, la perspectiva de relacionarme con otros seres humanos por una vía que no fuera el internet o la prostitución, e incluso a esos viejos (des)conocidos de todas partes del mundo que decidí ignorar. Me gobernaban el asco, la apatía y la necesidad de escribir una novela fantasiosa, especulativa, situada en algún futuro no muy lejano, que narrase la transformación del Ajusco, la gran montaña con forma de águila que custodia al Valle de México, en el destino mundial del suicidio. Un sitio así ya existe, aunque en menor escala debido a que sus árboles devoran únicamente la carne local: Aokigahara, el mar de árboles al pie del Fuji, el verdor de fatalidades al que peregrinan los japoneses sin rumbo. Apartado por un océano de distancia, el Ajusco, del náhuatl Āxōchco —en español “floresta de aguas”—, evocaba en mi mente la prolongación de un deseo desesperado que hermana a todos los hombres a través de las eras: asomarse a lo que hay tras el fin postrero, adelantarse a la marcha del tiempo y ver lo que la finitud depara al ser de carne y hueso. Y mucho menos podía obviar el recuerdo de estas tierras malditas que bárbaros antiguos y endemoniados regaron con sangre de sacrificios.

Occidente, me parecía, no tenía más convicción que la de darse muerte, liquidarse por asco y vergüenza de sí mismo. Los únicos consuelos, consumir y creer en vanos eslóganes humanistas y seculares —la tolerancia, el multiculturalismo, la igualdad—, todos ellos cobijados por el manto del desarraigo y la autorreferencialidad: el hombre occidental, que ha rechazado la trascendencia, ya solo puede observarse a sí mismo y hallar, en el fondo, la piedra de su insignificancia. Pero el colapso, a diferencia del suicidio, es un proceso, una lenta y tortuosa disipación, no un instante en el tiempo que clausura la historia. Entre la agonía y la muerte se tiende una brecha: el espacio febril que solo puede ocupar la imaginación más salvaje, lo que también llamamos delirio, o bien literatura. Imaginaba en ese futuro no tan lejano a hombres más o menos parecidos a mí: apáticos, sin rumbo fijo, carentes de grandes ambiciones, hastiados de todo menos de su curiosidad. El proyecto de la muerte los vivificaba, les daba la oportunidad, la única en su vida, de tomar el control de algo que la automatización de su mundo les había arrancado. Y no solo eso, había en ellos una ideología que nacía del más puro desprecio a las condiciones materiales de ese capitalismo aletargado, buenista, resignado a la dotación de un ingreso universal básico y sanidad gratis que, sin embargo, se negaba a morir. Era aquel un mundo que no admitía otras utopías porque ya todas estaban derrotadas: el fin de la historia era real, los proyectos alternativos se permitían pero solo en la medida en que se edificaran en la periferia de las grandes metrópolis; el fin último solo puede ser el del capital. Y lo más curioso, no eran únicamente los locos y los depresivos crónicos los que se mataban, sino los más brillantes, los pocos aristoi que quedaban y que con su muerte querían decir: Lo que existe nos repugna.

Eran los años en que las garras del puritanismo aún no se cernían sobre la totalidad del internet. El oeste aun era salvaje: en esa frontera ingobernable no se necesitaba de tecnologías oscuras para hallar lo peor del hombre, casi todo estaba a la vista, como el gore, las jailbaits y los foros dedicados a la promoción del suicidio. Yo era parte de estos últimos. Quería entender la mentalidad del que planea matarse porque yo mismo contemplaba los beneficios estéticos de una muerte por mano propia. Había leído a Akutagawa, a Mishima, a Dazai y a Kawabata, el cuarteto de los suicidas japoneses, y también a Dostoievski, que en Kirilov, el Cristo ateo de Los demonios, estudia las falsas promesas del alma humana que, sin Dios de por medio, solo puede hallar consuelo en la autodestrucción. Y qué encontré: poca filosofía, nada más que plañidos de adolescentes despechados, incomprendidos, incapaces de hacer amigos y quizá abusados en la infancia. El mundo de los suicidas no es más elevado que el de los supervivientes. Al ser humano lo persigue, como condena, la estela de su vulgaridad.

Una madrugada, para mi sorpresa, apareció en el foro una invitación a que todos subieran a los techos de los edificios con el fin de inaugurar el primer Día Internacional del Suicidio. Seríamos cóndores como aquellos peruanos tristes que en el cuento de Álvaro Enrigue escalan los rascacielos miraflorinos para volar a su muerte. Sería una protesta contra el neoliberalismo, o algo así. Rápidamente contacté al autor y le conté de los planes de mi novela. Respondió que siguiera adelante, que terminara de escribir el libro, que teníamos mucho en común, y después me preguntó si quería leer su manifiesto. Le dije que sí. Muy pronto llegaron a mi correo dos libros escritos por un tal Dante Brandt. Uno era un tratado sobre los beneficios metafísicos del suicidio en cuya portada aparecía el autor en una pose de loto, toga y sandalias de jebe superpuesto sobre un fondo celestial, todo él rodeado de un halo amarillo chillón. El texto, para sorpresa de nadie, era ilegible, mal puntuado, plagado de grandilocuencias que revelaban un cerebro tan vano como vanidoso. El segundo libro, de la misma calidad literaria, tenía más interés porque narraba el día a día dentro de la mente del suicida, sus dudas, las ideas de cómo llevar a cabo el último acto, los momentos de éxtasis anticipado, la rabia, las cosas por hacer —como acostarse con una prostituta antes de darse el tiro de gracia, porque Dante era virgen—. El libro, además, revelaba su nombre verdadero, que no daré a conocer aquí (aunque puede encontrarse).

No volví a saber de Dante hasta que unas semanas después apareció en un periódico veracruzano la noticia de que un joven de unos veinte años se había suicidado en una cabaña con vista al mar. Junto al cuerpo se hallaron pastillas, botellas de alcohol y dos libros. La nota, que apenas me sorprendió, me llevó a escribir unas líneas que he intentado introducir en todos mis proyectos literarios: solo los escritores pueden hacer algo significativo por los que se han perdido; seremos, a partir del instante en que morimos, aquello que, con fidelidad o infortunio, reflejan los recuerdos ajenos; la transmutación del yo hacia el que fui según mi repercusión en la vida de alguien más.

Debía escribir sobre Dante, hacerme cargo de su muerte, de un suicidio del que, de una forma u otra, fui parte y que no traté de impedir. Los foros desaparecieron, pero no los relatos que en Occidente materializaban lo que mejores autores que yo habían diagnosticado mucho antes: el hombre europeo no reconoce más que su cansancio. Joyce Carol Vincent, la mujer exitosa que un día se recluyó en su departamento para dejarse morir y no ser encontrada sino hasta años después. Las clínicas suizas que ofrecen chocolates venenosos a los depresivos. Y lo que hace poco, en 2024, llegó al mercado como si se tratara de una mala parodia de Futurama: las cápsulas de suicidio, inútiles porque la pobre administración del nitrógeno, que apenas pudo adormecer a la primera paciente, obligó al supervisor estrangular a la mujer que había contratado el servicio.

La redacción de esa otra novela fue interrumpida por una llamada telefónica. Gonzalo, un viejo compañero de la secundaria, se había suicidado el día de su cumpleaños. Quizá estuviera escrito en su sangre, pensé sin mayor asombro. Por aquellos años oía black metal, se profesaba necrófilo y era el bully en jefe de la clase. Él y un amigo suyo escribieron una canción titulada “Cementerio de niños muertos” a lo Cannibal Corpse, pero interpretada con una guitarra acústica a la que acompañaban con gritos demenciales. En el último año de secundaria se adecentó, se peinaba para atrás como el mejor godín del vecindario, nunca volvió a meterse con nadie, llegué a congeniar con él. Después del funeral, al que ni siquiera asistí, tras hablar con uno de mis únicos amigos de la secundaria en un Starbucks de avenida Quevedo, supe que Gonzalo se había convertido al budismo como todo Occidental extraviado que no tiene los arrestos para renunciar a la metafísica, presumía de una novia, estudiaba gastronomía, quizá fuese vegetariano, le iba bien y, a pesar del éxito aparente, decidió ahorcarse en su baño. De él no quedan libros, ni cartas, solo la incertidumbre.

Jamás le haría justicia, pero decidí que por fin escribiría mi novela del suicidio. Lejos había quedado la ficción especulativa, la ciudad de México como capital mundial del asco occidental, pero permanecía la imagen del Ajusco, del águila petrificada que mira con desprecio un cielo que nunca podrá alcanzar. Y ahí, entre los millones de habitantes, un tal Dante envía cajas vacías a su único amigo de la secundaria. La historia discurre por los vericuetos de un recuerdo fragmentario que inicia con el cuerpo hermoso de un efebo marmóreo naufragando a la deriva de una alberca en la madrugada. Una imagen que los dos amigos, a los quince y dieciséis años, observan con arrobo durante un viaje de graduación. Uno de sus compañeros ha muerto ahogado y ellos se enamoran de la muerte. Entre las remembranzas, el presente y discusiones filosóficas, Dante intenta dar una justificación del suicidio, mientras que Álvaro, mi alterego, enloquece y en la que fue su casa construyo un museo de la derrota, adornado con cajas, una escultura de la cabeza cercenada de Yukio Mishima, fotos del Ajusco y una de Dante imitando a san Sebastián atravesado por las flechas de Diocleciano. La escena final es un monólogo extenso, desesperado, muy a lo Thomas Bernhard, ante una audiencia asqueada, que explora el suicidio en la literatura y la filosofía. ¿Me suicidaré yo también?

La pregunta sigue en el aire, como la novela que se niega a ser escrita. Probablemente sea mejor que la maldición persista.

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Published on January 21, 2025 10:02

January 6, 2025

Poema: Todo cae

Todo cae: los días se desgranan

sin remedio, los muros del olvido

se quiebran tras la niebla, el vendaval

arrastra los retazos que decanta

el pensamiento: versos malogrados,

notas a pie de página, tragedias

y dichas inconclusas, elegías

escritas a destiempo, los discursos

de los aún memoriosos. Es aquí,

en la arena insondable, donde empieza

el más absurdo anhelo: el Edén,

la patria nunca vista, el arrebato

generoso de un padre doblemente

desgraciado, la sed de glorias imposibles.

Aquí, entre los vestigios, unas manos

ansiosas son capaces de horadar

los médanos y hallar el eje eterno.

¿Podrían describirlo los ojos, las palabras,

el canto que el espíritu imagina?

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Published on January 06, 2025 10:01

June 5, 2024

México Post Mortem

Una parafilia insana domina la mentalidad de las derechas contemporáneas: el gusto y la excitación ante sus propias derrotas. No es martirio, sino perversión de quienes ven con melancolía, pero sobre todo ánimo resignado, el derrumbe de sus principios. La marcha del tiempo no cesa, el progreso es una directriz, el ímpetu de la democracia consiste en la renovación, la stasis de los valores se revela como un mito, quizá el más peligroso de todos. Claudicar y conceder todo lo que un día representó la piedra fundacional del proyecto conservador, regurgitar los discursos de las izquierdas moderadas, revestirlos con algún toque de decencia y buenos modales, y aun así perder los concursos de popularidad, parece un precio justo de cara a las exigencias de los tiempos, con tal de no emerger en el imaginario popular como los villanos de la historia. Pero no hay caso. La derecha es un enemigo irredimible.

Unos días antes de las elecciones que encumbraron a Claudia Sheinbaum en el poder, afirmé en alguna red social que «la oposición merece y necesita perder de la manera más humillante posible o de lo contrario jamás entenderá que no hay manera de vencer a la izquierda radical en su propio juego». Es mercadotecnia básica —y la democracia partidista no es más que un concurso de marcas—: el consumidor no querrá un producto similar, que encima se percibe de peor calidad, cuando tiene acceso barato al original. A pesar de ello, la coalición de los partidos tradicionales optó por contestar las aspiraciones de la doctora Sheinbaum (según parece ya es obligatorio apostillar el título universitario) postulando en Xóchitl Gálvez a una trostkista devenida empresaria, famosa por su vocabulario soez, en teoría muy de pueblo (por aquello de la sangre india) y no menos progresista dadas sus simpatías por causas tan guadalupanas como la agenda LGBT, las infancias trans, el aborto y la abolición del patriarcado (sus propias palabras). La estratagema, que desde un populismo reempaquetado pretendía cerrar la brecha entre el proyecto obradorista y el de la oposición, resultó en una derrota de proporciones que no se veían desde la época de «la dictadura perfecta».

Pese a todas las paranoias, leyendas negras y cuentos sobre el neoliberalismo salvaje en alianza con el catolicismo más reaccionario, el PRIAN(RD) no es más que otra de las tantas advocaciones del progresismo global. Sus ejes: libertad de comercio a tasas moderadas e inflamados, pero vacuos, discursos sobre el estado de derecho, el respeto a las instituciones, la tolerancia, las energías renovables, la ciencia®. Una oposición que durante el farsa covidiana no se cansó de exigir al gobierno extender los confinamientos y hacer obligatorio el uso de los bozales, y que hasta la fecha reclama al oficialismo la osadía de permitir que los ciudadanos decidieran si se querían inocular un tratamiento experimental. Una candidata cuyos grandes logros se limitan a proponer más programas sociales y días que celebren a los pueblos originarios y a los negros. Una triada de partidos coaligados solo por un odio vago a la figura de López Obrador pero que, en la práctica, operan con su misma indolencia. Una derecha sin identidad, acomplejada de sí misma y enamorada de su propia derrota, nunca vencerá a la izquierda.

Una tercera facción ganó fuerza en los comicios pasados. ¿Alternativa a la vieja política? Más de lo mismo, en realidad. De posicionarse como una fuerza relevante en los próximos años, el resultado será un sistema de partidos monopolizado por el discurso izquierdista: Morena en su versión nacionalrevolucionaria, el PRIAN(RD) en su modalidad moderada y dubitativa (por siempre acusada de neoliberal y fascista), MC como una izquierda socialdemócrata que se autopercibe europea. México no tiene escapatoria a su decadencia, y esperar algo distinto en el corto plazo es rendirse a la ingenuidad.

Desde una perspectiva histórica y aceleracionista, convendría que a la doctora Sheinbaum le estallara el país de la peor manera posible. La complacencia y el crecimiento mediocre de la economía, que sucederían con o sin la camarilla de López Obrador en el poder, ayudarán a enraizar el proyecto de la 4T. México adora la inercia, se conforma con que las cosas funcionen a medias, no tiene prisa, lo soporta casi todo y lo que incomoda lo esconde bajo la alfombra. Hay razones para que las masas obnubiladas celebren: la deuda pública es relativamente baja, hay más subsidios que nunca, el peso, no gracias a Obrador, se consolidó en los últimos años como la moneda más estable del mundo. No serán los discursos tímidos de la oposición lo que derrumbe la legitimidad de Morena, sino un fracaso rotundo y dramático. Es la ley de Hobbes: el soberano pierde toda legitimidad en cuanto el poder no le basta para contener las fuerzas disuelven al cuerpo político. Solo entonces un nuevo Leviatán ha de emerger.

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Published on June 05, 2024 14:25