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¿por qué tenían que acabar todas las novelas cuando se casa la gente?, a patir de la boda, parecía que no había nada que contar, como si la vida se hubiera terminado

Algún día tendré penas que llorar, historias que recordar, bulevares anchos que recorrer, podré salir y perderme en la noche

La iglesia es un enorme receptáculo de palabras como gritos, llenas de pedazos de alma, de tiempo, de cristales vacíos.

el pájaro sabe, entiende, que de las eventuales constelaciones, de todos los posibles universos, ese es el del primer atisbo del infierno.
Una pluma cae, y otra.

Le horrorizaban los rasgos monstruosos de lo cotidiano. Esas cosas que miramos, pero no vemos, de las cuales no conocemos la verdadera esencia

«Sí, es necesario partir enseguida», se dijo, sin saber bien todavía adónde debía dirigirse. Tenía prisa en huir de los horribles pensamientos que la asaltaban en aquella casa, donde todo —los objetos lo mismo que las personas— se le hacía odioso, y cuyas paredes se desplomaban encima de ella con su peso abrumador.

Cada cual vive y disfruta su propia existencia. Yo sola tengo la impresión de ser una prisionera puesta en libertad provisional. Mi hermana Natalia, Váreňka, todas las mujeres, y Anna también, saben lo que es la existencia, pero yo.... yo la ignoro. ¿Y por qué acusan a Anna? Acaso soy yo mejor que ella? ¿De qué es culpable? Ella ha querido vivir, es un anhelo que Dios nos ha puesto en el corazón.

¿Cómo podía ser tan sumisa, caramba? La habría matado cuando la oí decir que él tendría que haber dado con una buena mujer, pero que las mujeres buenas no existen. Estupendo, al cuerno la lucha del sexo débil.

Por espacio de un instante consideré con serenidad el hecho de que algún día sería una anciana demacrada y ningún hombre torturaría ya mi corazón

En casa, me movía entre una bruma de objetos que sabían, al menos vagamente, a quién pertenecían. A la silla del abuelo le moestaba que otra persona se sentara en ella tanto como a él. Las camisas y los jerséis de la abuela se ajustabam para oscultar el pecho que le faltaba. Los zapatos de mi madre vibraban con autoconciencia. Nuestros juguetes nos buscaban.

Quiero darte las buenas noches, pero quiero poner las palabras en tus manos y en tu corazón, en ambos. Y te veré mañana. Mañana. Mañana).

Cada vez que escapaba de la casa experimentaba un torbellino de vitaldiad y esperamza, como si aún no se hubieran agotado las oportunidades de huir y vivit la vida a mi manera.

No. Había que ser más que la mujer que llora durante toda su vida al otro lado de unos vidrios o de una puerta; había que ser más que la mujer que se resigna a pisar todos los días el mismo camino, a mirar los mismos rostros a una misma hora, cotidianamente. ¡No!

Natalia padecía ante aquel destino suyo, ante la impotencia de su pobreza, que la obligaba a caminar por el mundo con los brazos en cruz sobre el pecho, inmóvil ante lo adverso y espantada ante la actitud resignada de su madre, cuyos ojos habían ido enturbiando el fuego de constantes lágrimas, cuya voz habían tornado quejumbrosa las lamentaciones, y cuyo espinazo se encarnaba hacía la tierra, como el de los mendigos.

y por la hija del matrimonio, que era silenciosa como la madre, pero que no llevaba en el rostro aquel sello de resignación y que no inclinaba la cabeza cuando cruzaba el patio, ni permitía que le fuese arrebatado su puesto

Por supuesto que me acuerdo. Pero eso fue hace veinte años. Ahora eres igualita a esas señoras. Escúchate, por Dios. Me estás diciendo que los hombres son todos iguales y que nosotras debemos entenderlos. Que se divierten haciendo fotos de cuerpos ajenos. Que hay chicas que seducen a chicos para desconcentrarlos y para que saquen malas notas. Ponte al día, mamá.

a menudo los recuerdos que una se guarda para sí misma se evaporan sin poder seguir el ritmo de la vida, igual que las gomas para el pelo que se meten en el cajón del pupitre o que se pierden debajo de la cama. Una persona con quien compartir impresiones, y con quien recordar lo vivido después de volver a la cotidianeidad en el momento menos pensado

Y le daba yo gracias a Dios que si me había mandado un mal, ese mal fuera cegarme, para no poder ver la desdicha de mi hijo

alguien, uno de ellos, había invocado a las potencias del fuego y las potencias acudieron a la invocación, con sus caras embadurnadas de rojo, con su enorme cabellera desmelenada, con sus fauces hambrientas. Y con su corazón que no reconoce ley.

las mismas damas en los palcos, los mismos oficiales detrás de ellas, las mismas mujeres emperifolladas, los mismos uniformes y las mismas levitas, la misma plebe desaliñada en el paraíso

Lo que me asombraba era su dicción, clara y precisa. En casa, casi siempre era mi padre el que cortaba el bacalao. Era el único que opinaba, pues mi madre murmuraba de vez en cuando como si hablara sola. Por eso nunca imaginé que tuviera tan buena dicción, ni que fuera capaz de expresar lo que pensaba y sentía con esa simpleza y claridad.

Escribo que, gracias a ella y a El regalo del ave que me prestó, pude sobrevivir al cansancio y la desesperación de mi último año de instituto, al autodesprecio que sentí entonces por mi incompetencia y a mi madre, que la mañana de mi examen de selectividad me dijo que no tenía dinero para pagarme los estudios universitarios.

Ésta es nuestra casa. Aquí la memoria que perdimos vendrá a ser como la doncella rescatada a la turbulencia de los ríos. Y se sentará entre nosotros para adoctrinarnos. Y nuestros rostros resplandecerán como cuando da en ellos el alba.

Pensaba también en otras mujeres, en sus amigas; se las imaginaba también en esta hora única y solemne de sus vidas, en la que renuncian al pasado para abordar, con la esperanza y el temor en sus corazones, un misterio porvenir.

¡Qué alrededor tan inmenso! Una llanura sin rebaños donde el único animal que trisca es el viento. Y cómo se encabrita a veces y derriba los pájaros que han venido a posarse tímidamente en su grupa. Y cómo relincha. ¡Con qué libertad! ¡Con qué brío!

Ese olor se metió en mi sueño para invocar recuerdos remotos. Esa casa con un patio amplio. El angosto porche. Las mantas dobladas con esmero y colocadas una encima de la otra sobre una cómoda. El olor a algodón y a detergente de las mantas. El aroma del verano. El olor de las axilas de mi madre, del arroz, de algo quemándose. Mi madre, mis hermanitos y mis hermanas vistas de atrás. El sol se pone.