Diego Uribe's Blog
October 31, 2019
Prefacio
Uno nunca se olvida de la primera salida a Boystown, de ese viaje en Uber XL con gente que acabás de conocer, todos ebrios y eufóricos. Pensás “El chofer nos debe odiar”. Y ese es el primero de muchos viajes en Uber XL y esa es la primera de muchas salidas a Boystown; y esos chicos ebrios y eufóricos se van a convertir en tu grupo de amigos, pero eso todavía no lo sabés. Y la primera es especial, la primera vez no se olvida. Lakeview es un precioso barrio para vivir, te das cuenta. El Uber agarra todo por Addison y emociona ver el estadio de los Cubs: Wrigley Field. Pasás la Red Line y ves un local de comida mexicana y te pone feliz leer palabras en español en la fachada. El Uber dobla en Halsted y listo, llegaste a Boystown. Ves la bandera gay por todos lados y eso te da cierta seguridad, respirás hondo, te aflojás. Pisás Sidetrack y te parece enorme, te perdés, la gente es bizarra, hay drag queens, hombres viejos, chicos jóvenes. Empezás a recorrer y explorar, seguido por tu séquito de amigos: Tyson, Yoshi, Ken y Nash. Estás resguardado, porque no cualquiera se banca salir a Boystown solo. Lo primero es ir a la barra y pedir algo para tomar, voy con un gin tonic (la bebida del gay por excelencia) y después hacer un loop por el bar. Tus amigos te dicen que seas el guía del tour pero no conocés nada entonces te dejás llevar. Y esa es la gracia: dar vueltas por el bar, tomar hasta que el hígado te diga “basta”, mirar chicos y que te miren hasta que alguno se anime y se acerque a hablarle al otro. Te gusta ser notado, sentirte deseado, te copa ese morbo de ser carne fresca. Y uno nunca se olvida del primer yanqui con el que te vas del boliche, uno nunca se olvida de los amigos que hizo. Y aún más importante, uno nunca se olvida del lugar donde fue feliz.
September 9, 2019
Esta otra orilla
¿Cómo puede pasar todo tan rápido?
Con qué facilidad el finde que tanto planeaste culmina y toca volver a la rutina
Con qué facilidad un auto se prende fuego y en minutos queda reducido a cenizas
Con qué facilidad un cáncer en unos meses puede dejar a una persona consumida
Con qué facilidad un accidente puede dar vuelta tu vida
y vos quedás hecho trizas
Con qué facilidad el sol se pone en el horizonte y empieza a sentirse el frío enseguida
Con qué facilidad uno puede arruinar una situación y de ahí no hay salida
Con qué fragilidad una persona se quiebra y sin querer se abre una herida
Con qué facilidad la noche que juraba ser la mejor de todas termina con vos tirado en la cama conteniendo el llanto mientras él está con sus amigos en un boliche bailando
Con qué facilidad cambié la camisa para salir por el pantalón de pijama
Con qué paz dormías anoche a mi lado y hoy me queda grande esta cama
Con qué facilidad te fuiste y con eso el vacío y el departamento se volvió frío
Con qué facilidad me inundó un silencio que ninguna canción supo llenar
Con qué facilidad nos podemos enganchar…
con la misma que se rompe algo y mandamos todo a cagar
Está todo bien y de repente ya no lo está
Y uno arma las valijas y se va
Porque está bien querer escaparse y hacerse el fuerte
Pero para quedarse hay que ser mucho más valiente
Con qué facilidad una sonrisa puede iluminar, con qué facilidad una carcajada puede llenar un lugar,
Con qué facilidad una notita puede tu día alegrar
Con qué facilidad un beso te hace los ojos cerrar y el resto olvidar
Con qué facilidad un simple abrazo
te junta los pedazos
Te armás de vuelta y seguís adelante
Con qué facilidad llegué acá y con qué dificultad me voy
Si estamos hechos de instantes y este finde fue apenas eso
Si siento que ayer fue Viernes pero ya es Lunes hoy
Con qué facilidad el tiempo vuela si se está con la persona indicada
O tal vez nosotros somos los que volamos
O esas gaviotas en el puerto
O aquel avión que pasó por encima nuestro
O esa cometa que intentaste remontar
Me voy pero me quedo…
Me voy aún queriéndome quedar
Me quedo con ganas de más
Me quedo con un beso en el portón
Me quedo en tu lado de la cama abrazando un almohadón
Me quedo con el reflejo de nosotros dos en el espejo antes de salir
Me quedo… quisiera que te quedes, pero me decís que te tenés que ir
Me quedo con tus pelos despeinados después de dormir
Me quedo con tus ojeras de cansado,
Y hoy me toca volver pero vuelvo cambiado
Me quedo con pila de besos, abrazos, caricias, cosquillas
Me quedo con tus palabras, tu voz de camionero y nuestras charlas
No me arrepiento de nada, lo pasé de maravilla
Me quedo con un chico que, a costa de todos sus mambos, brilla
Me vuelvo con cierta nostalgia, sabiendo que dejo algo muy lindo en esta otra orilla.
July 25, 2018
Manifiesto contra la soledad
Me cansé de los amaneceres fríos
donde el otro lado de la cama está vacío.
De la no-rutina, no tener alarmas.
Me levanto, desayuno en pijama.
Ya es mediodía: hora del baño.
Las cortinas del cuarto siguen cerradas,
las sábanas quedaron enredadas,
los platos de la noche anterior sin lavar.
La barba lleva día y medio sin afeitar.
Seguro soy un asco, al espejo ni me miro.
Dejo que el agua se lleve todo…
Estoy limpio, estoy listo.
Es un nuevo día. Respiro.
Me cansé del colchón de una plaza,
de dormir abrazando una almohada,
tapado con cuatro frazadas y haciéndome un bollito.
En mis sueños parece que tu nombre grito
hasta que despierto y vamos de nuevo.
Todo vuelve menos vos, te necesito.
Me cansé del sexo casual y banal con desconocidos.
No me hace sentir más querido, mucho menos amado.
Apenas me siento deseado y por completo desconectado.
De tanto haberme devaluado ya estoy aguerrido.
Sólo quiero que acabe, que se vaya…
que agarre su ropa y se vista de una vez.
El que otorga siempre calla.
Abro la puerta, beso en la mejilla, “Fue lindo. Te escribo”
Ojalá no lo hagas… simplemente andate
así te bloqueo, te borro y te olvido.
Me cansé de que la música sea mi única compañía.
Escuchar un instrumento o una voz
que no sea la mía
ni la de mis pensamientos.
Para que haya algo, aunque sea “de fondo”…
Una dulce melodía, una triste sinfonía,
de Jimmy Fontana, “il mondo”.
Insoportable el silencio en su versión extendida.
Necesito algo que lo calle, lo interrumpa.
La música me sirve para apaciguar mi estadía.
Me cansé de las comidas rápidas en el sillón mirando tele.
No hay nada interesante, ya ni sé qué quiero ver.
Quizás es para un rato escapar y no tener que pensar.
Es difícil… estar y vivir solo muchas veces duele.
Me cansé de pedirte cada año
al soplar las velas de mi torta.
De cuestionar incluso si existías…
Fuiste 1 de 3 deseos cada 12 de Febrero.
¡Y apareciste! Lo que más quería.
Y aunque no estés acá, no importa.
Ya falta poco, yo te espero.
Me cansé de no tener con quien hablar cuando llego a casa.
Alguien que pregunte “¿Cómo fue tu día?”.
De vez en cuando un masaje, no me molestaría.
Que me sorprenda en la cocina
y tenga la osadía de preparar la cena.
Poner dos platos, dos vasos, dos pares de cubiertos en la mesa
y conversar, quiero que me cuentes.
Todo lo que me digas voy a escuchar.
De vos no me pienso alejar, aunque lo intentes.
Te prometo que voy a estar ahí y lo mismo vos.
Te juro que es más fácil y mucho más lindo si somos dos.
June 14, 2018
Si cierro los ojos
Si cierro los ojos,
después de un rato puedo quedarme dormido.
Si estoy cansado y mantengo los ojos cerrados,
hasta puedo soñar.
Lo que quiera puedo imaginar,
puedo verte. Estás enfrente,
en la esquina, en el bar.
Vengo caminando y te veo al doblar,
de repente.
Sentado en las mesas de afuera, de la vereda.
Mesa para dos, color blanco, de madera.
En esa mesa me siento siempre
por si en una de esas aparecés.
Ahí te espero,
la propina bajo el azucarero
y la cuenta por firmar.
Así estoy listo para irme
cuando me vengas a buscar.
Si cierro los ojos al besarte
es porque confío ciegamente en tus labios.
Si besarte es un sueño
entonces no quiero despertar.
Encerrémonos en tu cuarto;
por favor, no molestar.
Hasta con las manos atadas
y los ojos vendados
en vos confiaría.
A través de la oscuridad escucho tu voz
y ella me guía.
Si cierro los ojos,
no veo nada.
Si los cierro con fuerza,
veo todo negro y estrellas de colores,
me mareo y no entiendo.
¿Qué pasa? ¿Dónde estoy parado?
Estoy desorientado,
me siento perdido.
Si cierro los ojos,
cuento con uno menos de mis sentidos.
Los abro y tardo un rato en acostumbrarme.
Veo todo borroso, fuera de foco.
Siluetas, sombras y cuerpos…
Todo se vuelve nítido poco a poco.
Y ahora que veo claro,
me doy cuenta que no estás.
Ahora que no estoy soñando, me faltás.
Entonces cae una lágrima
de mi ojo ya abierto
porque lo que veía recién no era cierto.
Fue una fantasía que construí
o un recuerdo que reviví
porque prefiero eso que estar despierto.
April 11, 2018
Qué más quiero
Y ahí estaba él, su nombre en la pantalla de mi celular me refiero.
Aunque hubiera preferido escucharlo de su boca salir cuando yo preguntara
“¿Quién es?” después de que un sujeto desconocido a mi puerta golpeara.
Pero uno no puede ponerse pretencioso en todo esto…
Era una videollamada, me arreglé un poco y atendí.
Y ahí estaba él, tal como lo recordaba, de pronto lo vi.
Sus ojos, del color del cielo más despejado que había visto.
Su pelo rubio, corto en su justa medida, él siempre tan prolijo.
Sus lunares: en la nariz -como el mío-, a la misma altura en la mejilla,
otro en el cuello y uno un poco más abajo.
Y su sonrisa. Dios, su sonrisa…
Con tan sólo verla mi día estaba hecho –y yo por dentro deshecho-, no necesitaba más.
Pero había algo todavía más lindo que su sonrisa y eso era saber que yo la provocaba.
Y al verlo y escuchar su voz, yo también -inevitablemente- sonreí.
Supongo que eso era todo… lo importante no era la conversación en sí.
Lo importante era verse y escucharse, aunque sea un momento.
Sentirnos más cerca que estos 9516 kilómetros que nos separan…
¡Y funcionaba! Él estaba ahí conmigo, me puso contento.
La videollamada es cosa de las relaciones a distancia me imagino.
Otra manera de sobrevivir a ese constante “Te extraño” no se me ocurre.
Seré quisquilloso -y muy agradecido de la tecnología-, pero a mí no me bastaba con eso…
Yo quería tenerlo a mi lado, a su persona íntegra, en vivo y en directo.
No su versión 3D, algo plana y pixelada,
con su voz desfasada
del movimiento de sus labios que yo sé que no es así.
Esta versión digital no le hacía ni justicia, ni a los talones.
Lo que yo quería era atravesar la pantalla de mi celular y sentirlo realmente,
satisfacer este deseo físico que me carcome.
Tomar su mano, acariciar su mejilla, jugar con su pelo,
agarrar su pierna, abrazarlo, encajarle un beso.
Alborotar su cabeza, su corazón, su universo entero.
Un puto Big Bang, mi amor. Somos eso.
La teoría del Origen, la ciencia contra la iglesia…
¿Qué me interesa? Si yo no sé nada, lo ignoro.
¿Qué me interesa si teniéndote a vos lo tengo todo?
Si acelerás mis partículas y al tocar tus labios el planeta se detiene.
Si así empieza, ¡que explote el mundo, que reviente!
Si total yo sólo quiero tener tu lengua entre mis dientes…
Tiene que haber una forma de hacer eso, un lugar donde esté permitido.
Un ciberespacio, un tercer lugar,
un territorio neutral,
intermedio para los dos.
Sin vuelos de 12 horas, sin escalas, sin boletos de avión,
sin dinero, sin distancias,
sin diferencia horaria,
sin fronteras y sin números.
Puede ser un museo, arriba de una nube, en una plaza o un hotel.
Donde vos quieras, podés elegir…
Eso y a qué hora me tenés que decir
Y yo voy a estar ahí, te voy a ver.
Un juego de realidad virtual donde podamos interactuar, un OASIS.
Donde vos puedas ser vos y yo pueda ser yo,
donde los dos podamos ser nosotros o podemos ser uno los dos
y acortar esta distancia y este “Te extraño” infinito.
Ahí es donde va mi imaginación cuando te necesito.
Ahí es donde mantengo vivo el amor…
porque ahí no tengo dudas, no tengo miedo.
Sé que ahí vas a estar vos y, si estamos los dos, ¿qué más quiero?
September 27, 2017
Florecer
Se tomó todo lo que necesitaba. Se tomó unas birras un Lunes con amigos, se tomó el día de franco. Faltó a clase un Martes, se tomó unos mates con una amiga y se tomó el atrevimiento de acostarse a las 4 de la mañana. Porque se lo permitió, se permitió darse el gusto, se permitió ponerse en pedo un día de semana y acostarse a cualquier hora, no cumplir horarios, romper con la estructura, no ser perfecto… aunque sea una vez, no ser perfecto sino ser normal. Se permitió conocer a un chico nuevo, se permitió decir lo que pensaba, se permitió bromear, se permitió salir con alguien y tomar algo, se permitió extrañar a ese chico que acababa de conocer y escribirle, se permitió sentir. Y sintió como si todos los poros de su piel fueran brotes que germinaban, uno por uno. Y pudo florecer y abrirse como un capullo cuando despierta la primavera y se sintió lindo. Se permitió sentir mariposas y todo el maldito zoológico revoloteando en el estómago. Con este chico se sintió así, seguro, confiado, con los pies sobre la tierra, como si estuviera echando raíces. Se permitió explorar, divagar, irse por las ramas y trepar por ellas. Porque estaba bueno sentir y permitirse y conocer y jugar… Jugaron al ping-pong, a esto o aquello, a las 20 preguntas. Ese día no llevó mochila porque no quería cargar con nada, le pesaba mucho y le molestaba a veces, no necesitaba llevar nada más ese día; así que los fantasmas y los monstruos los dejó en la casa. Y se le voló la gorra rosa que llevaba puesta, y este pibe le voló la cabeza. Y se permitió la primera cita, el primer beso, las primeras veces para todo… porque está bueno redescubrir la vida desde los ojos de otro. Y se permitió esperar(lo), tomarse más tiempo, tomarse las cosas con calma, no tenía ningún apuro, se perdonó la vida. Y se sintió bien sentir, parecía lo correcto, porque no era ni un frío robot sin emociones ni un animal movido por el instinto visceral, era un humano. Y como tal, se iba a permitir amar, equivocarse, errar, darsela contra la pared y sangrar si era necesario, todo junto, en cualquier orden. Se tiró a la pileta, con agua, sin agua, con hojas, con bichitos, con malla, con ropa, sin ella, como venga. Y se despidieron en una esquina, en un parque, en una parada de colectivo, con los pelos despeinados por el viento y los pelitos de los brazos erizados por el frío o por la emoción. Se despidieron con la ilusión de volver a verse, no explícita pero latente, con la alegría de haberse encontrado, como quien encuentra plata en algún bolsillo y que no recordaba haber dejado ahí. Y caminaron, volvieron a sus casas, sonrieron, suspiraron, dejaron el orgullo de lado y se escribieron ese mensaje, tan simple y tan hermoso: Qué lindo verte. Y se dijeron las cosas que se dicen, e hicieron las cosas que hacen los enamorados, seguramente. El escritor también se tomó la licencia poética de no terminar este relato, de no ponerle un fin a esta historia, porque recién arranca y quién podría querer que termine, nadie dijo nunca nada. Ni una moraleja les dejó, esto es sólo una crónica de hechos, un vómito frenético de palabras elegantes que apenas alcanzan para describir emociones hermosas, tanto color vívido pasado a un aburrido papel en blanco y negro, pero aún así tiene su magia, su encanto. Lo que sí, esa tarde de mediados de Septiembre, él se dio cuenta de algo… La primavera no radicaba en el día o en las condiciones del clima, poco tenía que ver con pájaros cantando en los alrededores y gente de picnic sentada bajo el sol en las plazas. La primavera estaba en él mismo, en todo eso que había florecido adentro suyo, en todo eso que revivía y que el invierno había matado. Empezó a llevar flores a su casa periódicamente y también empezó a usar más colores en la ropa, como un souvenir de todo lo que había vivido, como una especie de recordatorio o nota mental que dijera “Sentite lindo, sentite amado, sentite especial, sentite bueno, sentite vivo. Sentite como quieras, pero sentí. Está bueno sentir“.


August 12, 2017
Fuera de la caja
“Zona de confort”, algo de lo que hemos escuchado hablar alguna vez en nuestra vida. Pero, ¿qué es realmente? No es un área geográficamente delimitada de la cual, si nos salimos, explota una mina y morimos, no, no es tan así, no es tan gráfico. Tampoco es un círculo de tiza en el suelo, para nada. Es un concepto más bien abstracto, subjetivo. Cada persona tiene su propia zona de confort. También hay otros conceptos asociados a la zona de confort: “la vida empieza al final de tu zona de confort”, el miedo a lo desconocido, “más vale viejo conocido que nuevo por conocer”, pensar fuera de la caja, el pensamiento lateral o divergente, etc. También hay un sabio anciano muy famoso que dice que a veces tenemos que elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil (si sabés de quién hablo, 10 puntos para vos). Creo que tiene mucho que ver con todo eso… y yo quiero hablarles de la zona de confort. Porque es algo que últimamente veo mucho y me molesta. Veo parejas, pero no veo amor. Veo gente que trabaja, pero no veo gente que haga lo que le gusta (o que le guste lo que hace). Veo gente que dice “Me gustaría tal cosa” y lo ven como un simple deseo, nunca una realidad. Y el espectro que abarca “tal cosa” es muy amplio: puede ser viajar, aprender un idioma, tomar una clase de arte, redecorar tu habitación, arrancar un emprendimiento. Hasta un ejemplo muy simple y actual, “Me gustaría estar en pareja/Quiero un novio”. En principio, son meramente deseos, sueños, proyectos, pensamientos en voz alta, cosas que posponemos para “algún día”. Pero está bueno escuchar esos pensamientos en voz alta y hacerles caso, dejar de posponer las cosas y hacer que ese “algún día” sea hoy. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, y no al revés. El que haya dado vuelta esa frase seguramente era un vago… Cuando lo hacemos, cuando empezamos a escucharnos, cuando pasamos del pensamiento a la acción, de las palabras a los hechos, todo cambia, se transforma todo. ¿Y vos qué estás haciendo? ¿Estás planeando ese viaje? ¿Estás ahorrando? ¿Averiguaste por pasajes y hoteles? ¿Tenés el pasaporte y la visa al día? ¿Averiguaste por esas clases o cursos? ¿Qué le falta a tu habitación? ¿Qué es lo que no te gusta? ¿Qué papeles requiere tu proyecto? ¿Cuántas personas necesitás? ¿Qué estás haciendo para conocer nuevas personas? Es necesario formular estas preguntas para ordenarse un poco, para darse cuenta dónde estás parado. Pero no lo pienses tanto, no te cuestiones, no pienses en lo demás, en cómo te va a ir, no analices. Seguí el impulso antes de que desaparezca y chau, después vemos. Eso es salir de la zona de confort para mí, ese famoso “click”, ese pasito gigante entre el “Tengo ganas de hacer tal cosa” y el “Listo, lo hago”. Es tener el poder de decisión, de cambio, es fuerza de voluntad, es hacerse cargo de lo que sos y lo que tenés y lo que podés llegar a ser, reconocer tu potencial y explotarlo, hacerte cargo de tu propia felicidad. Y les juro que es totalmente necesario dar ese paso, hacer ese click. Porque quejarnos de nuestra situación no nos cuesta nada, total el aire es gratis y somos expertos en criticar y quejarnos, eso sí. Ahora accionar sobre eso, cambiar la situación, tomar la iniciativa,eso cuesta… pero es sumamente satisfactorio. ¿Estás mal en algún aspecto de tu vida? Bien, perfecto, ya tenés un paso ganado: El primer paso es reconocerlo (Si todo está bien en tu vida, ¡felicitaciones! Seguí adelante). Ahora que identificaste lo que está mal, ¿qué podés hacer para cambiarlo? Sí, eso, ese primer pensamiento que te vino a la mente, ¿cuál era? No lo reprimas, no juzgues. Eso que podés y querés hacer, hacelo. Sacate las ganas. No sé si será porque soy Acuario, porque soy artista, porque soy sensible, por ser ambicioso, perfeccionista, obsesivo, porque soy inquieto, soñador, porque me aburro fácil, porque pongo la vara alta, por ser de la generación millennial… quizás sea una combinación de todo eso junto. Me voy a usar de ejemplo porque soy un caso bastante particular, disculpen. Mi zona de confort es muy pequeña y está dejada muy atrás, bien en el pasado, a esta altura de mi vida. Nací en Tierra del Fuego, en una pequeña ciudad, pocas posibilidades, una sociedad bastante tradicional, algo conservadora, el sueño de la familia, la casa, el auto, el trabajo, las vacaciones y eso es todo, varía la cantidad y calidad. Más hijos, casas más grandes, autos más caros, vacaciones más lujosas, fin. Hasta ahí, era uno más. Romper con esos estándares sociales me costó muchísimo. Ciertas cosas las elegí yo, ciertas cosas se fueron dando así. Perder a mi núcleo familiar a los 13 años, independencia económica y la posterior emancipación, hacé lo que quieras pero hacete cargo (1º paso). Recuerdo que en el último año de secundaria los profesores nos preguntaban “¿Qué van a estudiar?” y me miraban raro cuando mi respuesta era “Cine”. Sin presiones de mis padres sobre qué estudiar, la carrera que te imponen, el legado o el negocio familiar, eso no te va a dar de comer, nada de eso (2º paso). Venirme a Buenos Aires, mudarme a otra ciudad, mucho más grande, dejar el nido, arrancar desde cero, vivir solo (3º paso). Descubrir que soy gay, asumirlo, con todos los cambios que eso implica (4º paso). Salir a buscar trabajo y trabajar por necesidad, porque no te queda otra (5º paso). Escribir, ser escritor y publicar un libro (6º paso). Seguramente haya muchos más que no recuerdo, pero me detengo acá. Me parece que ya con esto es suficiente y se entiende… Pareciera que elegí el camino difícil, que me la complico yo solo: ser artista, encima escritor, encima gay. Dale Diego, una fácil…NO. Porque yo lo elegí, fue mi decisión. Yo quiero hacer esto, yo quiero ser esto. Que podría haberme quedado allá y trabajar, no seguir una carrera y trabajar para algún conocido, o seguir una carrera más “común”, que podría haber sido abogado o médico, que podría haber sido mantenido por mis padres más tiempo, que podría haber conocido una chica, casarme, tener hijos, que podría tener un trabajo más estable, eso seguro. Sin ir más lejos, el año pasado viajé al sur, cuando aún no tenía trabajo, y me ofrecieron quedarme allá, comida y techo tenía asegurado, y algún trabajo se podía conseguir, algún puesto se podía inventar. Y también les cuento del libro, lo que me costó publicarlo, lo que me costó escribirlo, lo que me costó sacarlo del cajón y desempolvarlo, lo que me costó sacarlo a la luz y decidir publicarlo, decidir ser escritor, lo que me cuesta escribir (o sentarme a escribir, mejor dicho), las editoriales que me dijeron que no, los concursos en los que participé y no gané, los subsidios que pedí y que no me dieron. Recibí todos los “No” antes de publicar el libro, o más bien no recibí nada. Cuando agoté todas las posibilidades, recurrí a la última opción: autopublicar (o sea, invertir, poner la plata). ¿Me rendí? No. ¿Cumplí el objetivo? Sí. Fue como un pacto que hice conmigo mismo, con Dios, con la vida, con el destino, ni idea. Dije (o pensé): “Tengo esta habilidad, tengo este don, tengo este producto hecho por mí, por mis propias manos. Lo uso. Me hago cargo. Quiero ser artista, quiero ser escritor, quiero contar historias, quiero transmitir”. Fueron esas las palabras básicamente que utilicé, fue eso lo que pedí, lo que confirmé y se me concedió. Mi zona de confort ya es diminuta ahora, me río en su cara (si la tuviera). Es todo aquello que dejé atrás, todo aquello a lo que dije que no por elección, esa es mi ex-zona de confort. Es algo que elijo todos los días, ir por más, buscar superarme, crecer, progresar, apostar en mí, creer en mí (y cuesta, cuesta quererse a uno mismo, eh). Pero es un trabajo de todos los días, es un mantra: “Esto es lo que soy, esto es lo que tengo”. ¿Fue fácil? Para nada, nada es fácil. Todo lo bueno, todo lo que vale la pena, cuesta. ¿Soy más feliz? Definitivamente. No sé si estoy “conforme” con mi vida, pero sí estoy en paz. Y me falta, me falta hacer muchas cosas… Me falta viajar, me falta recorrer mucho, quizás haga paracaidismo, quizás tome clases de hip-hop, quizás aprenda a manejar finalmente, ¿quién sabe? Y lo más importante que elijo todos los días es vivir. Porque tranquilamente podría haber saltado de un puente, haberme cortado las venas, ser alcohólico, drogadicto, no sé… Después de todo lo que pasé, me sobrarían motivos. El papel de víctima es lo más a mano que tenemos, nos sale enseguida, eso es fácil, eso es no hacerse cargo, eso es no elegir (y me hago cargo de que estoy escribiendo sobre algo durísimo).”No puedo”, “Esto no es para mí, es demasiado”, “No puedo soportarlo”. Yo elegí vivir, ver qué tiene la vida para mí. Eso me intriga muchísimo y es lo que me mueve… Yo aposté en mí, aposté a la vida. Yo elegí vivir, y vivir la vida que me merezco, la vida que quiero. Que va ser complicado lo tengo claro, porque elegí lo correcto antes que lo fácil (o lo seguro). Pero fue lo que pedí y me la banco, me hago cargo. Y si cuesta más, está bueno también. Las cosas se disfrutan y se valoran más cuando se consiguen con esfuerzo. Porque estabas mal y decidiste estar bien, dar el paso, hacer el click, tirarte a la pileta. Es un viaje de ida, les juro. Porque si siempre estuviste bien, si nunca te faltó nada, no sabés lo que es pasarla mal tampoco. No es una crítica, es una reflexión, opinión mía. Les hablé de zona de confort, ahora ya saben cuál es la mía. ¿Y la tuya?


June 29, 2017
You give me something
Me diste un vaso de agua fría para romper el hielo en aquel primer encuentro. Me diste el fuego de tu abdomen la primera vez que nos vimos, cuando te dije que tenía las manos frías y me hiciste ponerlas debajo de tu remera. Me diste a probar los mejores platos que alguien haya cocinado para mí (y los más picantes y especiados también). Me diste un sinfín de brindis, de chocar las copas y mirarnos a los ojos y beber un sorbo, por nosotros, por las casualidades, por los encuentros, por el amor, por los viajes, por las publicaciones de libros. Me diste tu mano bajo la mesa mientras cenábamos, debajo de los manteles, las velas, las servilletas de género y el doble cubierto, debajo de toda la fachada romántica. Me diste besos inesperados con sabor a Sauvignon Blanc en los labios, a provenzal, a pollo al curry. Me diste la almohada de tu pecho recostados en el sillón los dos mirando reality shows en Netflix. Me diste tus manos traviesas e inocentes que jugaban a las escondidas con las mías como dos niños. Me diste RuPaul y Heidi Klum, no me diste The Voice porque no tenías cable. Me diste Bublé, Sinatra y Ray Charles, me diste Golden Age. Me diste Honey y me diste Ipa, me diste Finca Los Haroldos. Me diste eternas conversaciones en inglés, en español, en Spanglish, donde me regalabas tu lengua y yo te ofrecía la mía. Me diste caminatas de pies descalzos por todo el departamento porque así es la política en tu casa: sin zapatos. Me diste la calidez y suavidad de tu piel, mejor que cualquier otra sábana, manta o frazada. Me diste un cepillo extra la primera vez que me quedé, me diste un mini dentífrico, me diste Listerine; de hecho, me diste todo el baño de invitados sólo para mí. Me diste la mitad de tu cama, y el edredón de plumas que es un tira y afloje de toda la noche. Me diste la fricción de tus pies y los míos, el enrriedo y el desenrriedo del nudo de nuestras piernas. Me diste la intemperie de tu espalda y el tatuaje que te cubre los hombros. Me diste rutinas nocturnas de cremas, lociones y tratamientos faciales porque “eso es lo que hay que hacer cuando llegás a los 30”. Me diste el calor de tus brazos por la noche y al despertar en la mañana. Me diste tus pelos despeinados al despertar y luego tu peinado húmedo y prolijo de raya al costado después de bañarte. Me diste noches de short y remera, y mañanas de traje y corbata. Me diste desayunos express de café con leche y tres cucharadas de azúcar. Me diste tu taza de Starbucks de la India y para vos la de Greenland que te regaló tu ex. Me diste la mejor vista desde la ventana de tu living, espiando a los vecinos, espiando tus revistas, tus bibliotecas, esperando a que salieras de la ducha. Me diste los amaneceres más hermosos que vi en mi vida, caminando junto a vos acompañándote al trabajo, y después sin vos siguiendo camino a casa. Me diste un bolígrafo azul para que firmara el libro que te regalé. Me diste un quitamanchas aquella vez que volqué helado de chocolate en mi camisa celeste nueva, tan cliché todo. Me diste tus remeras grandes de Washington D.C. de los lugares que visitaste, de una tienda de hot dogs, de algún equipo de fútbol americano de allá, tan simples como vos. Me diste french toasts, peanut butter, walks of shame, american blowjob, Black Mirror, Project Runway y otras cosas que no tienen traducción (o que sí la tienen pero es horrible). Me diste primero de Mayo, y cinco de Maio, también diecinueve y veinticinco de Mayo. Me diste cena a las 20, a la cama a las 23 y arriba a las 6:30. Me diste besos de ascensor, de bienvenida, de despedida, de buenos días y buenas noches. Me diste 7º Golf y los ladridos molestos de los perros de tu vecino cada vez que alguien entrabasalía. Me diste seguridad y me diste confianza. Me diste vuelo y me soltaste en Caída Libre. Y después no me diste más nada, me dejaste de dar importancia, me diste lo mismo. Te di celos y me diste una escena. Te di un beso en la frente y te dije “¡Buena suerte! Nos vemos”. Doy un portazo, cerramos puerta, corazón, asunto. Guardamos llave, candado, cerrojo, palabras, ganas, recuerdos. Porque tirar la piedra y esconder la mano es fácil, pero hablar de sentimientos y poner las cartas sobre la mesa es difícil, cuesta. Entonces te veo y me saludás, me decís “Hola” con tu extraño y gracioso acento, como si nada, como si no nos conociéramos. Nos separa un vidrio (o un abismo). Me hacés algunas breves y simples preguntas protocolares de a dónde viajo, por qué viajo, por cuánto tiempo, a qué me dedico, cuánto gano por mes, si tengo familia, dónde están. Te doy las respuestas, me das la visa, me das tu sonrisa y que pase el que sigue, sólo soy uno más. Pero hay algo último que me diste: lástima, de habernos dado tanto y que ya no quede nada. Y quisiera darte algo último porque no tuve oportunidad… esta tarjeta de “¡Feliz cumpleaños!”, de “Perdón”, de “Te quiero”, y el regalo más preciado que se le puede regalar a una persona: Tiempo.


June 7, 2017
Estrella fugaz
Era la madrugada del 25 de Diciembre de 2016, pasadas las 00:00 hs. hace un ratito. La gente seguía saludándose, repartiendo, entregando y abriendo regalos. En la quinta habían muchas personas… y no faltaban los típicos personajes de cada Nochebuena: el tío borracho, el niño que sólo quiere abrir sus regalos, el primo lindo que piensa en salir, el que le saca fotos a todos y a todo, el que hace de Papá Noel, el bebé que no llega despierto a las 12, la primita que no para de jugar y bailar, algún amigo o vecino que pasa a saludar un ratito, etc. Las mujeres estaban trayendo las cosas de la mesa dulce que tanto me encantan: turrones, garrapiñadas, maní con chocolate, almendras, pan dulce, budín. Yo estaba sentado con Anita, charlando y tomando sidra. Ya habíamos intercambiado regalos, ella me regaló un precioso sweater estilo navideño de Harry Potter que siempre había querido (me conoce tan bien). Ya habíamos saludado a todos, ya habíamos brindado y ahora estábamos ahí, haciendo sobremesa y recibiendo la Navidad. De fondo sonaba una de esas típicas radios de pueblo que pasan música variada y a la cual la gente llama para mandar saludos (siempre me compadecí de la gente que le toca trabajar en Nochebuena y de la gente que no tiene otra cosa mejor que hacer que llamar a una radio para mandar saludos). De pronto sonó la canción “Vente pa’ acá” y yo no pude contener mi emoción. Me paré de inmediato de la silla y la agarré a Anita de la mano.
– Amiga, ¡vení! Este es el tema que te decía, ¡bailemos!
Anita no entendía mucho de qué le estaba hablando exactamente, pero me siguió de todas maneras. Nos alejamos un poco de la mesa y de la gente y fuimos hacia el pasto, donde no molestábamos a nadie ni nadie nos molestaba a nosotros. Yo me conocía el tema de memoria y bailaba sin control, pero Anita bailaba a medida que iba descubriendo el tema, y puedo decir que le gustaba. La tomé de las manos y bailamos juntos, giramos, cantamos, nos divertimos y reímos. De esa risa que es contagiosa y que crece cada vez más, que terminan doliéndote los abdominales de tanto reírte y terminás cansado. Cuando terminó el tema, Anita me abrazó muy fuerte.
– ¡Gracias! Me encantó.
Y yo no respondí nada, simplemente la abracé porque, a veces, eso es todo lo que necesita una mujer: un mimo. En la radio comenzó a sonar un lento, de esos clásicos, no me pregunten el nombre porque no lo sé (¿ven por qué les digo que esas radios pasan “música variada”?). Y Anita no me soltaba y yo tampoco a ella, no decíamos nada, sólo nos perdíamos en la música y comenzamos a balancearnos, y de repente estábamos bailando otra vez, ahora un lento del año del jopo. Después de eso, recuerdo que nos sentamos al borde de la pileta con los pies adentro del agua, era una noche calurosa de verano. Y de nuevo nos pusimos a charlar, de cosas sin sentido, de cosas profundas, de la vida, etc. y mirábamos al cielo, a la noche estrellada. El cielo en cualquier lugar alejado de la ciudad es más hermoso… sin grandes edificios, despejado, inmenso, infinito. Y justo ahí, en ese momento, sucedió algo milagroso: una estrella fugaz pasó surcando el cielo a lo ancho, en nuestras narices, y se perdió en el horizonte. Anita me tocó el hombro y me sacudió para que se lo confirme, para chequear que no era un sueño, una ilusión.
– ¡Amigo! ¿Viste eso?
– Sí, Ani. Lo vi…
– Tenemos que pedir un deseo.
Y cerré los ojos con fuerza para no ver nada y concentrarme. Tenía que ser muy claro y específico con lo que quería así que me tomé mi tiempo. No hacía falta cerrar los ojos con tanta fuerza, pero quizás si cerraba los ojos con fuerza y pedía el deseo con fuerza, este se cumpliría. Lo pensé, lo describí en mi mente con lujo de detalle, intenté visualizarlo hasta casi sentirlo real, finalmente lo pedí y lo mandé al universo. Al abrir los ojos, vi las estrellas, pero no hablo del cielo de 9 de Julio sino de la mismísima Vía Láctea, ese fondo negro y los puntitos de colores que uno ve cuando se marea y se le nubla la vista. De pronto, volví a ver la cara de Anita frente a mí: su rostro fresco, su sonrisa traviesa, su pelo anaranjado y sus ojos que me miraban expectantes.
– ¿Y? ¿Qué pediste? Tardaste un montón…
– Es que hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea, mirá si después se te cumple y no es como esperabas… Hay que ser bien específico.
– Bueno, ¿y qué pediste?
– ¿Que no te vayas? Que no me dejes… que puedas encontrar lo que te haga feliz, pero acá… Quizás sea un poco egoísta, perdón.
Los ojos de Anita rebozaban lágrimas, se abalanzó sobre mí y me abrazó bien fuerte.
– ¡Ay, amigo! Te quiero tanto.
– Yo también, Ani.
Y lloramos un poquito en el hombro del otro hasta que nos calmamos y nos soltamos.
– Qué feo y qué hermoso eso que pediste.
Los dos nos reímos.
– ¿De verdad te vas a ir?
– ¿A México decís, gordo? La verdad no sé… Me encantaría, tengo muchas ganas y sé que podría hacerlo tranquilamente, no es un imposible. Pero a veces me agarra la duda, ¿sabés? Dejaría muchas cosas acá: mi casa, mi familia, mis amigos, mi hermano que cocina y casi incendia la casa… Ahí lo pienso y no sé si estoy tan segura.
– ¿Pero pediste eso?
– ¿Que se dé lo de México? No, ni en pedo. México no es un sueño, es un proyecto… No hace falta pedirlo, simplemente tengo que trabajar para conseguirlo. ¡Y pedir trabajo!
– ¿Y qué pediste entonces?
– Ser una modelo famosa de publicidad gráfica.
– Cierto, eso… Y bueno, ¿por qué no? Tenés todo para serlo, yo te re veo. Mirá cuando vea las ciudades empapeladas con tu cara. El perfume este, la ropita aquella, el maquillaje no sé cuánto.
– ¡Qué fuerte!
Anita se reía.
– Y bueno amiga, habrá que animarse, no tener miedo…
– ¡Exacto! No tener miedo. No tengas miedo si me voy… voy a estar bien, vos también vas a estar bien, nuestra amistad va a estar bien. Andá a saber igual, pueden pasar muchas cosas de acá a Abril. Quizás ni me voy… Y si me voy, bueno, siempre me podés ir a visitar.
– ¿A México? ¿Te parece?
– Sí, ¿por qué no?
– No sé, no me llama para nada… Aunque quién te dice que en un futuro no termino viviendo en Estados Unidos y de ahí me quedaría cerquita.
– ¿Ves? Ahí está, me gusta. Quizás conocés algún yanqui hermoso y con plata y te quedás allá…
La idea de Anita empieza a gustarme y atraerme.
– Hagamos una cosa amigo.
– Okey, ¿qué? Decime.
Nos sentamos como indiecitos, mirándonos frente a frente, la cosa se pone seria, formal, burocrática, sacamos los pies del agua, nos sentamos derechos y todo.
– Cambiemos el deseo.
– Pero no se puede cambiar el deseo, amiga. Tendríamos que esperar a que pase otra estrella fugaz…
– Okey, arrancame una pestaña… No, joda. Bueno, no es cambiar el deseo en realidad, no hace falta. Es simplemente hacer una promesa, un juramento. ¿Está bien?
– Okeeey…
La miro a Anita con cierta desconfianza, no la sigo.
– Vos querés ser escritor, vivir en Nueva York, enamorarte. ¿Correcto?
– Y yo quiero ser modelo de publicidad, viajar y conocer gente.
– Así es…
– Bueno, tenemos que prometer que no vamos a tener miedo, no vamos a ser unos cagones. Vamos a luchar por lo que queremos y lo vamos a conseguir.
– ¡Me encanta!
– No tenemos que tener miedo de lo que queremos, de llegar, de triunfar, tener éxito y ser famosos.
– Absolutamente de acuerdo.
– E incluso cuando lleguemos, nunca nos vamos a olvidar el uno del otro. Vamos a seguir hablando, viéndonos cuando sea posible, nada va a cambiar entre nosotros, pase lo que pase.
– ¿Y vamos a subir fotos a Instagram de eso?
– Vamos a subir fotos a Instagram de eso, exacto. Siempre al top, bebé.
La cosa se desvirtúa un segundo y nos reímos.
– Bueno, ¿lo prometés?
– Lo prometo.
– Lo prometo.
Nos tomamos de la mano, Anita me aprieta y yo le devuelvo el apretón a ella, mis manos transpiran un poquito. Cerramos los ojos, lo pedimos y lo mandamos al universo. Cuando volvemos a abrir los ojos, le doy un abrazo a Anita.
– Te amo.


March 26, 2017
People always leave
Dos de mis mejores amigas se van a vivir muy lejos dentro de poco, a otra ciudad, a otro país. Otros dos de mis amigos se van de gira por Latinoamérica por dos meses con un show que están haciendo, otra estuvo de gira con una obra en Mendoza todo el verano, tengo una amiga que se fue a vivir a España, otra que está en Brasil hace más de tres meses, otra que anduvo de viaje por el sudeste asiático varios meses, otra que estuvo en República Dominicana dos meses, un amigo que se volvió a Rosario con su familia, mi prima de La Plata se mudó a Uruguay por trabajo, otra gran amiga se volvió a Río Grande también por trabajo, dos amigos más planean irse a México el año que viene, mi otra prima de La Plata probablemente se vuelva a Río Grande una vez que se reciba, otra amiga estuvo a punto de mudarse a Inglaterra, conocí a una chica de Austria que estuvo de visita acá el mes pasado. La lista sigue, podría seguir nombrando más personas tranquilamente pero no lo voy a hacer… Han sido (y son) días difíciles, semanas difíciles, meses difíciles. De muchas despedidas, de últimas veces, de esos abrazos en los que nadie quiere soltar a la otra persona y el que cede primero, pierde. Mi corazón y mi cabeza son cualquier cosa, los personajes de “Intensamente” se deben estar volviendo locos conmigo ahí arriba, estoy en otra. La ciclotimia y los cambios de ánimo son constantes, estoy bien, estoy mal, lloro, sonrío, estoy feliz, estoy triste, me río, me deprimo, y va de nuevo, en loop, todos los días, a cualquier hora. Y mis dos amigas dicen “Última vez que piso el Alto Palermo”, “Último pijama party”, “Última vez que vamos a estar los cuatro juntos”, “Última cena”, “Última juntada”, “Última vez que cantamos High School Musical”, etc. Y eso viene dando vueltas en mi cabeza todos estos días y llegué a la conclusión de que somos un poco exagerados, un poco dramáticos, un poco trágicos. ¿Y por qué? Porque probablemente no sea la última vez que hagan y que hagamos esas cosas… Siendo extremadamente dramático y trágico, nadie se está muriendo, ninguno de nosotros está gravemente enfermo. Si ese fuera el caso, ahí sí podría decir que estamos haciendo las cosas por última vez quizás. Yo dudo que efectivamente esta sea la última vez que vaya a ver a mis amigas, la última vez que cenemos juntos, que ríamos juntos, que miremos una película juntos, que durmamos juntos. Pienso que la vida nos va a volver a juntar, nos tiene que volver a juntar, necesito que nos vuelva a juntar porque yo las necesito a ellas, no sé vivir sin. Lo que pasa es que ellas se van muy lejos y por tiempo indeterminado, sin pasaje de vuelta, entonces todo es incierto. ¿Nos volveremos a ver? ¿Sí o no? ¿Cuándo? ¿Volverán ellas para acá? ¿Se quedarán definitivamente allá? ¿O iré yo para allá? ¿Iré a visitarlas? ¿O a quedarme también como ellas, con ellas? Misterio, nadie lo sabe, no sabe/no contesta. Probablemente también este sea mi consuelo, mi escudo, mi capa, mi manera de protegerme: intentar buscarle la vuelta, el lado bueno, lo positivo, creer, confiar y esperar que nos vamos a volver a ver. No lo veo como algo ingenuo de todas maneras, como un imposible, para nada… Lo veo como un acto de fe, de esperanza, hasta lo tomo como una prueba, ¿y a quién no le gustan los desafíos? ¿A quién no le gusta la adrenalina, el vértigo? Y resulta que en estos días de últimas veces, me encontré a mí mismo haciendo muchas cosas por primera vez. Primera vez que fui al Tigre, primera vez que fui a Tecnópolis, vi el primer show de “Soy Luna”, estoy publicando mi primer libro, voy a ir por primera vez al Lollapalooza, etc. Y me gusta y me entusiasma más esto de las primeras veces, de conocer, de descubrir, de aprender, de probar, de experimentar, de salir de la zona de confort. Tal vez debería ver esta partida de mis amigas desde otro ángulo, como una primera vez en vez de una última: no es la última vez que nos vamos a ver, es la primera vez que nos vamos a separar por tanto tiempo. No es el fin de una etapa, es el comienzo de una nueva. Hasta suena más lindo, ¿no? Cuando una puerta se cierra, otras dos se abren. Quizás de eso se trate, de buscar cosas nuevas para hacer todo el tiempo, nuevos sueños, nuevos proyectos, nuevas metas, nuevos horizontes, nuevos puntos de partida, nuevas primeras veces, nuevos inicios, Nuevas Direcciones. Hay que buscar eso que nos mueve, que nos hace felices, que nos hace crecer, que nos da adrenalina y vértigo, que nos invita a salir de la zona de confort y empezar a vivir, a hacer lo que queremos hacer, a ser quienes queremos ser, no dejarlo ir, no perderlo de vista, aferrarse fuerte a eso. El día que perdemos eso, ahí empezamos a morir… y las personas que no tienen eso, probablemente estén “muertas en vida”. También me encuentro haciendo cosas por segunda, tercera, cuarta, quinta vez, tal vez más. Mi segundo trabajo, escribiendo mi segundo libro, viviendo en mi segunda ciudad, en mi tercer departamento, egresado de la segunda carrera que elegí, sintiendo que de a poquito me estoy enamorando otra vez (y de esto ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que sucedió, pero no es la primera ni será la última). Creo que todos son procesos… Las primeras veces nos hacen nacer (o renacer), las veces en el medio nos hacen crecer y las últimas veces nos hacen morir, nos matan. En la puerta de mi departamento tengo una frase que tomé de una serie, que me gusta mucho: ‘People always leave’ (“La gente siempre se va”). Ya varios me han dicho que es una frase bastante triste y oscura, que por qué la tengo ahí; yo la veo bastante realista, algo cruda y cruel quizás, sí, pero no por eso triste, oscura o menos cierta. Hasta es medio irónica y graciosa porque está en la puerta y todos se van de mi departamento eventualmente, yo mismo incluso salgo prácticamente todos los días y la veo. ¿Y personas que se hayan ido de mi vida? Tampoco, ni siquiera es tan así… Porque mis dos amigas no se van a ir de mi vida, porque hasta los que no están físicamente en este mundo se han ido de mi vida, y hablo principalmente de mis padres y mi hermana por ejemplo, no están físicamente, no los veo, pero siguen estando en mi vida… Y lo mismo con las personas con las que me he distanciado, no es que no estén en mi vida, aunque no hablemos tanto o no nos veamos seguido, están, menos presentes, menos frecuentes, más olvidadas, más lejos quizás, pero no ausentes. Nuestras vidas se cruzaron en algún momento, en algún punto, tal vez lo vuelvan a hacer, tal vez no. Pero no me olvido de ese momento, de ese cruce, lo recuerdo, existió, fue real. “Las cosas cambian, y los amigos se van, y la vida no se detiene para nadie” dice mi libro favorito. ¡Y hay tanta verdad en esa frase! Las cosas cambian, nosotros cambiamos, la vida cambia a cada segundo que pasa y no hay nada que podamos hacer para cambiar eso, eso también nos mata, nos consume por dentro. Pero hay que ignorar ese pensamiento y no dejarlo ganar. Volviendo a la frase en mi puerta, una amiga me dijo hace poco que tendría que ser ‘People always leave. But they come back.’ (“La gente siempre se va. Pero vuelve”. Me pareció encantador y tierno de su parte (ella es así), es lindo, es esperanzador, y es verdad. Todos vuelven, todo vuelve, si tiene que volver, si tiene que ser. Y mientras esperamos ese reencuentro, ese regreso, esa vuelta, ese karma, tenemos que seguir haciendo cosas, seguir moviéndonos, en un constante flujo, tenemos que estar activos. Tenemos que buscar esas primeras veces, y buscar segundas, terceras, cuartas, revanchas, retrucos, segundas oportunidades, la tercera es la vencida, quiero vale cuatro, infinitas veces. Seguir creciendo a cada paso, descubriendo algo nuevo cada vez (porque hay algo nuevo cada vez, algo que descubrir, que aprender), sin despedirse nunca, sin hacer nada por última vez. Porque cuando empezamos a hablar de últimas veces, nos estamos matando, limitando, agotando, acabando. Por eso no me voy a despedir, ni de ellas, ni de ustedes, ni de nadie. Porque hay cosas que simplemente no se terminan, hay cosas que son para siempre.

